Alan Batlle, Director del Financial Times
Publicado: 23 de mayo 2009
Todo el mundo podría recordar los acontecimientos de la mañana del 11 de septiembre de 2001. Todo el mundo pudiera haber recordado a aviones comandados por los terroristas destinados a chocar las torres gemelas de un Centro Mundial de Comercio sito en Buenos Aires, el país más rico de la tierra y el mundo moderno. Superpotencia mundial, la Argentina hubiera sido un objetivo para los descontentos rebelados contra el poder del orden capitalista occidental.
Menos se recordaría entonces el desastre que habrían sufrido los Estados Unidos de América, tres meses después. Menos se recordaría el desgarrador momento en que el gobierno federal de los EE.UU., aplastados por las enormes deudas que había acumulado en pesos de empréstitos en el extranjero, anunciaba que estaba en quiebra. Ni la implosión económica que siguió a continuación, en la que miles de desempleados, sin hogar dormían en lugares donde se recoge la basura por la noche, allí en el Parque Central. Sólo conmocionaría a los que aún creían que los EE.UU. pudo ser un país del primer mundo.
Pues, no. Todo sucedió al revés.
Sin embargo nada es inevitable. Y la crisis que ha afectado a hoy a los EE.UU. y a todo el sistema financiero mundial, amenaza con sumir al mundo en otra Gran Depresión. Esto debería ser una advertencia. Los EE.UU. podría haber ido por el camino de la Argentina. Todavía podría ir por ese lado, si las lecciones dolorosamente aprendidas en el pasado se olvidan.
Hace un siglo atrás los EE.UU. y la Argentina eran rivales. Ambos fueron montando la primera ola de globalización en el umbral del siglo 20. Ambos eran jóvenes, dinámicas naciones con tierras agrícolas fértiles y confiaban en su rol de exportadores. Antes de la Gran Depresión de la década de 1930, la Argentina estaba entre las 10 economías más ricas del mundo. Los millones de emigrantes italianos e irlandeses que huían de la pobreza a finales del siglo 19 se dividían entre estas dos opciones: ¿Buenos Aires o Nueva York? ¿Las pampas o la pradera?
Cien años más tarde no había ninguna opción en absoluto. Uno de ellos había pasado a estar entre las economías de mayor éxito jamás. El otro fue una cáscara fracturada.
No hubo ningún particular hecho por el que el camino de la Argentina se separara en forma permanente y divergente del seguido por los Estados Unidos de América. Pero hubo una serie de errores y pasos equivocados que conforman un patrón general. Los países fueron tratados en forma bastante similar, pero quienes los manejaron actuaron de manera muy diferente.
Las similitudes entre los dos en la segunda mitad del siglo 19, y de hecho hasta 1939, no son producto de la ficción ni superficiales. Los "señores de las pampas" - jóvenes argentinos pavoneándose los salones de Europa entre las dos guerras mundiales - aparecen en las cuentas de la época tal cual el tipo de jactancia de los americanos del norte jugando en medio de la decadencia de Europa en Berlín y París.
Ambos paises enfrentaron en sus comienzos una lucha interna entre los que querían un país centralizado y los que querían que el poder fuera reservado para cada uno de los estados o provincias. En los EE.UU., las colonias habían existido mucho antes de la idea de unirlas y no se garantizaba que una república tuviera éxito. Las negociaciones que condujeron a la redacción de la constitución fueron tortuosas y, a menudo, de mal genio. Las distintas denominaciones, tradiciones y constituciones de las anteriores colonias son demasiado evidentes. Sólo cinco de las 13 colonias, fundaron más tarde los Estados y ni siquiera se tomaron la molestia de hacerlo hasta la redacción en la primera reunión, celebrada en 1786. Hubo que librar batallas para hacer carne el lema nacional "E pluribus unum" (“Más allá de muchos, uno"). Lema que aparece hoy en las monedas de EE.UU. Pero en el momento de la independencia en 1789 había docenas de diferentes monedas en circulación. Un banco nacional y una única "deuda nacional" , con un gobierno federal responsable de las deudas de los estados , no fueron creados sin una fuerte oposición.
