martes, 12 de octubre de 2010

Antecedentes de la Revolución de Mayo: Jesuitas expulsados de America


La expulsión de los Jesuitas de America explica el origen del fenómeno Revolucionario de 1810 y también la contrarrevolución al sistema jurídico rentistico -judeo-cristiano- de recursos del Estado -sostenida por el cristianismo primitivo y por la Revolución de Mayo según su Constitución de 1853- hacia el sistema “Canónico-Neoclásico” -dominante en nuestras Facultades de Derecho y Economía hoy- que se dio a partir de la sanción del Código Civil; para permitir la apropiación privada de la renta pública para someter a la esclavitud del amerindio primero y a los trabajadores después; al reemplazar el sistema rentístico de recursos del Estado por el perverso sistema impositivo vigente.
En todo este episodio histórico, America Latina y España daban un paso agigantado en lo que al alejamiento de su esencia se refiere y comenzarían a transitar un camino plagado de conflictos económicos, políticos y sociales.

Por Francisco Alconada Catedratico Español
Nos centramos, pues, en este triste suceso histórico ocurrido en una época decadente en nuestra Patria y en nuestro Imperio. En nuestros días, no menos decadentes, relaciónase a los jesuitas con la extrema izquierda y no de forma gratuita. No obstante, relacionar ello con lo que pasó en tiempos de Carlos III no dejaría de ser un anacronismo. Y no deja de ser injusticia por parte de esos propios “ jesuitas “ que a día de hoy manchan el nombre de la Compañía y el alma de su fundador…..


La influencia de la Compañía Jesuítica en los territorios españoles fue alcanzando paulatinamente mayor importancia. En la primera mitad del siglo XVIII habían logrado cotas sociales y económicas elevadas, hasta el punto de que muchos han podido hablar de la Orden como “ un estado dentro del estado “….Uno de los pilares de esta ascensión fue su actividad enseñante, muy particularmente la ejercida sobre los Colegios Mayores, cuyos miembros fueron acaparando los principales puestos de la administración, con el consiguiente acopio de poder a niveles muy diversos de la sociedad española; llegaron a controlar hasta un 80 % de las plazas principales. La llegada de los jesuitas al Confesionario Regio y, a posteriori, la actuación política del Marqués de la Ensenada, hechura de aquéllos, marcan el momento de máximo apogeo de la Compañía de San Ignacio en la Piel de Toro.


Estos fenómenos atrajeron una fuerte oposición que fue ampliándose día a día, abarcando un extenso espectro del entramado social, que comprendía desde los manteístas, resentidos con la prepotencia de los colegiales, hasta los miembros de las demás Órdenes Religiosas, celosos ante el éxito de la familia de San Ignacio y, muchos de ellos, dolidos ante las críticas más o menos directas que recibían de los jesuitas. Esta oposición, larvada y callada, esperaba el momento oportuno para presentar batalla, y el momento llegó en el año de 1754, reinando aún Fernando VI, gracias a la política del Marqués de la Ensenada con respecto a la colonia de Sacramento, enfrentada a los deseos reales; el recién nombrado secretario de estado, Ricardo Wall, maniobró con astucia y consiguió la exoneración del Marqués de la Ensenada, así como la retirada del Confesionario Regio del Padre Rávago, quien había apoyado las protestas de los jesuitas del Paraguay, solidarios de la postura del Marqués caído en desgracia. Este primer golpe contra la Compañía, especialmente duro, pues es que significó no disponer de un fidelísimo aliado en las más altas instancias de la administración y, además, perder un puesto tan clave e influyente como era el de Confesor Real.


