LA OCUPACION ANÁRQUICA
DE TERRENOS PÚBLICOS
POR DESTRUCCIÓN DEL
ORDEN NATURAL.
(Los loteos privados y el
viejo rol de los martilleros)
Dr. Antonio
I. Margariti Rosario, Agosto de 2015
Las
ciudades argentinas tuvieron históricamente un buen diseño urbano. Las manzanas
estaban divididas en clásicas cuadrículas, el área central -de gran calidad- estaba
destinada a edificios públicos de exquisita
arquitectura, las plazas y parques diseñados por paisajistas de renombre
mundial, las zonas comerciales atractivas, los bulevares y áreas residenciales con
viviendas de categoría y los barrios suburbanos bien organizados.
Casi
todas las ciudades estaban rodeabas por cinturones verdes de quintas y huertas. Pero todo esto se terminó. Fue en 1977 cuando
mentes bien intencionadas pero ignorantes del orden natural sancionaron la ley
8912 denominada “Ley de ordenamiento territorial y uso del suelo”. A partir de
ella y en todo el país, los pobres ya no pudieron comprar lotes de tierra por $
20 mensuales.
Según
refiere el economista Alejandro Bunge (Una nueva Argentina, Editorial Kraft,
Bs.Aires 1940-1946 e Hyspamérica Ediciones, Madrid 1984) el actual Conurbano
porteño era un inmenso y valioso cinturón verde ocupado por inmigrantes, pequeños
ihortelanos que cultivaban la tierra y vendían su producción agrícola de
calidad trasladándola a la ciudad capital.
Alejandro
Bunge advirtió al peronismo triunfante que la política de traslados masivos de
“cabecitas negras” desde el interior profundo al Conurbano iba a terminar en un
caos. Por lo cual instaba a no construir Barrios Obreros, ni grandes Hospitales
regionales, Hogares Escuelas de la Fundación Eva Perón o Centros Asistenciales alrededor de Buenos
Aires sino en los lugares donde esa gente nativa estaba viviendo. Pero
evidentemente el apetito electoral de contar con votantes humildes captados por
los punteros de las Unidades Básicas fue mayor que la idea de equipar y
modernizar el territorio allí donde ya vivían los humildes. Con esa migración
masiva de “cabecitas negras” armaron curiosas circunscripciones electorales que
tomaban toda la Recoleta, seguían por un estrecho cinturón hacia el Gran Buenos
Aires y englobaban poblaciones de trabajadores adoctrinados con la doctrina
laborista primero o la doctrina justicialista después.
Luego,
se terminaron los remates bien organizados y no pudieron obtener títulos de
propiedad. Comenzó la era de los “countries”, “barrios cerrados” y “urbanizaciones
de lujo” donde el lote de un terreno costaba entre u$s 20 mil y u$s 100 mil. Inaccesible
para los pobres y la clase media.
Gobiernos
militares y civiles, de derecha y de izquierda, peronistas, socialistas y
radicales, no supieron ver el problema.
Ahora
lo estamos pagando con esta inesperada “invasión de los bárbaros” que reclaman un
pedazo de tierra para construir su casilla. Porque lo importante no es
regalarles la vivienda, sino que sean propietarios de un lote de terreno adquirido
con sus recursos y que, de a poco, con esfuerzo y ayuda fiscal puedan
ir construyendo y mejorando su casa.
IGNORANCIA DEL ORDEN ESPONTANEO.
Los
gobernantes argentinos tienen una ignorancia genética profundamente grabada en
sus ADN : no saben distinguir entre el
orden espontáneo y el orden forzoso. El orden espontáneo surge cuando las leyes
amparan la vigencia de estas tres condiciones para la convivencia social.
1º
CUMPLIR CON LA PALABRA EMPEÑADA.
2º
RESPETAR LA POSESION PACÍFICA DE LOS
BIENES AJENOS
3º
TRANSMITIR BIENES POR CONSENSO SIN FRAUDE, NI ENGAÑO
NI PREPOTENCIA.
Bajo
este orden espontáneo surgieron los barrios, las ciudades y las empresas
privadas que dan trabajo a la gente. Cuando el Estado quiso alterar ese orden espontáneo imponiendo una
organización prepotente, obligatoria,
dispuesta por la fuerza de la ley, en algunos casos tecnológicamente
avanzada pero sin libertad de elección, entonces emergió el caos y el desorden que hoy estamos
presenciando.