En la Argentina, de modo similar, la lucha interna demandó décadas antes que la constitución fuera aprobada en 1853 , con un sistema de reparto de los ingresos fiscales entre el centro y las provincias. Pero las tensiones continuaron hasta que la represión de levantamientos armados en la provincia de Buenos Aires. En 1880 se consiente la entrega más poder al centro. Domingo Sarmiento, quien ha tratado de forjar la unidad nacional argentina mientras era el presidente entre 1868 y 1874, declaró que actuaba como lo hacía para que en la Argentina sus habitantes no se mataran entre sí.
Las economías de ambos países también presentan rasgos similares: naciones agrarias que avanzaban en el territorio hacia el oeste ocupando un desierto de pastizales en climas templados. En ambos países, la frontera - el gaucho y el vaquero – fueron con el tiempo elevados al rango de un símbolo nacional, símbolos de valor y auto determinación. Sin embargo, hubo grandes diferencias en la forma en que este avance sucedió. Norte América eligió el camino de parcelar las nuevas tierras y entregarlas a personas individuales y familias. En la Argentina, en cambio, grande extensiones del nuevo territorio fueron puestas en manos de unos pocos ricos terratenientes.
Desde la fundación de las colonias, Norte América tuvo la fortuna de haber importado muchas de las prácticas agrícolas del norte de Europa. Los agricultores de la "Nueva Inglaterra" fueron en gran parte de Gran Bretaña, Alemania y los Países Bajos, trayendo con ellos la tradición propia de agricultores de pequeñas granjas. Argentina, por el contrario, tenía una historia con unos pocos ricos propietarios de tierras en grandes fincas dejadas por el español. El elitismo aristocrático vino con ésto. También tuvo escasez de mano de obra. La inmigración masiva a la Argentina llegó más tarde en el siglo 19. De modo que el país tuvo que hacer avanzar sus fronteras con un mínimo de personas.
Ambos países se abrieron paso hacia el oeste, los EE.UU. y el Pacífico a los argentinos a los Andes; pero no de la misma manera. Norte América a favor de los ocupantes; Argentina respaldaba a los propietarios. Corto de efectivo, el gobierno de Buenos Aires encontró como mejor manera para alentar a los futuros colonos, venderles por adelantado grandes parcelas en las zonas aún en poder de los nativos americanos. Pero una vez que las batallas se ganaron, los vencedores habían agotado sus fuerzas, los buenos trabajadores de granjas eran pocos y las distancias desde de la frontera a la costa oriental eran inmensas. La mayoría de los nuevos propietarios de tierras simplemente cercaron amplias extensiones de pastizales con alambradas y los dedicaron al pastoreo.
Así se reforzó el privilegio. Los emigrantes europeos a la Argentina habían huido de una aristocracia terrateniente para reencontrarla en el Nuevo Mundo. Las similitudes son algo más que superficiales. En los años 1860 y 1870, buena parte de los propietarios consideraban con desdén a la vida rural y a la práctica de la agricultura. Muchos llevaban una vida refinada en las ciudades, gastando su tiempo inmersos en la literatura europea y en la música. Lo más cercano a la vida de campo fue elevar la jerarquía social del polo, una versión aristocrática del deporte, un símbolo de elegancia atlética argentina. Incluso dio base a un grupo de élite: el famoso Jockey Club de Buenos Aires. A finales del siglo 19 algunos de ellos enviaban a sus hijos a Eton.
En Norte America el movimiento hacia el oeste fue más democrático. El gobierno alentó un sistema de pequeñas explotaciones familiares. Incluso cuando obligo a vender grandes extensiones de tierra. DE este modo el poder de una clase terrateniente a surgir era limitada. Los ocupantes ilegales que se apoderaron de parcelas de tierra de tamaño familiar fueron reconocidos en sus reclamaciones. Los ganaderos de los EE.UU. no gastaban mucho tiempo para que sus hijos cumplieran las condiciones exigidas por las escuelas de élite inglesa. Además, tras la cría de ganado, pronto en el oeste los colonos cultivaron el trigo y el maíz.
