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El Papa Francisco ha dado a
conocer una muy completa carta encíclica que comienza con palabras de “alabanza al Señor”, que eso significa LAUDATO,
SI’. Con este nombre pasará a
ser recordada de aquí en adelante. La expresión
« Alabado seas, mi Señor », era de san Francisco de Asís. En ese hermoso
cántico nos recordaba que “la casa en común”, nuestra casa
común, es como una hermana, en cuanto
con ella compartimos la existencia; pero sobretodo es como una bella madre puesto que en sus
brazos nos acoge.
Destacar la hermandad entre todo lo creado por Dios es el nervio de
esta encíclica. Y Francisco con sobrada razón y múltiples motivos nos lo
recuerda en un tiempo como el actual en el que los más variados conflictos
se dan entre los hombres, entre las sociedades que forman y contra la naturaleza,
hermana y madre a la vez de todos nosotros. Considerando lo expuesto en este trabajo nuestro,
consideramos oportuno y pertinente agregarle algunos de los pensamientos de Francisco , cuya
encíclica trata “Sobre el Cuidado de la Casa Común”.
El
cuidado de la “casa común” es cosa
importante.
Para todo lo creado; pero
decisivo para la constitución de la sociedad humana, de cuya forma de ser
depende la posibilidad y perfeccionamiento que en este mundo ha de lograr la vida de todos y cada individuo como tal.
El Papa Francisco trata varios temas para atender al cuidado de la “casa
común”. Nosotros , para comprender y poner
de relieve el vasto alcance del mensaje del Santo Padre nos detendremos en dos principales parágrafos
de la encíclica en cuanto se
refiere a la cuestión de la oikonomía necesaria y adecuada al ser
humano. Asunto de gran significación por
dos razones: 1) Porque los argentinos una vez hemos ensayado, al comienzo de la gestación de nuestra patria, un modo de lograrlo: la Ley de Enfiteusis de
1826. Primera en el mundo moderno sobre
este delicado asunto , plenamente
ajustada a la moral cristiana y creada para regir las relaciones de los hombres
entre sí sobre la base de una recta relación de todos ellos con el don de Dios,
la tierra. 2) Porque aquel impulso
fundacional, inspirado por sentimientos semejantes al de Francisco, adquirió
valor de norma fundamental en la Constitución de 1853/60, aún vigente en este punto esencial.
Del trato al oikos. La palabra griega oikos
significa “casa”, y ha sido raíz de varios sustantivos compuestos. Aristóteles
la usó en la voz “oikonomia” para exponer sobre la “administración de la casa”
doméstica. Al promediar el Siglo XVIII los fisiócratas franceses – inspiradores
de nuestros patriotas de Mayo sentaron los cimientos para una nueva ley a fin de constituir un buen orden social
sobre la base de una efectiva la casa
común. El gran cambio consistió en sobre pasar
la “casa doméstica” para dedicar esfuerzos a pensar
cómo debía ser “la casa de un
pueblo” , como la casa con iguales derechos para todos sus hijos presentes y
por venir. Debía de ser para una sociedad plural, con múltiple contenidos e
intereses, inspirada por una singular fuerza espiritual a la hora de usar
los recursos naturales de este mundo. Por el Siglo XVI emergieron los países políticamente
soberanos. La “casa” se había
ampliado. Eran necesarios nuevos
conocimientos para dictar las “normas” (nomos)
para mantenerla arreglada. Era menester
contar con el saber adecuado para
establecer y mantener el orden en la nueva casa.
Este nuevo saber fruto del alma consciente emergió en el Siglo XVIII y recibió el nombre de “economía política”. Se
trataba de un conocimiento adecuado para ordenar una nueva y amplia casa: la polis moderna, una sociedad
heterogénea y pluralista. A partir de este nuevo saber sería posible – ante los variables problemas prácticos de la vida social - diseñar para cada momento la adecuada
solución mediante el derecho. Al
conocimiento de la economía política le siguió una exposición de las reglas del
arte para sostenerla con el nombre de “política económica”.
