“Pecadores
somos todos, los pecados se perdonan,
la corrupción no” Papa Francisco
la corrupción no” Papa Francisco
A la corrupción de la ciencia económica, del derecho y de lahistoria denunciada en este Blog ahora:
Y si la ciencia no es eso que tú crees…
El
último Nobel de Medicina critica la “tiranía” de las revistas especializadas en
la carrera investigadora
Las
publicaciones defienden su seriedad
Nuestro mundo se rige por la ciencia
en mayor medida de lo que creemos. Un gobernante puede creer que su raza —o su
aldea, ya puestos— es superior a las demás, pero no podrá salirse con la suya
sin una ciencia independiente y de calidad que lo apoye; un magnate pagará un
montón de dinero para hacer creer a la gente que su pasta de dientes, su fuente
de energía o sus medios de comunicación son superiores a los demás, pero
fracasará si no puede aportar evidencias científicas. Los alimentos que comemos, la información
que creemos y los medicamentos que tragamos dependen crucialmente de una
ciencia solvente, honrada y evaluada con criterio y transparencia.¿La tenemos?
El último premio Nobel de Medicina, Randy
Schekman, cree que no. Y no se engañen: la mayoría de
los galardonados con esa cima de las distinciones científicas dedican su visita
a Estocolmo a mayor gloria de sí mismos, o simplemente a hacer turismo. Schekman
ha preferido montar un pollo, y uno bien importante, si hemos de ser justos. En
una columna
publicada por The Guardian y reproducida íntegramente bajo este
artículo, Schekman sostiene que las revistas científicas de élite, en
particular Nature, Science y Cell, distorsionan el proceso científico o, peor aún,
ejercen una “tiranía” sobre él que no solo desfigura la imagen pública de la
ciencia, sino incluso sus prioridades y su funcionamiento diario.
Para reforzar su punto de vista, el
premio Nobel —que recogió ayer su galardón en la capital sueca— ha anunciado su
decisión solemne de no publicar nunca más en Nature, Science y Cell,
las tres revistas científicas con más índice de impacto, una medida de su
influencia en otros científicos. Schekman admite que ha publicado todo lo que
ha podido en esas tres revistas, incluidos los papers (artículos técnicos) que
le acaban de valer el premio Nobel. Pero que, ahora que se lo han dado, ya no
va a publicar más ahí.
Su intención es denunciar —con unas dosis de
autocrítica que se echan de menos en la clase política y otras— las
distorsiones que esas grandes editoriales científicas ejercen sobre el progreso
del conocimiento. Schekman denuncia que la admisión de un texto puede estar
sujeta a consideraciones de política científica, presiones o incluso contactos
personales.
Schekman ha fundado su propia revista
electrónica, eLife, una de las publicaciones
científicas “en abierto” que pretenden estimular una nueva era en la
evaluación, presentación y divulgación del progreso científico, o una ciencia
tres punto cero.
Dos de los tres objetivos
prioritarios de Schekman. Las revistas Nature y Science, son premio Príncipe de
Asturias de las ciencias. Pero hay otro galardonado con el mismo premio, el
biólogo Peter Lawrence de la
Universidad de Cambridge, que no solo apoya a Schekman, sino
que viene sosteniendo posturas similares desde hace 10 años. “Este asunto viene
de lejos y se ha ido volviendo peor en los últimos años”, dice a EL PAÍS desde
Cambridge.
Denunciar
las distorsiones de las editoriales sobre el avance del saber
Lawrence y otros científicos han
escrito artículos en las revistas científicas y presentado quejas ante los
centros de decisión, pero no han logrado gran cosa, ni siquiera elevar el tema
a la opinión pública. El científico de Cambridge se confiesa contento de que
Schekman haya aprovechado su premio Nobel para remar contra corriente e
intentar empujar lo que considera una buena causa. La autocrítica es inmanente
a la ciencia: es lo que mejora sus experimentos y teorías, y lo que puede
mejorar sus formas, su financiación y su comunicación pública.
“Muchos investigadores son plenamente conscientes
de cómo la evaluación del trabajo científico y su tasación por los burócratas
está asesinando la ciencia”, dice Lawrence con característica elocuencia. “Por supuesto que todos somos culpables de haber representado nuestro
papel, y así lo admite el propio Randy (Schekman); pero es bueno que esté
utilizando su premio Nobel para publicitar sus opiniones, y espero que ello
incremente la percepción pública de por qué la ciencia ha perdido su corazón”.