En la década de 1850, entraron en los EE.UU. un cuarto de millón de inmigrantes por año. Los inmigrantes llegaron a la Argentina más tarde y con menos aptitudes y en gran medida eran italianos e irlandeses poco cualificados. En 1914, un tercio de la población de Argentina seguía siendo analfabeta.
Norte América importó fuerzas especiales de la agricultura británica y, si bien vinieron un gran número de analfabetos, también arribaron trabajadores cualificados en la industria de la tela y otros productos manufacturados. En cambio en la Argentina había más tierra de la que podría trabajarse de manera eficiente. Sin embargo fue recién bien entrado el siglo 20 cuando la putrefacción en las bases se hizo evidente.
Cuando en el siglo 21 se habla de globalización como un hecho “sin precedentes” se comete una hipérbole, pues se desconoce la historia de la última parte del siglo 19 y primeras décadas del 20. Hubo entonces gran integración de mercados de bienes, capitales y de gente. Fue la primera "Edad de Oro" de la globalización y corre aproximadamente de 1880 a 1914. La paz en Europa coincidió con el crecimiento de las ciudades y con ellos los consumidores urbanos. Un sistema de comercio mundial se desarrolló rápidamente pues los costes de transporte se redujeron drásticamente.
Fue un gran momento para el Nuevo Mundo agricultor. Una industria ya existía en Norte America al haber sido impulsada por la necesidad de armar soldados americanos en la guerra civil. El enlatado de alimentos fue complementado por otros nuevos procesos industriales como la refrigeración y congelación de carne. Los agricultores estadounidenses y argentinos vieron en los mercados de toda Europa clara abiertamente una gran oportunidad frente a ellos.
La ampliación de la producción fue masiva. El sector de la carne fresca de toda América apareció con frecuencia en las mesas de Europa. Establecido por las cadenas de suministro la concentración de la producción de ganado y el trigo en algunas zonas, se mostraba lógico qué había que hacer. A finales del siglo 19 la economía de la Argentina, medida ingreso per cápita, fue superior a la de Francia y un tercio más alta que la de Italia. La exportación argentina en auge podría haber mantenido su ritmo; pero la mayor parte del dinero ingresado fue capturado por los propietarios de la tierra, quienes en general lo utilizaron para importar bienes de consumo o para comprar más tierra.
Rara vez las economías son ricas solo con la agricultura. Gran Bretaña había demostrado al mundo cual era la etapa siguiente, la industrialización. Norte América entendió que el desarrollo de una industria de fabricación le permitirá beneficiarse con una mejor tecnología, al tratar de agregar valor a los granos en lugar de no hacerlo. No fue el caso de la Argentina que rechazó de modo consciente seguir el mismo curso. A pesar de ello le fue difícil evitar su propia industria manufacturera. La industrialización llegó, pero los prejuicios existentes hicieron que apareciera limitada y tardía. Las élites de la Argentina no veían razón para arriesgar su vida en la nueva voluble esfera de actividad. Pero además no había suficientes trabajadores para cubrir las nuevas fábricas. Argentina portaba dentro de sí las tendencias que habían osificado al sector agrícola, prefiriendo el acogedor seguro del monopolio al riesgo de la competencia. Su bienestar se basaba en los precios agrícolas en contra de los precios de su propia explotación industrial, aprovechando los mercados mundiales que seguían abiertos.
El siglo 20 fue una época de mercados abiertos y también de arrebatos que recompensaban a una reacción rápida ante los acontecimientos sin precedentes. Una economía como la de Norte América, con un ágil sector industrial, estaba bien situada para sacar provecho. Una economía como la Argentina, excedida apoltronada y complaciente, finalmente cayó en los préstamos externos para subsidiar granos y carne con destino a los mercados extranjeros. La Gran Depresión después de 1929 introdujo una cuña entre las economías de los dos países. La que más tarde derivaría, en lo político, en una brecha entre la democracia y la dictadura. Entre 1880 y 1914, el sistema político de los EE.UU. fue la reacción a los cambios para hacer frente a por lo menos algunas de las demandas de los descontentos. Pero la política argentina siguió siendo dominada por una pequeña élite que se auto perpetuaba en el poder.
