sábado, 5 de diciembre de 2009

LECTURAS PARA EL BICENTENARIO: FUNDAMENTACION ECONÓMICA DE LA DEMOCRACIA


Arturo Orgaz
( El Espíritu Autoritario , Códoba, Imprenta de la Universidad Nacional de Córdoba, junio 1945. Se transcriben los párrafos más significativos)


El porvenir de la democracia, en la que actúan quijotes, sanchos, barberos, curas, bachilleres, amas, sobrinas, magos, gigantes, rnalandrines, follones, dulcineas, galeotes, carneros, molinos de viento y demás figuras de la tragedia humana, se nos impone buscar, para asiento de la fe política, una imagen a la vez armoniosa y dinámica en que se concierten el equilibrio de la justicia, la dignidad de la expresión moral, la legitímidad del derecho y la garantía de la libertad.
Demasiado se sabe, por nefasta experiencia, que una democracia meramente formalista, simplemente jurídica, sustentada en la atomización de una ciudadanía libre, incluso para dominar y para quedar dominada a favor del egoísmo, configura el sarcasmo. Será siempre vana ilusión de apóstoles miopes y eufóricos, querer realizar la democracia económica y cultural con desconocimiento de la economía democrática. Se afirma que el hombre debe ser económicamente libre para realizarse política y culturalmente. Y esto no tiene pizca de materialismo.
Los principios democráticos, alma del sistema, o están sobre el en todo él o no están. Ridículo es hablar de igualdad y de libertad frente a las irritantes traiciones que resplandecen como gemas de odio y de escarnio. Sería lo mismo que si a los paralíticos se les colgara un cartelito, muy artístico, que dijera: “Todos los hombres tienen derecho a moverse” y a los mudos se los declarara los mejores parlanchines del silencio. Porque sería tanto como justificar, santificar, el divorcio de las ideas con los hechos.
No cabe duda: si la democracia corresponde a un tipo de vida social, debe poseer sus propias y ciertas maneras de expresarse en cualquier aspecto de esa vida. Y bien: la verdadera razón de las crisis democráticas está en esta circunstancia que urge superar de manera definitiva: los principios van por la calle de la Verdad pero los hechos andan por la de la Mentira.
A simple vista, encuéntrase la contradicción de las ideas con los hechos en el seno de las democracias. Bella cosa es que no se toleren privilegios de sangre ni de bolsa, afirmándose la teoría de la igualdad y de la idoneidad, pero los privilegios económicos han creado verdaderos hiatos en la continuidad social y forman constante acusación, demasiado elocuente, contra la realidad orgánica de la democracia, Es verdad que no tenemos duques ni principes y que los esclavos son ejemplares de la fauna política extinguida, pero hay plutócratas que poseen tanto si no más poder efectivo que el de los nobles desterrados y existen grandes núcleos en permanente condición servil porque no encuentran oportunidades libres a qué aplicar su esfuerzo en forma compensatoria.
La opulencia realmente fantástica se exhibe frente a frente de la miseria no menos inverosímil y este desnivel por sí solo está proclamando la persistencia de la iniquidad. También existe el privilegio legalizado, so capa de protección industrial. La idea de proteger no despierta repugnancia y cuando se revisten las cosas con el noble manto del "interés nacional", pasa fácilmente el adefesio. Pero lo que realmente se logra es proteger a una minoría poderosa en desmedro y daño de la inmensa mayoría que, para proteger a aquélla, se desproteje y arruina.
Hace más de medio siglo conocemos el privilegio de la protección que, en último término, consiste en lo siguiente: el pueblo debe pagar a precio de carestía mercancías que, de mejor calidad y costo, podría consumir abundantemente. Ya es un lugar común la injusticia económica y la transgresión democrática que ha tomado carácter de normalidad jurídica, en cuyo favor hasta se hace valer el peregrino argumento de que es “patriótico” el empobrecimiento de millones de consumidores para que se enriquezcan unos cientos de felices privilegiados. Es el caso de aquellos salteadores que fundaron la sociedad de “Los protectores de las artes y las industrias" para dar decoro a sus actividades.