A partir de ese momento la oposición antijesuita fue obteniendo pequeñas parcelas de victoria y preparando el golpe definitivo que tendría lugar durante el reinado de Carlos III y la influencia del Gran Oriente de la masonería ( Cuya cabeza visible en España era un ministro de Carlos III : El conde de Aranda…..). Este monarca venía harto imbuido de las ideas “ ilustradas “; donde los jesuitas representarían un obstáculo para el poder absolutista de los reyes; debido a sus connivencias con el Papado y a las teorías políticas como el tiranicidio--tradicionalmente muy hispánica--, que algunos de sus miembros habían defendido con anterioridad. En un principio, los políticos más influyentes en la marcha de los asuntos públicos bajo el nuevo monarca actuaron con cierta prudencia, pues aún era mucho el poder concentrado en manos de los jesuitas y de sus aliados; no obstante, un cambio en el equipo de gobierno de Carlos III aceleró el desmantelamiento de ese poder : Fue la sustitución, en la secretaría de Gracia y Justicia, del Marqués del Campo de Villar por Manuel de Roda y Arrieta ( Año de 1765 ).


El nuevo secretario, natural de Zaragoza, había realizado sus primeros estudios con los jesuitas, y cursado posteriormente leyes en su aragonesa ciudad natal. Pronto trasladóse a los Madriles, donde ejerció la abogacía y logró importantes triunfos en su forense actuación. Esto, unido a sus conocidos propósitos regalistas, hizo que Fernando VI le nombrara agente de preces en Roma, ciudad en la que permaneció hasta que Carlos III le mandó llamar para que ocupase la secretaría clave de la política religiosa de su borbónica monarquía. Enemigo acérrimo de la Compañía de Jesús, su labor fue decisiva en muchos de los capítulos principales de la expulsión y posterior extinción de la Jesuítica Orden. Esta línea política determinó que fuese catalogado como impío y volteriano.



Roda y sus compañeros colocaron paulatinamente en los puestos primordiales de la administración a manteístas ( También llamados “ golillas “ ) en perjuicio de los colegiales, con lo que comenzaron a dominar los resortes de las instituciones más importantes. Otro tanto habría sucedido con las vacantes producidas en los obispados, que fueron cubiertas con eclesiásticos caracterizados por un historial en el que, por lo general, destacaban los intentos de propagar una religiosidad más personal y lejos de toda práctica supersticiosa...El caso es que eran eclesiásticos que en la mayoría de los casos habían demostrado ser poco afectos a los hijos de San Ignacio de Loyola. La red contra ésta se había ido cerrando, cuando se produjo el acontecimiento clave que iba a servir de detonante para la expulsión : El Motín de Esquilache…..( Antes que nada, cabría adelantarse que Carlos III es el rey español que ofrece aventajado plusmarquismo en cuanto a motines refiérese. ) :


La revuelta tuvo lugar en la primavera del año de 1766 y sus consecuencias fueron desastrosas para los jesuitas. De momento, lo que produjo el tumulto fue un profundo miedo en el monarca, durante bastantes meses recluido en el Real Sitio de Aranjuez, así como en una gran parte del equipo gubernamental y de las autoridades de Madrid. La búsqueda de los responsables de los hechos se imponía como asunto prioritario para evitar su repetición en el futuro, mas teniendo presente que la profusión de sátiras y pasquines contrarios al rey y sus ministros persistía una vez aplacados los alborotos. Inicióse, pues, una Pesquisa secreta con la finalidad de hallar a los verdaderos culpables. Fue entonces cuando de un modo directo interviene uno de los personajes clave del problema, Pedro Rodríguez de Campomanes, fiscal del Consejo de Castilla, a quien se encarga llevar adelante las investigaciones.


La postura de Campomanes fue desde un principio claramente contraria a la Compañía de Jesús. Con anterioridad ya se había manifestado poco afecto a los jesuíticos; ahora, además, al margen de otras consideraciones político-económicas, era para él evidente que éstos se hallaban comprometidos en la sistemática propaganda contra el gobierno. Por otra parte, la presencia de algunos jesuitas junto a los amotinados, los gritos a favor del Marqués de la Ensenada, que acompañaron al tumulto, y la crítica actitud posterior de los “ terciarios “ jesuitas--Esto es, partidarios de la Compañía--incrementaban las sospechas del fiscal, quien día a día se afirmó en la idea de que el motín había sido preparado por los jesuitas con el objetivo de volver a colocar al antiguo ministro en el gobierno y recuperar el Confesionario Regio…Tras un primer informe de Campomanes y del otro fiscal, Miguel María de Nava--Junio del 1766--, el presidente del Consejo de Castilla, el famoso Conde de Aranda ( Líder de los masones de España ), constituyó una sala especial extraordinaria para entender en el asunto, en la que no incluyóse a los consejeros adictos a la Compañía...