El
conocimiento en versión materialista. A comienzos del
siglo XIX cada pueblo arreglaba su casa
sin más preocupación que la tenida por la suya propia, ignorando los intereses
de la casa ajena, cuando no lucrando de
ella. Esta despreocupación por la suerte
de la casa ajena y la en extremo egoísta
preocupación por la propia , habrían de
teñir de sangre a los siglos XIX y XX.
Las cruentas guerras ocurridas
esos siglos y los genocidios en ellas
cometidos fueron parte del cambio de contenido de la
“economía política” y “las política económicas”. Un arrasador espíritu
materialista cambió sus sentidos, sus
métodos y sus fines, Su nueva finalidad
fue desarrollar un conocimiento para construir sociedades según modelos materialistas. El
impulso de las ciencias de lo físico material, ocupadas de todo aquello
que se puede medir, pesar y contar obró en este cambio. La reciente economía
política fue desplazada por luna supuesta ciencia
positiva de la economía. Medir,
contar y calcular matemáticamente las conductas humanas para planificar el orden social fue el
talante dominante.
La
reacción contra la visión estrecha. Graves
dificultades mundiales emergieron cuando los gobiernos de importantes países
decidieron planificar centralmente la economía social humana. El proceso
remató en terribles guerras internaciones, gran tragedia que en parte cesó en
1945. El horror sufrido generó un
impulso para precisar más y mejor los
“derechos del hombre” y los de cada habitante en su respectiva sociedad. Y de cada sociedad como parte de una humanidad
encaminada hacia la “globalización”
económica. Esta nueva ola ha
puesto en primera línea la necesidad de
prestar atención a la común responsabilidad
de todos y cada uno sobre las exigencias y limitaciones en la tarea
de ordenar el oikos. Esta vez no solo el
de una nación sino la del heterogéneo conjunto formado por todas. Más aún: el problema de la “casa de
todos” demanda nuevas visiones
“ecológicas”. No solo para hoy sino para
un indiscernible pero prolongado futuro en el que se han de constituir sociedades con cada vez más
respeto por la libertad individual , con incremento de la original fraternidad . ambas fortalecidas por una
creciente vigencia de los principios de
igualdad de trato y de oportunidades.
Necesitamos
un nuevo saber.
Esta reciente evolución exige un mejor cultivo del alma y del espíritu
del que somos portadores. Exige
reflexionar sobre el tipo de orden social que hemos de formar para satisfacer
las ineludibles necesidades materiales que nuestra condición física demanda de
modo y manera que no se posibilite un mayor desarrollo espiritual. Grande es el
desafío. La irrenunciable
responsabilidad del hombre en la constitución del mundo presentó la necesidad de ampliar la
noción de “economía” a la de “ecología”. Con este cambio se reconoce la insuficiencia
del puro poder politico en la tarea de dictar normas para construir nuestra
casa común. Se necesita ahondar mucho más en
“la lógica real” que reina en el mundo dado y descubrir los trascendentes
fundamentos sobre los que hay que legislar para alcanzar el mundo
debido. Dios nos ha donado una casa
para realizar nuestra vida en este mundo.
Sabemos que en y de ella hemos de vivir. Mas ahora además sabemos que
no solo hemos de vivir en y de ella, sino que lo hemos de hacer de manera que
la Creación siga el curso pensado por Dios.
No nos ha sido dada esta casa solo para vivir nosotros sino que se nos ha sido dada custodios de ella (Genesis 1:28). Hemos
de tomar conciencia que somos novísimos colaboradores de la obra de Dios.
