jueves, 12 de agosto de 2010

DE DESIERTOS Y BAQUEANOS

Héctor Sandler, profesor Consulto, derecho, UBA

Silvia Hopenhayn en su articulo en (La Nación, 11-08-2010 ) escribe sobre el libro Un desierto para la nación de Fermín A. Rodríguez, al que presenta como “un exhaustivo ensayo sobre un paisaje lleno de voces…cuyo “ tema nos incumbe en lo que menos sabemos de nosotros mismos: la nada que nos constituye. Quizá por eso su subtítulo: "La escritura del vacío” comienza con el efecto del desierto en los viajeros, desde Humboldt y la ciencia romántica, pasando por las impresiones de Darwin y las investigaciones de Hudson, hasta llegar a la Patagonia de Bruce Chatwin; intercala relaciones o lecturas actuales, como Un episodio en la vida del pintor viajero, de César Aira o Las nubes, de Juan José Saer.” Estas referencias estrictamente literarias reflejan, aunque no se quiera, la latente causa de un siniestro destino: el de la Argentina –soberana sobre un feraz territorio y excepcional clima-. a permanecer como un país desierto. No sostenemos que diga tal cosa; pero la reiteración de ese motivo en nuestra literatura no debe atribuirse, ligeramente, a la casualidad.
La comentarista, con vista puesta en la literatura, comparte el parecer que un indomable desierto determina nuestra vida. Descripto por los hombres de letras suena a un fatal sino patrio, a pesar de la firme invitación hecha por nuestra la Constitución, desde su mismo prologo, a todos los hombres del globo a poblar el suelo argentino. Invitación lanzada a un mundo – de ayer y de hoy – sobre cargado de millones de personas necesitadas de tan pródigo espacio.
Pienso que desde la excursión literaria del artículo conviene repensar nuestra realidad demográfica y económica. Para ello destaco algunas expresiones de la nota que, sin ese propósito nos enajena de un existencial problema de nuestro orden social. Señala la nota que “el ensayo corre desde la codicia del conquistador y los gobernantes (que) implementan políticas de devastación” a las que vendría luego la ley a acallar”. Interesante es aquí la aparición súbita de la palabra “ley” ¿A cual se referirá? ¿A la que se debe poner en vigencia según valores espirituales para atender a la fuerza de de la naturaleza de la cosa o, mas bien, la que rige por pura fuerza del poder establecido? “Es notable, continua Silvia Hopenhayn, la presencia del desierto en los textos fundantes de nuestra patria: La cautiva , de Echeverría; Facundo, de Sarmiento; Una excursión a los indios ranqueles, de Mansilla; Martín Fierro , de José Hernández; Radiografía de la pampa, de Ezequiel Martínez Estrada”, el que “vuelve a aparecer en Borges, de quien se toma al personaje de Funes como portador de un desierto atemporal.”
Tanto el autor como la comentarista no destacan que nuestro suelo es uno de los más feraces territorios del mundo y la segunda pampa de la Tierra bajo el dominio de un solo Estado. No es el “nuestro” como otros muchos, un desierto de pura roca, arena, polvo o hielo. El comentario que anotamos prefriere, omitir esta consideración, para deambular por el dato mitológico. “El desierto argentino, dice, es un verdadero "laberinto de lo siempre igual”. En medio de la repetición de lo idéntico que desilusiona y agobia a tantos viajeros, el baqueano abre sus ojos, sus oídos, su tacto y su gusto al hormigueo de diferencias que proliferan por la llanura”. Metáfora clara, realidad oscura.
¿Cuál tipo de baqueano le llama la atención? Desde luego al que conocemos todos. “El baqueano, dice, no interpreta a partir de un código previo, más bien capta en el orden monótono de lo mismo una variación indigna del pensamiento teórico…. los pastos más o menos tiernos, el suelo más o menos duro, las aguas más o menos dulces, la leña más o menos seca, la luz más o menos intensa, el aire más o menos fresco, el cielo mas o menos azul”. Dentro del poético párrafo aparecen palabras de gran peso político: “código”, “pensamiento teórico”. “orden” y más aún, la expresión “orden monótono”, que de alguna manera alude a un statu-quo, a inmovilismo, el que en nuestro país existe pero que responde a causas muy ajenas a la geografía. Causas legales que mantienen al magnifico territorio argentino en condición de “desierto”, cuando en el mundo hay hoy pueblos que guerrean por disputar por un palmo de efectivos desiertos materiales.
En nuestra patria, a los baqueanos gauchos a los que la nota alude, se les ha incorporado una nueva raza de expertos con firme conocimiento del terreno. No andan a caballo ni visten chiripá. Y son legión. Son cientos de miles de hombres y mujeres, con sus niños a cuesta o en el vientre, presionados por el muy “misterioso“ desierto argentino. Misterioso pues no aparece como el dato que en la geografía se conoce como tal. Ese desierto es fruto de millones de personas ausentes, porque buscan alguna exigua lonja de tierra en nuestras hacinadas ciudades para levantar con caños, trapos y cartones, su propia “villa miseria”. Surgen éstas de la noche a la mañana y parecen salir de la nada. Se asientan allí donde nadie esperaba e incluso junto a las mas lujosas residencias Completan esa legión de “nuevos baqueanos” los usurpadores de ruinosas casas, mas para la piqueta que para la residencia, las familias que duermen en plazas y paseos públicos (véaselos para mayor escarnio en la Plaza Lavalle, justo frente mismo al “palacio de la Justicia”), en los umbrales de negocios cerrados por quiebra, en los renacidos conventillos y en “hoteles para personas solas”. Son baqueanos para encontrar su espacio físico en el mundo. Su lugar vital, su “Lebensraum”. Todos hacinados en los linderos del actual y a la vez virtual “desierto argentino”. Son baqueanos del basural porque la tierra les está vedada por el laberinto legal cuya entrada obtura.
La nota que comento es, desde luego, propio de lo literario. ¿Se puede pretender que ella se haga cargo de otras realidades? Me anticipo a decir que no. Sin embargo….Hablar del “desierto argentino” a la luz de la patética realidad de millones de orilleros “sin tierra” tiene que movilizar todo corazón noble. Donde sea y cuando sea. Aunque más no fuere a pie de página o entre paréntesis. Sus raíces no están en las condiciones geológicas de nuestro territorio. Están en un Derecho positivo que burla a la Constitución.
Ante esta realidad que todos pasan por alto, nadie esta exento del deber moral de conocer, hablar y denunciar semejante escándalo institucional. Hacerlo no es fácil. No lo es por que el desierto actual no es el “eco de una tradición” sino efecto de una específica construcción legal. Por el momento es el secreto mejor guardado a los ojos y oídos de las dolientes familias que lo padecen. Tratándose de una cuestión moral de consecuencias jurídicas, ningún argentino – “ni ebrio ni dormido” está exento del cargo de averiguar las causas de su existencia. Ni libre de reflexionar sobre el problema para acabar con él mediante la democracia que tratamos de sostener. Aun haciendo literatura. José Hernández dixit.

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