Afirmarse puede que la suerte de los hijos de San Ignacio andaba ya prácticamente determinada. Los meses siguientes sirvieron a Campomanes para la preparación de un voluminoso dictamen--746 puntos--, lleno de invectivas antijesuíticas, que es, en opinión de sus recientes editores, J. Cejudo y T. Egido, “ una pieza ejemplar en su género : un ardoroso, destemplado y malhumorado alegato fiscal contra la esencia, la presencia y la existencia de los jesuitas en los dominios de Su Majestad Católica “. El documento tenía como principal finalidad no ya convencer a aquel Consejo extraordinario, empresa relativamente fácil dada su composición, sino el de llevar al ánimo de un manejado Carlos III la certeza de que era necesaria la expulsión de tan fanático cuerpo; que vendría a representar un peligro para la estabilidad de la monarquía. Campomanes, mediante la enumeración de todos los cargos que se hacían desde el mismo siglo XVI contra los jesuitas y la utilización de los miedos como las más eficaces armas, obtuvo un resultado final satisfactorio.


El 29 de Enero del año de 1767, el Consejo extraordinario elevaba consulta al monarca en la que exponía la conveniencia de proceder a la expulsión de los jesuitas. Tras la aprobación de una junta especial, en la que tuvieron parte fundamental Roda y el confesor real, el Padre Eleta, así como el informe favorable de distintos prelados, el rey firmó el decreto de expulsión el 20 de Febrero. El conde de Aranda fue el encargado de poner en práctica el decreto; parece ser que el noble aragonés fue un simple ejecutor de las órdenes regias, sin que su papel tuviese el excesivo protagonismo que le venía asignando la historiografía; aunque eso sí, su labor fue de una enorme “ eficacia “ y “ diligencia “…


Todos los preparativos de la terrible medida real fueron llevados a cabo con un gran sigilo; aun a día de hoy resulta sorprendente que no llegasen con antelación a conocimiento de la Compañía. Un doble motivo se ha dado para explicar un procedimiento tan secreto : Por un lado, evitar una posible reacción de los futuros expulsados y de sus “ terciarios “; por otro, conseguir que sus bienes fueran incautados sin que se hubiese realizado ninguna transferencia que los encubriese.


En los territorios metropolitanos, la operación sorpresa fue un completo éxito, que en la fase final, sin duda la de mayor dificultad debido a la gran cantidad de personal que intervino, hay que atribuir al conde de Aranda. Se pensaba llevarla a efecto el mismo día en toda España; sin embargo, temores a un posible motín determinaron que la acción fuese adelantada un día en Madrid; en el resto del territorio, en la noche del día 1 de Abril del 1767, los establecimientos de los jesuitas fueron rodeados por las fuerzas preparadas por el presidente del Consejo de Castilla, cercándolos e incomunicándolos. De este modo la promulgación, el día 2, de la pragmática de la expulsión de los miembros de la Orden de los Jesuitas coincidió con su detención e incomunicación. Confiscáronse sus bienes y se ordenó el extrañamiento de todos los integrantes de la Orden, es decir, de los sacerdotes, de los legos e, incluso, de los novicios que desearan acompañarlos; a los sacerdotes y a los legos se les asignó una pensión vitalicia, 100 y 90 pesos anuales respectivamente, para atender a su manutención.


