LA CUESTION DE LA
TIERRA Y LA RENTA DEL SUELO (*)
Hector
Sandler, profesor Consulto, Derecho UBA
A
fin de la guerra civil española se radicó en nuestro país el profesor Carlos P. Carranza, republicano liberal
español. Dedicó gran parte de su
actividad intelectual a rescatar el núcleo del pensamiento económico liberal,
olvidado, ocultado e incluso expresamente negado por los Neo-liberales y los socialistas
autoritarios. Explicaba Carranza a sus muy pocos alumnos que asistíamos a sus
clases en el altillo de la sede de España Republicana de Buenos Aires la singular condición que tiene la “tierra”
como factor de producción y el aun más singular efecto social consistente en la
emergencia sobre ella de un “valor” que no era ninguna “cosa material” sino un ”derecho de crédito”: la
renta del suelo.
Debía
optar nuestra sociedad entre ¿ Capitalismo Norteamericano o Comunismo Ruso”?
Es que acaso existia – vistas las
tensiones de la ya iniciada la Guerra Fria –un tercer modo de ordenar
económicamente a la sociedad humana que no fueran un capitalismo dominado
por unos pocos ricos y millones de pobres o el comunismo dividido entre una
explotadora “nomenklatura” burocrática que
dirigía a legiones de trabajadores pobres y sin libertad alguna? Sí, la habia,
era la respuesta de Carranza. Dedicó su vida
a explicarnos como ella era posible a partir de un orden económico
fundado en un libre igual acceso a la tierra (urbana y rural) , igual para
todos, posible gracias a un derecho positivo que recaudara la renta del
suelo con destino a formar el tesoro necesario para pagar el gasto público
, librando así al trabajo y la inversión de capital de los estragadores impuestos.
Entre
los varios libros que escribio Carranza figuraba el titulado “El mundo del
Futuro.¿ Capitalismo Norteamericano o Comunismo Ruso”? dedicado “a la
memoria de los franceses Francis Quesnay y Jacques Turgot, de los
norteamericanos Thomas Jefferson y Henry George, de los argentinos Mariano
Moreno y Bernardino Rivadavia, de los italianos Giuseppe Mazzini y Achille
Loria y de los españoles Alvaro Florez Estrada y Francisco Pi y Margall” a
quienes tenía por los “verdaderos campeones de la libertad” , cuyas
magistrales enseñanzas le sirvieran de
orientación y guía para escribir sus libros.
Hoy,
casi tres cuartos de siglo después, advierto que no citó entre los que debiera
haber citado, al economista alemán Hermann H. Gossen, quien merecia ese reconocimiento
como ningún otro vista su sagacidad en analizar desde un punto de vista de la
política económica la cuestión de la renta del suelo. Era indispensable hacerlo
dado el alud colectivizante que emergia ya a mediados del Siglo XIX por causa
de un capitalismo rapaz que negaba la raiz para una sana economia de mercados libres: la necesidad de recaudar la renta del suelo como primero, y si es
posible, único recurso para solventar el gasto público. La misma idea que
inspirara a nuestros patriotas de Mayo desde Manuel Belgrano a Esteban
Echeverria.
Por ello creo de verdadera
necesidad actualpara la sociedad argentina luego de tres decenios de democracia
y en vísperas electorales, conocer todos
estos antecedentes. Es una cabal manera de eludir el cerco mágico en el que nos
enfrentan con grave daño para todos quienes prefieren la vigencia de libertades
individuales a costa de la persistencia
de horribles desigualdades sociales con
aquellos que valorizan por sobre todas las cosas a la igualdad, aún a costa de cercenar las libertades económicas
individuales. Con ese fin transcribo a continuación un fragmento del escrito actua
del historiador español Jose Luis Ramos Gorostiza sobre la obra del Gossen. Los
subtítulos son míos para facilitar la lectura.
CUESTION DE LA TIERRA EN EL SIGLO XIX: LA SINGULARIDAD
DEL PLAN DE NACIONALIZACION DE HERMANN H. GOSSEN
A lo largo del siglo XIX, algunos
destacados economistas que defendieron con carácter general el laissez faire y la propiedad privada —como
James y J.S. Mill, Henry George, Hermann H. Gossen, Léon Walras o Philip H.
Wicksteed— coincidieron en ver en
la tierra un caso excepcional por razones tanto filosóficas cómo económicas,y
abogaron por medidas tan radicales como la confiscación de la renta pura o la
completa nacionalización del suelo. Este trabajo analiza el poco conocido plan
de nacionalización de Gossen —que luego sería tomado como modelo por Walras—
llamando la atención sobre su gran originalidad.
GOSSEN Y LA NACIONALIZACIÓN DE LA
TIERRA
Hermann Heinrich Gossen (1810 -1858),
precursor del marginalismo y de la economía matemática, permaneció totalmente
ignorado hasta que primero Jevons y luego Walras lo rescataron del olvido
poniendo de manifiesto los importantes logros de su Entwicklung der Gesetze des
menschlichen Verkehrs (Desarrollo de las leyes del intercambio entre los hombres) [1854]. Hoy Gossen es recordado
en los manuales de historia del pensamiento económico por sus famosas leyes,
que hacen referencia, respectivamente, a la idea de utilidad marginal decreciente y a la condición de equimarginalidad para la maximización de la utilidad.