Esta nueva visión demanda un nuevo saber, parte del cual se ha denominado “ecología”. Sin embargo se cometería un error si se separa de este nuevo conocimiento
del conocimiento “económico”. Aquél no ha de ignorar a éste y éste debe incluir a aquél. Un buen y
acertado orden ecológico solo puede desarrollarse a partir un mejor
conocimiento y establecimiento del debido
orden económico humano. La economía tiene por causa eficiente las
necesidades materiales de nuestro cuerpo físico (Génesis 3:23 y Levítico 25:23)
; pero ellas han de satisfacerse en un orden social orientado por el novísimo mandamiento que Cristo nos
revelara (Juan 13:31).
La
Constitución nacional argentina. Nuestra Constitución
política fue lograda tras duros conflictos internos. Un largo período de guerras intestinas
(1810-1851) precedió al establecimiento
de los cimientos para la construcción de
la “casa común de los argentinos”. El Preámbulo de esta Constitución es
tan terminante como ignorado. Declara: 1) que la Constitución fue dictada “invocando
la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia” y 2) que ha sido
establecida no para los escasos habitantes de entonces sino “para todos los
hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”. Unidos ambos
mandatos era de esperar que nuestro país
fuera, como de hecho logró serlo por un corto tiempo (1860/1910) , tierra de
leche y miel, réplica de la “Tierra prometida”. Para nosotros y para millones
de exiliados de sus patrias para vivir libres ,
de su trabajo en común y en fraternidad.
Del
Código Civil. Nuestra historia social a partir de
mediados del siglo XX, muestra que no hemos acertado en la tarea de actualizar
lo ordenado por nuestra Constitución.
Para construir la “casa común” ella dispone empezar por construir “los cimientos
para una nueva sociedad”: tierra para
trabajar y libre voluntad para trabajarla.
Con ese fin ordena se dicte un Código Civil. En cumplimiento formal de
ese mandato en 1870 fue puesto en
vigencia el vigente[1]. Debía asegurar un idéntico derecho de acceso
a la tierra a favor de todos aquellos que habitaran nuestro país para vivir de
su trabajo. Este mandato constitucional
chocó contra el real orden social existente: la realidad social antes constituida. El autor del Código zanjó la contradicción
entre los intereses de los pocos terratenientes con el interés de los millones “sin tierra” por venir. Fabricó una transacción legal entre los intereses de los ya propietarios en tierra
y el interés de cada uno de los que
arribaran al país necesitados de tierra para vivir y trabajar. Resolvió
instituir derecho de propiedad romana
para los primeros y contratos alquiler para los demás. La “casa fue así dramáticamente dividida”.
La casa
dividida a todos arruina. Al cumplirse el primer
Centenario (1910), más allá de los conflictos sociales
secundarios ocurrió lo principal era que “la casa argentina estaba muy dividida”. Cristo nos había advertido que “Si un reino está
divido contra si mismo, no puede perdurar” (Mc.3:24) y repitió de modo claro que “Si una casa esta dividida contra si
misma, tal casa no puede perdurar” (Mc. 3:25 y Mt. 12:25). Toda vez que la
tierra es la casa material para la vida humana para nosotros y todos en
este mundo, el nomos legal que se
dicte ha de asegurar el divino derecho de igual acceso a la tierra
para todos y cada uno facilitando de mil modos
el concreto acceso a ella para vivir y trabajar. El Código Civil de 1870, aun vigente en estas
disposiciones, nos impulsa al crónico conflicto social. Este tipo de fenómeno
institucional traumatiza la conciencia de todos los habitantes.
La historia de países esclavistas lo prueba. Los conflictos se
multiplican, aumentan y se extienden a todos los órdenes de la sociedad. Al trabajo no le sigue la riqueza; a la
democracia política no le sigue el gobierno del pueblo; a la enseñanza pública
no le sigue la cultura.