¿Qué decir del privilegio de la renta territorial? Ciertamente, en nuestro inmenso, rico y aun despoblado país, la tierra ha sido factor político de primer orden. Nuestra aristocracia, en general, ha sido oligarquía terrateniente y ha hecho sentir su imperio decisivo en todo tiempo. Demostrar la injusticia, en razón del privilegio que comporta el valor venal de la tierra desnuda, que autoriza la apropiación por un afortunado poseedor de valores no creados por él sino por el incremento social, se juzga por algunos actitud antisocial. Y lo realmente antisocial es precisamente lo otro: que todos trabajen y valoricen las cosas y que de ese valor, fruto colectivo, sólo aproveche alguien que no es la colectividad. Está tan arraigado el principio del despojo, que difícilmente se deja de ver en él un modo archilegítimo de quedarse con lo ajeno.

Allá por fines de 1915 me aventuré a iniciarme como conferenciante sobre temas sociales. Una tarde tórrida de noviembre, en el vestíbulo alto de una importante escuela, expuse mis ideas (“disolventes”, desde luego) sobre el problema de la tierra. Demostré la gravitación primordial en la suerte colectiva, del fenómeno agrario; expliqué las causas del valor económico de la tierra y cómo era posible de hecho e injusto y antisocial que la tierra adquirida por uno se vendiera por ciento, sin que el adquirente hubiera realizado obra alguna; revelé los peligros permanentes, más graves aun en los países jóvenes, del monopolio de la tierra y cómo una democracia verdadera debería realizar este propósito capital: la tierra debe desaparecer como fuente de especulación y convertirse en efectivo, fácil ejido y social elemento de trabajo nacional. Entre el auditorio se encontraba un excelente hombre, heredero de una importante fortuna, que había tenido como única habilidad, la de comprar tierras a vil precio y venderlas, cuando se ofrecía la tierra ocasión, a precio de sepultura. La idea que este hombre poseía de las cosas era simplísima: así como el parral da uvas, la tierra da pesos al que sabe especular; en los dos casos se trataba de frutos naturales Claro está que mi conferencia le sentó como un sinapismo a un llagado, y en lugar de analizar detenidamente, a conciencia democrática y cristiana el caso, salió a desparramar la especie de que yo estaba completamente loco y, agregaba para hacer más verosimil su juicio: “¡qué lástima, tan joven!”. Ignoraba el amable señor que mi locura resultaba contagio de Ricardo y Adán Smith, economistas clásicos, y de George, casi contemporáneo; no menos que de sociólogos como Spencer, de escritores sociales como Tolstoy, de estadistas como Turgot, sin olvidar por cierto a nuestro genial Rivadavia, Y que es preciso repetir lo que enunciara Echeverría en 1837: "El gran pensamiento de la Revolución no se ha realizado todavía. Somos independientes pero no libres o igualmente aquello de "industria que no tienda,a emancipar a las masas y elevarlas a la igualdad, sino a concentrar la riqueza en pocas manos, la abominamos".

Es sabido que Alberdi profesó análogas convicciones. He ahí el pensamiento liberador y democrático, permanentemente a permanecer imposibilitado por las múltiples formas del privilegio. Y ¿qué decir de una democracia en que el movimiento de la producción se proporciona al interés exclusivo de los industriales, con olvido del vital interés representado por la enorme masa de la población? ¿No se sabe, no se ha documentado la efectiva y anarquizadora acción de los "trusts”, contra la que se ha dictado una ley que jamás los alcanza? ¿No se legalizó cierta forma, de unión antidemocrática con las famosas “juntas”, bajo excusa de entregar el manejo de la producclón a los productores, sin que se asegurara a la economía de la población contra las maniobras especulativas de los precios? En principio, la producción pertenece a los productores; pero cuando se considera que ella tiene un destino social que le asigna un valor cierto y permanente, es inconcebible organizar la industria únicamente desde el punto de vista del capitalista productor que representa el interés lucrativo, con olvido del consumidor que representa el interés social. En ninguna junta tuvo jamás representación la masa consumidora que es todo el pueblo, incluso los productores.