Lawrence escribió un artículo de
referencia sobre este asunto hace diez años, curiosamente en la propia revista Nature. “Cuando lo escribí en 2003,
recibí casi 200 cartas, en su mayoría de jóvenes que sentían que los sueños que
les habían llevado a convertirse en científicos habían sido rapiñados; el punto
principal, entonces y ahora, es que los artículos científicos se han vuelto
símbolos para el progreso en la profesión científica, y los verdaderos
propósitos de comunicación y registro están desapareciendo”.
Otro científico relevante que apoya
la protesta del Nobel Schekman es Michael Eisen, profesor de la Universidad de
California en Berkeley y uno de los fundadores de Public Library of Science
(PLoS), la primera y principal colección de revistas científicas
publicadas en abierto, y con una voluntad de transparencia que les ha llevado,
por ejemplo, a hacer pública la identidad de los dos o tres científicos, o
reviewers, que revisan los manuscritos y deciden sobre su publicación.
El
biólogo Peter Lawrence lleva 10 años protestando por esto mismo
“Lo que ha dicho Randy (Schekman) es
importante”, dice Eisen a EL PAÍS. “Si otros científicos siguieran esa vía,
podrían enmendar muchos problemas de la comunicación científica en un solo
movimiento”. Pero el investigador y editor no alberga grandes esperanzas:
“Hablando como alguien que ya abandonó esas revistas (Nature, Science y
Cell) hace 13 años, y que ha estado intentando convencer a sus colegas
para que hagan lo mismo desde entonces, me temo que la estructura de incentivos
que Randy denuncia es tan poderosa y ubicua que ni siquiera el liderazgo de un
premio Nobel tan brillante y respetado podrá disolverla”.
Eisen no cree que un boicot a esas
tres revistas de élite sirva de mucho. “Si realmente queremos arreglar las
cosas”, concluye, “necesitamos que todos los científicos ataquen el uso de las
publicaciones para evaluar a los investigadores, y que lo hagan siempre que
tengan ocasión: cuando contraten científicos para su propio laboratorio o
departamento, cuando revisen las solicitudes de financiación o juzguen a los
candidatos a una plaza”.
Este diario ha solicitado su
perspectiva a los editores de Nature, Science y Cell, los principales
objetivos de los dardos de Schekman. Lo que sigue son sus respuestas.
“Nuestra política de aceptación no se
rige por consideraciones de impacto”, dice a EL PAÍS Monica Bradford, editora
ejecutiva de Science, “sino por el compromiso editorial de proveer acceso a
investigaciones interesantes, innovadoras, importantes y que estimulen el
pensamiento en todas las disciplinas científicas”. La revista Science, prosigue
explicando Bradford, se publica por la
AAAS (Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, siglas en
inglés), que es una organización sin ánimo de lucro, “y trabaja duro para
garantizar que la información científica revisada por pares se distribuye al
mayor público posible”.
Las revistas de primera fila reciben tal cantidad
de manuscritos cada semana que, por simples consideraciones materiales, tienen
que rechazar cerca del 90% de esos trabajos. La cuestión sería un mero dilema
editorial si no fuera porque la carrera de cualquier científico, sobre todo de
los jóvenes, depende estrictamente del número de publicaciones que consiga con
su investigación, en particular en las grandes revistas de más impacto. Pese a ello, Bradford asegura que “los presupuestos para el número de
páginas y los niveles de aceptación de manuscritos han ido de la mano
históricamente; tenemos una gran difusión, e imprimir artículos adicionales
tiene un gran coste económico”.
Emilie Marcus, editora de Cell,
comenta más específicamente sobre el desafío del Nobel Schekman. “Desde su
lanzamiento hace casi 40 años”, dice, “la revista Cell se ha
concentrado en una visión editorial fuerte, un servicio al autor de primera
fila en su clase con editores profesionales informados y accesibles, una
revisión por pares rápida y rigurosa por investigadores académicos de primera
línea, y una calidad sofisticada de producción”.
“La razón de ser de Cell”,
prosigue Marcus, “es servir a la ciencia y a los científicos, y si no logramos
ofrecer esos valores a nuestros autores y lectores, la revista no prosperará;
para nosotros esto no es un lujo, sino un principio fundacional”.
Obsolescencia programada from rubens il gallego canalla on Vimeo.
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