sábado, 17 de julio de 2010

La Autodestrucción Argentina. El efecto Neoliberal.


CONDICIONES PARA UNA CIUDADANÍA RESPONSABLE
Héctor Raúl Sandler, profesor Consulto, Derecho, UBA
Una encuesta alarmante
En su articulo “Por una ciudadanía responsable” ( La Nación ,15 de julio de 2010), informa Natalio Botana que encuestas realizadas en 18 naciones muestran que los argentinos valoran alto a los individuos y a la familia , pero guardan poca estima por su propio país y al mundo. Los individuos y la familia reciben una opinión positiva del 82% en la Argentina, del 91% en Brasil y del 84% en Uruguay. La gran diferencia surge cuando se mide la estima que las sendas poblaciones de esas tres naciones tienen respecto de su propio país y del mundo. El caso argentino alarma. La positiva respecto del propio país y del mundo en Brasil es del 75% y 61% respectivamente. En Uruguay del 59% y 35%. En la Argentina solo del 19% para con el país y del 20% en relación al mundo. “El asunto da que pensar”, dice Botana agregando.”¿Habría que dar acaso razón a Borges que declaraba que los argentinos eran individuos y no ciudadanos”, cada uno satisfecho consigo mismo y su familia, pero hostiles a su país y al entorno mundial?.
“No es sencillo encontrar alguna pista de explicación”, escribe Botana. En una democracia – como la que vivimos desde 1983 –, la ciudadanía como afecto para con el país y sentimiento de vinculación con el mundo es, a su juicio, “una instancia que debería ser capaz de arrancar al individuo de su contorno más inmediato para lanzarlo a la acción que persigue plasmar, aunque más no sea ocasionalmente, tras el perfil del interés general”. Ella se manifiesta cuando el individuo proyecta sus afectos mas alla de su familia al país todo y tiende a vincularse con el resto del mundo traspasando las fronteras nacionales. “Estos dos parámetros están flaqueando entre nosotros” sostiene con preocupación y considera que es una importante cuestión política saber las causas de tal menosprecio respecto del propio pais y del mundo.
Según Botana “cuando se trata de defender un interés en un sector de la economía y del empleo, o en un punto geográfico, la ciudadanía vibra, se enfervoriza y se apropia del espacio público”, en los hechos , sus representantes políticos van a remolque de los acontecimientos. Es harto frecuente que asuman su rol de representantes solo previo cálculo de los beneficios a obtener haciéndose eco de lo que en la ciudadanía manifiesta. Muchos años atrás, señalábamos nosotros una creciente fractura entre “representantes” y “representados”, tanto en el ámbito político como en el sindical y empresarial. No es algo exclusivo de la democracia instalada en 1983. La fractura de era patente ya en los 1960. La floja representatividad política, sindical y empresarial fue una de las causas que facilitó, cuando no alentó, a los militares dar los golpes de estado en los años 1966 y 1976.
Continua afirmando Botana que no hay fervor general ni vibrante ciudadanía “cuando la política a través del liderazgo que se forja en los partidos políticos busca proponer una empresa mucho más amplia”, como las que importan un "proyecto de nación" o "proyecto de país". “En estos casos las convicciones decaen o abren paso a un choque con gobernantes adictos a la confrontación”. Hay entonces un repliegue hacia el individualismo y la política queda encapsulada en conflictos sectoriales. La representatividad, clave esencial para una democracia orgánica y fluida, no funciona. Los representantes pierden peso específico. Muchos, a pesar de su buena voluntad y expresos discursos, actúan como si no atinaran a insertar sus propuestas o decisiones en el “interés general”. El escenario es ocupado por intereses particulares, de sector, de grupos e incluso de simples y desconocidos individuos. Esta descomposición de la relación “representantes/representados” genera sedimentos de corrupción que se depositan y acumulan a través de sucesivos gobiernos, destaca Botana. Todo esto es bien visible. Lamentablemente a esta altura de su artículo el autor que comentamos pareciera perder el hilo de Ariadna, necesario para avanzar en el laberinto social argentino a fin de llegar a alguna conclusión firme que permita impulsar a una acción correctora del estado de cosas.
