domingo, 22 de agosto de 2010

La manipulación de la historia como fuente de opresión y sometimiento; el paradójico caso de la Revolución de Mayo de 1810.



La civilización es un aprendizaje de la historia”
David Hume



En 1880 Alberdi en su discurso “La omnipotencia del estado es la negación de los derechos individuales” decía: “La raíz mas profunda de nuestras tiranías modernas radica en la concepción greco-romana de patria y patriotismo que nuestras universidades copiaron de la Francia”
Alberdi advertía que a la fuerza centrifuga generada por nuestra Revolución de Mayo, que buscaba la individualidad de cada argentino, garantizada en la Declaración de Derechos individuales de la Constitución de 1853; se oponía una fuerza “colectivista” centrípeta que venia del antiguo régimen tribal y patriótico greco-romano.
A esa fuerza colectivista centrípeta se le sumaba la del naciente nacionalismo que unida al modelo canónico neo-clásico terminaría definitivamente con los postulados de la Revolución de Mayo y su Constitución de 1853.

El modelo “canónico neoclásico” del nacionalismo tendría tres patas:
1) Cambiar el ordenamiento jurídico moderno liberal, democrático, federal, igualitario, republicano y de civilización de la Revolución de Mayo según su Constitución de 1853, por el antiguo Derecho canónico mediante la sanción del Código Civil, como claramente advirtió Alberdi en 1896 en su critica al Código Civil que reestablecería el antiguo regimen y una sociedad jerárquica, clasista, esclavista, unitaria, injusta, antidemocrática y bárbara.

2) Modificar el ordenamiento económico moderno, terminando con el Sistema Económico y Rentístico de recursos del Estado según su Constitución de 1853 para ser reemplazado por el perverso sistema Neo-clásico "tributario" romanista de recursos del Estado; hoy conocido como Neoliberalismo.

3) Para concluir la faena jurídica y económica la tercera y más importante herramienta fue la manipulación de la historia.

La historia oficial, la que siempre nos contaron y nos enseñaron, es la que escribieron los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX y su espíritu no pudo sino reproducir la ideología oligárquica, porteñista, liberal en lo económico y autoritaria en lo político, antihispánica y anticriolla de aquellos cuyo proyecto de país estaba resumido en el dilema sarmientino entre “civilización”, lo europeísta-porteño, y “barbarie”, lo criollo-provincial. Bien diferente al dilema de Mayo encarnado en Alberdi donde “civilización” es la “seguridad” sobre la vida y hacienda de las personas y “barbarie” la “inseguridad” sobre la vida y hacienda de las personas.

Bartolomé Mitre vencedor en la batalla de Pavón (1861) adhiere a la Escuela Historiográfica Franco Germánica que nace con la corriente Nacionalista de Ernest Renan (1823-1892). Dicha corriente historiográfica se pregunta que hacer para hermanar regiones enfrentadas ancestralmente. La respuesta es clara, debemos “construir” una nueva historia. Una historia inmaculada de hombres probos que generen “confianza patriótica” para poder conformar ejércitos nacionales. Si es preciso mentir y ocultar hechos hay que hacerlo, es necesario construir la nueva nación sobre un pasado glorioso, como basamento para conquistar un futuro venturoso.

De la misma índole había sido el consejo de Salvador María del Carril en 1829 a Lavalle: “Fragüe el acta de un consejo de guerra para disimular el fusilamiento de Dorrego porque si es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos". Terminaba urgiéndolo a hacer desparecer la prueba de su villanía: “Cartas como éstas se queman”.

Luego de la tragedia de Navarro los unitarios se lanzaron al exterminio del gauchaje federal.
Dicha matanza se repitió, amplificada, cuando, luego de que Urquiza entregase a Mitre el triunfo en Pavón, los porteños organizaron el ejército nacional que fue lanzado a las provincias para ocuparlas y desalojar a sus gobernantes federales.
Además, bajo el mando de los crueles coroneles uruguayos, Arredondo, Paunero, Flores y Sandes, se castigó ejemplarmente a todo aquel que no se sometiera al proyecto porteñista, iniciándose una salvaje cacería de los caudillos resistentes a tanta prepotencia.

