viernes, 24 de diciembre de 2010

Vivimos una era pre revolucionaria


DE VILLA SOLDATI A LA PLAZA DE LA CONSTITUCIÓN
Héctor Raúl Sandler, profesor Consulto, Derecho, UBA

Estamos llegando al fin del año 2010, año de Bicentenario de la Revolución de Mayo. A diferencia de los escasos, grises e insustanciales festejos con que se ha conmemorado el doble centenario del nacimiento de una “nueva y gloriosa nación”, arribamos a la Navidad y al umbral del 2011 en medio de incendiarios acontecimientos con epicentro en la Capital y el Gran Buenos Aires, sugestivamente repetidos una y otra vez en las principales ciudades que se destacan por el hacinamiento urbano.

Gracias a nuestro derecho positivo – la ley denominada Código Civil que establece el sistema de acceso a la tierra con más el casi centenar de leyes impositivas nacionales castigando al trabajo y la inversión - hemos conseguido escamotear los ideales declarados en la Constitución Nacional y a arruinar al país. Esto esta a la vista. Al Bicentenario de Mayo por efecto de esa conjunción de ambos sistemas de leyes, el 85% de nuestra población vive en menos del 1% de nuestro territorio. A la par, el 99% de las más ubérrimas tierras del mundo, siguen tan despobladas como en los días de la Revolución.
Frente a este hecho indiscutible, hay que reconocer que hemos dictado un derecho positivo capaz de frustrar al ideario de la Revolución de Mayo y cancelar a la Argentina como tierra de promisión “para todos los hombres del mundo”. Para los que ahora la habitan y los muchos mas que podrían habitarla.

Las placas de todos los canales de televisión, las crónicas y las fotos publicadas en todos los periódicos dan cuenta de hechos reveladores de una real guerra social interna. No se trata de una escaramuza accidental desatada por las altas temperaturas del verano. El proceso de convulsión social pareciera haberse iniciado el miércoles 9 de diciembre con usurpaciones cometidas por miles de familias en el parque público Indo americano en “Villa Soldati”. Tras esta, cada día siguiente, tuvo su propia usurpación. En la Ciudad, en el Gran Buenos Aires y otras del país. Cuando una cesaba o era calmada por medios poco claros, aparecía otra. Hasta que ayer, en vísperas de la mas Cristiana de las festividades, el infierno se posesionó en la plaza de Constitución. Aparecieron como una cadena de hechos que quisieran hablar mediante la toponimia: uno arrancó en el sitio nombrado como “Indoamericano” y el otro acaba de ocurrir en especie de batalla civil librada sobre la Plaza de la Constitución.

Los gravísimos hechos resultan agravados por una circunstancia que debe ser resaltada. Fue manifiesta la irresponsabilidad de varios elevados funcionarios de distintos gobiernos acusarse entre sí, como si lo ocurrido fuera artera maniobra planeada por el otro. Este bajo proceder revela algo harto grave: la patética ignorancia de todos ellos sobre las profundas raíces del desquicio territorial argentino. Se han mostrado impotentes para explicar a la sociedad las causas de hacinamiento y la emergencia torrencial de los “sin tierra”, en un país geográficamente vacío. No pocos, ligeros de boca, prefirieron echar combustible sobre el incendio, cuando su deber moral y político era explicar con razones sólidas el más grave de los problemas que aflige a nuestro país: la dificultad para acceder a la tierra, para vivir y trabajar, cuando el territorio argentino permanece desértico.

Para que el lector tome conciencia de la verdad que afirmo debe hacer por su cuenta este simple cálculo. Si la Argentina fuera poblada con una densidad semejante a la de los países más prósperos Europa (uno 100 h/km2), nuestra población actual debiera alcanzar a la cantidad de 280.000.000 de habitantes El calculo es fácil. Nuestro territorio continental es de 2.800.000 km2. Multiplíquese por 100 h/km2 y le arrojará esa millonaria cifra, casi equivalente a la población norteamericana.

Esta es la cantidad de habitantes que debiera tener la Argentina de haberse mantenido el “flujo inmigratorio” que se dio entre 1860 y 1910. Que el reciente censo revele, un siglo después, que solo llegamos a 40 millones de personas es motivo de vergüenza nacional. Esta debe ser la primera cuestión que debe preocupar a los políticos, los economistas, los académicos en general y sobre todo a los “trabajadores” y sus dirigentes sindicales.
La cancelación de aquella poderosa corriente inmigratoria no se debió a la “falta de tierra”, sino a un derecho positivo que impidió e impide, cada vez más, un fácil acceso al suelo. Y a un derecho impositivo cuyo lema dice así: “trabaja, produce y consume y serás castigado”.
Este derecho positivo constituyó la Argentina del revés; del revés a lo querido por la Revolución de Mayo y lo dispuesto por la Constitución Nacional de 1853/60.

¿Cómo asombrarse entonces del horrible hacinamiento? ¿Cómo asombrarse que dentro de nuestra sociedad se formen, día a día, “campos de concentración” de personas que con el fruto de su trabajo no puede pagar un alquiler y mucho menos soñar con su vivienda propia? Lo que debe asombrar es que la inteligencia argentina, dentro y fuera del poder político, ignore y mantenga oculto este problema. Por su estulticia se van formando “canceres sociales” dentro de la sociedad. “Cuerpos extraños” dentro del cuerpo sano. Algunos tienen las bonitas formas de los “countrys” mientras otros –de modo equivalente- nada bonitos, son horribles. Conjuntos de “taperas” construidas con trapos, chapa y cartón a la vera de las vías de ferrocarril, de las calles y los baldíos. ¿Puede asombrar que de pronto por imperio de una especie de ley de Boyle-Mariotte social, esos miserables, los “sin tierra”, desborden las fronteras de la civilización y el derecho y usurpen aquí a allá lo que puedan y como puedan?

No puede asombrarse de ese efecto quien posea un corazón limpio y una cabeza clara. No hace falta ser ilustrado para entenderlo. En uno de los noticieros de la televisión, ayer 23 de diciembre, una mujer sencilla, en la puerta de su tapera junto a la barda del Club Albariños, seguramente analfabeta, con ojos lagrimeantes decía: “¡No queremos subsidios, no queremos planes trabajar, queremos un pedazo de tierra en que podamos cuidar a nuestros hijos!”

Nunca he oído de modo tan claro y contundente expresar el problema. Pero lamentablemente y con gran peligro para la paz social, no lo escucho de la gente ilustrada. La responsabilidad de los hombres ilustrados esta siendo puesta a prueba. Ojala la luz navideña ilumine sus cabezas y fortalezca sus corazones para poner en vigencia el derecho que necesitamos.

Buenos Aires, 24 de diciembre de 2010.

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