martes, 22 de septiembre de 2009

UN PENSAMIENTO MODERNO PARA UNA SOCIEDAD MODERNA

Hector Raúl Sandler, Profesor Consulto, Derecho, UBA

Luego de escuchar atentamente la exposición del Dr. Antonio Margariti-en http://elrelativismojuridico.blogspot.com/2009/09/neoliberales-necios-que-acusais-sin.html-, y leer la miríada de impuestos que destruyen la actividad de trabajadores e inversores y deprimen el poder de compra de los consumidores, viene a mi mente lo expuesto por Henry George hace más de un siglo en su olvidado libro “PROGRESO Y MISERIA ”.
Se trata de una genial y realista indagación sobre la causa del aumento de la pobreza en un mundo que – paradójicamente - se destaca por el increíble aumento de la riqueza.
El problema de la pobreza no esta en la capacidad científica y técnica para producir riqueza ni en la falta de voluntad o ingenio de los productores. La falla hay que buscarla por el lado de la “distribución” de la riqueza producida. En este lado tiene un papel relevante el orden legal o sea el derecho positivo dictado por el Estado. ¿No es acaso el “derecho positivo” la fuente de los impuestos vigentes que denuncia Margariti? ¿Habrá que borrar de un plumazo todos los impuestos y dejar colgado en el aire a los gobiernos?. No es esta la solución de la Revolución de Mayo ni la propuesta por la Constitución. Necesitamos entonces otro sistema de recursos para el Estado. Uno que en lugar de ser el palo en la rueda de la producción y el consumo, los aliente en beneficio de todos.

De esto se ocupó con claridad insuperable Henry George. Su pensamiento concreta rigurosamente los principios inspiradores de la Revolución de Mayo y los orgánicos de la Constitución Nacional. Es necesario entonces que los trabajadores asalariados, los empresarios, los dirigentes sindicales, los políticos democráticos y los intelectuales responsables conozcan este pensamiento, mediten sobre sus alcances y en movimiento para emanciparnos de la pobreza construyamos entre todos la sociedad moderna que anhelamos.
Que entre todos reconstruyamos nuestro país, destruido por el sistema de impuestos vigente creado en 1932. Para esto repasemos a Henry George:
“PROGRESO Y MISERIA”
CAPITULO 22
CAMBIOS NECESARIOS EN LA VIDA ECONÓMICA Y SOCIAL


Eliminados los impedimentos que ahora oprimen la industria y estorban el intercambio, la producción de riqueza podría avanzar con una rapidez ni soñada hoy día.
Al sustituir por un impuesto único sobre el valor de la tierra los numerosos tributos con que hoy se recaudan los ingresos públicos, las ventajas que se obtendrían aparecerán cada vez más importantes a medida que se examinen.
Abolir los actuales impuestos, cuyas acciones y reacciones entorpecen todos los engranajes del cambio y oprimen todas las formas de la producción, sería como quitarle de encima un peso enorme a un resorte poderoso. Impulsada por nuevas energías, la producción entraría en una nueva vida y el comercio recibiría un estímulo que se sentiría en las más remotas arterias.
El actual sistema tributario obra sobre el cambio como desiertos y montañas artificiales. Hacer pasar las mercancías por una aduana puede costar tanto como hacerles dar la vuelta al mundo. La actual tributación obra sobre la energía, la laboriosidad, la destreza y el ahorro, como una multa impuesta a estas cualidades. Si habéis trabajado con ahínco en construiros una buena casa, mientras yo me he contentado con vivir en una choza, el recaudador de impuestos vendrá ahora cada año para haceros pagar una multa por vuestra energía y actividad, gravándoos más que a mí. Si habéis ahorrado mientras yo malgastaba, os multarán, mientras que a mí me eximirán.
Castigamos con un impuesto al que cubre de grano maduro los campos estériles; multamos al que instala maquinaria y al que deseca un cenagal. Hasta qué punto estos impuestos pesan sobre la producción, sólo lo comprueban quienes han intentado seguirlos a través de sus ramificaciones porque su mayor peso recae en el aumento de los precios. Estos impuestos son, sin duda, semejantes al que el bajá egipcio puso a las palmeras. Si no inducen a talar los árboles, por lo menos disuaden de plantarlos.
La Actividad debe Desgravarse
Abolir estos impuestos sería quitar a la actividad productora todo el enorme peso de la tributación. La aguja de la costurera y la gran fábrica, el caballo de tiro y la locomotora, la barca de pesca y el buque de vapor, el arado del labriego y las existencias del mercader, quedarían igualmente desgravados. Todos los hombres serían libres para hacer y ahorrar, para comprar y vender, sin ser multados con impuestos ni ser fastidiados por el recaudador. El gobierno, en vez de decir, como ahora, al productor: «Cuanto más aumentes la riqueza general más impuestos pagarás», le diría: «¡Sé tan activo, tan ahorrador, tan emprendedor como quieras y tendrás toda tu plena recompensa¡ No serás multado por hacer crecer dos hojas de pasto donde antes crecía una; no pagarás impuesto por aumentar la riqueza general.»
¿No ganaría la sociedad al negarse a matar la gallina de los huevos de oro, al quitarle el bozal al buey que trilla el grano, al dejar a la actividad, el ahorro y la destreza su natural recompensa completa e intacta? Pues también para la colectividad hay una recompensa natural. La ley de la sociedad es «cada uno para todos», lo mismo que «todos para cada uno». Nadie puede guardarse para sí el bien que puede hacer, como tampoco puede guardarse el mal. Toda empresa productiva, además de la ganancia del que la lleva a cabo, da indirectamente ventajas a los demás. Si un hombre planta un árbol frutal, su ganancia está en recoger la fruta en su tiempo y sazón. Pero además de esta ganancia, hay otra para toda la colectividad. Otros que no son el dueño se benefician del mayor suministro de fruta; los pájaros que se acogen al árbol vuelan lejos; la lluvia a que coadyuva no cae solamente en su campo; y hasta a los ojos que de lejos lo miran les da una sensación de belleza. Y así ocurre en todo lo demás. La construcción de una casa, una fábrica, un barco o un ferrocarril, benefician a otros, además de los que obtienen las ganancias directas.
Bien puede la sociedad dejar al individuo productor todo lo que le incita a esforzarse; bien puede dejar al trabajador toda la recompensa de su trabajo y al capitalista todo el interés de su capital. Pues cuanto más producen el trabajo y el capital, más aumenta la riqueza conjunta de que todos pueden participar. Y esta ganancia general se expresa de un modo definido y concreto en el valor o renta de la tierra. He aquí un fondo que el Estado puede adquirir, dejando que el trabajo y el capital obtengan íntegras sus propias recompensas.

Eliminados los impedimentos -IMPUESTOS- que ahora oprimen la industria y estorban el intercambio, la producción de riqueza podría avanzar con una rapidez ni soñada hoy día.

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