Y lo
mismo puede pasar próximamente cuando se sancionen y apliquen las leyes
intervencionistas con las entidades de medicina prepaga, los medios de comunicación audiovisual, la
educación privada, el sistema de tarjetas de crédito y la propiedad privada de
la tierra rural.
TODO TIEMPO PASADO FUE MEJOR.
Hasta
mediados de los ‘70, las personas humildes vivían en barrios del suburbio, en casas de una planta, hechas
con mampostería de ladrillos, unidos con
mortero de cal y arena, mosaicos calcáreos en patios y cocina, pisos de
pinotea con cámara de aire en los
dormitorios, techos de chapas de zinc o de
ladrillos cargados sobre la famosa bovedilla
catalana.
Estaban
construidas en lotes de 10 varas de ancho (8,356 m), por un largo de 30 a 50 metros, donde se
armaba el gallinero y preparaba la huerta. Casi siempre había una higuera y un
limonero. Eran casas modestas pero
seguras y confortables. Se iban
construyendo de a poco, agregando
nuevas piezas a medida que la familia crecía. Los arquitectos las llamaban
“casas chorizos”. Alberto Vaccarezza las inmortalizó en el sainete del
Conventillo de la Paloma.
Si
sus ocupantes tenían la suerte de ser
amigos de algunos hábiles albañiles, embellecían las fachadas con alguna que otra pilastra,
zócalos, listeles, frontis triangulares o semicirculares encima de las ventanas, arquitrabes, frisos y cornisas que les otorgaban un aspecto sumamente
atractivo. Esos viejos albañiles
italianos eran los famosos “frentistas” que construyeron nuestros más
emblemáticos edificios. En Rosario hicieron
las residencias del “Paseo del siglo”, que hoy se conservan como ejemplo
de arquitectura Art Nouveau hechas con
material de frente denominado “piedra
París”.
BARRIOS POBRES PERO NO VILLAS MISERIAS.
Había
barrios pobres, muy pobres, pero no existían las villas miserias, que se multiplican hoy en día, donde vive una multitud cada vez mayor de ciudadanos en condiciones tan inhumanas que ni
los animales se les asemejan.
¿Por
qué ha sucedido todo esto? ¿Porqué esa
invasión de parques por miles de familias que se asemejan a los bárbaros
medievales ocupando y destruyendo las áreas urbanizadas? ¿Qué han hecho los sucesivos gobernantes
democráticos o de facto para que las
familias tengan que vivir en covachas inmundas, indignas de seres humanos?
COMO FUNCIONABA EL ORDEN NATURAL.
A
pesar de que la constitución nacional lo consigna pomposamente, en materia de
erradicación de villas miseria los gobiernos peronistas y no peronistas no han
hecho absolutamente nada. Sólo las ha incrementado, para utilizarlas
electoralmente como ganado doméstico que se arrea en los actos políticos. Ahora
son territorio enemigo porque son “plazas estratégicas ocupadas por bandas de
narcotraficantes”.
Los
ideólogos cuando llegan al poder actúan como
las siete plagas de Egipto, obrando con una perniciosidad sólo comparable
con los escandalosos actos de corrupción que cometen a diario.
Destruyeron
el proceso natural por el que los pobres tenían acceso a la propiedad privada e
impidieron que, en el mejoramiento de la vivienda propia, volcasen los pocos pesitos que podrían ahorrar. De paso cuando esto ocurría
el valor adquisitivo del peso se mantenía constante. No había aparecido la
demagogia distributista del peronismo secular.
El proceso
natural se desarrollaba de este modo.
1º Una oficina de rematadores -que
gozaba de la confianza pública- a cargo
de un martillero público ofrecía, a los
dueños de baldíos en los aledaños de la ciudad, convertirlos en terrenos urbanos. El atractivo consistía en
que esa tierra, sin valor agrícola, podía ser transformada en terreno del conurbano
valorizándose sustancialmente.
2º Agrimensura. Con un agrimensor, emprendían la
tarea de amojonar y medir el terreno, estableciendo
lotes, con sus respectivos niveles y calzadas. Una vez llevada al tablero la
división de la tierra, se dibujaban lotes y calles, designándoselas con nombres de patriotas o personas ilustres. Los
lotes se numeraban según el tamaño y la
calidad de su ubicación. Una parte del terreno quedaba reservada para construir
el templo parroquial, la escuela primaria, el puesto policial, el dispensario médico y la
oficina del registro civil.