La sabiduría de los relatos bíblicos en la
epístola de Francisco. El Papa Francisco en la encíclica que comentamos nos estimula a
reflexionar sobre estas cuestiones básicas del orden social. Valen para los 40 millones de argentinos hacinados
en una pequeñísima parte de nuestro
vastísimo territorio; y también para
otro tanto igual que podrían vivir ya en
nuestra “casa común”. El Santo Padre expone estas cuestiones en dos secciones separadas: una rememorando “La sabiduría de los relatos bíblicos”
(parágrafos 67/73) y la otra titulada “Destino
común de los bienes” (parágrafos
93/95). Nos permitiremos hacer un breve comentario sobre ambos.
La primera sección contiene sustancialmente lo
proveniente de las revelaciones de Dios al pueblo hebreo, registradas en el Antiguo Testamento. Son de
un valor incalculable para los cristianos, si tenemos presente – como debemos
tener – que Dios dispuso que nuestro Señor Jesucristo naciera en ese pueblo.
Francisco comienza el párrafo 63 con esta tajante afirmación: “No somos Dios”.
Afirmación que podría sorprender por
obviedad, pero que cobra enorme sentido por la que le sigue: “La tierra nos precede
y nos ha sido dada”. ¡Que enorme verdad y que oscurecida ha llegado a ser en la época actual, pues pocos parecen
recordarlo! La meditada lectura del Génesis da cuenta del proceso de la
Creación y en ella consta con meridiana claridad que no solo la tierra precedió
a todo lo viviente, sino que el hombre fue la creación más tardía de Dios. No
se trata solo una cuestión de precedencia temporal sino del radical cambio en
el contenido de la Creación. La Creación del mundo físico fue lo primero; todo
lo viviente fue creado después (Génesis 1:26 y 1:27). A pesar de la espléndida
grandeza de esta obra divina, sobresale
de modo harto singular que ella remate en la creación del hombre. Este acto no
fue un otro simple ejercicio de Supremo poder. Fue la puesta en existencia de un
ser absolutamente nuevo portador de un
sentido universal a cumplirse tras su devenir en la tierra. Dice el
Antiguo Testamento: “Entonces dijo Dios: Hagamos el hombre a nuestra imagen y
conforme a nuestra semejanza” (Génesis 1:26). No creaba Dios un ser más en su
vasta creación. Creaba un ser viviente para que “señoree en los peces del mar,
en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra y en todo animal
que se arrastre sobre la tierra”
(Génesis 1:26) .Con tal propósito, entre otros profundos, vino la mayor novedad: “Y creo Dios al
hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y hembra los creó” (Génesis
1:27). Lejos de ser un acto ocasional
fue la concreción de una ignota finalidad
divina. Tras crear al hombre y la mujer
narra la Biblia: “Y los bendijo Dios y les dijo: Fructificad y
multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar,
en las aves de los cielos y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”
(Génesis 1:28). Por este mandato los humanos somos, entre otras
finalidades, curadores de todo lo
existente y esta función – que entraña la obligación de aprender a ejercerla
- nos carga con una responsabilidad que
no siempre se ha apreciado en su justa medida. La emergencia de la ecología,
como superadora de la economía, es una de las pruebas testigo de este largo
pero aun no finalizado aprendizaje.
El Antiguo Israel versus la Antigua Roma. Prueba que vivimos en este mundo
en constante aprendizaje para llegar a ser lo que en ocultos designios
el Señor ha dispuesto, conviene repasar
una y otra vez este pasaje del Antiguo Testamento. Se trata de la conducta fratricida de Caín y su ingenua pregunta a la pregunta de Jehová. Luego de haber salido juntos Abel y
Caín al campo, y tras haber matado a su
hermano, aparece el Señor y tiene lugar este
diálogo: “Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y éste
respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Génesis 4:9). Caín no
tenía idea ni los sentimientos de hermandad que Cristo mucho más tarde nos viniera
a predicar. Aun hoy la mayoría de las personas no se interesa por sus hermanos
en el sentido cristiano. La evolución de la humanidad no ha sido ni es pareja.
