de H E N R Y G E O R G E
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HECTOR R. SANDLER
DIRECTOR DEL ICE
COMENTARIOS SOBRE ESTE LIBRO FUNDAMENTAL
BALDOMERO ARGENTE (1877-1965) , sociólogo español
Constituye este libro el cuarto volumen de las obras completas de Henry George, cuya traducción me impuse como un deber hace tiempo. Al comenzar esa tarea resultaba como indispensable explicar en cada libro la índole y el propósito de las doctrinas georgistas y la razón que movía al traductor a conceder a la empresa de verterlas al castellano verdadera importancia. Es que en nuestro país eran desconocidas tanto las doctrinas traídas por primera vez al campo de la Economía por el georgismo, como el influjo que éstas ejercían en el pensamiento de los hombres doctos de todos los países y en las masas, en los anhelos de los partidos populares y en algunas formas novísimas de la legislación tributaria. La razón de esta ignorancia casi general en que nos hallábamos está en que, por circunstancias de muy diversa índole, las doctrinas georgistas, propagadas sin descanso durante treinta años en los países de habla inglesa, no habían penetrado en Francia. Nuestra cultura, abrevada por regla general en los libros franceses, no se había puesto en contacto con estas nuevas orientaciones del pensamiento anglo-sajón.
No en vano han transcurrido estos años; no en vano ha tenido grandes repercusiones en el mundo entero la magna lucha entablada por la nueva Economía contra las fórmulas de la Economía vieja en la gran batalla, a la vez social y política, mantenida por el ministro de Hacienda inglés Lloyd George. Es lícito opinar en pro y en contra del georgismo; lo que invadiría el terreno de lo vergonzoso es pretender pasar por cultos e ignorar las doctrinas georgistas, u ocuparse de materias económico sociales y no haber leído los libros del gran pensador americano. Y de esos pseudocultos quedan ya, por fortuna, pocos ejemplares en nuestro país.
“La Condición del Trabajo” es una síntesis de todas las doctrinas georgistas. Puede afirmarse que en embrión se halla en “La Condición del Trabajo” cuanto en las demás obras de Henry George se explica y desenvuelve. Es un maravilloso libro de polémica, porque tomando por pauta la Encíclica Rerum Novarum del Pontífice León XIII, consigna uno tras otro todos los argumentos que los defensores de la propiedad privada de la tierra emplean, argumentos que en la Encíclica papal son expuestos como bases de las doctrinas que en materia social vino a robustecer con su autoridad la Iglesia católica. Y después de probar que son contradictorios con las normas de la moral evangélica y totalmente opuestos, por consiguiente, a la esencia de la religión cristiana, estudia los diversos remedios ofrecidos por la Encíclica a los problemas sociales, remedios que coinciden substancialmente con lo que se llama política intervensionista, y con lo que ha sido llevado, en parte, a la práctica por el llamado socialismo católico. Más por extenso se hallan estudiados esos remedios en “Progreso y Miseria”. Pero las razones que aduce Henry George en “La Condición del Trabajo”, no solamente son decisivas, sino que, trayendo al espíritu del lector el recuerdo de los hechos que la experiencia diaria nos ofrece y guiando su mente para que a una nueva luz los interprete con claridad, aleja de su ánimo toda confianza en la eficacia de esas soluciones y lo dispone para dar cabida a la solución georgista: la restitución de la tierra al conjunto de los habitantes de un país por medio de la incautación del valor anual de esa tierra, es decir, por el impuesto sobre el valor del suelo.
“La Condición del Trabajo” es complemento racional de “La Cuestión de la Tierra”. La razón de ello es muy sencilla. El problema de la tierra y el problema del trabajo son las dos fases de una misma cuestión. Así como la riqueza es el producto de la aplicación del trabajo a la tierra, el problema social lo es de la distribución de esa riqueza producida por el empleo del esfuerzo humano sobre los elementos naturales. Por tanto, de igual modo puede ser enfocado el problema social examinando la cuestión de la tierra que examinando la cuestión del trabajo. Desde una y otra vertiente se desliza el ánimo hacia el punto de confluencia de ambos problemas: la absoluta necesidad de que el trabajo tenga libre acceso a la tierra y de que la tierra esté siempre a disposición del trabajo. Arrancando de puntos opuestos, al parecer, la lógica de los razonamientos llega hasta la única solución que puede liberar la tierra, y la liberación de la tierra lleva implícita, al mismo tiempo, la liberación del trabajo.
El lector que medite este libro, aun cuando no le sean conocidas hasta entonces las demás obras de Henry George, hallará al contemplar los problemas sociales como una luz nueva que le guíe sin vacilaciones al través de las complejidades sociales, y fácilmente comprobará el origen de la miseria y el remedio de ella, identificando aquel origen con una casi universal injusticia, la propiedad privada de la tierra, y el remedio en algo que toda conciencia recta y todo espíritu cristiano deben presentir: la vuelta a la justicia, al imperio de la equidad, mediante el impuesto sobre el valor del suelo, que tomando para beneficio de todos un caudal común, mayor mientras más avance el progreso, conducirá la civilización automáticamente, sin violencia ni expoliaciones, hacia la equidad.