3º Plano de urbanización. El plano resultante se llevaba a la Dirección de Catastro o Registro de
la propiedad inmueble, donde se gestionaba
la aprobación oficial. En ciertos casos se hacían trabajos con moto niveladoras para emparejar
el terreno, formar cordones y trazar veredas huecas para pasar ulteriormente las
redes con distintas cañerías.
4º Pública subasta. Luego los
rematadores organizaban una verdadera fiesta de capitalismo popular, convocando
a la pública subasta. Alquilaban medios de transporte para llevar y traer
a los interesados, levantaban unas atractivas carpas en el lugar de remate, adornándolas
con vistosos banderines y colocaban enormes carteles anunciando el
remate público, incluyendo el plano del loteo. En el interior de las carpas se colocaban
sillas de madera y la multitud de interesados con su familia, esperaban sentados
el comienzo del remate. Para hacer más amena la espera, algunos contrataban
pequeñas bandas polifónicas de la colectividad italiana o española y ofrecían un pequeño concierto de canzonettas,
pasodobles y música popular.
5º Acto solemne.
Los martilleros comenzaban el acto realizando una descripción muy vívida del terreno y
aleccionaban a la gente sobre las ventajas de tener una propiedad para asegurarse
el techo propio y proteger el futuro de los hijos. Algunos martilleros egregios, como don Elías Carranza Saroli, don Fernando Pesán y don Angel González Theyler en Rosario, y Francisco F. Vinelli, Rodolfo Vinelli, Guillermo y Ricardo Vinelli en Capital Federal, se convertían en relatores de la historia
nacional y predicadores de normas
morales, para confirmar la importancia de la palabra empeñada, el respeto a la
propiedad privada y el cumplimiento de las promesas.
6º Escudo nacional. Se solían repartir escudos patrios litografiados en hojalata, que los asistentes colocaban con
orgullo en su prenda, cerca del corazón. A veces, el acto incluía el canto del
himno nacional. El remate era una verdadera fiesta de civismo dirigido a los
pobres de solemnidad. Siempre había algunos bocados de pan y chorizo, tiras de
asado y bebidas no alcohólicas para
calmar el hambre y sed de los
asistentes.
7º Remate uno por uno. Los lotes se iban rematando uno
por uno, según el número del loteo. Ya tenían asignado un crédito automático, pagadero en cuotas fijas de hasta 120
mensualidades. Cuando alguien
compraba el lote, allí mismo registraban sus datos personales y se
emitía una libreta inmobiliaria, numerada, sellada, encuadernada y forrada en hule negro,
formando parte del título de propiedad inscripto en la Dirección de Catastro.
8º Libretas inmobiliarias. Esas libretas eran una parte de la propiedad total
y como tal podían ser hipotecadas, compradas, vendidas o cedidas en donación.
Poseer la libreta inmobiliaria de hule negro era un orgullo para las personas
humildes porque por pocos pesos
mensuales se convertían en propietarios.
9º Propietarios, no
proletarios. Por primera vez en la vida, contaban con un capital propio, eran dueños de un
título que los respaldaba y les servía de garantía para conseguir
créditos en tiendas, almacenes de ramos generales y hasta para aspirar a un
trabajo estable en industrias importantes.
Posteriormente y de a poco, el municipio
se encargaba pavimentar las calles del
loteo, instalar los servicios de electricidad, gas, agua potable y la red
cloacal. El martillero era el que gestionaba todas estas obras de urbanización.
10 º Inscripción en Catastro. Después
de emitidas, las libretas se inscribían en
el Registro de la Propiedad y a partir de allí eran dueños-propietarios del
terreno. Sin trámites bancarios recibían
el primer crédito importante de largo plazo. Era un acontecimiento imborrable
para las familias. El parcelamiento de las tierras daba origen a la formación de los nuevos barrios y
uno de los pioneros que contribuyó a la formación de las ciudades fueron don Rodolfo J.W. Vinelli y su
padre don Francisco F. Vinelli (1876-1970). En 1906 inició el parcelamiento de las primitivas quintas en
Ituzaingó y permitiendo la instalación
de nuevos núcleos poblacionales.
LOS TECNOCRATAS DE SIEMPRE.
Esos
tiempos de bonanza para las personas humildes comenzaron a desaparecer a partir a mediados de los ’70, y
se acrecentaron con el shock devaluatorio de Celestino Rodrigo, ministro de economía de la primera mujer presidenta
que tuvo el país.
