viernes, 5 de junio de 2009

ARGENTINA : EL REINO DEL REVÉS Por H. Sandler

Héctor Raúl Sandler, profesor Consulto, Derecho, UBA

Todo habitante de la Argentina, sin excepción alguna, tiene la obligación cívica de reflexionar sobre el sistema de impuestos creado por leyes contrarias al noble espíritu de la Constitución Nacional. El actual sistema entorpece la actividad económica, obliga a abandonar la patria, genera condiciones para la guerra civil y somete a las instituciones civilizadas y a la democracia a tensiones insuperables.
Para reflexionar use solo dos cosas: el sentido común y no enredarse en las logomaquias de los expertos en la materia. Éstos no son mala gente; pero han estudiado una falsa ciencia y ganan su pan aplicando un saber que los sostiene por causa de ese perverso sistema.

Basta repasar el nombre de las principales leyes de impuestos, tomadas de las actividades económicas llamadas en la jerga “hechos imponibles”, para ver la irracionalidad del sistema en su conjunto. IVA es la sigla del impuesto al valor agregado. Con su trabajo agregue usted valor a una cosa y el Estado le quitará de su bolsillo la quinta parte de ese valor. En buen romance, todos aquellos que den con su actividad económica valor a algo y serán saqueado en proporción al valor creado. ¡Magnífico aliento!

Hay que exportar cada vez más, es la consigna de todo gobierno. Pues exporte usted y se le quitará buena parte del precio que obtenga. Sus “representantes” en el Congreso han dictado leyes creando impuestos a la exportación. ¡Qué buenos representantes! En la vida privada usted no dudaría en demandarlos, como mínimo, por “mala praxis” y es casi seguro que cualquier juez honesto los condenaría a indemnizar. ¿Tan opuesta a la privada ha de ser la responsabilidad de los “mandatarios” democráticos en la vida pública? Los “constitucionalistas” y “tributaristas” debieran tratar explicar esta aberración a la luz del sentido común, en lugar de repetir como loros “no tax without representation” (ningún impuesto sin representantes).

Producir más es lo que exige cada gobernador de provincia. Pero las Legislaturas parecen tener una rara idea de cómo hacerlo. Cada una ha dictado una ley de impuesto a los ingresos brutos. Según ella todo partícipe en el circuito productivo está coactivamente obligado a pagar un porcentaje del precio de venta de la mercaderia, la venda o no. ¿Es esto “moderno” o es la restauración del medioevo?

¿Ha pensado alguna vez cuáles cosas, de las numerosas que usa cada día, cuál ha producido usted mismo? Me atrevo a decir que ninguna. ¿Leyó bien? ¡Ninguna! Sin embargo desayuna y almuerza, viaja en colectivo o en tren, usa complicadas herramientas, usa vestidos y trajes, cocina con ingredientes complejos y asi vive cada dia. Se aprovecha de todos sin haber aportado nada para la existencia de los objetos que usa. ¿Cómo es esto posible? Por la fantástica división social del trabajo y el comercio. Millones de desconocidos trabajan para usted; de modo correlativo usted trabaja para millones de desconocidos mientras que otros tantos millones se esfuerzan para conectar a unos y otros. Los comerciantes. Así que todos trabajamos para todos. Lo destacable es que actuamos asi sin vívida conciencia de la importancia de la división social del trabajo y a veces hasta con un sentimiento de hostilidad hacia ella. Sin embargo, en los hechos lo hacemos. ¿Por qué? Pues para obtener una ganancia. A pérdida nadie quiere trabajar. Este “deseo de obtener ganancia” es el más formidable motor de la economía moderna. Pues bien, ante esta realidad, ¿qué han hecho nuestros representantes en el Congreso? Nada menos que trabar y dañar a este motor. Han dictado leyes creando el impuesto a las ganancias.

En sociedades extremadamente primitivas el intercambio de mercaderías era mediante el trueque y cuando era posible. El robo. Como animales de presa. Tan pronto aparecieron los primeros síntomas de civilización el intercambio se potenció con otra formidable invencioón humana: la moneda. Valor representativo de un poder para adquirir cosas que permite desplegar en toda su potencia el intercambio y la colaboración recíproca entre los humanos. ¿Qué hacen los gobiernos irresponsables e insensatos? Pues arruinar de mil modos la moneda. Deterioran la polea de transmisión de los esfuerzos de trabajadores, inversores y consumidores emitiendo moneda sin respaldo. Es decir dinero económicamente falso. Son gobiernos saboteadores de la economía humana. Todo gobierno inflacionario es así, por definición, anti democratico y vulnerador de la armonía social. Tales gobierno, digan lo que digan son enemigos del pueblo, por ello arruinan a la democracia.
Desde estos sencillos puntos de vista hay que juzgar a los gobiernos y la calidad de los representantes en el Congreso y legislaturas . ¡Por los hechos, no por las palabras!

Sin embargo todos estos y otros vicios públicos aparecen ( y se los suele tolerar) porque se entiende que los gobiernos necesitan de recursos monetarios para afrontar el gasto público. Gastos que los mismos trabajadores y consumidores demandan: seguridad, servicios, educación, entre otros.
Entonces, ¿no hay salida? ¿Deberemos aceptar que los gobiernos cometan las inmoralidades que condenamos en la vida privada? ¿Debemos aceptar por el derecho lo que la moral condena?
¿Cómo salvarnos de este dilema? ¿Cómo se puede evitar que la política y la economía argentina sean agentes del disparate?
Sostengo que el saqueo impositivo e inflacionario que los gobiernos cometen arruinando al país, ocurren porque el Estado no cobra lo que debe cobrar y en lugar de hacer lo que debe hacer confisca lo que es de los particulares. En especial: trabajadores, productores, inversores y consumidores.

Un ejemplo de años atrás, pero valido hoy porque ocurre todos los días. Durante casi un siglo funcionó en el centro de Buenos Aires la tienda La Piedad, ubicada en la esquina de Cerrito y Bartolomé Mitre. Hace unos 35 años cerró sus puertas. Es posible que lo hiciera por las reiteradas crisis económicas, el sistema de impuestos y la depresión del consumo interno. El edificio fue demolido para dar lugar, por un tiempo a una playa de estacionamiento. Una biopsia de la historia económica argentina. Según La Nación (Clasificados 23/02/04) ese terreno vacío fue ofrecido en venta en 4 millones de dólares. ¡12 millones de pesos!-hoy (Junio de 2009) vale 9 millones de Dolares es decir 33,7 millones de pesos- El terreno no tenía nada de especial, salvo la ubicación. “No existen terrenos así en el mercado actual con esa superficie y ubicación”, sostenían los intermediarios. Tener frente a dos calles concurridas, a pasos del subte y del Obelisco, hace de él algo especial. ¿Pero quienes hicieron las calles, el Obelisco, el centro de la Ciudad.? No precisamente el propietario. Pero ese este no hacer nada le reportó una millonada de dólares. “Ganancias no ganadas”. Pero a las que debieron pagar quienes necesitaban ocuparlo para producir. ¡Pingüe negocio para el propietario de la tierra, carga tremenda para el productor! Sin duda, como aconsejan las inmobiliarias, no hay en la Argentina mejor negocio que la tierra. Ni peor que el de trabajar ¿No es para pensar que estamos bajo una legislación que hace de la Argentina mundo del revés?

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