domingo, 1 de marzo de 2009

EL LIBERALISMO Y LA TIERRA Por Rafael Micheletti


Resulta un tanto sorprendente, luego de tantos años durante los cuales se ha hablado pésimo del liberalismo, equiparándolo a la anarquía económica, al egoísmo o a la insensibilidad, leer algunas líneas de los originarios y principales fundadores del liberalismo, en las que a viva voz proclaman la necesidad de dividir las parcelas de tierra entre la mayor cantidad posible de personas.

Lo cierto es que, desde sus inicios, el liberalismo consistió, no en el rechazo frenético de la intervención estatal (en cierto modo eso significaría la desaparición del Estado), sino en el reclamo denodado de una intervención fuerte, inteligente y decidida, pero no para concentrar el poder de decisión en el mismo Estado interviniente, sino para desconcentrarlo entre los ciudadanos. El fundamento de esto era que a mayor influencia y decisión sobre el propio comportamiento, mayores posibilidades y herramientas para crear, innovar y cooperar con el prójimo para generar riqueza.

Esta idea central de desconcentrar el poder no entraba en conflicto con la idea de dividir la tierra, sino que, al contrario, conducía directamente hacia ella. De hecho, fue Locke quien en su Ensayo sobre el gobierno civil, además de defender la división de poderes, reclamó que cada persona contara con la cantidad de tierra que le sea necesaria para vivir y trabajar, asegurando que el fundamento de la propiedad era que cada cual debía ser dueño del producido de su trabajo.

Por otra parte, los fisiócratas, primeros teóricos del liberalismo económico, soñaban con una sociedad en que sólo el impuesto sobre la tierra sostuviera al Estado, disminuyendo su precio, aumentando la capacidad de la gente trabajadora para acceder a ella y liberando al trabajo y los salarios de los impuestos. El fundamento de todo esto, para ellos, era que la tierra era lo único que producía valor “real”, con lo que seguramente querían significar que era lo único que no necesitaba del trabajo del hombre para producir una ganancia.

No estaban equivocados. Y esta idea fue la que inspiró el trabajo de Adam Smith titulado La riqueza de las naciones, en el que ensaya una fórmula de la riqueza como la siguiente:

RIQUEZA = TIERRA + TRABAJO + CAPITAL

Si la riqueza era aquello producido por el ser humano para satisfacer sus necesidades, entonces la verdadera riqueza era la generada por la conjunción del trabajo y la naturaleza. Por su parte, el capital era aquella riqueza que, en vez de ser empleada para la satisfacción inmediata de las necesidades humanas (consumo), lo era para ser usada en el proceso productivo y generar más riqueza (inversión).

Esa diferenciación entre capital y tierra, por la que muchos estudiosos se interrogaron sin encontrar respuestas a lo largo de la historia, escondía detrás una diferencia de definición sustancial, que a muchos se les escapaba: el capital había sido generado por el trabajo del ser humano, mientras que la tierra no. Por lo tanto, el interés o ganancia que producía el capital, era fruto del esfuerzo de persona o personas determinadas, mientras que la renta de la tierra era consecuencia de la actividad cooperativa y existencial del conjunto de la sociedad.

Por su parte, otros acérrimos y auténticos liberales, como Jefferson, Sarmiento o Tocqueville, fueron abiertos partidarios de una democratización lo más extensa posible de la propiedad de la tierra. Sarmiento, de hecho, cuando el Estado argentino quiso darle franjas de tierra a los costados del ferrocarril a las empresas inglesas a cambio de su inversión, propuso que en vez de darles franjas se les dieran pequeñas parcelas, alternadas de lado a lado de la vía, a los efectos de “evitar el latifundio”.

Pero fue Henry George, liberal norteamericano del siglo XIX y autoproclamado continuador y admirador de la obra de Adam Smith, quien desarrolló en su libro Progreso y miseria el gran aporte sobre la necesidad y la forma en que podía ser subdividida la tierra en la medida de lo posible. La propuesta era sencilla, pues consistía nada menos que en que el Estado se sostuviera gracias al impuesto sobre el suelo libre de mejoras, mientras que su queja era contundente: “Castigamos con un impuesto al que cubre de grano maduro los campos estériles; multamos al que instala maquinaria y al que deseca un cenagal. Hasta qué punto estos impuestos pesan sobre la producción, sólo lo comprueban quienes han intentado seguirlos a través de sus ramificaciones, porque su mayor peso recae en el aumento de los precios. Estos impuestos son, sin duda, semejantes al que el bajá egipcio puso a las palmeras. Si no inducen a talar los árboles, por lo menos disuaden de plantarlos.”

La renta que produce la tierra sola, libre de mejoras, por el sólo hecho de ser un elemento indispensable para la actividad humana y perfectamente limitado, es denominada por muchos renta fundiaria. Y esta renta fundiaria, resulta claro, no es el resultado del trabajo individual del poseedor de la tierra, sino de la actividad, crecimiento poblacional y demanda de tierras por parte del conjunto social. Por eso es que, si seguimos a Locke, considerando que el fundamento de la propiedad es el trabajo, entonces la renta fundiaria, para el liberalismo, aunque no suene muy liberal, debe ser socializada. Pues si es privatizada, el resultado será seguramente el acaparamiento de tierras y la disminución de la actividad económica, algo contra lo que habían luchado, y mucho, los liberales.

El peor efecto de la privatización de la renta fundiaria es que rebaja constantemente los salarios de los trabajadores. Y esto ocurre porque, al aumentar el costo de venta o alquiler (que incluye la renta fundiaria), aumenta entonces el costo para el empresario que invierte en el terreno, lo que se ve agravado por el hecho de que, a su vez, el Estado le aumenta los impuestos sobre el trabajo, ya que al no captar la renta fundiaria necesita financiarse de otra manera. Por lo tanto, lo que le queda al empresario para pagar salarios, y seguir teniendo un beneficio que permita la continuación de su actividad, resulta mucho menor que lo que debería y podría ser.

Por otra parte, la privatización de la renta fundiaria alienta la especulación con las tierras más que la producción, lo que a su vez ejerce presión para que el valor de las tierras siga aumentando y sea difícil para el resto del pueblo acceder a ella.

Es importante aclarar que la socialización de la renta fundiaria no es lo mismo que la colectivización de las tierras, porque no implica el dominio directo y discrecional del Estado sobre las mismas, sino simplemente el cobro de un considerable impuesto inmobiliario, consistente en un porcentaje del valor del terreno sin edificar. Esta sencilla medida, no sólo le permitiría al Estado disminuir los impuestos al consumo y sobretodo al trabajo, sino que, además, disminuiría el valor de la tierra y generaría un boom productivo y de construcción que irradiaría hacia el resto de la economía, fruto de que no sería rentable mantener los terrenos improductivos y sería muy productivo trabajarlos y edificarlos en la medida de lo posible.

8 comentarios:

Guillermo Andreau dijo...