Como
consecuencia del sinceramiento de tarifas,
ocurrido después del patoteril control
de precios de José Ber Gelbard y del congelamiento de salarios
precedente, se desató una inflación incontenible que produjo la devastación de los
ahorros. Las posibilidades de construir viviendas por el sistema de ajuste
alzado a precios fijos inamovibles fueron liquidadas. Muchas empresas constructoras quebraron.
Pocos
años después, en 1977 y desde el decreto-ley 8.912/77, llamado pomposamente “Ley de Ordenamiento
territorial y uso del suelo”, comenzaron a surgir por todo el país leyes regulatorias que impedían los clásicos
loteos exigiendo a los martilleros dotar
previamente a los terrenos suburbanos de una planificación que el Estado no
tenía, con infraestructura sumamente costosa
y compleja compuesta de pavimentos de
hormigón, cordones y veredas, faroles de
alumbrado público, servicios de agua y red cloacal hasta la puerta del lote,
cañerías para la distribución de gas y cámaras
subterráneas para equipos de transformación y rebaje de energía eléctrica
domiciliaria.
Es decir que el Estado quiso desentenderse de una
función esencial de los municipios y tirarle el fardo a los privados.
En
un marco de inestabilidad monetaria y con costos crecientes, esa
infraestructura implicaba una altísima inversión de riesgo que no podía ser
pagada por los humildes compradores de los viejos loteos.
Por
lo tanto el mercado del loteo desapareció y la vivienda fue inaccesible para ellos.
Las
operaciones inmobiliarias se redujeron a
personas de altísimos niveles de ingreso
que, por
moda cultural, decidieron mudarse
a countries y barrios cerrados en los
alrededores de las grandes ciudades. Los pobres y la clase media con escasos
recursos no tuvieron nunca más acceso a una vivienda hecha con sus propios
ahorros. Fue un proceso inverso al que
se llevó a cabo en Europa durante el Renacimiento y la Epoca Moderna, que
consistía en la creación y desarrollo de ciudades. Aquí, ahora las ciudades se
despoblaron de personas de buenos recursos que se recluyen en esos castillos almenados rodeados
de un foso de alambres de púas y concertinas denominados “BARRIOS CERRADOS”.
El
orden natural por el cual los pobres también podían llegar a ser propietarios
había sido destruido y comenzaron a surgir los asentamientos irregulares, las
villas de emergencia y los tenebrosos barrios de viviendas colectivas
convertidos en refugio de delincuentes donde la policía y los servicios de
emergencia médica temen ingresar.
EL RETORNO A LA PROPIEDAD PRIVADA.
El
problema de las villas miserias no tiene solución alguna si no se encara como
una operación de gran prioridad para volver a convertir a los proletarios en
propietarios.
El
acceso a la propiedad privada y el
otorgamiento de títulos de propiedad transferibles constituyen tareas
prioritarias. Luego vendrá la
urbanización de las actuales villas, abriendo accesos y calles adecuadas con
una reparcelización de aquellos habitantes a quienes habrá que expropiarles el
terreno ocupado.
Otras
cuestiones importantes son: la
delimitación física de la villa miseria para evitar que se siga expandiendo y
la construcción, en cada lote, de un núcleo central compuesto por
baño, cocina y sistema de desagües de aguas servidas, dejando que en el
resto del terreno los ocupantes-propietarios construyan las habitaciones que
necesiten y puedan.
El
ser humano satisface sus necesidades transformando las cosas que le rodean, pero
cuando construye algo y lo utiliza, necesita que ese proceso sea controlado y dirigido por alguien. Para ello es necesario que pueda decirse “yo cuido de esto” y “nadie
sin mi permiso puede tocarlo”.
En
todas las lenguas del mundo, esa función
de fiscalizar la acción económica, tiene vocablos como “mío”, “tuyo”, “de mi padre”, “de mis hijos” o “del
municipio”, los cuales se resumen
en dos sustantivos esenciales de la
naturaleza humana: “propiedad” y “dominio”.
Cualquier
acción para producir y consumir riqueza es imposible sin que alguien pueda y tenga
el derecho a fiscalizar el proceso de
creación de riqueza.
Lo
deprimente de las villas miseria es precisamente la absoluta y total carencia
de propiedad privada, representada por un título de propiedad, lo cual
significa que esas covachas donde habitan no es de nadie y un buen día pueden
ser desalojados o desplazados por acción de alguien más poderoso. Finalmente
ese poderoso no es el funcionario del Estado, ni el capitalista inmobiliario,
sino el narcotraficante que edifica su poder en medio de la anarquía.
Rosario, Agosto de 2015.
Dr. Antonio I. Margariti