Citemos al locuaz Domingo Faustino: "Los sublevados serán todos ahorcados, oficiales y soldados, en cualquier número que sean" (año 1868). "Es preciso emplear el terror para triunfar. Debe darse muerte a todos los prisioneros y a todos los enemigos”. No es aventurado el cálculo de que en los quince años posteriores a Pavón murieron la mitad de los gauchos de la campaña. La propuesta fue más allá del aniquilamiento físico y apuntó a la extirpación cultural, también psicológica, de los principios de Mayo y de todo aquello que oliera a plebeyo y nacional, identificado con barbarie, y lo hispánico, homologado a decadencia. Se estableció así una condición esencial de la dependencia argentina de intereses ajenos a los patrióticos en complicidad con su dirigencia política y económica.

El mecanismo automático que funciona a nivel colectivo, en cada argentina y argentino, y se activa sin que se tenga conciencia de ello pues está muy arraigada en nuestra cultura, más aún: en nuestro psiquismo, que lo culto, lo civilizado, lo deseable es lo exógeno.
Una manifestación de ello es la autodenigración, exacerbada últimamente en publicaciones y documentales empeñados en ensalzar nuestros fracasos e incompetencias.
Ese diseño es el que se prolonga hasta nuestros días, con las variaciones impuestas por épocas y circunstancias, y a su calor se desarrolló la historiografía que le era funcional, sustentada por ceremonias escolares, marchas patrióticas, libros de texto, cátedras universitarias, academias y el dominio de los mecanismos de prestigio y de financiación.

Contra esa versión tendenciosa surgió en el pasado el “revisionismo histórico” cuyo primer antecedente puede encontrarse en el Juan B. Alberdi: “En nombre de la libertad y con pretensiones de servirla, nuestros liberales Mitre, Sarmiento o Cía, han establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la Revolución de Mayo, sobre la guerra de la independencia, sobre sus batallas, sobre sus guerras, ellos tienen un alcorán que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie y caudillaje” (“Escritos póstumos”).

Revisar la historia consagrada obliga a rescatarse de la inducción de lo aprendido y repensar desde una perspectiva propia que supere el desprecio culterano por lo popular, lo criollo, lo hispánico y lo religioso, elementos fundamentales de lo nacional, y que no se fundamente en la idealización y mimetización con lo foráneo, empeño que la globalización al servicio del astuto poder planetario ha llevado hasta el saqueo de la intimidad psicológica .

El forjista Jauretche, cuando dichos mecanismos no eran todavía tan alienantes, se refirió a ello: “Fue una labor humilde y difícil, porque tuvimos que destruir hasta en nosotros mismos, y en primer término, el pensamiento en que se nos había formado como al resto del país y desvincularnos de todo medio de publicidad, de información y de acción pues ellos estaban en manos de los instrumentos de dominación, empeñados en ocultar la verdad”.

La tarea no es fácil, por momentos desanimante: “Todo escritor nacional ha experimentado alguna vez la sensación de un muro que lo asfixia y la interrogación concomitante acerca de si la lucha empeñada tiene un sentido que la justifique” (Scalabrini Ortiz).

Porque el principal obstáculo no está afuera sino principalmente en el interior de nosotros mismos, modelados psicológica y culturalmente de acuerdo a los aparatos ideológicos del estado cesareo romanista renacido después de Pavón y exacerbado por la evolución mundial hacia un fundamentalismo capitalista.

Y la historia oficial es uno de los principales, y más prematuros pues opera desde la preescolaridad, de dichos mecanismos. Es por ello que el interés por el revisionismo se galvaniza en etapas en que el dominante sistema social, económico y político es fisurado por las crisis y pierde algo de su consistencia, como sucedió en los 30 y al principio de este siglo.