Brillante Rafael, haz captado con toda claridad el mensaje del verdadero liberalismo que entusiasmo a nuestros padres fundadores y que ha permanecido deliberadamente oculto de la mano de un perverso neoliberalismo autodestructivo.
Neoliberalismo que debió conspirar desde el Derecho, la Economía y la Historia para tergiversar el principio fundante del liberalismo a favor del mantenimiento de un sistema Romano de apropiación de la renta fundiaria. Sistema clasista, jerárquico, autoritario y antidemocrático.
Cuando comprendemos la esencia del liberalismo podemos comprender la fuerza que movía a hombres como San Martín a levantarse en armas contra su propio ejercito, traicionando a su propia familia para hacer realidad un lugar sobre la tierra donde el liberalismo fuese una realidad.
Retempla mi espíritu mensajes como el tuyo, que sin duda se multiplicara con la misma fuerza -como hace casi 200 años- que lo hicieron los grandes hombres de la patria.
Guillermo Andreau

Guillermo Andreau dijo...

El economista E.M. contesta
Guille: el problema no es la tierra, Esta sobreabunda. Los argumentos de Henry George y de los fisiócratas ya los contestó muy bien Mises y a vos personalmente Ricardo Rojas.

La idea de tratar la tierra por separado y como un recurso estático implica no entender que así como la riqueza se crea, los servicios que brinda la "tierra" también se pueden ampliar infinitamente por lo que la tierra debe considerarse de la misma forma que cualquier otro factor de producción.

Respuesta: Mientras que cualquier factor de producción ante un aumento de la demanda se produce un aumento del precio que es compensado con el correspondiente aumento de la producción que finalmente conlleva a una baja de precio.
Con la tierra -bajo el sistema romano de apropiación de la renta fundiaria- ante un aumento de la demanda sube de precio ad infinitum como podrás apreciar con toda claridad con la tierra urbana que ha trepado hasta la cifras astronómicas. Al no poder ser compensado ese aumento con un aumento de la producción de tierra que produzca una baja del precio, como sucede con los demás factores de producción, es que merece un tratamiento diferenciado.
Si a la tierra no le das un tratamiento diferenciado del resto de los factores de producción –como ha intentado el neoliberalismo- generas una situación explosiva, que cuando explota arrastra a todos a un situación autodestructiva.
Todo esto esta potenciado por un sistema jurídico que permite la apropiación de la renta fundiaria que transforma a la tierra en fuente de especulación y fuente de ganancias no producidas, robadas –mediante una mano invisible- a los trabajadores mediante mecanismos como los impuestos, los arriendos y alquileres y finalmente la inflación.
Es increíble como desde los EE.UU. no pueden ver que toda la debacle del sistema financiero radica en el aumento de la tierra. Ven todo el mecanismo –desde el manejo de la tasa de interés- con toda claridad pero no ven el “origen” del desastre que es el aumento del valor de la tierra.
Guillermo Andreau

Guillermo Andreau dijo...

Desde Londres El Presidente de la International Union Land Tax dice:
Estimado Rafael:

Le felicito sobre su artículo El Liberalismo y la Tierra que me parece estupendo.

Le sugiero que lea mi libro que se vende en la librería Cúspide, “El Poll Tax y la caída de Margaret Thatcher” que contiene una historia sobre la imposición al suelo.

Un cordial saludo

Fernando Scornik Gerstein

Rafael Eduardo Micheletti dijo...

Mi humilde opinión es que lo que describe el economista E. M. es el proceso de progreso tecnológico que Toffler identifica como el paso de una civilización industrial a una del conocimiento o la información. El nuevo paradigma tecnológico hace que la incidencia de la tierra en el valor agregado sea cada vez menor, fruto del aumento de la productividad del trabajo humano. De hecho, si se sigue acentuando la idea de "prosumidor", según lo pronosticó Toffler, probablemente en el futuro cada ser humano necesite mucho menos tierra para producir. Pero todo ello no quita que la tierra por definición sigue siendo limitada, y que como tal es necesario evitar que su precio y concentración sean exagerados o excesivos. La socialización de la renta fundiaria no tiene por qué desalentar el proceso tecnológico. Al contrario, hasta podría acentuarlo permitiendo una mayor inversión en investigación. Reconozco que no tengo conocimientos suficientes sobre la materia, pero me da la impresión de que es así...

Rodi dijo...

MUCHACHOSs : Guillermo y Rafael - Es alarmante la confusion de conceptos que tienen - Por favor " agarren los libros que no muerden " - Dejense de manipular y tergiversar los conceptos
!!A VER SI APRENDEN UN POCO !!, Repasen a Ludwing Von Mises y leansen algunos de los libros del gran pensador español JESUS HUERTA DE SOTO

El liberalismo es una corriente de pensamiento (filosófico y económico) y de acción política que propugna limitar al máximo el poder coactivo del Estado sobre los seres humanos y la sociedad civil. Así, forman parte del ideario liberal
la defensa de la economía de mercado (también denominada "sistema capitalista" o de "libre empresa");
la libertad de comercio (librecambismo) y, en general, la libre circulación de personas, capitales y bienes;
el mantenimiento de un sistema monetario rígido que impida su manipulación inflacionaria por parte de los gobernantes; el establecimiento de un Estado de Derecho, en el que todos los seres humanos -incluyendo aquellos que en cada momento formen parte del Gobierno- estén sometidos al mismo marco mínimo de leyes entendidas en su sentido "material" (normas jurídicas, básicamente de derecho civil y penal, abstractas y de general e igual aplicación a todos);
la limitación del poder del Gobierno al mínimo necesario para definir y defender adecuadamente el derecho a la vida y a la propiedad privada, a la posesión pacíficamente adquirida, y al cumplimiento de las promesas y contratos;
la limitación y control del gasto público, el principio del presupuesto equilibrado y el mantenimiento de un nivel reducido de impuestos;
el establecimiento de un sistema estricto de separación de poderes políticos (legislativo, ejecutivo y judicial) que evite cualquier atisbo de tiranía;
el principio de autodeterminación, en virtud del cual cualquier grupo social ha de poder elegir libremente qué organización política desea formar o a qué Estado desea o no adscribirse;
la utilización de procedimientos democráticos para elegir a los gobernantes, sin que la democracia se utilice, en ningún caso, como coartada para justificar la violación del Estado de Derecho ni la coacción a las minorías;
y el establecimiento, en suma, de un orden mundial basado en la paz y en el libre comercio voluntario, entre todas las naciones de la tierra.
Estos principios básicos constituyen los pilares de la civilización occidental y su formación, articulación, desarrollo y perfeccionamiento son uno de los logros más importantes en la historia del pensamiento del género humano.
Aunque tradicionalmente se ha afirmado que la doctrina liberal tiene su origen en el pensamiento de la Escuela Escocesa del siglo XVIII, o en el ideario de la Revolución Francesa, lo cierto es que tal origen puede remontarse incluso hasta la tradición más clásica del pensamiento filosófico griego y de la ciencia jurídica romana. Así, sabemos gracias a Tucídides (Guerra del Peloponeso), como Pericles constataba que en Atenas "la libertad que disfrutamos en nuestro gobierno se extiende también a la vida ordinaria, donde lejos de ejercer éste una celosa vigilancia sobre todos y cada uno, no sentimos cólera porque nuestro vecino haga lo que desee"; pudiéndose encontrar en la Oración Fúnebre de Pericles una de las más bellas descripciones del principio liberal de la igualdad de todos ante la ley.
 