La expulsión fue efectuada con celeridad; en veinticuatro horas inicióse el traslado de los jesuitas a los puertos designados, donde fueron embarcados con destino a los Estados Pontificios. Comenzó entonces para los religiosos expulsados un triste y penoso peregrinar por el Mar Mediterráneo, ya que el Papa Clemente XIII, se negó a recibirlos en sus dominios alegando motivos económicos. Por ello, fueron confinados a Córcega, de donde hubieron de emigrar al año siguiente al pasar la isla bajo soberanía francesa; finalmente, a través de Génova, terminaron por entrar en los Estados de la Iglesia. Allá continuaron, incluso después de la disolución de la Compañía en el 1773, sobreviviendo y, algunos continuando con su trabajo del intelecto--Isla, Masdeu…--con una fuerte añoranza de España. Un pequeño grupo consiguió regresar en tiempos de Carlos IV; y se dice que “ su imprudencia les ocasionó de nuevo la expulsión….”



Los religiosos expulsados no representaban un número excesivo--unos 5.700 en todos los dominios de la monarquía, de los cuales alrededor de 2.750 salieron de la metrópoli--; sin embargo, la calidad intelectual de muchos y, sobre todo, su precisa organización, que controlaba y aglutinaba amplios resortes del entramado socioeconómico de la Hispanidad ( O de lo que iba quedando de ella…), originó que el extrañamiento pudiera considerarse como el triunfo más sobresaliente del “ reformismo “ eclesiástico en todo el reinado…En la consecución de tan cochambrosa medida confluyeron no pocos factores, que han sido muy bien analizados por Teófanes Egido; cuyos planteamientos centrales cabrían exponerse :


- Los motines de la primavera del 1766 fueron el motivo inmediato y desencadenante de la expulsión; pero ésta se hubiera efectuado incluso sin su existencia. Con respecto a la intervención jesuítica en aquéllos aún persisten las más que razonables dudas, pues “ la documentación oficial no prueba en ningún momento y de forma fehaciente su participación, al igual que obras del estilo de las de Eguía Ruiz no acaban de concluir su absoluta inocencia “.


- No cabe duda que el ambiente político internacional influyó poderosamente en la decisión adoptada, dadas las presiones que Portugal ( Presionado por el Reino Unido ) y Francia, por no citar al persistente Tanucci, ejercían al respecto sobre el gobierno de Madrid y más aún ante un rey sin carácter ni ideas bien asentadas como lo era Carlos III.


- Para terminar de convencer a Carlos III, Campomanes insistió en su dictamen en la fuerte oposición que el poder absolutista del monarca encontraba por parte de la escuela jesuítica ( Eso por no hablar de toda una Tradición Española; contraria a esas formas de mal gobierno venidas de la Francia y de la Pérfida Albión principalmente…); “ presentada como defensora entrañable del probabilismo y del tiranicidio “.


- Desde un punto de vista económico y social, influyeron también otros importantes factores, como eran la ocupación de las temporalidades-bienes de los jesuitas-o el enfrentamiento entre golillas y colegiales. Aspecto este último muy unido a uno de los puntos clave en la expulsión : El “ control “ de la enseñanza ejercido por la Compañía de Jesús, tanto a niveles superiores como medios. Desmantelar este control era considerado imprescindible por los ilustrados para una posterior y necesaria reforma…


- Todo ello se resume en la lucha desencadenada por apoderarse del poder político : “ La expulsión fue el acto decisivo de un enfrentamiento radical entre el gobierno de Carlos III y la oposición, personificada--quizá a pesar suyo--en los jesuitas “.


- Un hecho facilitó el triunfo gubernamental contra la Compañía : El aislamiento a que ésta había llegado dentro de la estructura eclesiástica, pues, además de no contar con el apoyo de una gran parte del Episcopado, estaba enfrentada en parte a otras Órdenes Religiosas, que en no pocas ocasiones habían sido atacadas por ella o habían sido “ víctimas de su control de la enseñanza “. Así, pues, “ por el asentimiento interesado de sus jerarquías, por el ciego pugilato de sus frailes, la Iglesia española prestó los mejores argumentos para la decisión puramente regalista de Carlos III “.