En esto es un clásico ejemplo las
diferentes sendas seguidas por dos pueblos contemporáneos: el de la Antigua
Roma y el Antiguo Israel. Con la salida del pueblo hebreo de Egipto no ocurrió
su inmediata liberación moral. Fue
necesario que Jehová revelara a Moisés los mandamientos sagrados a los cuales los hebreos deberían ceñir sus
vidas, la individual y la social. Algunos los aprendieron de a poco tras un
constante peregrinar de cuarenta años en
inhóspito desierto. Solo tras alcanzar
un superior nivel moral les fue abierto el paso
a la “tierra prometida”. La historia del perfeccionamiento de este
pueblo continuó; pero otro largo periodo habría de transcurrir para que se
dieran las condiciones requeridas para recibir a nuestro Señor Jesucristo y
pudiera éste pronunciar para toda la humanidad el nuevo y fundamental
mandamiento “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:40). ¡Cuan distinta
fue la historia de Roma pareja en el tiempo a la del pueblo judío! Alcanzo a ser un imperio poderoso; pero para
entrar en el camino hacia Cristo hubo de ser guiado por los evangelistas del
pueblo de Israel.
Condiciones que dificultan el amor al prójimo.
El amor al prójimo
– principal mandamiento cristiano para lo social - ha de ser ejercido como mandato de Dios; pero
su efectivo ejercicio demanda cambios en las condiciones de vida. De las propias de cada individuo y de las
condiciones de la sociedad a la que aquel pertenece. El orden social es el habitat, necesario para que la persona pueda cumplir su singular destino.
Pero para lograr su singular destino no
cualquier forma de orden social es igualmente útil. El orden social habilita o
dificulta el desarrollo de cada hombre
como individuo. Y el modo de ser de este orden depende en elevado grado , entre
otras cosas, de su derecho positivo. Aquel orden social cuya base principal primera consista en asegurar a todos y a cada uno de sus miembros
igual derecho de acceso a la tierra ofrece mejores condiciones para que cada
uno cumpla con su destino. Al contrario , todo orden social en el que para la
mayoría es difícil cuando no imposible acceder a la tierra para vivir y
trabajar, es contrario a los mandatos del Creador. Este básico derecho a la tierra nos fue dado por Dios
como condición de vida desde la Creación (Levítico: 25:23); pero su
especificación concreta en este mundo demanda que cada sociedad humana dicte
para sí y para sus miembros leyes positivas
que pongan en blanco sobre negro
los derechos de los individuos y los de
la sociedad sobre la tierra. Esta doble necesidad nos genera una gran
responsabilidad ante Dios.
De la
originaria necesidad del derecho. Toda sociedad
debe dictar y practicar un derecho objetivo que concilie el beneficio
general con los derechos subjetivos de cada individuo y el derecho subjetivo de
cada conjunto que se forma en la sociedad. Dice el Papa Francisco que muchas
interpretaciones incorrectas han hechos los hombres en esta materia. Nos
recomienda, para lograr la ley positiva correcta, estar atentos
a la “relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la
naturaleza”. Con toda modestia, nos atrevemos a glosar esa feliz idea,
explicitando su vasto alcance: igual relación de reciprocidad debe existir
entre todos los hombres como personas. Continúa afirmando Francisco: “Cada
comunidad puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia,
pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su
fertilidad para las generaciones futuras” (Parágrafo 67). Este es en la
actualidad asunto de la más grave urgencia y lo ha de resolver toda sociedad
que pretenda ser el amable hogar para hombres libres, quienes tratados en un pie de igualdad,
puedan cumplir con el divino mandato de
fraternidad. Es un problema crucial cuando se “constituye” formalmente toda sociedad humana. Nuestra
Constitución 1853/60 ha acatado esa exigencia y la actual la mantiene. Pero no
es menos crucial que ella cobre efectiva vigencia en la vida de la sociedad. La ley positiva dictada al servicio de
turbios intereses obra en contra de la salud social y la de sus miembros. Hemos de prestar mucha atención a los
emergentes conflictos de cada día para evitar que en miras a su inmediata
solución nos aparten de la recta Constitución que hemos de mantener. Dice
Francisco: “Hoy creyentes o no creyentes estamos de acuerdo en que la tierra es
esencialmente una herencia común, cuyos frutos deben beneficiar a todos”. “Dios
creó el mundo para todos. Por consiguiente, todo planteo ecológico debe
incorporar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos
fundamentales de los más postergados”. Nuestro deber como ciudadanos es actuar
para que ese mandato moral sea realidad apelando a un correcto derecho
positivo. Un sistema legal que permite a
los dueños de la tierra apropiarse para sí de la renta del suelo e incluso
negociar con el capital social que sobre ella crece por el trabajo de todos
no se ajusta al derecho cristiano. Es esta una cuestión central a la hora de
establecer una “relación responsable entre el hombre y la naturaleza”.