Posteriormente en Roma se descubre que el derecho es básicamente consuetudinario y que las instituciones jurídicas (como las lingüísticas y económicas) surgen como resultado de un largo proceso evolutivo e incorporan un enorme volumen de información y conocimientos que supera, con mucho, la capacidad mental de cualquier gobernante, por sabio y bueno que éste sea.
Así, sabemos gracias a Cicerón (De re publica, II, 1-2) como para Catón "el motivo por el que nuestro sistema político fue superior a los de todos los demás países era éste: los sistemas políticos de los demás países habían sido creados introduciendo leyes e instituciones según el parecer personal de individuos particulares tales como Minos en Creta y Licurgo en Esparta...
En cambio, nuestra república romana no se debe a la creación personal de un hombre, sino de muchos. No ha sido fundada durante la vida de un individuo particular, sino a través de una serie de siglos y generaciones.
Porque no ha habido nunca en el mundo un hombre tan inteligente como para preverlo todo, e incluso si pudiéramos concentrar todos los cerebros en la cabeza de un mismo hombre, le sería a éste imposible tener en cuenta todo al mismo tiempo, sin haber acumulado la experiencia que se deriva de la práctica en el transcurso de un largo periodo de la historia".
El núcleo de esta idea esencial, que habrá de constituir el corazón del argumento de Ludwig von Mises sobre la imposibilidad teórica de la planificación socialista, se conserva y refuerza en la Edad Media gracias al humanismo cristiano y a la filosofía tomista del derecho natural, que se concibe como un cuerpo ético previo y superior al poder de cada gobierno terrenal. Pedro Juan de Olivi, San Bernardino de Siena y San Antonino de Florencia, entre otros, teorizan sobre el papel protagonista que la capacidad empresarial y creativa del ser humano tiene como impulsora de la economía de mercado y de la civilización.
Y el testigo de esta línea de pensamiento se recoge y perfecciona por esos grandes teóricos que fueron nuestros escolásticos durante el Siglo de Oro español, hasta el punto de que uno de los más grandes pensadores liberales del siglo XX, el austriaco Friedrich A. Hayek, Premio Nobel de Economía en 1974, llegó a afirmar que "los principios teóricos de la economía de mercado y los elementos básicos del liberalismo económico no fueron diseñados, como se creía, por los calvinistas y protestantes escoceses, sino por los jesuitas y miembros de la Escuela de Salamanca durante el Siglo de Oro español".
Así, Diego de Covarrubias y Leyva, arzobispo de Segovia y ministro de Felipe II, ya en 1554 expuso de forma impecable la teoría subjetiva del valor, sobre la que gira toda economía de libre mercado, al afirmar que "el valor de una cosa no depende de su naturaleza objetiva sino de la estimación subjetiva de los hombres, incluso aunque tal estimación sea alocada"; y añade para ilustrar su tesis que "en las Indias el trigo se valora más que en España porque allí los hombres lo estiman más, y ello a pesar de que la naturaleza del trigo es la misma en ambos lugares".
Otro notable escolástico, Luis Saravia de la Calle, basándose en la concepción subjetivista de Covarrubias, descubre la verdadera relación que existe entre precios y costes en el mercado, en el sentido de que son los costes los que tienden a seguir a los precios y no al revés, anticipándose así a refutar los errores de la teoría objetiva del valor de Carlos Marx y de sus sucesores socialistas. Así, en su Instrucción de mercaderes (Medina del Campo 1544) puede leerse: "Los que miden el justo precio de la cosa según el trabajo, costas y peligros del que trata o hace la mercadería yerran mucho; porque el justo precio nace de la abundancia o falta de mercaderías, de mercaderes y dineros, y no de las costas, trabajos y peligros".

La situación en el resto del mundo intelectual europeo no evolucionó mucho mejor que en España. El triunfo de la Reforma protestante desprestigió el papel de la Iglesia Católica como límite y contrapeso del poder secular de los gobiernos, que se vio así reforzado.
Además el pensamiento protestante y la imperfecta recepción en el mundo anglosajón de la tradición liberal iusnaturalista a través de los "escolásticos protestantes" Hugo Grocio y Pufendorf, explica la importante involución que respecto del anterior pensamiento liberal supuso Adam Smith.
En efecto, como bien indica Murray N. Rothbard (Economic Thought before Adam Smith, 1995), Adam Smith abandonó las contribuciones anteriores centradas en la teoría subjetiva del valor, la función empresarial y el interés por explicar los precios que se dan en el mercado real, sustituyéndolas todas ellas por la teoría objetiva del valor trabajo, sobre la que luego Marx construirá, como conclusión natural, toda la teoría socialista de la explotación.
Además, Adam Smith se centra en explicar con carácter preferente el "precio natural" de equilibrio a largo plazo, modelo de equilibrio en el que la función empresarial brilla por su ausencia y en el que se supone que toda la información necesaria ya está disponible, por lo que será utilizado después por los teóricos neoclásicos del equilibrio para criticar los supuestos "fallos del mercado" y justificar el socialismo y la intervención del Estado sobre la economía y la sociedad civil.
Por otro lado, Adam Smith impregnó la Ciencia Económica de calvinismo, por ejemplo al apoyar la prohibición de la usura y al distinguir entre ocupaciones "productivas" e "improductivas".
Finalmente, Adam Smith rompió con el Laissez-faire radical de sus antecesores iusnaturalistas del continente (españoles, franceses e italianos) introduciendo en la historia del pensamiento un "liberalismo" tibio tan plagado de excepciones y matizaciones, que muchos "socialdemócratas" de hoy en día podrían incluso aceptar.
La influencia negativa del pensamiento de la Escuela Clásica anglosajona sobre el liberalismo se acentúa con los sucesores de Adam Smith y, en especial, con Jeremías Bentham, que inocula el bacilo del utilitarismo más estrecho en la filosofía liberal, facilitando con ello el desarrollo de todo un análisis pseudocientífico de costes y beneficios (que se creen conocidos), y el surgimiento de toda una tradición de ingenieros sociales que pretenden moldear la sociedad a su antojo utilizando el poder coactivo del Estado.
En Inglaterra, Stuart Mill culmina esta tendencia con su apostasía del Laissez-faire y sus numerosas concesiones al socialismo, y en Francia, el triunfo del racionalismo constructivista de origen cartesiano explica el dominio intervencionista de la Ecole Polytechnique y del socialismo cientificista de Saint-Simon y Comte (véase F.A. Hayek, The Counter-Revolution of Science, 1955), que a duras penas logran contener los liberales franceses de la tradición de Juan Bautista Say, agrupados en torno a Frédéric Bastiat y Gustave de Molinari.