Programa para la política económica y social
Sin embargo, además de las
investigaciones teóricas de la primera parte de su libro, en la segunda parte desarrolló un amplio
programa para la política económica y social. Entre sus propuestas concretas en
este terreno estaba la idea de nacionalización de la tierra, que curiosamente
no se relacionaba con ningún tipo de querencia por el socialismo, sino que
derivaba de la visión de la propiedad
privada del suelo como un importante obstáculo a la libre elección de los
individuos. Con este punto de partida, y valiéndose de un tosco
instrumental matemático, el alemán intentó demostrar la viabilidad de su
minucioso plan de nacionalización, que en esencia consistía en que el Estado
pagase la tierra en forma de una amortización a largo plazo aprovechando la
apreciación del valor de la tierra —que él suponía aproximadamente constante.
La original postura de Gosen frente
al socialismo colectivista
Gossen se mostraba como un
convencido defensor de la propiedad privada en todos aquellos ámbitos
diferentes de la tierra, pues permitía al individuo «actuar de acuerdo con las
leyes naturales» —o «vivir de acuerdo con la religión del Creador»—, y además
le aseguraba que obtendría «el fruto completo de su trabajo».
En consecuencia, Gossen rechazaba explícitamente el
socialismo:
le parecía incomprensible que se hubiera podido llegar a la confusión que
suponía «la creencia de que con la destrucción completa o parcial de la
propiedad privada el bienestar de la humanidad podría mejorar». Por el contrario,
consideraba que la historia probaba que las naciones progresaban en su
bienestar precisamente a medida que avanzaba la protección de la propiedad
privada, y para ilustrar esto último ponía el ejemplo de las tribus indias de
Norteamérica y de las antiguas tribus germánicas, sociedades atrasadas en las
que dominaba la propiedad comunal de las cosas.
Según Gossen, la destrucción
total o parcial de la propiedad privada tendría graves consecuencias no
deseadas, aunque quizá poco tangibles al principio: habría una reducción
acumulativa en la actividad productiva y una disminución demográfica, pues «el
crecimiento de la población [era] una mera consecuencia del incremento del
bienestar». Por otra parte, «el sufrimiento de la clase trabajadora no se
[debía] a las relaciones de propiedad establecidas», y por tanto, «no [podía]
ser corregido mediante la abolición de la institución de la sociedad privada».
Además, la «autoridad central proyectada por el comunismo con el propósito de
asignar los diferentes tipos de trabajo y sus recompensas pronto encontraría
que se había impuesto una tarea que [excedía] con mucho la capacidad de
cualquier individuo».
La propiedad privada base de la
sociedad humana
Tras exponer todos estos
argumentos, Gossen concluía que «la mayor protección posible de la propiedad
privada [era] definitivamente la mayor necesidad para la continuidad de la
sociedad humana». La protección de la que hablaba el autor alemán significaba,
en sus propias palabras:
1) que el individuo pudiera «seleccionar la rama de producción que le
parezca más
ventajosa y participar en ella»; y
2) que el individuo pudiera «recoger todo el fruto de su trabajo y hacer
de él el mejor uso
sin ningún impedimento de la ley ni de sus semejantes».
Todas las posibles trabas que supusieran impedimentos
al cumplimiento de alguno de estos dos principios debían eliminarse: por ejemplo, la primogenitura,
las medidas que restringían los tipos de interés, las leyes sobre herencias que
trastocaban en algún
grado la voluntad de los benefactores,
los aranceles, los subsidios dados por el gobierno —directa o indirectamente— a
la Iglesia, las artes, las ciencias o los pobres7, …, y también la propiedad privada de la tierra.
Según Gossen, el efecto de la
propiedad privada de la tierra era que «el individuo no [estaba] en posición de
elegir la que [era] —a su juicio— la mejor localización sobre la superficie de la
Tierra para el propósito de su actividad productiva». Además, bajo el sistema
de propiedad privada se dejaba a la voluntad arbitraria del propietario decidir
si la parcela que le pertenecía iba a ser dedicada a la producción más apropiada,
lo que a menudo frustraba la buena organización de un determinado sector de
actividad.
Los objetivos de la nacionalización
del suelo
Los problemas anteriores sólo
podrían corregirse «si los derechos de propiedad de todas las tierras se
reservaran para la comunidad en su conjunto». De hecho, la nacionalización de
la tierra debía plantearse con tres objetivos básicos.
Primero, eliminar el principal obstáculo a la libre elección
de los individuos de la mejor localización para sus actividades productivas, a
saber: la posición monopolística de los terratenientes.
Segundo, convertir el incremento sostenido de las rentas en
un ingreso en beneficio de todos.
Tercero, obtener para cada parcela el mejor servicio posible
acorde a sus
cualidades, encontrando a la persona
capaz de pagar la renta más alta.