El desencanto político
Casi al cierre de su escrito llama Botana a fijarse en lo que podría denominarse el actual “eje” Buenos Aires/Caracas, La existencia de esa vinculación entre el gobierno nacional argentino y el caraqueño es cosa bien visible. Pero si deseamos encontrar causas más profundas de estos vaivenes de los gobiernos argentinos y al mismo tiempo explicar aquellas alarmantes estadísticas que hablan del decaimiento de un espíritu público de amplias miras, no podemos limitarnos a este hecho coyuntural. Ni siquiera al gobierno que lleva un septemio en el poder. Debemos formularnos interrogantes más abarcativos. Preguntas que tras reconocer la fractura entre representantes y representados exploren cuáles factores exógenos a los individuos condicionan , cuando no dominan, a los sentimientos y voluntad de la ciudadanía. ¿No habrá alguna falla sistémica en las raíces de nuestro orden social? ¿No serán esos fenómenos alarmantes expresión involuntaria de fallas existentes en lo profundo de nuestra constitución real? Tener presente el sistema u orden general en el que los individuos viven y actúan es decisivo. Los alemanes no hablan el idioma de Goethe ni los españoles el de Cervantes por gusto o preferencia sino porque es “lo que se habla” y sabido es que acatar lo que se habla, es condición de vida y sobrevivencia. ¿Por qué la actual democracia – querida por tanta gente desde los 1983 y a la que nadie quiere resignar - da lugar a una ciudadanía que oscila entre el egoísmo individual y doméstico a explosiones masivas que ponen en riesgo a su existencia?
Nuestra idea es que la reciente democracia política ha acabado desencantar a los argentinos. Y lo curioso es que este desencanto ocurre a pesar que los habitantes de nuestro país están ampliamente dotados para formar un orden social de alta complejidad en todas las esferas de vida, en especial en la cultural y la económica. En ambas la Argentina maravillaba al mundo hace menos de un siglo. ¿Será causa de nuestro decaimiento nada menos que la democracia? Sería doloroso tener que aceptar esto cuando se dispone de una relativamente elevada cultura y un increíble repertorio de recursos naturales. Me permitiré recordar una anécdota vivida en el extranjero. En una conversación sostenida con un reclutador de CEO, me decía en actitud de alabanza para nuestra gente, que presentándose candidatos de varias nacionalidades para ocupar algún puesto gerencial, en paridad de condiciones técnicas, el prefería elegir al que fuera argentino. Me llamo la atención su preferencia y no pude dejar de comentarle que era realmente contradictorio que siendo los ejecutivos argentinos tan buenos, el país sufría los problemas sociales tan graves. Al toque me replico: “Ah no, eso es otra cosa. Como individuos son excepcionales. Pero cuando se los junta a todos, el sistema colapsa”. ¿Seremos los argentinos seres tan carentes sociabilidad como para que no podamos aunar esfuerzos? No es posible pensar tal cosa cuando ve su desempeño en el exterior. Menos aun si uno hojea las guías telefónicas de Nueva York y Buenos Aires. Es notable la similitud de los apellidos entre los americanos de allá y los de nuestro país. En ambos la mayoria de la población esta integrada por descendientes de quienes, una vez, “bajaron de los barcos” para hacerse el porvenir que en su patria les era negado. SE necesita otra explicación para aclarar el enigma que me presentara mi entrevistado.