A pesar de que el siglo XX será tristemente recordado como el siglo del Estatismo y de los totalitarismos de todo signo que más sufrimiento han causado al género humano, en sus últimos veinticinco años se ha observado con gran pujanza un notable resurgir del ideario liberal que debe achacarse a las siguientes razones.
Primeramente, al rearme teórico liberal protagonizado por un puñado de pensadores que, en su mayoría, pertenecen o están influidos por la Escuela Austriaca que fue fundada en Viena cuando Carl Menger retomó en 1871 la tradición liberal subjetivista de los Escolásticos Españoles. Entre otros teóricos, destacan sobre todo Ludwig von Mises y Friedrich A. Hayek que fueron los primeros en predecir el advenimiento de la Gran Depresión de 1929 como resultado del intervencionismo monetario y fiscal emprendido por los gobiernos durante los "felices" años veinte, en descubrir el teorema de la imposibilidad científica del socialismo por falta de información, y en explicar el fracaso de las prescripciones keynesianas que se hizo evidente con el surgimiento de la grave recesión inflacionaria de los años setenta.
Estos teóricos han elaborado, por primera vez, un cuerpo completo y perfeccionado de doctrina liberal en el que también han participado pensadores de otras escuelas liberales menos comprometidas como la de Chicago (Knight, Stigler, Friedman y Becker), el "ordo-liberalismo" de la "economía social de mercado" alemana (Röpke, Eucken, Erhard), o la llamada "Escuela de la Elección Pública" (Buchanan, Tullock y el resto de los teóricos de los "fallos del gobierno").
En segundo lugar, cabe mencionar el triunfo de la llamada revolución liberal-conservadora protagonizada por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en Estados Unidos e Inglaterra a lo largo de los años ochenta.
Así de 1980 a 1988 Ronald Reagan llevó a cabo una importante reforma fiscal que redujo el tipo marginal del impuesto sobre la renta al 28 por 100 y desmanteló, en gran medida, la regulación administrativa de la economía, generando un importante auge económico que creó en su país más de 12 millones de puestos de trabajo.
Y más cerca de nosotros, Margaret Thatcher impulsó el programa de privatizaciones de empresas públicas más ambicioso que hasta hoy se ha conocido en el mundo, redujo al 40 por ciento el tipo marginal del impuesto sobre la renta, acabó con los abusos de los sindicatos e inició un programa de regeneración moral que impulsó fuertemente la economía inglesa, lastrada durante decenios por el intervencionismo de los laboristas y de los conservadores más "pragmáticos" (como Edward Heath y otros).
En tercer lugar, quizás el hecho histórico más importante haya sido la caída del Muro de Berlín y el desmoronamiento del socialismo en Rusia y en los países del Este de Europa, que hoy se esfuerzan por construir sus economías de mercado en un Estado de Derecho.
Todos estos hechos han llevado al convencimiento de que el liberalismo y la economía de libre mercado son el sistema político y económico más eficiente, moral y compatible con la naturaleza del ser humano.
Así, por ejemplo, Juan Pablo II, preguntándose si el capitalismo es la vía para el progreso económico y social ha contestado lo siguiente (véase Centessimus Annus, cap. IV, num. 42): "Si por 'capitalismo' se entiende un sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, el mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción, la respuesta es ciertamente positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de 'economía de empresa', 'economía de mercado', o simplemente 'economía libre'".
Dada la trágica trayectoria del socialismo a lo largo de este siglo no es aventurado pensar que el liberalismo se presenta como el ideario político y económico con más posibilidades de triunfar en el futuro.
Y aunque quedan algunos ámbitos en los que la liberalización sigue planteando dudas y discrepancias -como, por ejemplo, el de la privatización del dinero, el desmantelamiento de los megagobiernos centrales a través de la descentralización autonómica y del nacionalismo liberal, y la necesidad de defender el ideario liberal en base a consideraciones predominantemente éticas más que de simple eficacia- el liberalismo promete como la doctrina más fructífera y humanista.
Si España es capaz de asumir como propio este humanismo liberal y de llevarlo a la práctica de forma coherente es seguro que experimentará en el futuro un notable resurgir como sociedad dinámica y abierta, que sin duda podrá ser calificado como "Nuevo Siglo de Oro español".
De Estudios de Economia Politica de Jesus Huerta de Soto- Union Editorial 2º edicion 2005

Jorge Juan Siri dijo...

Tanto el artículo de Rafael Micheletti como los comentarios a favor o adversos al mencionado impuesto a la tierra, me han resultado de sumo interés y muy bien fundamentados, a mi juicio. Dos pequeñas acotaciones: Guillermo Andreu se refiere al "neoliberalismo", palabreja muy utilizada por nuestros adversarios ideológicos para fundamentar los avances del estatismo sobre nuestros derechos constitucionales. Me gustaría que Guillermo identificara o describiera un poco más su idea del "neoliberalismo", que hasta ahora, para mi, es una palabra "comodín" sin contenido real alguno.
El comentario de Rodi demuestra una erudición y una claridad de exposición francamente encomiable, pero ¿porqué usar un seudónimo en éste ámbito, tan distinto al que obligó al insigne J.B. Alberdi a escudarse como Figarillo?. El inicio tampoco es muy liberal que digamos, con sus ex abruptos a los que opinan distinto.
Estos temas teóricos me producen un particular deleite, similar al que los conocedores encuentran en vinos que al resto de los mortales nos parecen todos iguales o parecidos.
Y este es el punto. ¿Cómo traducimos para Doña Rosa estas cuestiones de fundamental importancia pero que de las cuales ella no tiene la menor idea? ¿Quién se atreve a transformar estos mensajes del mayor valor teórico o académico en algo que la gente común pueda entender e identificerse como el verdadero perjudicado de las políticas "progre", y no el supuesto protegido por ellas?
En Rosario, donde vivo, abundan los teóricos del liberalismo, pero no tenemos ni una mísera banca en níngun órgano de conducción política. ¿Nos podemos sentir felices de disfrutar estas apasionantes discusiones teóricas, sin hacer nada por cambiar la realidad que nos circunda?
Curiosamente, la mayoría de esos teóricos liberales desprecian y hablan pestes de quienes como el Ing. Alsogaray, José Alfredo Martinez de Hoz, Carlos Menem o Domingo F. Cavallo, desde diferentes ángulos y grado de éxito, trataron de cambiar el rumbo estatista de nuestro país. Les parece horroroso que tratemos de encontrar puntos en común con los partidos mayoritarios, desconociendo que, por ejemplo,la caída del régimen soviético se produjo por la acción del Secretario General del Partido Comunista, Gorbachov.
Conclusión: sigamos discutiendo temas teóricos, no molestamos a nadie con ello; lo que molesta es que algún liberal trate de ejercer el Poder, esto es, la posibilidad de influir en el desarrollo de los acontecimientos, amenazando la hegemonía populista.

Rodi dijo...