Deberemos tener en cuenta, por ejemplo, modernos obstáculos para acceder a una sólida construcción identitaria, indispensable para el reconocimiento de un pasado propio y diferenciado, como los descriptos por Bauman al referirse a la “vida líquida” caracterizada por la precariedad y la incertidumbre que obliga a recomenzar siempre: “Entre las artes del vivir moderno líquido y las habilidades para practicarlas, saber librarse de las cosas prima sobre saber adquirirlas”. Las convicciones y los marcos referenciales son entonces tan evanescentes como los objetos que son comprados para ser prontamente considerados desperdicio y ello atenta contra las afirmaciones nacionales antitéticas de la globalidad indiferenciante. “Los miembros de la sociedad –explica Bauman– buscan desesperadamente su ‘individualidad’, ser un individuo. Esto es, ser diferente a todos los demás. Sin embargo, si en la sociedad “ser un individuo” es un deber, los miembros de dicha sociedad son cualquier cosa menos individuos, distintos o únicos”.

Ser un “individuo”, entonces, significa ser idéntico a todos los demás. Por ejemplo, aceptar la historia tal como nos la han impuesto por interés, por ignorancia o por miedo a ser distintos. La amenaza es la marginación, no pertenecer a la sociedad individualizada. En el campo historiográfico, no ser tenido en cuenta para sitiales académicos, cátedras, empleos, becas, subsidios, viajes. Por ello es comprensible que jóvenes historiadores elijan conciente o inconcientemente no apartarse de lo establecido para poder profesionalizar su vocación y este mismo fenomeno se repite en el estudio del Derecho y la Economía.


Lo que unía y une a los revisionistas es lo que en “Política Nacional y Revisionismo Histórico” expresó Arturo Jauretche: “Véase entonces la importancia política del conocimiento de una historia auténtica; sin ella no es posible el conocimiento del presente y el desconocimiento del presente lleva implícita la imposibilidad de calcular el futuro, porque el hecho cotidiano es un complejo amasado con el barro de lo que fue y el fluido de lo que será, que no por difuso es inaccesible e inaprensible”.

El abogado y economista Armando RIBAS afirma que los abogados argentinos son ignorantes ilustrados (ignorantes del Derecho de civilización, de los modernos de la Constitución de 1853 e ilustrados en el derecho antiguo y bárbaro del Código Civil) y que los economistas argentinos son ignorantes sin ilustrar (ignorantes del sistema rentístico de recursos del Estado de la Constitución de 1853 ya que el mismo no solo no se lo trata en nuestras facultades, sino, que ni siquiera se lo menciona). Nietzsche decía: "la forma más rápida y eficiente de transformar a un joven inteligente en un imbécil es enviándolo a la Universidad".

El mayor logro del historicismo canonico neoclasico, tributario y esclavista, es la aceptación de la victima de sus premisas básicas y no sólo por algunas victimas, sino para la mayoría de ellas. En los periódicos, en la radio, en las escuelas y universidades, en todas partes el error “neoliberal tributario” es predominante, y está seguro y confortablemente escondido en la opinión pública, que está de su lado. Por esta via la noble igualdad y el grito sagrado serian desterrados.

Para destrabar el círculo del silencio que pesa sobre la Revolución de Mayo debemos comenzar tirando del hilo de la historia.

A 200 años, es en la Revolución de Mayo de 1810 donde se encuentran las soluciones a todos los problemas económicos, políticos, sociales y culturales de hoy. Sin embargo sigue siendo motivo de ocultamiento para nuestros abogados, economistas, politicos, historiadores y periodistas profesionales.

No puede construirse un futuro venturoso sobre la base de un pasado falsificado.

Por Guillermo Andreau (parcialmente robado a Pacho Odonell)

El efecto comadreja a la Revolución de Mayo

La Historia ha realizado con la Revolución de Mayo lo mismo que hace la comadreja con el huevo; le quita todo su contenido y deja la cascara intacta.

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