martes, 1 de septiembre de 2009

HAY QUE REEMPLAZAR “IMPUESTOS” POR “EXPENSAS” Por H. Sandler.

Héctor Sandler, Profesor Consulto, Derecho, UBA

Bienvenida la denuncia contra el escarnio impositivo.
Estupenda es la vivisección que han hechos los autores del artículo “Los Impuestos y los Tributaristas”. Cualquier persona con dos dedos de frente (no arruinada sus entendederas por la especialización técnica) lo entiende. A partir de su entendimiento se capta de un vistazo la intrínsico malignidad social de los impuestos. Constituyen la peor rémora del “mundo antiguo”. El mundo que ha sido dejado atrás a partir del Siglo XVII en todas las esferas de la vida social humana. Menos en lo que hace a los recursos del Estado, donde sigue imperando el voluntarismo de los gobiernos, su capricho y arbitrariedad.
Son ellos el peor impedimento para que la democracia demore tanto en concretarse. Lo que determina que los administradores de la cosa pública dejen de serlo para pasar a ser “señores de horca y cuchillo”. Es la causa por la que la democracia republicaba es sustituida en una “cleptocracia”, política y social. Con el daño colateral, nada insignificante, de borrar de un plumazo todos los derechos y garantías individuales establecidos en los artículos que corren del 14 al 20 de la Constitución Nacional. ¿O acaso en materia de impuestos no están los ciudadanos obligados a “declarar contra sí mismos”? ¿O acaso por causa de los impuestos resta algo que este exenta de la autoridad de los magistrados?.

Los impuestos reviven en plena era de la modernidad lo peor del mundo antiguo: la voluntariedad caprichosa de los gobiernos y la sujeción servil de los ciudadanos. Negar este efecto es negar la libertad individual, la igualdad y la esencial fraternidad que se deben los hombres modernos. Sin estos derechos la democracia, creada por y para los hombres comunes, puede llegar a convertirse en su contrapartida: la servidumbre general impuesta por el caudillismo feudal y la demagogia populista.

Urge completar la Revolución Moderna
Si las cosas son asi, como la prueba el articulo que comentamos, la gran revolución moderna debe completarse con la eliminación de los impuestos. El grado de rapidez y de profundidad con que se lo pueda hacer en cada sociedad depende, primero, de un dominio claro de los conceptos por parte de la gente cultivada y , después, de la capacidad de los políticos decentes para ilustrar a sus conciudadanos, pues para estos la democracia ha sido inventada. Y el cambio del sistema de recursos del Estado debe ser democráticamente producido.

Un nuevo orden social necesita nuevos conceptos
¿Cuál es la primera herramienta para avanzar hacia el cambio indispensable? La formulación de un recto concepto mediante el pensamiento.
Hay que tener presente que en Derecho los mejores resultados provienen de una previa idea correcta. Los hombres, por la naturaleza, son lo que son desde el comienzo de la historia. Pero solo son “personas” modernas en la medida que el pensamiento acuñó y ha ido perfeccionando el concepto “sujeto de derecho”, en todas sus variadas dimensiones. Así la mayoría de los conceptos legales son como ladrillos, indispensables para la construcción de un ordenamiento legal más humano.

Apliquemos esta idea al problema que han denunciado los autores del artículo que comentamos. Ahora en miras a la eliminación de esa lacra social llamada “impuestos”..
Para hacerlo en lugar usar el concepto “impuesto” (nombre cuya etimología habla a las claras de ser algo contrario a la libertad), tenemos que inventar otro. Uno modo que asegure la formación del indispensable tesoro público, para soportar el siempre creciente gasto público, ¿Quién en democracia no quiera más salud, más educación, mas seguridad?
Necesitamos un concepto operativo mediante el cual hagamos realidad una contribución anual aportada por cada habitante. Algo de modo semejante a cómo se forma el “fondo” de un consorcio para afrontar los gastos comunes. Cada copropietario, con ese fin, no paga “impuestos” impuestos, sino “expensas. Las expensas no son impuestos fijados voluntariosamente por el “gobierno” del consorcio. Son cuidadosamente calculadas sobre la base de un “presupuesto de gastos” democráticamente aprobado y son voluntariamente obladas por cada copropietario. En proporción a la “superficie” de la que cada uno es dueño. Aquí tenemos todas las claves esenciales para un sistema moderno de recursos para el Estado. Compatible con la libertad y la igualdad y necesario para la democracia.

La propuesta
¿Cuál ha de ser la base de un sistema de “expensas políticas” para formar el “tesoro” del estado?. A semejanza con la idea matriz tomada como inspiración de la ley de propiedad horizontal, todo aquel que ocupe un pedazo de tierra (rural y urbana) ha de pagar un tanto por ciento del valor de mercado de la superficie que ocupa. No importa para nada el valor de lo que en ella ha construido o produzca. Como en una playa de estacionamiento, no le importa al garagista el modelo de auto que se estacione. Cobra por la superficie que el vehículo ocupa.
En este sistema no hace falta ninguna declaración jurada. “Objetivamente” es el mercado quien fija los valores de los terrenos. Nadie puede “eludir” nada, pues todos sabemos el valor del precio de la tierra que nuestro vecino ocupa.
Aclaración: a partir de este concepto no todo es lavar y cantar. Hay que mover la mollera para organizar el sistema. Pero hagámoslo. Pronto, antes que el país acabe en ruina total. Hagámoslo en conjunto, sin prevenciones ni prejuicios, con la inmensa alegría de saber que, lográndolo, nos libraremos de la peste impositiva actual.

1 comentario:

Guillermo Andreau dijo...

Como estará de trastornada nuestra intelectualidad que siendo un mandato de la Revolución de Mayo todavía no se cumple con este sistema moderno de recursos del estado.
Como sera la incapacidad de nuestros economistas que ni siquiera son capaces de "copiar" el sistema de recursos de países que funcionan y con los que siempre nos comparamos -Australia, Nueva Zelandia, Canadá, y ultimamente China, Chile y Brasil-. Evidentemente no hay peor sordo que el que no quiere oir y a los economistas argentinos no le entran balas.