!! VAMOS MUCHACHOS !! Guillermo, Rafael y Hector A VER SI SE ACTUALIZAN UN POCO !! Sigo aportando siguiendo al gran economista español JESUS HUERTA DE SOTO en La etica del capitalismo

1. EL FRACASO DEL CONSECUENCIONALISMO

El ideal consecuencialista, consistente en creer que es posible actuar tomando decisiones maximizadoras de las consecuencias positivas previstas a partir de unos medios dados y de unos costes también conocidos, ha fracasado ostensiblemente.(1)
Por un lado, la propia evolución de la teoría económica ha demostrado que es teóricamente imposible hacerse con la información necesaria respecto a los beneficios y los costes derivados de cada acción humana.
Este teorema de la economía moderna tiene su fundamento en la propia e innata capacidad creativa del ser humano, que continuamente está descubriendo nuevos fines y medios y dando lugar, por tanto, a un flujo de nueva información o conocimiento que hace imposible predecir cuáles serán las futuras consecuencias específicas de las diferentes acciones humanas y/o decisiones políticas que se tomen en cada momento.(2)
Por otro lado, el fracaso del socialismo real, entendido como el experimento más ambicioso de ingeniería social llevado a cabo por el género humano a lo largo de su historia, ha supuesto un golpe demoledor para la doctrina consecuencialista. En efecto, los ingentes recursos dedicados durante casi setenta años para tratar de evaluar en términos de costes y beneficios las diferentes opciones políticas, imponiéndolas por la fuerza a los ciudadanos para conseguir de forma "óptima" los fines propuestos, se han demostrado incapaces de responder a las expectativas que se había puesto en los mismos, generando un importante retraso económico y, sobre todo, un gran sufrimiento humano.

(2) Este teorema es descubierto por los teóricos de la Escuela Austríaca de Economía (Mises, Hayek) y se articula y perfecciona a lo largo de la dilatada polémica sobre la imposibilidad del socialismo que se desarrolla en este siglo, y que también ha puesto en evidencia la grave crisis del paradigma neoclásico- walrasiano, y en general de la concepción estática de la economía, que presupone que los fines y los medios son conocidos y están dados, y que el problema económico es un simple problema técnico de maximización. Véase Jesús Huerta de Soto, Socialismo, cálculo económico y función empresarial, Unión Editorial, Madrid, 1992; y Don Lavoie, Rivalry and Central Planning: The Socialist Calculation Debate Reconsidered, Cambridge University Press, Cambridge y Nueva York, 1985.

Aunque todavía no seamos plenamente conscientes por falta de la necesaria perspectiva histórica de las trascendentales consecuencias que la caída del socialismo real tendrá sobre la evolución de la ciencia y del pensamiento humano, ya pueden, sin embargo, comenzar a apreciarse algunos efectos de gran importancia.
En primer lugar, destaca el desarrollo de una nueva teoría económica mucho más humana y realista que, centrada en el estudio del ser humano como actor creativo, pretende analizar los procesos dinámicos de coordinación social que realmente se dan en el mercado.
Este enfoque, predominantemente impulsado por la Escuela Austriaca de Economía, es mucho menos ambicioso que el del paradigma cientista que hasta ahora ha inundado los libros de texto de economía deformando a generaciones enteras de estudiantes, y generando unas expectativas ciudadanas sobre las posibilidades de nuestra ciencia que ésta no ha sido capaz de cumplir.
Otra consecuencia importante ha sido el desarrollo de una teoría evolucionista de los procesos sociales, que también desarrollada por la Escuela Austriaca de Economía, ha puesto de manifiesto cómo las instituciones más importantes para la vida en sociedad (lingüísticas, económicas, jurídicas y morales) surgen de una manera espontánea y consuetudinaria a lo largo de un periodo muy dilatado de tiempo y como consecuencia de la participación de un número muy elevado de seres humanos que actúan en circunstancias específicas de tiempo y lugar muy variadas.
Aparecen así una serie de instituciones que conllevan un enorme volumen de información, y que superan con mucho a la capacidad de comprensión y diseño de la mente del ser humano.
Por último, el tercer efecto que cabe resaltar es el del importante resurgir de la ética y del análisis de la justicia como campo de investigación de excepcional trascendencia en el ámbito de los estudios sociales. Y es que, el fracaso teórico e histórico del consecuencialismo cientificista ha vuelto a dar un papel protagonista a las normas de comportamiento basadas en principios éticos de tipo dogmático, cuyo importantísimo papel como insustituibles "pilotos automáticos" del comportamiento y de la libertad humanos comienza de nuevo a ser plenamente apreciado.

3. LA IMPORTANCIA DE LA FUNDAMENTACIÓN ÉTICA DE LA LIBERTAD

Quizá una de las aportaciones más importantes y recientes de la teoría de la libertad haya sido el poner de manifiesto que el análisis consecuencialista de costes y beneficios no es suficiente para justificar la economía de mercado.
No se trata tan sólo de que gran parte de la ciencia económica hasta ahora desarrollada se basaba en el error intelectual de presuponer un marco estático de fines y medios dados, sino que incluso el punto de vista del análisis mucho más realista y fructífero de la Escuela Austríaca, basado en la capacidad creativa del ser humano y en el estudio teórico de los procesos dinámicos de coordinación social, tampoco es suficiente para fundamentar por sí solo y de una manera categórica el ideario liberal.
Y es que, aunque abandonemos el criterio estático de eficiencia paretiana y lo sustituyamos por otro más dinámico basado en la coordinación, las consideraciones de "eficiencia" nunca bastarán, por sí solas, para convencer a todos los que antepongan las consideraciones de justicia a aquéllas relativas a las distintas ideas de "eficiencia".
Por otro lado, el reconocimiento de los efectos de descoordinación social ("ineficiencias") que a la larga produce todo intento sistemático de coaccionar los procesos espontáneos de interacción humana, tampoco garantiza una adscripción automática por parte de todos aquéllos cuya preferencia temporal sea tan intensa que, a pesar de los negativos efectos a medio y largo plazo de la intervención, valoren más los beneficios que obtengan a corto plazo de la misma (3).

En suma, el desarrollo de una fundamentación ética para la teoría de la libertad es imprescindible por las siguientes razones:
a) el fracaso de la "ingeniería social" y, en concreto, del consecuencialismo que se deriva del paradigma neoclásico-walrasiano que hasta ahora ha dominado la ciencia económica;
b) porque el análisis teórico de los procesos de mercado basados en la capacidad empresarial del ser humano, aun siendo mucho más potente que el análisis derivado del paradigma neoclásico, tampoco es suficiente para justificar por sí solo la economía de mercado;
c) porque dada la situación de ignorancia inerradicable en la que se encuentran los seres humanos y su capacidad constante para crear nueva información, éstos necesitan de un marco de principios de comportamiento de tipo moral que les indique, de manera automática, qué comportamientos pautados deben llevar a cabo; y
d) porque desde un punto de vista estratégico, básicamente son las consideraciones de tipo moral las que mueven el comportamiento reformista de los seres humanos, que en muchas ocasiones están dispuestos a realizar importantes sacrificios para perseguir lo que estiman bueno y justo desde el punto de vista moral, comportamiento que es mucho más difícil de asegurar sobre la base de fríos cálculos de costes y beneficios, que poseen además una virtualidad científica muy dudosa.