Resulta, si se observa atentamente la realidad económica, una antítesis harto inequitativa: la del respeto máximo para los valores no ganados por quienes los disfrutan, contra la máxima exacción que castiga los valores ganados por el, trabajo. Basta considerar que los valores territoriales son objeto de imposición en “tantos por mil” y, excepcionalmente en uno por ciento, mientras los frutos del trabajo (sueldos, salarios, etc.) soportan enormes gravámenes en forma indirecta y, a veces, en forma directa por la revaluación del oro, por el abuso del crédito público bajo forma más o me disimulada de emisiones; en fin, por el encarecimiento de la vida de que es signo la inflación. Cuando se afirma que un hombre “gana” con su trabajo cierta suma, se dice algo bien diferente que cuando se alude a que el dinero tal interés o la tierra tal renta. La verdad es que, gana socialmente hablando, la ganancia del trabajo entraña compensación de esfuerzo y de concurso solidario, lo que no ocurre en los otros casos. Por algo el préstamo a interés, durante mucho tiempo, fué visto como inmoral y la renta territorial, en todo el mundo y en todo tiempo, ha buscado un justificarse sin lograr que se formule una doctrina medianamente compatible con el sentido social de los valores. Véase un ejemplo relevante: un sujeto, trabajando durante un año logra un salarlo global de dos mil quinientos pesos. Un terrateniente que no trabaja, porque vive de rentas, es decir, del trabajo que otros aplican a la tierra, percibe cuatro veces más. Ahora bien: aquella ganancia del que trabajó un año aparente en apreciable monto, pues se consume inmediatamente por imperio de necesidad perentoria; en tanto que la renta no ganada no está referida a la necesidad del que la disfruta sino a la necesidad de quien la paga para poder por usar de la tierra que trabaja. Una democracia que no advierte y salva tamaña desigualdad, eleva a poder social la ventaja sin beneficio para el común, en proporcional medida que disminuye la garantía para el esfuerzo útil. En vano se proclamará enfáticamente que no existe otro título para el dominio de las cosas y su legítimo aprovechamiento, que el trabajo, mientras los hechos demuestren exactamente lo contrario.

Socialmente hablando, existe un límite para el lucro teóricamente reconocido, trátese de interés del capital que se presta o de los precios de las mercancías o de la renta territorial bajo forma de arrendamientos u otros tipos de retribución al señor de la tierra. Pero como no se ha llegado a crear el justo equilibrio de la necesidad con la libertad, en el hecho resulta, a cada paso, excedido y burlado aquel límite. Y es natural que así ocurra, dentro de una economía que nada tiene de democrática; pues si la necesidad se ve forzada a contratar no siendo libre, ha de encontrarse con la libertad que no padece necesidad y ésta maneja la situación e impone que el sacrificio de la necesidad sea la ganancia de la libertad antisocial. Muy poco se logra con perseguir el préstamo usurario, con gravar la actividad de los prestamistas y con imponer eventuales reduccíones de los arrendamientos. Lo interesante, como conquista de la justicia social, sería que no hubiera porqué someterse a exigencias extorsivas: el usurero como el rentista puro, es decir, el que recoge sin sembrar, son productos de estados sociales, como los hongos son manifestaciones de la humedad. Se los crea y luego se los maldice. Nuestras sociedades se parecen mucho a aquel simpático alcoholista que, atacado de violenta cirrosis, resolvió escribir un apóstrofe contra el abominable hígado.

El reconocimiento de que al tipo democrático de organización social debe corresponder cierto módulo económicomico, no impide mantenerse fervorosaníente como soldado de la espiritualización de la existencia. Opino, como Baldomero Argente: "Es, en efecto, el espíritu quien urde la Historia y crea la Civilización; pero el espíritu condicionado, encauzado, señoreado por el factor económico, cuyas etapas se cumplen por virtud de las leyes inmanentes, hasta el punto de que, reproducidas aquellas etapas económicas, el espíritu recae en las mismas creaciones, descubriendo el nexo irrompible que a unas y otras encadena. A esta luz, el pasado se ordena e ilumina y fosforecen en la oscuridad del futuro lógicas persuasivas, adivinaciones del porvenir”.