Esta actitud no fue obstáculo para impedir que algunos sectores de la población manifestaran su desacuerdo con la expulsión, aunque la vigilancia oficial ahogó aquellos que pudieran haberse convertido en protestas de cierta peligrosidad. La consecuencia inmediata, por el contrario, supuso una mayor libertad de acción para los “ ilustrados “ españoles, quienes vieron desaparecer a sus más peligrosos enemigos en el terreno “ ideológico “. Importantes fueron también las consecuencias en el campo económico : Las rentas de las temporalidades se dedicaron en principio a obras asistenciales y al pago de las pensiones a los expulsos; por otra parte, puede afirmarse que, con la salvedad de los colegios desamortizados y convertidos en centros de enseñanza, fueron los obispados quienes más vieron incrementar sus bienes con el expolio de la Compañía, aumentando sus fábricas parroquiales y los establecimientos de sus seminarios diocesanos. Las Órdenes Religiosas, sin embargo, obtuvieron escasos beneficios económicos.


Muchos de sus miembros tardaron en entender el largo alcance de la medida, que no era sino el comienzo de una operación de mayor amplitud en contra de todo el conjunto del clero regular, considerado por los ilustrados como cuerpo inútil para el Estado e incluso para la Religión…


Realmente, este suceso para la Historia de Las Españas no deja de ser lamentable. Hay una película que trata el tema, llamada “ La Misión “; o al menos parte del tema; a mi gusto se queda más en estética que en otras cosas. Representa, pues, el problema de la colonia del Sacramento ante las extensas misiones guaraníes que unos pocos religiosos controlar podían; desde antaño, nunca negando la vinculación al Altar de Roma y al Imperio Español. Aquel acuerdo con el Marqués de Pombal, como tantos otros, estuvo hecho por masones. No sé a ciencia cierta si Carlos III fue masón o no. Pero que fue filomasón, no me cabe ninguna duda. Masón fue el conde de Aranda y masón fue un Pablo de Olavide que, al menos, eso sí, murió en el arrepentimiento.


Carlos III asimismo es presentado en multitud de libros de la LOGSE como “ el mejor alcalde de Madrid “. No sé a qué viene esto, máxime cuando se omite que batió las plusmarcas en los motines. Sí es verdad que se regía más por el miedo a las escandaleras madrileñas ( Pues en la mayoría de las regiones españolas igual apenas se enteraban de la mitad de lo que pasaba…)


En efecto, si en aquella época donde la “ ilustración “ rompía moldes, donde como vemos, se dividía la Unidad Católica de los españoles con malas artes, si los jesuitas representaban la doctrina del tiranicidio…¿ No sería ello más tradicional que el “ absolutismo ilustrado “ o cómo diantres llamar se quiera a esa espeluznantemente afrancesada forma de mal gobierno…?

Era difícil pues que en el actual Paraguay pudieran querer los indios guaraníes y los misioneros jesuitas ( Venidos no sólo de la Península Ibérica sino de otros muchos puntos de la Europa ) aceptar la esclavitud del amerindio ( Ya combatida por nuestros Reyes Católicos ), los regalismos o los repartos de tierra en base a oscuros intereses y sin contar con sus moradores.


Dentro de la España Tradicional que forjar pudo un gran Imperio, existía lo que otra vez reclamaron Papas como San Pío X, Benedicto XIV o Pío XI como “ cuerpos intermedios de la sociedad “ ( Doctrina de la que tratan los orígenes de la Acción Católica ). Esos cuerpos intermedios ( Fueros, Cortes, Gremios, etc. ) eran lógicos, y se era consciente por parte de la Monarquía que su poder era limitado, amén de esas fuertes leyes contra el abuso de poder y por la diversidad natural de los pueblos de Las Españas, lo era por su servicio a Dios; porque su gobierno como el de la Patria debía ser basado en el Orden Natural, en la Justicia Social. La gran experiencia de los Misioneros y los Conquistadores de Las Américas pudo poner en práctica, en tan grandes dimensiones espirituales, e incluso añadiendo pues la lógica improvisación de tan altos proyectos, esta idealidad espiritual que constituyó la solidez--con el apoyo del Papado--de la grandeza de la Hispanidad. En ello, y sin entrar en los desvaríos que se han producido en el siglo XX sobre todo; podemos elogiar la labor jesuítica. Y en todo este episodio histórico, España daba un paso agigantado en lo que al alejamiento de su esencia se refiere, claro.

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