3) Estos son, básicamente, los argumentos contra la filosofía "utilitarista", expuestos por Murray N. Rothbard en su análisis crítico de la posición de Ludwig von Mises. Véase Murray N. Rothbard, The Ethics of Liberty, Humanities Press, Atlantic Highlands, Nueva Jersey, 1982, pp. 201-213 (edición española La ética de la libertad, Unión Editorial, Madrid, 1995).

4. LA POSIBILIDAD DE ELABORAR UNA TEORÍA DE LA ÉTICA SOCIAL

Todavía un número importante de científicos considera que no es posible concebir una teoría objetiva sobre la justicia y los principios morales.
En el desarrollo de esta opinión ha pesado mucho la propia evolución de la economía cientista que, obsesionada por el criterio de la maximización, ha venido considerando no sólo que los fines y los medios de cada actor son subjetivos sino que, además, los principios morales de comportamiento dependen también de la autonomía subjetiva del decisor.
Y es que si en cada circunstancia puede decidirse ad hoc en base a un puro análisis de coste-beneficio, no es preciso que exista moral alguna entendida como un esquema pautado con carácter previo de comportamiento, por lo que ésta se desdibuja por completo y puede considerarse que queda reducida al ámbito particular de la autonomía subjetiva de cada individuo.
En contra de esta postura hasta ahora dominante consideramos que una cosa es que las valoraciones, utilidades y costes sean subjetivos, como correctamente pone de manifiesto la ciencia económica, y otra bien distinta es que no existan principios morales de validez objetiva (4).
Es más, estimamos que no sólo es conveniente sino que también es posible el desarrollo de toda una teoría científica sobre los principios morales que hayan de guiar el comportamiento humano en la interacción social. Y de hecho, en los últimos años, han aparecido diversos trabajos de gran trascendencia en este campo.
Entre ellos destaca la aportación realizada por Israel M. Kirzner planteando un nuevo concepto de justicia distributiva en el capitalismo.
Es importante resaltar cómo esta aportación ha sido desarrollada por uno de los más distinguidos teóricos de la Escuela Austríaca de Economía, lo que de nuevo pone de manifiesto las importantes interrelaciones que existen entre el ámbito de una teoría económica correctamente elaborada y el de la ética social.
Y es que la ciencia económica, aun siendo wertfrei o libre de juicios de valor, no sólo puede ayudar a tomar con más claridad posicionamientos de tipo ético, sino que además, puede hacer más fácil y seguro el razonamiento lógico-deductivo en el ámbito de la ética social evitando los muchos errores y peligros que se derivarían de un análisis estático de teoría económica mal planteado, basado en supuestos irreales de plena información o incorrectamente elaborado.(5)
Además, y de acuerdo con esta concepción, las consideraciones sobre "eficiencia" y justicia, lejos de constituir un trade-off que permitiría distintas combinaciones en diferentes proporciones, aparecerían como las dos caras de una misma moneda. En efecto, desde nuestro punto de vista, sólo la justicia da lugar a la eficiencia; y viceversa, lo eficiente no puede ser injusto, de manera que ambas consideraciones, las relativas a los principios morales y las de eficiencia económica, lejos de oponerse, se refuerzan y respaldan mutuamente (6). Uno de los enfoques que más claramente pone de manifiesto esta clave interrelación es el desarrollado por Israel M. Kirzner en su libro Discovery, Capitalism and Distributive Justice (1989) (7) , cuyo contenido esencial pasamos a estudiar a continuación.

(4) "Economics does currently inform us, not that moral principles are subjective, but that utilities and costs are indeed subjective". Murray N. Rothbard, The Ethics of Liberty, ob. cit., p. 202.

(5) No se considera, sin embargo, que la teoría económica puede por sí sola llegar a determinar los planteamientos morales, por lo que carece de fundamento la crítica que Roland Kley recientemente ha efectuado a Kirzner. Roland Kley, Hayek's Social and Political Thought, Clarendon Press, Oxford, 1994, nota nº 9 al pie de la p. 228.

(6) Por tanto, el trade-off existiría, como mucho, entre el binomio constituido por lo justo y eficiente, y aquél otro derivado de una situación ineficiente e injusta (en la que se coaccione sistemáticamente el libre ejercicio de la función empresarial y se impida la completa apropiación de los resultados de la creatividad humana). Por otro lado, la ineficiencia derivada de la inmoral coacción sistemática ejercida por el Estado sobre la economía es muy distinta de la que creen identificar los economistas neoclásicos dentro del paradigma estático de la denominada "economía del bienestar". En efecto, para éstos las medidas de coacción institucional (por ejemplo, de redistribución forzada de la renta), como mucho, dan lugar a efectos distorsionadores que alejan el sistema económico de los puntos de la curva de posibilidades máximas de producción de la economía, sin darse cuenta de que el daño que causan estas medidas es mucho más profundo, pues dinámicamente impiden que los empresarios coordinen y descubran nuevas oportunidades de ganancia desplazando de manera continuada hacia la derecha la curva de posibilidades de producción de la sociedad.

(7) Israel M. Kirzner, Creatividad, capitalismo y justicia distributiva, traducción española de Federico Basáñez, Unión Editorial, Madrid, 1995.

5. LA APORTACIÓN ESENCIAL DE KIRZNER EN EL CAMPO DE LA ÉTICA

La consideración de que eficiencia y justicia son dos dimensiones distintas que permiten combinaciones en proporciones diferentes es una de las consecuencias negativas que se derivan naturalmente del paradigma neoclásico que hasta ahora ha dominado la ciencia económica.
En efecto, si se cree que es posible decidir en base a un análisis de costes y beneficios, por presuponerse que la información necesaria está dada en un contexto estático, no sólo no es preciso que los actores individuales se atengan a ningún esquema previo de comportamiento pautado de tipo moral que les guíe en su acción (distinto de un mero "maximizar ad hoc su utilidad"), sino que además puede fácilmente llegarse a la conclusión (recogida, por ejemplo, en el denominado "segundo teorema fundamental de la economía del bienestar") de que cualquier esquema de equidad impuesto por la fuerza es compatible con los criterios estáticos de eficiencia paretiana.

Sin embargo, la consideración del proceso social como una realidad dinámica constituida por la interacción de miles de seres humanos, cada uno de ellos dotado de una innata y constante capacidad creativa, imposibilita el conocer con detalle cuáles serán los costes y beneficios derivados de cada acción, lo que exige que el ser humano tenga que utilizar como piloto automático de comportamiento una serie de guías o principios morales de actuación.
Estos principios morales además tienden a hacer posible la interacción coordinada de los diferentes seres humanos y, por tanto, generan un proceso de coordinación que, en cierto sentido, podría calificarse de dinámicamente eficiente.
Desde la concepción del mercado como un proceso dinámico, la eficiencia entendida como coordinación surge del comportamiento de los seres humanos efectuado siguiendo unas específicas normas pautadas de tipo moral y viceversa, el ejercicio de la acción humana sometida a estos principios éticos da lugar a una eficiencia dinámica entendida como tendencia coordinadora en los procesos de interacción social.
Por eso, podemos concluir que desde un punto de vista dinámico la eficiencia no es compatible con distintos esquemas de equidad o justicia, sino que surge única y exclusivamente de uno de ellos.

