Estimado amigo:
Estudiar en soledad el dramático problema de
la deuda publica argentina –país que
pareciera no poder romper la cadena que lo somete a una deuda publica “eterna”
– genera como mínimo algunas sospechas.
Una, que los
estudios hechos por la “mayoría” no sirve
para mucho. La deuda pública ha acompañado
al país como la sombra al cuerpo a lo largo de la historia del último siglo. Es
posible sospechar que esa “mayoría”, la que
estudia primero y después aplica lo que aprendió, sea ella misma la causa de la deuda pública. Al
menos impotente para acabar con ella.
Segunda sospecha: alguna causa institucional mina la voluntad política
argentina (la de todos los ciudadanos sin distinción de “clases”).
Ninguna promesa detonante ni predica constante contra la deuda ha sido eficaz.
Mucho menos si el contraerla se la considera,
sin más ni más, atinado acto de gobierno (“Necesitamos que en el país se
inviertan capitales”, como se repite por doquier).
A mi juicio dos grandes instituciones legales
impulsan necesariamente a agigantar la deuda pública. Han llegado a configurar un “sistema”, contra el
cual no hay declaración ni voluntad que valga. Solo un “re- conocimiento” de
ambas causas puede dar paso a
imaginar la solución que ponga fin a la “mala costumbre nacional” de
endeudarse. Solo a partir de este saber
será posible forjar una voluntad democrática necesaria para cambiar el sistema
legal que inevitablemente nos lleva a la ruina.
Dos regimenes legales establecidos en épocas sucesivas fuerzan al endeudamiento público.
Ellos son los siguientes:
a) el actual régimen de propiedad de la tierra en general
(urbana y rural). “La apropiación
de la tierra” (establecido por el Código Civil, reproduce para nosotros al
ruinoso derecho romano de propiedad particular sobre la tierra (ver párrafo 5 de la nota al art.2503 del Código Civil).
Este régimen no es intrínsicamente dañino. Pero si no se repara un pésimo efecto
colateral que inevitablemente produce,
ese régimen es destructor de la paz social, de la moral privada y
pública, de la democracia, del sistema republicano, de la libertad individual y
el progreso general.
Ese
pésimo efecto colateral consiste en incluir entre los beneficios que acarrea el derecho de propiedad a una parcela
de tierra al infeccioso derecho a apropiarse para sí y sus
herederos la renta de origen social, denominada renta de la tierra. Esta
se acumula sobre cada predio, no por
obra del ocupante, usuario o propietario, sino por obra de la escasez natural de espacio y el progresivo desarrollo de la comunidad.
b) El régimen de impuestos establecido en 1932 . La ley que lo creo fue aprobada
para salvar una coyuntura y solo por 3 años. Sin embargo al vencimiento de ese plazo,
sin discusión alguna, se lo prorrogo por otros 10. Al cumplirse este plazo
(1943) avatares de otra clase oscurecieron la conciencia política argentina y
“la cuestión del correcto sistema de recursos para el Estado Nacional
conciliable con un buen orden social” , se dio por definitivamente resuelta. A
partir de ese “germen” la “maraña de impuestos” vigentes supera el numero de
85, solo en el orden nacional. El trabajador y
el inversor son corridos cuando no asfixiados.
Ambos sistemas forman una copla que – en
principio - ahoga cada vez más todo intento de seguir poblando a nuestro país
que ofrece una estructura poblacional escandalosa. Por un lado un prematuro hacinamiento urbano, repugnante
a la mas burda noción de derechos humanos (En las principales urbes hay casos
en que la densidad poblacional supera los 45.000 h/km2. Así la Villa 11/14 en
la CABA) En la “Reina del Plata, la densidad media nocturna es de 15.000 h/km2;
la diurna supera los 25.000 h/km2. Por el otro lado el indignante desierto. Frente a la población urbana (85% de la
población), hacinada en no mas de unos 10.000 km2) aparece un 15% raleado en mas de 2.600.000 km2
continentales. ¿Su densidad aritmética? Alrededor de 0.02 h/km2. ¡El vacío
absoluto!
Esta cantidad y distribución de la población es doblemente
escandalosa. Primero – la cuestión de la cantidad – revela los calamitosos
efectos de aquella cupla ley formada por
un mal derecho de propiedad y un pésimo
sistema de recursos del Estado). Poblado el país al ritmo con que se inicio en
los 1860 , no hubiera sido raro que nuestra una densidad poblacional fuera
semejante a la media europea, unos 100 h/km2. En este caso la población de la Argentina
debiera ya haber superado ya los 200 millones de habitantes, gozando todos de
una feliz prosperidad.
En cuanto a la “distribución” de la población
no es menos escandalosa, no solo por lo ya expuesto. La inmigración de familias
hacia la Argentina fue formidable bajo los estímulos “tierra barata” mas
“escasos impuestos” (los mayores ingresos del tesoro provenían de la exportación).
Fue amenguando al fin del siglo XIX por encarecimiento de la tierra. Pese a millones
de personas que buscaban de nuevos
horizontes dada la terrible guerra
mundial (1ª. y 2ª), la inmigración desde Europa se redujo, para acabar por
completo en 1950. En ese año se puede apreciar el mas radical cambio sufrido
por la Argentina por el “alto costo de la tierra” y los “elevados impuestos al
trabajo”. La Argentina, un país vacío, de ser un país de “inmigración”, paso a ser un país de “emigración”. Hoy no hay
argentino que no sueñe con recuperar la nacionalidad de sus ancestros para irse
del país…en búsqueda de de un país mas amable, en el que se pueda vivir del
propio trabajo.
A la vista de los números tenemos un país vacío.
Pero por causa del derecho positivo vigente esta “lleno”. No hay tierra para todos y falta la 1/3 de la población.
¿Cómo se puede explicarse esta extraña contradicción? Describiendo los hechos tal como los pueda ver
quien quiera ver sin juicios ni prejuicios previos.
“La Argentina es el país que posee el tercer mas vasto
territorio llano del mundo. Graciosamente regado por las aguas del cielo y
nutrido por abundantes arterias de agua, a la vista unas y otras bajo el suelo
a no mas de 100 metros de profundidad. Todo arropado todo por un clima
excepcional sin temibles diarios terremotos. Para colmo de bienes, ese paraiso
terrenal es jurídicamente adquirible por
todo aquel que quiera hacerse del espacio necesario para vivir y trabajar. Tiene
dos solo defectos.
El primer defecto es que esa tierra, físicamente existente y legalmente adquirible,
es inalcanzable por todo aquel que solo
cuente para acceder a ella con su capacidad de trabajo físico e intelectual.
El segundo defecto es el anatema que pesa sobre la cabeza
de sus habitantes: Todo aquel que trabaje, produzca, consuma o invierta capital, será castigado en directa proporción a su
aporte” Firmado: “Régimen de Impuestos”. Ejecutante:
Estado nacional.
Aquella trágica cupla ha liquidado el sistema político
federal, ahogado el municipal y en consecuencia ha sustituido de hecho la
anhelada democracia por una “monarquía” de raigambre caudillesca cuando no “de
familia”, cuya “corte” forman todo tipo de barones políticos.
Quedo a su ordenes para seguir profundizando
en el asunto, pues bien falta hace que algunos se ocupen de él.
Un abrazo,
Héctor Sandler