La renta de la tierra y el sistema de impuestos
Junto a estos propósitos
fundamentales, Gossen reconocía además otras ventajas adicionales de la
nacionalización de la tierra. Así, por ejemplo, las relaciones legales entre
los individuos se simplificarían y las disputas respecto a los límites de los
derechos individuales llegarían a ser excepcionales. Por otra parte, para un
gran número de operaciones productivas, el capital requerido se reduciría en el
precio de compra de la tierra, que ya no sería necesario pagar. Pero quizá lo más significativo era que la comunidad
podría obtener un importante flujo de ingresos públicos «sin las vejaciones
e injusticias inseparablemente asociadas con cualquier sistema impositivo»
El fin de encontrar a la persona
capaz de pagar la renta más alta y obtener el mejor servicio posible de la
tierra acorde a sus cualidades se lograría alquilándola en subasta pública al
mejor postor, de forma que todos los individuos pudieran competir libremente
por cualquier localización. Parcelas de un determinado tamaño —el requerido,
según la experiencia, para que la producción fuera lo más eficiente posible— se
alquilarían a los
individuos de por vida9.
El Estado sólo podría dar por finalizado unilateralmente
un contrato de arrendamiento si el individuo no pagaba durante más de tres
meses, en cuyo caso se entendería que era incapaz de hacer frente a la renta
acordada (que se revisaba anualmente). Sin embargo, a iniciativa del
arrendatario el contrato podría terminar en cualquier momento, siempre avisando
con tres meses de antelación. Además, el Estado prestaría a los arrendatarios
los fondos necesarios para mantener la parcela en buenas condiciones de
producción o para introducir mejoras que fueran inseparables de la tierra de
labor.
Según Gossen, durante el período
de duración del arrendamiento el arrendatario disfrutaría de pleno derecho de uso
de la tierra con total libertad, lo que a primera vista parece significar que
sólo él tendría capacidad para determinar lo que se produciría en su parcela y
las mejoras que serían introducidas en la misma. Sin embargo, Gossen admitía la
posibilidad de que el gobierno pudiera llegar a cuestionar —o matizar— los
planes del arrendatario a partir del juicio de expertos. Por otra parte, aunque
en principio el tamaño de las parcelas en alquiler vendría fijado
unilateralmente por el gobierno, dicho tamaño podría modificarse con
posterioridad por iniciativa de los propios individuos, a través de acuerdos
particulares entre ellos con las correspondientes compensaciones. Ello
permitiría que el tamaño siempre fuera el adecuado a las cambiantes condiciones
económicas y tecnológicas.
Al revisar anualmente la renta
que debía ser pagada habría que tener en cuenta que, con el aumento de la
población y del bienestar general, «muchas ramas de producción [tendrían] que desarrollar
localizaciones antes no usadas por los altos gastos de inversión inicial y
mantenimiento», y esto sólo podría tener lugar «cuando el precio del producto [hubiera]
cambiado suficientemente para cubrir estos costes». Es decir, la renta de las
tierras ya en uso para la producción crecía de forma sostenida con el continuo
aumento de la población y del bienestar. Pero además, del incremento de la
población, tanto el aumento de la velocidad de circulación del dinero (debida a
mejoras organizativas), como la mayor producción de metales preciosos (por los descubrimientos
de minas en Australia y California) conllevaban un incremento de las rentas
pagables.
Conviene aquí aclarar que la idea
gosseniana de renta es coherente con el objetivo fundamental atribuido a la
nacionalización de eliminar la «posición monopolística de los terratenientes »,
facilitando un mejor funcionamiento de la economía de libre mercado. Así, al
aproximarse al problema de la renta de la tierra, Gossen recalca la idea de
Adam Smith de que la renta es un elemento de monopolio, e insiste en que la
propiedad de la tierra es el principal obstáculo a la libertad de elección
necesaria para que operen las leyes del Creador (Gossen, .Es decir, como Smith,
Mill, o —más tarde— George,Gossen parece entender la propiedad de la tierra
como una barrera de entrada que niega a las siguientes generaciones el acceso
al recurso en las mismas condiciones que la primera generación (a un coste real
original de producción nulo).
Con este punto de partida, Gossen
considera que el origen de la renta de la
tierra está en las diferencias de situación y fertilidad. La renta de la
tierra debe pagarse simplemente porque
la tierra en cuestión ofrece «resultados más ventajosos para el trabajo»:
«iguales dosis de trabajo rinden resultados muy diferentes dependiendo de la
localización, la cual, debido a condiciones naturales o creadas por el hombre,
beneficia al trabajo en grados variables» . Como puede observarse, no se hace referencia explícita a la idea de
rendimientos decrecientes, es decir, la renta se presenta como dependiente del
margen extensivo
de
cultivo. Tampoco se hace explícito el supuesto de considerar que la tierra se dedica
básicamente a un único uso.
(*) Fragmento de la publicación LA CUESTION DE LA TIERRA EN EL
SIGLO XIX: LA SINGULARIDAD
DEL PLAN DE NACIONALIZACION DE
HERMANN H. GOSSEN de José Luis Ramos
Gorostiza, perteneciente al
Departamento
de Historia e Instituciones Económicas I. Universidad
Complutense
de Madrid.
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