Tampoco puede admitirse, como ya hemos indicado, que exista una oposición entre los criterios de eficiencia y equidad. La polémica entre ambas dimensiones es falsa y errónea.
Lo justo no puede ser ineficiente, ni lo eficiente injusto.
Y es que en la perspectiva del análisis dinámico, equidad o justicia y eficiencia no son sino las dos caras de la misma moneda que, por otro lado, confirman el orden integrado y coherente que existe en el universo social.
La supuesta oposición entre ambas dimensiones tiene su origen en la errónea concepción de eficiencia estática desarrollada por el paradigma neoclásico de la "economía del bienestar", así como en la errónea idea de equidad o "justicia social", según la cual los resultados del proceso social pueden enjuiciarse con independencia del comportamiento individual que hayan tenido los partícipes en el mismo.
Los desarrollos teóricos de la economía del bienestar en base a los criterios estáticos de eficiencia paretiana surgieron con la vana ilusión de evitar entrar explícitamente en el campo de la ética, y han imposibilitado apreciar los graves problemas de ineficiencia dinámica que surgen cuando institucionalmente en mayor o menor medida se coacciona el proceso empresarial. La consideración de la economía como un proceso, no sólo permite redefinir adecuadamente la eficiencia en términos dinámicos, sino que además arroja mucha luz sobre el criterio de justicia que ha de prevalecer en las relaciones sociales. Este criterio se basa en los principios tradicionales de la moral que permiten enjuiciar como justos o injustos los comportamientos individuales de acuerdo con normas generales y abstractas de tipo jurídico que constituyen el derecho material, y que básicamente regulan el derecho de propiedad que hace posible la apropiación por parte de los seres humanos de todo aquello que resulta de su propia e innata creatividad empresarial. Además, este punto de vista pone de manifiesto cómo los criterios alternativos de justicia son esencialmente inmorales.
Entre ellos es especialmente criticable el concepto de "justicia social" que pretende enjuiciar como justos o injustos los resultados específicos del proceso social en determinados momentos históricos con independencia de que el comportamiento de los artífices del mismo se haya adaptado o no a normas jurídicas y morales de carácter general.
La "justicia social" sólo tiene sentido en un fantasmagórico mundo estático en el que los bienes y servicios se encuentran dados y el único problema que pueda plantearse sea el de cómo distribuirlos.
Sin embargo, en el mundo real en el que los procesos de producción y distribución se verifican simultáneamente como consecuencia del ímpetu empresarial, no tiene ningún sentido analítico el concepto de "justicia social", que puede considerarse esencialmente inmoral en tres sentidos distintos:
a) desde el punto de vista evolutivo, en la medida en que las prescripciones derivadas de la idea de la "justicia social" van en contra de los principios tradicionales del derecho de propiedad que se han formado de manera consuetudinaria y han hecho posible la civilización moderna;
b) desde el punto de vista teórico, pues es imposible organizar la sociedad en base al principio de la "justicia social", ya que la coacción sistemática que exige imponer un objetivo de redistribución de la renta imposibilita el libre ejercicio de la función empresarial y, por tanto, la creatividad y coordinación que hacen posible el desarrollo de la civilización; y
c) desde el punto de vista ético, en la medida en que se viola el principio moral de que todo ser humano tiene derecho natural a los resultados de su propia creatividad empresarial. Es de esperar que, conforme la ciudadanía vaya dándose cuenta de los graves errores y esencial inmoralidad que se derivan del espurio concepto de "justicia social", la coacción institucional del Estado que se considera justificada por el mismo irá desapareciendo (8).

La gran aportación de Kirzner consiste, precisamente, en haber puesto de manifiesto que gran parte de las consideraciones sobre justicia distributiva que hasta ahora se han mantenido con carácter mayoritario y que han constituido el "fundamento ético" de importantes movimientos políticos y sociales (de naturaleza socialista o socialdemócrata) tienen su origen y fundamento en la errónea concepción estática de la economía (9).
En efecto, el paradigma neoclásico se basa, en mayor o menor medida, en considerar que la información es algo objetivo y se encuentra dada (bien en términos ciertos o probabilísticos) por lo que es posible efectuar análisis de coste-beneficio sobre la misma. Siendo esto así, parece lógico que las consideraciones de maximización de utilidad sean totalmente independientes de los aspectos morales y que unos y otras puedan combinarse en diferentes proporciones.
Además, la concepción estática lleva inexorablemente a presuponer que en cierto sentido los recursos están dados y son conocidos, por lo que el problema económico de su distribución es distinto e independiente del que plantea la producción de los mismos. En efecto, si los recursos están dados posee prioritaria importancia el cómo habrán de distribuirse entre los diferentes seres humanos tanto los medios de producción como el resultado de los diferentes procesos productivos.

Todo este planteamiento ha sido hecho obsoleto por la concepción dinámica de los procesos de mercado desarrollada por la Escuela Austríaca de Economía en general y en concreto por el análisis de la función empresarial y sus implicaciones éticas llevado a cabo por Israel M. Kirzner.
Para Kirzner la función empresarial consiste en la capacidad innata de todo ser humano para apreciar o descubrir las oportunidades de ganancia que surgen en su entorno, actuando en consecuencia para aprovecharlas.
Consiste, por tanto, la empresarialidad en la capacidad típicamente humana de crear y descubrir continuamente nuevos fines y medios. Desde esta concepción, los recursos no están dados, sino que tanto los fines como los medios son continuamente ideados y concebidos ex novo por los empresarios, siempre deseosos de alcanzar nuevos objetivos que ellos descubren que tienen un mayor valor.
Y si los fines, los medios y los recursos no están dados, sino que continuamente están creándose de la nada por parte de la acción empresarial del ser humano, es claro que el planteamiento ético fundamental deja de consistir en cómo distribuir equitativamente "lo existente", pasando más bien a concebirse como la manera más conforme a la naturaleza humana de fomentar la creatividad.
Es aquí donde la aportación de Kirzner en el campo de la ética social entra de lleno: la concepción del ser humano como un actor creativo hace inevitable el aceptar con carácter axiomático que todo ser humano tiene derecho natural a los frutos de su propia creatividad empresarial. No sólo porque, de no ser así, estos frutos no actuarían como incentivo capaz de movilizar la perspicacia empresarial y creativa del ser humano, sino porque además, se trata de un principio universal capaz de ser aplicado a todos los seres humanos en todos las circunstancias concebibles.