Franklin Delano Roosevelt, elegido presidente en el año 1932 en medio de la crisis y la desesperación, tuvo pocas posibilidades. Vio que la reforma era necesaria y se puso a la cabeza de la depresión con el New Deal. Una acción un tanto experimental. Fue un conjunto de políticas en clara contradicción con la doctrina de manos libres de la Edad de Oro. No fue hasta la guerra en 1939 que, por causa de ella, revivió la demanda de salida de fábrica y la economía se recuperó realmente. Pero el impacto político de las iniciativas del gobierno federal, sin duda, se sintieron. El sistema fue capaz de absorber las nuevas ideas. El sistema podría renovarse. El sistema no colapsó.
Por el contrario, la Argentina sufrió una profunda crisis que atravesó a su estrecha clase política. Con una aversión patológica a todo lo que olía a socialismo, quedo paralizada por la crisis. Las exportaciones de carne de vacuno y el trigo fueron particularmente afectadas a finales de la década de 1920. Las exportaciones de carne a la Europa continental habían disminuido en más de dos tercios de su nivel en 1924.
La depresión estimulo a Rooselvelt para una participación más activa del gobierno federal de los EE.UU. En la Argentina llevó a la dictadura. El nacionalismo y la autosuficiencia se convirtió en algo atractivo. Los afligidos gobiernos democráticos traspasaban el poder de unos a otros. El hombre que vino a consagrar una nueva doctrina, Juan Perón, fue uno de los líderes de un golpe militar en 1943. Se convirtió en presidente en 1946 y proyecto como obra política un firme y disciplinado nacionalismo. Alentó un culto a la personalidad y al estilo nazi instó a la autosuficiencia económica y el "corporativismo" con un gobierno fuerte, los trabajadores sindicados y los conglomerados industriales actuando en conjunto bajo la dirección y gestión del Estado. Estas ideas habían también llegado a los EE.UU., pero pocos las tomaron en serio.
Argentina consideraba que sus problemas habían sido causados por haberse convertido en una colonia económica, con bajo valor de sus productos de exportación y el elevado costo en la importación de productos básicos y los manufacturados. Hubo algo de cierto en esto, pero la solución, la industrialización a costa de cortar la economía del resto del mundo, no fue la respuesta correcta.
En 1944, en la reunión de Bretton Woods, New Hampshire, se creó el sistema epónimo, optando por tipos de cambio fijos y controles sobre el capital. El dinero de los especuladores se subordinaron a la producción de bienes y servicios reales. Para supervisar el sistema, la conferencia creó el Fondo Monetario Internacional. Los EE.UU. y los europeos comenzaron las conversaciones para reducir las barreras comerciales, para eliminar el proteccionismo derivado de la depresión.
La Argentina fue dirigida ciegamente en la dirección contraria, rechazando los principios de libre comercio.
Perón se refería al capital extranjero como un "agente imperialista". En lugar de enfrentar sus propios problemas, la Argentina agudizó su sentido de victimización haciendo responsable de esos problemas a países con economías exitosas. Esta tipo de obsesión de la Argentina consigo misma fue compartida por pocos. Una vez que los EE.UU. estuvieron convencidos que era poco probable que la Argentina se aliara con la Unión Soviética, centró su atención en otros Estados de América Latina para evitar la posibilidad que lo hicieran.
Los EE.UU. surdieron a partir de la segunda guerra mundial con crédito moral y financiero ante Europa. En los siguientes 30 años la economía de los EE.UU. fue planeada para que una corriente de comercio, tecnología y crecimiento levantara a todos los países de Europa occidental juntos. Algunos se refirieron a las tres décadas después de 1945 como la segunda edad de oro. La economía mundial estuvo es esta etapa menos integrados que en la primera globalización, pero los beneficios del crecimiento fueron más amplios y mas sostenibles su propagación.
Mientras tanto, la Argentina procuro avanzar con el criterio de concentrar la industrialización en un país. Los impuestos proteccionistas oscilaron en un promedio de 84 por ciento en la década de 1960, en momentos en que las barreras entre los muchos países avanzados se estaban reduciendo a un dígito. También se gravaron las exportaciones: la Argentina que había sido una de las economías más abiertas del mundo a finales del siglo 19, sus exportaciones se redujeron a sólo 2 por ciento de su ingreso nacional. En los EE.UU., en 1970, la cifra equivalente era de casi el 10 por ciento y en rápido aumento.