El derecho positivo y el orden social
La causa hay que buscarla en el orden social efectivamente constituido, en cuya conformación el papel más directo, en el Estado moderno, corresponde de modo principal al derecho positivo, a la legislación vigente. Años atrás Carlos Garcia Martinez escribió dos libros que conviene repasar. En uno, premiado en 1963, describió las causas del estallido de la inflación argentina a partir de los 1940. El otro – escrito en 1969 – lleva el sugestivo nombre “La telaraña argentina. Economía política de la decadencia”. Los fenómenos que allí describe no son propios del “orden natural”. Su causa directa (no importa quienes lo dictaron ni los fines que lo motivaron) fue el derecho positivo. Disponemos de otra prueba sobre el daño que puede causar el derecho positivo. El economista, Juan Carlos de Pablo, escribió dos tomos narrando la evolución de la “Economía Argentina en la segunda mitad del Siglo XX”. En prolijo inventario incluye todas las normas coactivas regulatorias de la economía nacional; desde los Códigos hasta simples resoluciones administrativas. Se pueden hacer dos grupos con ese conjunto legislativo. Uno que corre desde 1862 hasta 1943 y otro desde 1943 a 1999. Desde el punto de vista económico – a la luz de los resultados finales de cada etapa - puede considerarse al primero, en grueso, etapa de progreso; al segundo, etapa de estancamiento y decadencia. ¿Qué relación guardan la legislación positiva dictada con los resultados de esas etapas? El siguiente: para ordenar la economía desde 1862 a 1943 se dictaron en total 262 normas coactivas, Con el mismo fin, de 1943 a 1999 fueron dictadas nada menos que 8.600. Saque el lector sus conclusiones. La peor inflación que ha sufrido la Argentina no es la monetaria; es la legislativa, que es causa directa de la otra. A la vista de estos datos no es aventurado sostener que el derecho positivo ha pasado a ser una de las principales causas de la ruina argentina. En semejante orden social la democracia no basta para cumplir su sentido primordial: mejorar la condición de vida de todos mediante gobiernos elegidos por todos. Otras razones convierten a la democracia en un catafalco, el que se mantiene en pie solo por la voluntad de mantenerla luego de habernos convencido que el ministro italiano Enaudi tenía razón: “la democracia es preferible por que para un país es mejor contar las cabezas que romperlas”. Pero la democracia no basta para recobrar el impulso necesario para recobrar la prosperidad que una vez tuvimos.
Ciudadanía política y ciudadanía económica
Sin ciudadanía, es verdad, no hay democracia. Pero la palabra “ciudadanía” es muy genérica y alude a una realidad mucho mas compleja que a la mera atribución de derechos del individuo para que con arreglo a un sistema electoral se constituya el gobierno. Hoy la ciudadanía política se adquiere por el simple cumplimiento de determinada edad y se ejerce sustancialmente en los actos electorales generales y, en algunos casos, en grupos y cuerpos menores. En la vida moderna la “ciudadanía política” es solo una de las varias “dimensiones” que la ciudadanía tiene. En el mundo actual y en especial para la Argentina, la “ciudadanía política” (derecho a elegir y ser elegido para gobernar), no basta. Hay que reparar a lo que denominamos “ciudadanía económica”. La ciudadanía económica consiste en dos derechos fundamentales: 1) el de gozar todo individuo el derecho a elegir en dónde, en qué, cuando y cómo trabajar; 2) el inseparable derecho a gozar del pleno fruto de su trabajo. Esta ciudadanía económica no debe ser confundida con la que puede llamar “ciudadanía social”. La tiene todo aquel a quien los gobiernos mediante un derecho positivo coyuntural le facilitan disfrutar de la riqueza producida en el país, aunque no trabaje. Disfrutar, por ejemplo, de un “plan trabajar” o a de un “salario universal mínimo”, puede ser socialmente necesario; pero no forma parte de la “ciudadanía económica” en los términos por nosotros definida. La ciudadanía económica en Argentina es reconocida por el Art.14 y sus correlativos en la Primera Parte de la Constitución originaria de 1853. Se piensa, en general, que esta ciudadanía económica fue plena a partir del último tercio del siglo XIX; no es la verdad estricta, pues nunca alcanzó su plenitud. Para peor, a partir de ciertas fallas estructurales iniciales, sobre las que hablare mas abajo, la ciudadanía económica entre nosotros fue degradándose cada vez más, sobre todo desde los 1930. En la actualidad luce como excepción y casi siempre merced a un privilegio dictado en lugar del recto derecho.