Este principio ético, que acabamos de enunciar, posee además otras importantes ventajas.
En primer lugar, destaca la gran atracción intuitiva que el mismo tiene: parece evidente que si alguien crea algo de la nada tiene derecho a apropiarse de ello, pues no perjudica a nadie (antes de que se creara no existía aquello que se creó, por lo que su creación no perjudica a nadie y, como mínimo, beneficia al actor creativo, si es que no beneficia también a otros muchos seres humanos).
En segundo lugar, se trata, como ya hemos visto, de un principio ético de validez universal muy relacionado con el principio del derecho romano relativo a la apropiación original de recursos que no son de nadie (ocupatio rei nullius), y que además permite resolver el paradójico problema planteado por la denominada "condición de Locke", según la cual el límite a la apropiación originaria de los recursos radica en dejar un número "suficiente" de los mismos para los otros seres humanos. Como bien pone de manifiesto Kirzner, y ésta es quizá una de las aportaciones más originales de su trabajo sobre ética social, su principio basado en la creatividad soluciona y hace innecesaria la existencia de la "condición de Locke", puesto que cualquier resultado de la creatividad humana no existía antes de ser descubierto o creado empresarialmente, por lo que su apropiación no puede perjudicar a nadie.
Y es que la concepción de Locke sólo tiene sentido en un entorno estático en el que se presupongan que los recursos ya existen (están "dados") y son fijos y hay que distribuirlos entre un número predeterminado de seres humanos.
Kirzner también nos pone de manifiesto, en tercer lugar, cómo en la mayoría de las teorías alternativas sobre la justicia, y en particular en aquélla elaborada por John Rawls, subyace el paradigma neoclásico de plena información que presupone un entorno estático de recursos preexistentes.
Aunque Rawls considere en su análisis un "velo de ignorancia", llega a la conclusión de que el sistema más justo es aquél en el que, sin saberse exactamente el lugar que se ocupará en la escala social, pueda cada ser humano sin embargo tener la confianza de que, de "tocarle" la situación más desfavorable, dispondría de un máximo de recursos. (10)
Es claro que, considerando la economía como un proceso dinámico de tipo empresarial, el principio ético ha de ser otro bien distinto: la sociedad más justa será aquélla que de manera más enérgica promueva la creatividad empresarial de todos los seres humanos que la compongan, para lo cual es imprescindible que cada uno de ellos pueda tener la seguridad a priori de que podrá apropiarse de los resultados de su creatividad empresarial (que antes de ser descubiertos o creados por cada actor no existirían en el cuerpo social), y de que no le serán expropiados por nadie.

Y en cuarto lugar, otra ventaja del análisis de Kirzner es que hace evidente el carácter inmoral del socialismo, entendido como todo sistema de agresión institucional llevado a cabo por el Estado en contra del libre ejercicio de la acción humana o función empresarial.
En efecto, la coacción en contra del actor impide que éste desarrolle lo que por naturaleza le es más propio, a saber, su innata capacidad para crear y concebir nuevos fines y medios actuando en consecuencia para lograrlos.
En la medida en que la coacción del Estado impida la acción humana de tipo empresarial se limitará su capacidad creativa y no se descubrirá ni surgirá la información ni el conocimiento que es necesario para coordinar la sociedad.
Precisamente por esto el socialismo es un error intelectual, pues imposibilita que los seres humanos generen la información que el órgano director necesita para coordinar la sociedad vía mandatos coactivos. Y además el análisis de Kirzner tiene la virtualidad de poner de manifiesto que el sistema socialista es inmoral, puesto que se basa en impedir por la fuerza que los distintos seres humanos se apropien de los resultados de su propia creatividad empresarial.
De esta manera el socialismo no sólo se manifiesta como algo teóricamente erróneo o económicamente imposible (es decir, ineficiente), sino también y simultáneamente como un sistema esencialmente inmoral, pues va en contra de la más íntima naturaleza empresarial del ser humano e impide que éste se apropie libremente de los resultados de su creatividad empresarial (11).

(8) La crítica más estándar al concepto de justicia social la debemos a Friedrich A. Hayek, "El espejismo de la justicia social", vol. II de Derecho, legislación y libertad, Unión Editorial, Madrid, 2ª edición, 1988.

(9) Las ideas de Kirzner, hombre de profundas convicciones religiosas, sobre la ética social comenzaron a fraguarse en el apartado 4 (caps. 11-13) que sobre "Entrepreneurship, Justice and Freedom" incluyó en su libro Perception, Opportunity and Profit, Chicago University Press, Chicago y Londres, 1979, pp. 185-239; perfilándose aún mejor en su artículo "Some Ethical Implications for Capitalism of the Socialist Calculation Debate", Capitalism, Ellen Frankel Paul, Fred D. Miller Jr., Jeffrey Paul y John Ahrens (eds.), Basil Blackwell, Oxford, 1989, pp. 165-182; y que culminan en el libro, Discovery, Capitalism and Distributive Justice, cuya primera edición inglesa apareció también en 1989 (edición española publicada con el título de Creatividad, capitalismo y justicia distributiva, Unión Editorial, Madrid, 1995).

(10) John Rawls, A Theory of Justice, Harvard University Press, Massachusetts, 1972.

(11) Este ímpetu y creatividad empresarial también se manifiesta en el ámbito de la ayuda al prójimo necesitado y de la previa búsqueda y detección sistemática de situaciones de necesidad ajena. De manera que la coacción del Estado o la intervención de éste a través de los mecanismos propios del denominado Estado del bienestar, neutraliza y en gran medida imposibilita el ejercicio de búsqueda empresarial de situaciones perentorias de necesidad humana y de ayuda a los prójimos (y "lejanos") que se encuentran en dificultades, ahogando los naturales anhelos de solidaridad y colaboración que tanta importancia tienen para la mayoría de los seres humanos. Esta idea ha sido perfectamente entendida por Juan Pablo II, que ha manifestado como "al intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado asistencial provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por lógicas burocráticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enorme crecimiento en los gastos. Efectivamente, parece que conoce mejor las necesidades y logra satisfacerlas de modo más adecuado quien está próximo a ellas o quien está cerca del necesitado". Juan Pablo II, Centesimus Annus: en el centenario de la 'Rerum Novarum', Promoción Popular Cristiana, Madrid, 1991, cap. IV, epígrafe 49, p. 92.

Rafael Eduardo Micheletti dijo...

Rodi: Perdón por no haberme actualizado tanto como vos, pero sería positivo para el debate que tus comentarios sean más acotados y que te mantengas dentro del tópico. En tus largos comentarios parecías estar intentando convencernos de las bondades del liberalismo, cuando todos acá somos liberales. Lo que se discute es si es acertada la idea, para mí hasta ahora bastante convincente, de que los impuestos sobre la tierra libre de mejoras ayudarían a reducir su costo, aumentar su productividad y liberar de impuestos innecesarios al trabajo. Estaría bueno que contestes eso y de una manera legible para el común de la gente. Lo difícil y verdaderamente desafiante es decir muchas cosas con pocas palabras, ser claro, directo y efectivo. Decir un millón de cosas con un millón de palabras no es tan meritorio y no ayuda tanto al debate.