Hace ya varias décadas, el profesor Aquiles Loria produjo un libro que atrajo extraordinaria atención y circuló en varios idiomas por el mundo; originariamente se denominó "Teoría Económica de la Constitución Política” y en ediciones últimas,”Las bases económicas de la Constitución Social” que, sin duda, traduce mejor su contenido. ¿Qué se proponía el eminente hombre de estudio? Lo expresa con precisión en el breve prólogo: demostrar “que la codicia, el sórdido y mezquino egoísmo, el espíritu de escuela y de casta, gobiernan nuestra sedicente democracia; ha desenmascarado aquella deidad política que solíamos decorar con los nombres más altisonantes y pomposos; y, levantando el velo que la encubre, ha mostrado que allí donde se creía encontrar a la mística Isis, no hay sino un ávido y despiadado cocodrilo". Estas palabras no pertenecen al pasado, por desgracia.

La democracia, pues, tiene que comenzar a edificarse desde la ordenación económica: todavía posee sentido aquella divisa que estuvo en el alma de los que en la vieja Italia, en la sombría Rusia de los zares, en la España de los cacicazgos y en la América de las redenciones presuntas, proclamaban: "tierra y libertad". El árbol de la justicia social debe penetrar sus raíces en la tierra, donde se esconde el. sudor de los labriegos y se hunde la uña del arado. Es la base firme o deleznable del edificio de la solidaridad según el grado de profundidad de ese arraigo.

El único gobernante nuestro de extraordinaria clarividencia en política agraria, fué Rivadavia quien por eso se atrajo el, odio mortal de los señores feudales a que representó brillantemente Rozas. Después del frustrado intento rivadaviano de conservar la tierra para la Nación, la inmensa riqueza territorial del país sirvió para crear un tipo de sociedad en que el privilegio se llamó derecho y en que el derecho a la vida se denominó servidumbre de la gleba. ¿De qué vale cantar al agricultor su proeza magnífica si en el corazón del fruto está la maldición de la tierra esclavizada por el privilegio?

En pocas palabras: para que sea legítimo hablar de democracia, corresponde crear un tipo de economía social en que el hombre sea libre y obtenga justicia y dignidad. Mientras tal no acontezca, se vivirá en la esfera de la ficción con todos los peligros de pensar de una manera y obrar de otra. Es la dualidad más desdichada que puedan padecer los pueblos. El mismo Loria a quien recordaba antes, denuncia esa contradicción fatal: "la sociedad tiene hoy apariencias de vigor y de florecimiento que parecen desafiar toda amenaza; pero, si aproximamos el oído, percibiremos esta apariencia de orgullo y de vida que es roída por la lenta carcoma de la muerte. Un fúlgido manto recubre a la sociedad capitalista; pero si miramos de cerca, veremos que un borde de ese man¬to es negro y que el borde se extiende se extiende hasta que el espléndido paño que envuelve a la sociedad no es más que el fúnebre sudario que debe recubrirla', He ahí el cuadro de la estupenda brillantez técnico política del mundo envuelto en el sudario de la más horripilante guerra de exterminio.

Hay que dignificar el trabajo, no en discursos pomposos ni en cantos escolares sino, en primer término, haciendo del hombre que trabaja una unidad de justicia y de seguridad para que su propia vida sea una canción de civilidad armoniosa. Para ello, se impone la práctica de una moral fundada en el deber de servicio social, no como maldición totalitaria sino como aprendizaje cordial. Y todos los desarreglos que nos traen las mistificaciones de diverso orden, desaparecerán con los remedios de la auténtica democracia. Todo esto parece divagación de insomnio. Pero cuanto de grande ha concebido la mente humana, cuanto sirve a la vida noblemente realizada lo mismo la bombilla eléctrica que la verdad científica, el agente microbicida que la institución revolucionaria - ha sido en algún momento simple enunciado audaz de un espíritu tocado de aventura. Y volvamos a don Quijote: no confundamos los inofensivos molinos de viento con descomunales gigantes; eso sería locura; pero tampoco tomemos a los gigantes del mal social como a inocentes molinos de viento, porque eso es inexcusable estupidez.

Copia realizada por el ICEPAL (Instituto de Capacitación Económica para América Latina). Se autoriza su reproducción y divulgación citando las fuentes.
ice_argentina@speedy.com.ar
www.icepal.com

1 comentario:

Ruso dijo...

Quisiera hacer una crítica constructiva, sería bueno que los enlaces fueran realmente enlaces (que se pueda hacer click), y hay que corregir la dirección del ICEPAL, es .com.ar, y no .com
También deberían ser más permisivos con las posibilidades para comentar.
Saludos!