La ciudadanía económica depende del orden económico
Lo más importante en esta materia es que así como la existencia y ejercicio de la “ciudadanía política” solo se da en un tipo de “orden político”, la “ciudadanía económica” solo es posible dentro de un tipo de “orden económico”. Los tipos de ordenes económicos que el hombre ha sido y es capaz de constituir son harto variados. Forman una clase especial los llamados “de mercado”. Dentro de ésta clase hay muy variados tipos, pero la nota dominante es que la actividad económica de productores y consumidores responde a “sus propios planes”. El economista contemporáneo Walter Eucken, examinando morfológicamente la historia de la humanidad, muestra que son posibles 25 formas de mercado, según el grado de libertad por el lado de la oferta y de la demanda. Pero una y solo una es de “libre concurrencia” por ambos lados. Hacia este tipo apuntó la Constitución de 1853. En este tipo de orden económico la ciudadanía económica de los individuos alcanza su plenitud; y se degrada en medida que intereses y fuerzas internos o externos limitan la libertad de oferta y de demanda en creciente número de bienes transables. No existe en los órdenes económicos centralmente dirigidos por el Estado.
Juan Bautista Alberdi, hombre de su tiempo tuvo mas claro que ningún otro en America Latina cual era la base central material para una sociedad de hombres libres, susceptibles de ser tratados en pie de igualdad, laborando en condiciones de mayor “fraternidad”: afecto este ultimo llamada desde hace poco “empatía humana”. Al comentar en 1854 la Constitución Argentina recién dictada, escribió Alberdi de modo claro: “La libertad económica no es la libertad política. Ejercer la libertad económica es trabajar, adquirir, enajenar bienes privados: luego, todo el mundo es apto para ella, sea cual fuere el sistema de gobierno. Usar de la libertad política es tomar parte en el gobierno; gobernar aunque mas no sea que por el sufragio; requiere educación, cuando no ciencia; es el manejo de la cosa pública. Gobernar, es manejar la suerte de todos; lo que es más complicado que manejar (cada uno) su destino individual y privado. He aquí el campo de la libertad económica, que la Constitución argentina asimila a la libertad civil concedida por igual a todos los habitantes del país , nacionales y extranjeros por los arts.14 y 20” (J. B. Alberdi, “Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina Según La Constitución de 1853”, Introducción).
Caso de “fraude legis” contra la Constitución
La concepción de Alberdi, institucionalizada en la Constitución de 1853, sufrió dos golpes terribles para desgracia de la naciente sociedad argentina. Ambos fueron dados mediante la ley positiva. El primero provino del Código Civil, el que (contra la opinión de Alberdi) reprodujo el sistema de propiedad sobre la tierra de la Antigua Roma. El segundo gran golpe contra nuestra Constitución –relacionado con la ciudadanía económica - fue dado en 1932, al dictarse de “modo provisorio por 3 años” la ley de impuesto a los réditos. Esta ley fue el germen del actual sistema de impuestos, que alienta la especulación con la tierra a la vez que castiga al trabajo, la inversión de capital , la producción y el consumo, Ambos – Código Civil y sistema de impuestos – conforman una prensa que aplasta a la ciudadanía económica. Sobre su ruina florece el “clientelismo” a la vez que por ella marchita la democracia.
Estamos pagando el alto costo de haber erradicado a la “ciudadanía económica” con la engañifa de la ampliar la “ciudadanía política. Quien se duela por estas consecuencias ha de obrar desde el lugar que ocupe para que mediante un nuevo derecho positivo, poner en vigencia los principios de la Constitución Nacional originaria, fraudulentamente cancelados por aquel doble sistema legal. Este obrar supone algo muy importante. Algo que no es cosa material, ni económica ni legal. Es algo propio de la cultura: un cambio espiritual. Para lograr este cambio más se requiere de hombres preocupados por el asunto que de enojadas multitudes.
Se dice que basta una chispa para poner fuego al más vasto pastizal. Nuestra democracia política sin sustento en la ciudadanía económica puede hacer del país un peligroso pastizal. Pero lograr estas transformaciones demanda un cambio cultural. Llevar este adelante es tarea difícil; pero no imposible. Además ofrece una ventaja. Cada uno puede cambiar por su propia cuenta. Basta con que en serio quiera cambiar su propio modo de pensar, de sentir y de querer. Y no olvidemos, uno más uno, en esta materia hacen más de dos. Entonces la democracia política recobrará el noble sentido que tiene y que, lamentablemente, está en riesgo de perder.
Julio 16 de 2010.

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