Ayer a los efectos de vacunarme contra la neumonía concurrí al Hospital de Clínicas “General José de San Martín” de la Ciudad de Buenos Aires, dependiente de la Universidad de Buenos Aires. Excelente atención. A mi solicitud me aplicaron una vacuna contra la neumonía y otra contra el tétano. Además me expidieron en una pulcra cartulina un certificado con todos los datos, indicándome que volviera en agosto de 2019 para completar otra vacuna. Todo gratis.
La atención, el servicio y los insumos tuvieron para mi bolsillo un costo cero. A nadie se le escapa que no es posible que tengan cero valor económico. En grosera estimación del valor del trabajo del personal técnico, los insumos, utensillos, local, el costo mínimo rondaría en los 3000 pesos de hoy. Cómo puede ser que un servicio de tal elevado costo se me haya brindado gratuitamente? No niego el bien social prestado (la salud) pero asimismo es un bien privado que recibo yo. Esta distinción entre bien social y bien privado requiere prestar atención porque pudiera ser la causa de nuestra decadencia económica como país, tenga raíces en un campo conectado pero diferente a la economía. Me refiero a las leyes supuestamente dictadas todas para lograr el “bienestar general” como manda la Constitución.
Al salir del Hospital Escuela, gran obra construido en 1881 y en 1947, vale la pena que los alumnos visiten esta obra, que vean sus aulas, sus centros de investigación, que observen la acción y pensamiento de nuestros próceres como concebían la medicina argentina. Qué maestros!
Crucé la calle hacia la Plaza B. Houssay. Estaba saturada de carteles pegados con leyendas “por la defensa de la universidad pública, gratuita, inclusiva y de calidad”. Visto que el actual ingreso a la Universidad pública es gratuito e irrestricto no llegué a entender bien la actual demanda. Menos comprendí como compatilizar esas dos exigencias con la de “calidad”. Hace unos días, no más, el Congreso de la Nación discutió un Proyecto de Ley sobre el Aborto. Una de sus cláusulas establece que debe ser gratuito en los hospitales públicos.
La exigencia de gratuito se ha instalado y expandido por doquier. En la reciente Constitución de la Ciudad de Buenos Aires se procura que todo sea gratuito. Desde el día que se nace hasta que pasamos al otro mundo. Nada fácil lograrlo pues enfrentamos no solo la cruda realidad sino el mandato de Dios. La Biblia nos recuerda que Dios arrojó del Paraíso a Adán y Eva con este mandato: “ganarán el pan con el sudor de vuestra frente”. Los argentinos tratamos que hasta esto, el pan sea gratis. Menudo desafío al mandato de nuestro Creador.
DEL INICIAL PROGRESO A LA RUINA ACTUAL
He dedicado toda mi vida al estudio de las finanzas públicas. He ejercido mi profesión en la cocina de la elaboración de los presupuestos públicos. A lo largo de esta vida he podido observar como se despilfarraban en obras públicas los escasos recursos que ingresaban a las arcas públicas. No todos las proyectadas se realizaban; pero en amplia mayoría fueron fuente de mayores costos a los proyectados. Cómo fue posible eso? Es muy sencillo. En la región de la “obra pública” abundan los free-riders. En las finanzas públicas (disciplina económica que a los economistas poco interesa) se estudia el comportamiento de los consumidores bajo la figura del “free-rider”, personaje que exige (todo el pueblo argentino sin distinción social) reclama bienes públicos en cantidad y calidad GRATUITOS pero no los financia, mientras que los bienes privados que se suministran a través del mercado actúan bajo el principio de la prestación/contraprestación (doy para que des). Por ejemplo, voy a abonar mi tarjeta Sube en la ventanilla de Metrovías y el empleado primero espera que deposite 100 pesos o más y recién carga la tarjeta.
Cuando el Banco Central de la República Argentina dejo de ser la institución cuya misión es cuidar el valor de la moneda y se convirtió hasta el presente en una repartición del Poder Ejecutivo Nacional, toda la economía argentina sufrió un grave trastorno. El Banco que debe velar por la salud monetaria, pasó a ser el abastecedor de falsa moneda a la Tesorería General de la Nación para financiar los gastos del Estado (Administración Central, Organismos Descentralizados, Empresas y Sociedades del Estado, Fondos Fiduciarios, Transferencias de todo tipo, Subsidios, han generado y mantenido al proceso inflacionario que rige hasta hoy.
Hay estimados colegas que hablan del impuesto inflacionario, como si la inflación fuese un impuesto. Craso error conceptual. La inflación es un cáncer que lleva a la metástasis del organismo social, pues destruye no solo la moneda (metro monetario) sino que afecta cuando no destruye las relaciones personales, patrimoniales, crea odios y resentimientos entre los ciudadanos y amigos, redistribuye los magros ingresos de los pobres hacia las clases privilegiadas y, finalmente, lleva a la destrucción del orden social todo por la degradación de los sanos usos y costumbres.
EL CAMBIO ES POSIBLE. PERO HAY QUE QUERERLO
Los alemanes que sobre inflación han sufrido una gran experiencia histórica. Facilitó el paso al nazismo y finalmente a la destrucción del país. Tras tan tremendo daño real ha habido una sana y aleccionadora lección para toda Europa. Así, por ejemplo, el Deutsche Mark (DM) y el Franco suizo son el pasaporte que enorgullece a sus sendos ciudadanos. La contracara de nuestro caso. Por efecto de la inflación crónica tenemos una moneda “doméstica” que nadie aprecia. Preferimos una moneda extraña que nos permite conservar nuestros ahorros, atesorar, invertir en otros países.
Es muy difícil curarse de la enfermedad inflacionaria que padecemos los argentinos, pues ella ha generado un régimen económico/social/político/cultural corruptor en su accionar diario y corrupto en sus resultados.
Se requiere una clase dirigente adecuada a la necesidad de progreso del país. De personas ilustradas capaces de construir una voluntad social y política necesaria para erradicar al actual desorden económico y establecer en su lugar un distinto orden económico/social. Uno que descarte la absurda gratuidad como valor social y de lugar al general progreso por el fácil acceso al trabajo y la justa recompensa por el trabajo realizado. Un orden que estimule el ejercicio de la libertad individual y asegure la igualdad de trato. Convenir en las bases necesarias para establecer ese tipo de orden económico es la clave para dar paso a la prosperidad general que debemos conseguir por nuestros dones y mandato de la Constitución.
Agradezco las observaciones de mi hermano Héctor y vaya un humilde homenaje en su día al gran estadista Juan B. Alberdi.
Buenos Aires, 29 de agosto de 2018
Email: guillermosandler@hotmail.com
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