Debemos
asumir el reto de Francisco. El valioso pensamiento
central de la encíclica nos congratula y estimula para seguir adelante en la investigación que
estamos empeñados. Al mismo tiempo, la valiente actitud del Santo Padre al
tratar esta cuestión y exponerla urbi et orbe, nos anima a hacer un
respetuoso comentario a título de glosa. Pensamos que para nuestro país es de
absoluta necesidad que los hombres de estudio
profundicen en estos problemas. Necesitamos
renovar nuestro derecho positivo para un
mejor desarrollo social al servicio del hombre con fortalecimiento de la
fraternidad cristiana. Francisco reproduce las palabras de Juan Pablo II,
escribiendo: “Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella
sustente a todos sus habitantes”. La evolución histórica ha hecho que el
derecho sobre la tierra, primer recurso de vida, permanezca acantonado en los
límites de la soberanía política de cada Estado nacional. Sin perjuicio de
apuntar a una creciente universalización de la cuestión, como bien afirmara
Juan Pablo II, debemos atender al
problema en nuestra “casa”. Asi como
Jesucristo dijera a la laboriosa Marta «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas
cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola” (Lucas 10:38/42), así
conviene recordar a los dirigentes y maestros argentinos prestar atención a la
principal cuestión para la vida material, la tierra y su valor, a la que se
tiene en total olvido. Para asegurar la
libertad de trabajo, la igualdad de trato y reforzar la fraternidad social, hay
que distinguir entre el derecho de
acceso a la tierra (para vivir y trabajar)
del derecho de la sociedad sobre el capital social generado por el
trabajo de todos y que se expresa en el
precio de cada lote de tierra en propiedad.
Este valor de la tierra se
incrementa día a día por la creciente población y la demanda de bienes y
servicios. Para un país prácticamente despoblado como el nuestro, al que con
toda comodidad podrían poblar varios
cientos de millones de familias, sigue siendo principio válido “gobernar es
poblar”. No solo hemos fallado en este objetivo social sustantivo sino que para
colmo hemos fallado en que los pocos que han poblado nuestro país no
puedan todos siquiera “vivir bien”. Vale
decir, conforme a la dignidad de la
condición humana. Nuestra principal meta y tarea en esta vida terrena es
espiritual. Pero en tanto tengamos que cumplir parte de nuestra vida en este
mundo terreno, hemos de incluir como primera meta espiritual el dictar un derecho positivo que ponga a
todos en condiciones de igualdad para acceder al suelo y asegure para la
sociedad los recursos que provienen del “capital social” que sobre la tierra
crece.
[1] Acabado de escribir este texto durante el curso del
año 2015, fue reformado el Código Civil
por la Ley 26.994. El nuevo código reforma la organización interna de las
instituciones , suprime algunas y crea
otras nuevas. Pero deja en pie en plena y efectiva vigencia el anterior
sistema de derecho de propiedad sobre la tierra, razón por la cual para nada se invalida las
críticas expuestas en este trabajo, las que le son totalmente aplicables.
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