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BALDOMERO ARGENTE (1877-1965) , sociólogo español
Constituye este libro el cuarto volumen de las obras completas de Henry George, cuya traducción me impuse como un deber hace tiempo. Al comenzar esa tarea resultaba como indispensable explicar en cada libro la índole y el propósito de las doctrinas georgistas y la razón que movía al traductor a conceder a la empresa de verterlas al castellano verdadera importancia. Es que en nuestro país eran desconocidas tanto las doctrinas traídas por primera vez al campo de la Economía por el georgismo, como el influjo que éstas ejercían en el pensamiento de los hombres doctos de todos los países y en las masas, en los anhelos de los partidos populares y en algunas formas novísimas de la legislación tributaria. La razón de esta ignorancia casi general en que nos hallábamos está en que, por circunstancias de muy diversa índole, las doctrinas georgistas, propagadas sin descanso durante treinta años en los países de habla inglesa, no habían penetrado en Francia. Nuestra cultura, abrevada por regla general en los libros franceses, no se había puesto en contacto con estas nuevas orientaciones del pensamiento anglo-sajón.
No en vano han transcurrido estos años; no en vano ha tenido grandes repercusiones en el mundo entero la magna lucha entablada por la nueva Economía contra las fórmulas de la Economía vieja en la gran batalla, a la vez social y política, mantenida por el ministro de Hacienda inglés Lloyd George. Es lícito opinar en pro y en contra del georgismo; lo que invadiría el terreno de lo vergonzoso es pretender pasar por cultos e ignorar las doctrinas georgistas, u ocuparse de materias económico sociales y no haber leído los libros del gran pensador americano. Y de esos pseudocultos quedan ya, por fortuna, pocos ejemplares en nuestro país.
“La Condición del Trabajo” es una síntesis de todas las doctrinas georgistas. Puede afirmarse que en embrión se halla en “La Condición del Trabajo” cuanto en las demás obras de Henry George se explica y desenvuelve. Es un maravilloso libro de polémica, porque tomando por pauta la Encíclica Rerum Novarum del Pontífice León XIII, consigna uno tras otro todos los argumentos que los defensores de la propiedad privada de la tierra emplean, argumentos que en la Encíclica papal son expuestos como bases de las doctrinas que en materia social vino a robustecer con su autoridad la Iglesia católica. Y después de probar que son contradictorios con las normas de la moral evangélica y totalmente opuestos, por consiguiente, a la esencia de la religión cristiana, estudia los diversos remedios ofrecidos por la Encíclica a los problemas sociales, remedios que coinciden substancialmente con lo que se llama política intervensionista, y con lo que ha sido llevado, en parte, a la práctica por el llamado socialismo católico. Más por extenso se hallan estudiados esos remedios en “Progreso y Miseria”. Pero las razones que aduce Henry George en “La Condición del Trabajo”, no solamente son decisivas, sino que, trayendo al espíritu del lector el recuerdo de los hechos que la experiencia diaria nos ofrece y guiando su mente para que a una nueva luz los interprete con claridad, aleja de su ánimo toda confianza en la eficacia de esas soluciones y lo dispone para dar cabida a la solución georgista: la restitución de la tierra al conjunto de los habitantes de un país por medio de la incautación del valor anual de esa tierra, es decir, por el impuesto sobre el valor del suelo.
“La Condición del Trabajo” es complemento racional de “La Cuestión de la Tierra”. La razón de ello es muy sencilla. El problema de la tierra y el problema del trabajo son las dos fases de una misma cuestión. Así como la riqueza es el producto de la aplicación del trabajo a la tierra, el problema social lo es de la distribución de esa riqueza producida por el empleo del esfuerzo humano sobre los elementos naturales. Por tanto, de igual modo puede ser enfocado el problema social examinando la cuestión de la tierra que examinando la cuestión del trabajo. Desde una y otra vertiente se desliza el ánimo hacia el punto de confluencia de ambos problemas: la absoluta necesidad de que el trabajo tenga libre acceso a la tierra y de que la tierra esté siempre a disposición del trabajo. Arrancando de puntos opuestos, al parecer, la lógica de los razonamientos llega hasta la única solución que puede liberar la tierra, y la liberación de la tierra lleva implícita, al mismo tiempo, la liberación del trabajo.
El lector que medite este libro, aun cuando no le sean conocidas hasta entonces las demás obras de Henry George, hallará al contemplar los problemas sociales como una luz nueva que le guíe sin vacilaciones al través de las complejidades sociales, y fácilmente comprobará el origen de la miseria y el remedio de ella, identificando aquel origen con una casi universal injusticia, la propiedad privada de la tierra, y el remedio en algo que toda conciencia recta y todo espíritu cristiano deben presentir: la vuelta a la justicia, al imperio de la equidad, mediante el impuesto sobre el valor del suelo, que tomando para beneficio de todos un caudal común, mayor mientras más avance el progreso, conducirá la civilización automáticamente, sin violencia ni expoliaciones, hacia la equidad.
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