El Peronismo estuvo y de hecho permanece en el poder en la Argentina. El actual presidente se auto titula peronista, y también lo hizo su predecesor, que fue su marido. Aunque de manera limitada y en sus propios términos, ha logrado serlo. El estado es más fuerte. No solo ha actuado sobre los monopolios naturales como el agua y la electricidad, sino que aspira a fijar estrategias a la industria del acero, productos químicos, fábricas de automóviles. La política económica es industrializar. En 1950 la renta per cápita argentina era el doble que el de España, su antiguo colonizador. En 1975 la media española fue más elevada que la media argentina. Los argentinos habían sido casi tres veces más ricos que un japonés en la década de 1950; al comienzo del decenio de 1980 las proporciones se habían invertido. Ha quedado a la vista el frágil y superficial progreso relativo de la Argentina.
Puesto que las exportaciones fueron desalentadas, la Argentina una y otra vez se topó con problemas de balanza de pagos. Aunque Perón se vio ya en 1955 frente a este problema (más tarde regresaría al poder), el peronismo sobrevivió. Las suntuosas promesas de bienestar social realizadas por Perón a los trabajadores urbanos revelaba que el gobierno estaba a menudo en déficit. Y cuando la estabilidad del sistema de Bretton Woods se quebró a principios de 1970, ya que incluso los EE.UU. luchaba por equilibrar su presupuesto, los rasgos de la Argentina quedaron en plena evidencia. Los argentinos tal vez no habían sabido construir, pero que sin duda sabían pedir prestado.
A ningún país, salvo los exportadores netos de petróleo, le fue bien en el decenio de 1970. Incluso en Norte América la inflación alcanzó dos dígitos, pero al menos podría seguir pidiendo préstamos en dólares. La pretensión de que la Argentina seguía siendo un país del primer mundo, se desintegraría en la década de 1970 por el alza de los precios del petróleo y otras perturbaciones económicas. En esas malas condiciones para la navegabilidad la Argentina fue lanzada en repetidas ocasiones contra las rocas.
En los países ricos, en general, la crítica década de 1970 impulsó a dar pasos a un más libre mercado y a disminuir, hasta desparecer, la fe en la capacidad de los gobiernos para orientar la economía. En los EE.UU. se aprecia este cambio en el nombramiento de Paul Volcker como presidente de la Reserva Federal. Si bien en los países avanzados experimentaron huelgas, manifestaciones y la escasez de combustible, ellos sobrevivieron para finalmente estabilizarse.
Argentina resbaló hacia la dictadura militar. Las fuerzas armadas se hicieron cargo del poder con el golpe de Estado en 1976 , mientras que en la Casa Blanca el poder cambiaba de mano pacífica y constitucionalmente. Este gobierno militar emprendió una acción políticamente simbólica pero sin valor económico para recuperar las Islas Malvinas en poder de Gran Bretaña. La junta también se derrumbó.
En la década de 1990, muchos fragmentados mercados de todo el mundo una vez más se unificaron. Al igual que la edad de oro de fines del siglo 19, avanzar de la globalización fue ayudado por un empujón de la nueva tecnología, esta vez en la tele información y las comunicaciones en lugar de los buques y ferrocarriles. Al igual que en la Edad de Oro, los EE.UU. y la Argentina fueron los dirigentes de la acusación. Y como antes, los EE.UU. capeó las tempestades mediante cambios, mientras que Argentina prometiose conseguir heroicamente su lugar. Una vez más sucumbió a un defecto fatal.
En esta ocasión la arrogancia se plasmó en el gobierno de Carlos Menem. Aunque un peronista de fondo, se alejo Menem del aislacionismo económico, decidiendo una cosa útil para Argentina: que importara s los Estados Unidos por la credibilidad. Vinculó el peso argentino al dólar de los EE.UU de modo irrevocable, o al menos en la intención…. Esta fue una decisión de alto riesgo. Argentina se había acostumbrado tanto a la impresión de su moneda nacional, que ya le placía el método. Ahora tenía que ganar dólares con una economía que había olvidado cómo exportar. Asimismo, era necesario controlar el gasto público. De hecho era pedir a la Argentina dejara de actuar como la Argentina. Por un tiempo, parecía posible. La inflación disminuyó y se estabilizó la economía.
El FMI, desesperaba por encontrar un modelo globalizador para mostrar al mundo de países en desarrollo y alentó imprudentemente el cambio en la Argentina como un ejemplo. Pero, una vez más, Argentina prefirió delinquir más que ganar en los préstamos. Como los mercados de capitales se secaron después de 1998, los inversores comenzaron a retirar dólares fuera del país, con lo que la oferta de pesos también tenía que caer.
En los países que controlan sus propias monedas, como los EE.UU., la gravedad de la desaceleración económica mundial en 2001 podría ser minimizado por la rápida reducción de los tipos de interés, el precio del dinero. La Reserva Federal de los EE.UU. redujo drásticamente el costo de los préstamos en 2001, asegurando que la economía norteamericana soportara sólo una breve recesión, a pesar de enormes caídas por el inflado los precios de las acciones de las empresas de tecnología.
En Argentina, la escasez de dólares en sus reservas hicieron subir los tipos de interés a niveles elevados penando a empresas y familias, aplastando las primeras con la quiebra. En diciembre de 2001, el FMI quitó el enchufe, lo que obligó a la Argentina a la mayor quiebra de su historia. La renta per cápita se redujo en casi una cuarta parte en tres años. Cinco presidentes asumieron y se fueron en dos semanas. El país se convirtió en el hazmerreír.
Sin embargo, en decenas de diferentes puntos a lo largo de los últimos dos siglos, todo podría haber sido al revés. De hecho, todavía puede. Durante la segunda Edad de Oro de la globalización, también los EE.UU. no fue inmune a la a la idea de que todo estaba bien si se podían mantener los préstamos. A lo largo de los años 1990 y 2000 la economía tuvo un déficit comercial cada vez mayor, financiado por préstamos del extranjero. Pero lo que desencadenó la crisis financiera en los EE.UU. fue la forma en que los préstamos se financiaron en el mercado interno. Décadas de la desregulación ha producido formas de endeudamiento y nuevos activos financieros tan complejos que ni siquiera los bancos que los vendieron entendían realmente lo que estaban haciendo. Los críticos fueron despedidos y la burbuja de en bienes raíces se infló absurdamente. Las hipotecas se facilitaron a personas con muy mal historial de crédito. Fueron argentinos en el mercado de la vivienda de los EE.UU.
Si los EE.UU. no es capaz de reconocer las fallas y corregirlas, como dolorosamente aprendió a hacerlo en la Gran Depresión, la trayectoria de su futuro, su riqueza y poder se reducirá. Su lugar en el mundo no estuvo predeterminado de antemano, y no lo está la continuación de su preeminencia.
Argentina, mientras tanto, permanece fiel a su forma. Después de haber anunciado inicialmente que el país no se vería afectado por la crisis actual, con su conocida arrogancia, el Gobierno decidió que una buena manera de hacer frente a la pérdida de la confianza de los inversores sería apropiándose de las pensiones privadas.
Con todo, no sería conveniente mantener las apuestas a favor de los EE.UU. sobre su manera de salir de la crisis financiera y ni a que la Argentina seguirá dañándose a sí misma. Fueron las dos grandes esperanzas del hemisferio occidental a finales del siglo 19. Uno logró el éxito , la otra se estancó en el 20. Es la historia y la elección, no el destino, lo que los llevó a la actual situación y la que determinara su futuro. Es la historia y la elección la que determinará qué es lo que serán dentro de un siglo.
Nuestra cultura occidental tiene la necesidad de recuperar datos que han sido deliberadamente ocultados, olvidados y perdidos por impostación filológica y por filtraje académico y universitario producidos básicamente por la Inquisición del Siglo XI al XVII primero y por la nacionalización de la educación superior del Siglo XVIII al XX. La misión de esta Enciclopedia es resucitar la sabiduría necesaria para salvar a occidente del proceso autodestructivo en que se encuentra en pleno desarrollo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario