Los estudiosos extranjeros
suelen observar con una mayor objetividad los problemas internos de nuestra
sociedad. Los nacionales, por los sentimientos, pasiones e intereses causantes
de esos problemas o afectados por sus efectos, puede tener dificultad para
mantener una objetividad semejante. Por
ello nos parece oportuno iniciar estas
reflexiones sobre el caso argentino con las observaciones e interrogantes
formulados sobre nuestro país por un autor de reconocido prestigio
internacional , en especial en por el examen de nuestra realidad contemporánea.
A modo de reflexión ha escrito
Joseph S. Tulchin:
“El explosivo crecimiento
que la Argentina
experimentó en los cincuenta años posteriores a 1860 es uno de los casos de
mayor éxito que se inscriben en la historia de las economías capitalistas. No
se registra ninguna otra economía cuyo crecimiento haya sido tan importante y
tan rápido. El único caso comparable es el de los Estados Unidos.
La economía norteamericana
fue de mayor magnitud tanto al comienzo como al final de su más rápido
crecimiento. Pero, de acuerdo con las mediciones tradicionales del crecimiento
- aquéllas que se centran en las proporciones o porcentajes de cambio el caso de la economía argentina registró
valores mucho más elevados que el de la norteamericana y ha sido objeto de
numerosos estudios.
Lo fascinante del caso
argentino no radica sólo en su asombroso, éxito inicial, sino también en el
hecho de su clasificación como tierra de colonización relativamente reciente y
como economía de exportación. Este último factor ha proporcionado la base para
establecer comparaciones con otros países de reciente colonización, especialmente
los Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. La mayoría de estas
comparaciones, al menos aquellas que datan de 1960 en adelante, han resultado
desfavorables para la
Argentina , pues se han centrado en el prolongado
estancamiento de su economía en la última mitad del siglo.
Producto de las
comparaciones, ha proliferado una extensa bibliografía mediante la cual se
intenta responder a la pregunta,: "¿Qué se hizo mal?". O, extendiendo
el acertado aforismo de W. W. Rostow, ¿por qué la Argentina se estrelló
después de despegar? “ [24].
La
cuestión de la tierra y el derrumbe argentino
El modelo de crecimiento orgullosamente pregonado por la
oligarquía en realidad presentaba dos
graves falencias en la base misma del orden económico: el modo
de acceder jurídicamente al uso de la tierra y el privilegio
otorgado por ley a los dueños del suelo para hacerse con el creciente valor de la tierra.
La
ley de Enfiteusis de la
Revolución de Mayo fue utilizada por federales y unitarios tras el derrocamiento de
Rivadavia “in fraude legis” de
modo que unos pocos acapararan toda la tierra del territorio patrio por
entonces disponible. Ella fue derogada tres décadas después (el 16 de septiembre de 1857) , entre otras razones
, por ser considerada “comunista” (sic) (Bartolomé Mitre [14], p.17). Poco después el derecho de propiedad sobre la tierra quedó regulado por el Código
Civil , redactado por Vélez Sarsfield y aprobado a libro cerrado ambas cámaras
del Congreso Nacional. El derecho de propiedad sobre la tierra y su renta fue confundido el derecho sobre
las cosas producidas por el hombre y sus
derivados y de esta manera regulado por
leyes por completo contrarias a la visión,
progresista de los hombre de Mayo.
Un mero vistazo a las señales
dejadas por el propio autor del código Civil basta para convencerse de ello. No debe
olvidarse que esta decisión tomada para el original Código Civil ha perdurado a
través del tiempo y subsiste en el actual.
Contra el revolucionario principio de Mayo según el
cual la tierra no podía ser vendida ni comprada (Andrés Lamas [12] y tras la aplicación
in fraude legis de la
Ley de Enfiteusis argentina desde el derrocamiento de
Rivadavia hasta su
derogación en 1857, mediante el articulado del Libro III del Código Civil de
1870, la “tierra”, la superficie territorial argentina, susceptible
de ser fragmentada en “lotes” , paso ser
tratada como un bien in comercio. Esla legislación borró de la conciencia social
argentina la necesidad – para un orden social ajustado a la Constitucion
1853/60 – la necesidad del diferente trato legal que debe darse al territorio (la “tierra”) de las cosas producidas por el hombre. La “tierra” es la base para la vida y desarrollo de la
sociedad humana como un todo y la de sus miembros, los seres humanos como
individuos. El Código Civil votado a
libro cerrado en 1869 canceló los
innovadores principios de orden social que procuraba establecer el derecho patrio antes citado. Tras burlarse en
su aplicación a la Ley de Enfiteusis argentina (1828 en adelante), se ignoraron
luego los principios establecidos por la
Constitución 1853/60, pues el Código Civil estableció como principio de orden
para el acceso y aprovechamiento del territorio “el derecho puro de los romanos”. Lo afirma categóricamente Velez en el Párrafo 5° de la nota al art. 2503 del C.Civil.
No ignoraba Velez la materia sobre la cual estaba legislando. Habia sido
“hombre de Mayo” y Secretario en el Congreso que aprobara la Ley de Enfiteusis
argentina. Sin embargo, atendiendo a la “fuerza de las cosas” en los 1869 ,
tras reconocer el profundo sentido social que debiera tener el “derecho de
propiedad” sobre la tierra, legisla estableciendo al “puro derecho romano” de
propiedad sobre la tierra.
Con la aceptación del derecho romano no solo se consolidaba
la apropiación de tierra cometida por algunos pocos sino que se echaron las bases para un orden
social distinto al diseñado por la Constitucion. Un orden que como en la
Antigua Roma habría de ser asediado de modo constante por conflictos sociales,
latentes y abiertos. Las correctas palabras
del autor del Código según las cuales la
propiedad “debía definirse mejor en sus relaciones económicas: el derecho a
gozar del fruto de su trabajo, el derecho de trabajar y de ejercer sus
facultades como cada uno lo encuentre mejor” (art.2506 , 2° párrafo
de la nota) repiten el “pensamiento de la Revolución de Mayo” , el
necesario para asegurar la paz social,
la prosperidad general para nosotros y “para
todos los hombres del mundo que quieran habitar el territorio argentino” (Prembulo
CN). Pero ese ideal fue reemplazado por otro mediante una legislación defensora de
los intereses de los propietarios
de tierras entonces existentes. Se sostuvo en el Codigo Civil que era más conveniente aceptar el “derecho puro de los romanos” (Parrafo
quinto, nota al art.2503). Fue esta
legislación la causa raíz por la que a pesar que contábamos con un vasto territorio
generosamente dotado, siguiera este groseramente
despoblado, Los efectos en la actualidad son horribles. El 90% de nuestra escasa población vive en
grado de “hacinamiento” en reducidas superficies; casi un 10 por ciento de nuestra
población no logra aplicarse al trabajo; alrededor de 13 millones viven en condiciones
de “pobreza” y que a partir de los 1950 unos
3 millones de argentinos hayan emigrado para radicarse en el exterior. Una horrible
distorsión demográfica.
No son las condiciones que la Naturaleza ofrece en nuestro
vasto territorio. A lo largo de su dimension continental disponemos de mas de 2,6 millones de km2. Tampoco son las condiciones
naturales y culturales de la mayoría de su población actual. Nuestro desarreglo
demografico se lo suele atribuir a las más diferentes. Sin embargo pocos, si
es que algunos, prestan atención al ordenamiento
legal. Al derecho positivo establecido para acceder a la tierra y el
dictado para dotar de recursos monetarios al gobierno, los impuestos.
Sufrimos un mecanismo legal por el cual los hombres sin otro recurso para vivir que su
capacidad para trabajar , no pueden acceder
a la tierra – rural y urbana – por su alto costo en el mercado. Si la
ley permite que los dueños de cada palmo de tierra se queden para sí con el
aumento de su valor de mercado, se
genera un orden económico en el
que escasean los sitios donde vivir y donde trabajar. La tierra físicamente existe
desde luego, pero no aparece como “tierra” accesible para la mayoría de las
familias. El régimen legal ha
dificultado su adquisición para quienes viven de su trabajo, pues la ha
convertido de “don de Dios” en la base
del peor negocio especulativo, nidal de todo tipo de “malsana especulación”. La tierra en lugar de estar a disposición del
trabajo y disponible para la inversión
del capital real es objeto de “comercialiación”. En el año 1967 Jacinto Oddone escribió
que no más del 1% de nuestra población era
dueña de más del 95% de las tierras de
toda clase ( La burguesía terrateniente argentina, Ediciones Libera,
Buenos Aires, 1967). Hoy la situación es peor, pues la población se ha
duplicado, más no la tierra ofrecida en el mercado. La “cotidiana” aparición de nuevas “villas
miseria” es la más clara y contundente prueba bruta de lo que afirmo.
Causa
asombro que sean ojos extranjeros los que denuncien lo que está a la vista de
todo aquel que quiera ver. Esta ceguera general, proviene, en parte, de los
intereses y las ideologías que , de propósito o de rebote , mantienen en pie
tan inhumana situación, cuyos efectos se aprecia en la emergencia (en la Capital , sus alrededores o
en las grandes ciudades) de miles de villas miserias, de casas tomadas y
de hoteles clandestinos. Miles de familias cuya fuente de recursos es la
limosna y su hábitat la plaza pública. Descontada la densidad de Buenos Aires
(unos 15.000 h/km2 y el Gran Buenos Aires con unos 4.500 h/km2), la densidad
media del resto del país apenas alcanza a 5 h/km2. Pero es solo la media, pues
en verdad hay provincias que a pesar que
por sus recursos territoriales equivalen a países enteros, su densidad no llega
a 2 h/km2. Para colmo la mayoría de población vive del empleo público o de
“planes de subsistencia”. Si bien los intereses creados obran para impedir se
corra el velo que oculta la causa de tales dislates, tal ignorancia y desvarío
hay que rastrearlos en el contenido de los planes de estudio, en todos los
grados de la enseñanza, especialmente en
la carreras de economía y derecho, que tanta influencia tienen en la
formulación de diagnósticos y adopción de políticas de gobierno. De hecho, salvo excepciones individuales que
no pesan en la formación del conocimiento dominante, solo en obras extranjeras
se encuentran pensamientos como el siguiente:
“El proceso de colonización de la pampa ya estaba bien
avanzado antes de que el gobierno intentara corregir la tendencia hacia la
concentración de propiedades y tenencia, sancionando leyes cuyo objetivo
consistía en la creación de un patrón jeffersoniano de tenencia de la
tierra. Las leyes fueron tardías y nunca
recibieron respaldo. En la época del centenario, los estudios oficiales realizados
por el Ministerio de Agricultura confirmaban lo qué ya se sabía: que la tierra
más productiva de la pampa era aquella que estaba en manos de relativamente
pocos dueños y que existía en todo el país una amplia clase de arrendatarios
que trabajaban en condiciones miserables y quienes tenían poca o ninguna
esperanza de lograr alguna vez tener su
propia tierra. El patrón de tenencia de la tierra
era tal que la organización de la producción permitía la maximización de las ganancias
de los dueños de la tierra sin que ello necesariamente implicara el aumento de
la producción o el beneficio para el bien común , ni por cierto la presencia de una iniciativa empresarial
innovadora. Como respuesta a estos estudios se
señaló de forma acomodaticia que aun cuando los hechos presentados pudieran
ser precisos y aunque fuera lamentable que no se hubieran logrado los objetivos
originales, el gran éxito del modelo de desarrollo era tan evidente que
realmente no convenía preocupar a la sociedad por estos resultados y que
los estudios no debían tornarse como consejeros de la perfección. Los defectos del modelo de crecimiento eran tan
evidentes en la ciudad como en el campo y se destacaban tan claramente en los
informes oficiales como en el Congreso, la prensa y en una larga serie de
trabajos de análisis social. La respuesta habitual profesaba que el
"prob1ema social" - como se denominaba a estas dificultades - era el resultado de influencias extranjeras
nefastas, que se habla permitido un tipo equivocado de inmigración y que el
hacinamiento y otras evidencias de desigualdad social serían eliminadas a su
debido tiempo junto con las influencias antisociales del cuerpo político para
conceder tiempo al maravilloso y restablecedor proceso de crecimiento que
aumentaría la riqueza nacional para resolver el prob1ema social. Cualquiera que
pensara de otra manera era antinacionalista. La vasta mayoría aceptaba la idea
de que la exportación de carne, granos, lana y cueros garantizaría el futuro
dorado del país [Tulchin, J.A, p.79 y siguientes]
Lo que sigue es un nuevo intento de quien esto escribe para estimular
a los estudiosos y a los preocupados por los problemas sociales de la Argentina y América
Latina , a abocarse al examen de la principal causa de carácter legal que los genera.
Esta perspectiva, si bien fuera bastante conocida alrededor del primer
centenario, ha sido olvidada por académicos, políticos, dirigentes sociales y
la gente del común. Una niebla intelectual cubre ésta causa y, en consecuencia,
la opinión pública yerra al pronunciar
sobre los problemas que aqueja a la sociedad.
La renta fundiaria
crece sin cesar
Cualquiera
sea el régimen legal que se establezca para que los hombres de una sociedad
accedan al espacio económico (
denominado “tierra” por el Economistas Clásicos) , en tanto y en cuanto la
población aumente, la inversión de capital se incremente y el desarrollo social
en la amplia expresión del término se multiplique, se producirá un efecto inevitable: el valor de ese espacio económico (que
apreciable en “moneda” es su “precio de mercado” ) crecerá en proporción a
aquellos crecimientos. La causa primera es económica. El espacio económico o territorio nacional es
un dato finito, inextensible e irreproducible. Sobre él debe cumplirse toda
la actividad. No sólo la económica sino toda la actividad individual y social
de un pueblo. Además ese espacio es el reservorio de todos los recursos
materiales y energéticos que demanda la actividad económica.
Del
suelo y sobre el suelo, con el esfuerzo individual y colectivo, son
creados los valores de riqueza (valores
de producción y valores de consumo ) que los hombres necesitan para
vivir y desarrollarse. Limitado “factor económico” desde su origen, la “tierra”
es así
cada vez más escasa , por el crecimiento de la población, las
necesidades de inversión y la multiplicación de la actividad individual.
Incurren en error grave quienes creen que con el progreso tecnológico la
importancia de la tierra disminuye. Es un caso de “ilusión óptica social”,
desgraciadamente dominante por el fulgor del logarítmico crecimiento científico
, tecnológico y de la producción. Es justo al revés. Cada invento, cada
descubrimiento científico y creación técnica, bajo la apariencia que nos
liberamos de viejas ataduras a la “tierra”, ésta se nos vuelve “más escasa”.
Dada la creciente
y compleja división del trabajo dentro de una sociedad no todos necesitan -
para producir y para trabajar - acceder
al espacio de modo directo;
pero todos lo necesitan por igual para residir
(modo directo); y todos de modos indirectos requieren de él beneficiándose con cosas, bienes y servicios que solo son
posibles con aprovechamiento de espacio . En parte lo necesitan para residir. Pero de manera fundamental
para saciar sus necesidades con valores de producción , lo producido. Y toda
cosa producida por el hombre es tierra manufacturada , la que ha llegado,
por decirlo así, a nuestra mesa diaria a través de variados caminos (usando) del espacio.
Somos todos, sin
excepción alguna, consumidores directos
e indirectos de tierra. De manera que el espacio económico de un pueblo de
ninguna manera es cuestión de los hombres del campo o de la ciudad; de los
trabajadores industriales o de cuello blanco; de los ancianos o de los niños;
de varones en la chacra o de las mujeres en el hogar. Contar con él y el modo
de lograrlo es un radical problema
de todos. Sin embargo, paradójicamente, es la cuestión menos tratada
por académicos, intelectuales, dirigentes sociales , políticos y hombres de gobierno. Es posible
que por ser un hecho tan general resulte invisible para el hombre de hoy. La
peor consecuencia de esta falta de vivencia
sobre la importancia del espacio para la forma del orden social y con éste la
posibilidad de realizar nuestras vidas
nuestras vidas, ha sido el dictado de un caótico derecho positivo.
Un
impropio modo de ordenar jurídicamente
el uso directo e indirecto del espacio
económico argentino ha determinado desde los comienzos de nuestra Organización
nacional (y determina hoy) la mayoría de
nuestros problemas sociales. Que muchos hombres del mundo no puedan poblar
nuestro vacío país y que no pocos hijos de nuestra patria emigren en busca de
mejores horizontes (según Juan C. Zuccotti 10 de cada 100 argentinos viven en
el exterior [25]). Tienen un origen en el sistema actual de propiedad en
conjunción con el sistema de recursos del Estado.
Por
la misma razón que el valor del espacio crece con la población, la inversión y
el desarrollo, los espacios económicos vacíos- por la causa que fuere- tienen
menor valor que los más poblados. Cualquiera por su propia experiencia sabe del
mayor valor del espacio en la Capital Federal con otro semejante en cualquier
ciudad del interior. Sabe también que en el centro de cualquiera de esas
ciudades el espacio cuesta más que en la periferia, y en ésta más que en el campo abierto. También sabe que en igualdad de condiciones
naturales tienen mayor valor los
terrenos mejor ubicados, de más fácil acceso o más cercanos a los centros de
producción y consumo. Una hectárea en el centro de la Capital Federal demandaría una cifra con muchos más ceros de
los que habitualmente estamos acostumbrados a manejar para calcular el precio
de una hectárea agrícola en las mejores zonas
del país.
En
estudios recientes realizados durante los años 1998 y 1999 se ha medido el
valor de toda la superficie de la Capital Federal (200 km2) y el gradiente de
valorización entre medición y medición, con estos resultados: Jul/98, u$s
109.000 millones; dic/98 u$s 111.477 millones ( +2.2%) ; Mayo/99 u$s 115.077
millones ( + 4.6%); a julio de 1999 rondaría los 118.000 millones. Esto
equivale a decir que el valor de la tierra ha crecido en un año alrededor de ¡
9.000 millones de dólares!
Cuando
Juan de Garay hizo la traza de la ciudad y repartió los lotes, no valían nada.
Ya en 1605, un solar en el barrio del Cabildo ( hoy la Plaza de Mayo) el mismo predio valía unos $300 y en 1750, en
el barrio San Miguel (en alguna medida "las afueras") una casa costaba unos $ 1800 (Juan Agustín García
[27] ).
Quien
produce la renta fundiaria
El
mayor valor del espacio, según el lugar del país y según la época que se
considere, no es hechura de su ocupante individual, sea propietario, inquilino,
arrendatario o usurpador. Es el
producto del quehacer social. Toda vez que este mayor valor del espacio
se manifiesta como un rédito de la
tierra, ha sido denominado renta fundiaria (Achilles Loria, La Rendita Fundiaria )
El
espacio económico nacional - esto es, el espacio sobre el cual nuestros
antepasados han desplegado, los actuales habitantes despliegan y nuestros
descendientes deberán seguir desplegando su actividad, es el territorio argentino. La renta
fundiaria se extiende como un manto sobre toda esa superficie, y midiendo el
valor en cada punto se podría trazar una peculiar orografía. A diferencia de la
natural, que es permanentes, la orografía de la renta fundiaria varía tanto
como varía su agente productor:
el desarrollo social. Si
levantáramos la planimetría de la renta fundiaria construiríamos el mapa
orográfico de la renta fundiaria nacional. Algunos pocos picos serían tan bajos como las sierras y
corresponderían a las principales
ciudades del interior. Sus laderas descenderían en cada periferia abruptamente
para convertirse en la prolongada meseta
de la zona pampeana. Deprimidos valles correspondientes a la mayoría de los
terrenos que integran el resto del país. Pero en un punto, al borde del Río de la Plata , la línea se elevaría
logarítmicamente hacia arriba: valor del suelo correspondiente al Gran Buenos
Aires. Esta malformación llamaría poderosamente la atención. En una superficie
apenas del 0.1% del territorio patrio, se asienta más del 40% de la población y
tiene lugar el 90% de la actividad financiera y cultural del país. Su valor
frisa los 120.000 millones de dólares, suma
equivalente a la deuda externa.
La
unidad de este manto pondría en
evidencia la continuidad sin cortes de todo el espacio económico nacional y su
renta fundiaria, a la vez que pondría de manifiesto la carencia de fundamento,
desde el punto de vista económico, de la costumbre de dividir la superficie
argentina en tierra rural y urbana. Esta diferenciación -que
existe y es útil para otros fines - carece
de interés en relación con el problema de la renta fundiaria y el orden social.
Por el contrario, enturbia la visión del problema y ha conducido a pésimas
soluciones.[3]
Dos
aspectos sobresalientes caracterizan la renta fundiaria: a) ella no
depende de la actividad de un determinado propietario en particular y b)
ella existe en función de la actividad cooperativa de la sociedad como grupo
comunitario. Un terreno en el centro de la ciudad no vale un céntimo
menos por el hecho de que el propietario nunca haya hecho nada en él; su valor
estará dado por la cota de valor de la
tierra para la zona en que la parcela se encuentre. A la inversa, todo
esfuerzo que haga el propietario, no aumentará su valor rentístico en un solo
centavo.
La renta fundiaria se acumula sobre
cada parcela integrante del espacio económico bajo la presión de las demandas de la sociedad, la que para
satisfacer sus necesidades debe invertir sus fuerzas de trabajo y sus capitales
reales sobre aquel espacio. En la ciencia económica fue inicialmente apreciada
como una renta diferencial en
el sentido de que una misma cantidad de trabajo y capital invertido sobre dos
parcelas distintas de tierra, si dan rendimientos diferentes, la diferencia es
propia de la condición de cada parcela (así los fisiócratas franceses y David
Ricardo, Principios de economía política
[ 34]). Esta condición puede derivar de causas endógenas (calidad natural del terreno, como describió Francois Quesnay ) o exógenas, si devienen de su ubicación dentro de un espacio mayor, como lo señalaron Heinrich von Thünen, Alred
Weber entre otros August Lösch [35]
Renta
fundiaria y precio del suelo
En
un sistema como el nuestro, en que la tierra es susceptible de ser vendida y
comprada, la renta fundiaria puede con mucha aproximación ser medida por el precio real de mercado; es decir, por
la cantidad de moneda que el comprador está dispuesto a dar contra el traspaso del título conteniendo el derecho real de propiedad sobre la parcela. Sin embargo el
precio debe ser distinguido de la renta fundiaria. El valor de la renta
fundiaria puede ser medido en dinero, lo que da su precio; pero
una moneda pervertida por la
inflación no permite medir con acierto la renta a través del precio. En segundo
lugar, aun en casos de moneda sana, el acaparamiento de tierras produce una falsa renta fundiaria, pues los
elevados precios de las pocas tierras
que están efectivamente en comercio se desinflarían si las acaparadas, entraran
al mercado (Fernando A. Scornik, [36]). Obsérvese que las acaparadas, en tanto
excluidas del comercio, no tienen
precio, pero sí tienen el valor llamado renta fundiaria. En países en
que esa compraventa estuviese prohibida, caso de sistemas colectivistas, la
renta fundiaria no dejaría de existir, aunque -en este caso- no podría ser
medida por el precio ni por tanto conocida.
La
demanda determina la existencia y valor de la renta fundiaria sobre cada
parcela del espacio; pero en ciertas circunstancias cuando la demanda de tierra
se incrementa no solo por la necesidad económica sino por la pretensión de
proteger el valor del dinero (inflación), como acabamos de anticipar suele
generarse la “falsa renta”, que
se incorpora al precio de compraventa sin que este refleje, en consecuencia, la
efectiva renta fundiaria. La falsa renta - sin embargo- obstaculiza tal cual y
a veces peor que la renta verdadera el acceso de trabajadores e inversores por
lo que su tratamiento práctico no debe ser distinto.
¿Quién es el beneficiario
de la renta fundiaria en nuestro país?
Con la vista puesta
en el problema de constituir un orden económico justo y auto sustentable, hay
una pregunta central en torno a esta importante cuestión de la renta fundiaria. Toda vez que ella no
es una cosa material, sino un valor de
obligación (algo que debe
pagar el que pretende usar la tierra), cabe preguntarse ¿quien es el beneficiario de ese
crédito generado por el orden legal existente?
Al establecer el Código Civil la
comerciabilidad de las parcelas del
espacio territorial (salvo específicas excepciones como lagos, ríos,
etc. (art. 2340 y correlativos) , identifica el suelo con las mercaderías, esto es con las cosas producidas por el hombre o sea valores de producción. Por lo tanto
de acuerdo al Código Civil el propietario del suelo goza para sí del mayor
valor que éste adquiera; o sea, se
apropia de la renta fundiaria. A esto lo llamamos privatización de la renta fundiaria.
La
apropiación por parte del propietario de la renta fundiaria se produce de modo
principal por alguna de estas dos vías: el contrato de venta o el contrato
de locación. En cualquiera de ambos negocios jurídicos siempre nos
referimos sólo al espacio, es decir, el terreno
libre de mejoras. Las mejoras son riqueza, cosas producidas por el
hombre.
En
el primer supuesto - la venta- el propietario transfiere el título que contiene
derecho real de propiedad, contra lo cual recibe un precio. Este precio con las
salvedades antes efectuadas, es la renta fundiaria capitalizada sobre la
parcela al momento de la venta. En el supuesto de la locación, el propietario
solo constituye en favor del inquilino un derecho personal de uso sobre la
cosa, por lo cual recibe un alquiler. Este alquiler es un tanto por ciento de
la renta fundiaria capitalizada. El
propietario considera al “valor del
terreno” como un capital, y cobra el alquiler como el "interés" de ese capital. En
ambos supuestos el propietario es beneficiario del mayor valor del terreno, o
sea de la renta fundiaria acumulados por obra del trabajo social.
La
renta fundiaria depende de la variable desarrollo
social: el general del país, el especial de la región o particular de la
zona en que está enclavada la parcela. El
propietario, según la velocidad de ese desarrollo y la intensidad de
inversión de capital y trabajo ajenos,
puede tener modestos o extraordinarios ingresos sin necesidad que haya hecho el más mínimo esfuerzo. La
conjunción de la facultad jurídica de poder vender y arrendar -comercialización
del espacio- con el constante incremento
de la renta fundiaria por el desarrollo social, alientan el negocio conocido
como especulación en tierras.
Mediante la privatización de la renta fundiaria se han amasado las fantásticas
fortunas que algunas familias detentaron a fines del pasado siglo y comienzos
del presente. Fortunas inmensas que han dejado rastros en la ciudad, como el
viejo Palacio San Martín, la actual embajada del Brasil, o el palacio que sirve
de sede al arzobispado de Buenos Aires. Todas
casas de familias particulares.
Múltiple
contenido del derecho real de propiedad del suelo
Esto
pone de manifiesto que en los hechos el derecho real de propiedad -entendido en
principio como el derecho por parte del titular a acceder y usar de la cosa-
permite algo más que el
ejercicio de estas potestades. Tiene como añadido el poder embolsar para sí el producto social conocido como renta fundiaria.
Una firma porteña, de acreditada fama, ha resumido en pocas palabras esta
realidad argentina. Su titular, dedicado al negocio inmobiliario, ha adquirido
un saber que, lamentablemente, carecen muchos técnicos. En el salón destinado
al público, como paternal consejo de hombre experimentado -casi como un
proverbio-, sobre una gran franja heráldica figura en vistosas letras esta
frase: El mejor negocio de la
Tierra es la tierra misma. Esta frase es fruto de una
experiencia nacional. Se atribuye a la señora de Alvear este aforismo: “Hay
dos clases de gente: los locos y los cuerdos. En Argentina los cuerdos son los
que conservan sus tierras y compran nuevas; los locos los que las venden”
(J. Huret [10]). El pensamiento
seria más completo si dijera: así sucede en todos aquellos países cuyo
ordenamiento legal permite a los propietarios del suelo aumentar sus ingresos a
costa del trabajo y la inversión de los demás habitantes.
El
pensamiento de la inmobiliaria de nuestro ejemplo y de la señora de Alvear (si
es verdad que lo dijera ella) es cierto por varias razones. Es el mejor negocio
porque, el derecho real de propiedad
posibilita no solo el uso y goce del suelo, sino además embolsar de una vez la
renta fundiaria en caso de venta, o en
forma continua en caso de locación. Habrá negocios que lo igualen, pero no que
lo superen. En segundo lugar es un negocio de ganancias in crescendo , pues como la renta fundiaria crece a través del
tiempo por el desarrollo social impulsado por el aumento de población, el
avance tecnológico y la inversión, solo
hay que echarle tiempo al tiempo.
Finalmente, es el más seguro. Respecto de los valores de producción
-cosas hechas por el hombre- la ventaja es evidente, pues estas
cosas sufren por los avances de la
ciencia, la tecnología, las modas y la competencia. Las cosas creadas por el
hombre, no son eternas, no conservan su utilidad inicial y dejan de ser apetecibles por los
consumidores por las más variadas y a veces caprichosas razones. ¡Cuán distinta
es la suerte del suelo! Por aumento de la población, por mayores demandas de la
inversión, por el incremento exponencial de las necesidades humanas impulsadas
por el deseo de mayor bienestar de un mayor número e incluso por la tendencia al consumismo, es constante
la demanda de tierra. Pero se trata de un bien no creado ni creable por el
hombre, finito e irreproducible. No hay
hombre que pueda vivir sin tierra, sea que la consuma directa o indirectamente
. Ella es la base del derecho a la vida, razón por la
que su valor no decrece con el
tiempo, sino que aumentará hasta que la
humanidad desaparezca de la faz de la Tierra. De esto se ha ido adquiriendo conciencia
de soslayo, por causa de la polución ambiental, las crisis del petróleo o lo
que es peor, la amenaza de la falta de
agua potable. Sin embargo en lugar de revelarse a la inteligencia humana la
necesidad de abordar el problema que plantea el Código Civil, ha nacido la
especialidad del “ambientalismo” y el derecho ambiental. Esta fragmentación de
la realidad da resultados paradójicos : los ambientalistas suelen sufrir por
ballenas o pingüinos empetrolados, pero
no atisban la conexión de estas catástrofes con otra bastante mayor: la
mendicidad, los niños de la calle, los emigrados, los homeless y otras
llagas de la moderna sociedad argentina.
La seguridad del negocio especulativo existe donde la especulación está
legalmente permitida. En ordenamientos como el nuestro, ni la expropiación por
razones de utilidad pública mella esa seguridad. Cuando se dicta una ley de
expropiación, no es un comprador individual sino toda la sociedad la habrá de
pagar la renta fundiaria al propietario particular. Uno de los fenómenos
jurídicos más absurdos de la jurisprudencia: obligar a la sociedad entera a pagar al propietario la
renta que ella generó.
Renta
fundiaria y locación
Ni
que decir de la locación. El precio que el inquilino paga por el alquiler,
considerado provisionalmente como un interés que percibe el propietario por la
renta fundiaria acumulada sobre la parcela, tiene que crecer a través del
tiempo. Ningún bien de riqueza (valor
de producción) puede dar tan fantástico resultado para su dueño. Los
bienes de riqueza -creados por el hombre- tienen defectos notorios frente al
espacio. En primer lugar, se gastan. En segundo lugar, el desarrollo
tecnológico tiende a hacerlos despreciables. Cuando aparece el automóvil se
decreta la desaparición del carruaje a caballos. En tercer lugar, la capacidad
creativa del hombre es tan formidable que muchos otros hombres pueden hacer lo mismo;
es decir, el propietario de bienes de riqueza sufre los efectos de la
competencia. Ninguna de estas anomalías
padece quien arrienda espacio económico. De manera que el negocio locativo
podría ser considerado el mejor negocio de rentabilidad constante, si no fuera que por el sistema tiende a
arruinarse a sí mismo. En efecto, la suba de alquileres va excluyendo
inquilinos con capacidad de demanda efectiva. Los excluidos forman la legión de
villeros, piqueteros y gente si hogar alguno que pululan alrededor y dentro de
las ciudades. En su conjunto parecen repetir el asedio de los bárbaros contra
la antigua Roma.
Acciones,
monedas, títulos y titulo de
propiedad
Mucha
gente tiene clavados sus ojos en la valorización o desvalorización de su
dinero, de las divisas, de las acciones de empresas y de los títulos de la
deuda pública. En ocasiones se invierte en estos valores de obligación y se obtienen estupendas ganancias. Si
bien tiene este negocio una fisonomía especulativa, lo cierto que aquella
ganancia es incierta y no pocas veces en la Argentina , ha motivado
la ruina de tales “inversores en papeles”. Todos éstos y otros títulos no
tienen nada que hacer – considerando el punto seguridad – en comparación con el
titulo de propiedad sobre la
tierra. Muy pocos, si es que hay alguno,
son los que han reparado que este titulo es un título más. Es decir, un valor de obligación. La diferencia con
todos los demás es que, asegurada por ley la apropiación particular de la renta
del suelo, estos títulos no se “derrumban”, a pesar que en medio de la crisis
los precios del suelo bajen. “Ladrillos son ladrillos” suelen decir los viejos
agentes de inmobiliarias conocedores de cierta verdad, aunque fallan en el
nombre: no son los ladrillos los que conservan el valor del título de
propiedad. Es la tierra. Haya o no ladrillos sobre ella.
La
condición de ser el título de propiedad inmobiliario un valor de obligación, lo
asimila a la moneda. No es corriente, pero se puede pagar total o parcialmente
una deuda transfiriendo ese título de propiedad a favor del acreedor. Si se
contemplan las cosas sin prejuicio de especialista y se recuerda que la tierra
aumenta constantemente de valor, se ve claro que el titulo de propiedad es una
“moneda” que no solo conserva su valor sino que se “aprecia” en forma lenta
pero constante. Pero por lento que sea el incremento de su valor con relación a
los otros títulos, incluyendo la moneda legal, todos ellos – en relación con él
– se irán “depreciando”. Cuando este proceso de apreciación unilateral del
titulo de propiedad sea acelerado por algún vasto plan de construcción, de obra
publica o privada, o por la simple reactivación general de la economía , ocurre
el conocido “boom inmobiliario” que remata, indefectiblemente (en el actual
sistema legal) en una “crisis” financiera y económica, cayendo la economía en
recesión. Tal es el caso del Japón a partir de la crisis ocurrida luego de su
“boom inmobiliario” hace unos diez años atrás.
(Joseph Stiglitz [22])
La
privatización de la renta es obra del sistema
Es
necesario subrayar marcadamente que el
extraordinario negocio que el propietario hace -sea en el caso de venta o
locación - no es efecto del designio de los titulares del derecho de
propiedad. Ocurre a expensas de su voluntad,
causado por un ordenamiento
jurídico determinado. Es
indispensable hacer esta observación, porque hay teorías que por descuido o
falta de precisión atribuyen los pingües beneficios de los propietarios a un
plan por ellos pensado. Desde luego que
el negocio de la especulación con el suelo lo hace mucha gente de modo bien
consciente. Tal es el caso del financista internacional G. Soros que a fines de
los 1990 viajo a Buenos Aires para comprar cuatro manzanas en un barrio de la Capital por la suma de
2,800.000 dólares, para venderlas pocos meses después en casi 11 millones de
igual moneda. Es decir, que se alzó con una ganancia de casi 8 millones de
dólares en un año con solo poner un par de firmas. Pero esta especulación si
bien ocurre por el “ojo de aguila”
de los especuladores, solo son posibles
porque el sistema jurídico la hace viable. Si el mal solo se atribuye a la
moral del especulador, jamás se alcanzará a comprender el problema y mucho
menos a resolverlo. Por el contrario, un mal diagnóstico ha conducido a gobiernos
bien intencionados a tomar medidas de las
que se puede decir , viendo los resultados generales , que el remedio
fue peor que la enfermedad (Carlos P.
Carranza [3]).
Atribuir
los malos efectos al “sistema” no significa ignorar que los intereses creados
por ese sistema oponen resistencia, en
ocasiones una férrea resistencia , a los cambios para poner fin a ese modo de obtener ganancias sin trabajar. El
ejemplo más notable entre nosotros, poco conocido, sucedió durante la dictadura
de Rosas. Sabido es que la Sala
de Representantes, la legislatura de su gobierno, no solo le era afín sino que
en ocasiones llegaba a la obsecuencia. Sin embargo cuando Rosas, bajo la
presión de ciertos apremios financieros en 1838 presentó un proyecto de ley
para aumentar el canon enfitéutico, la legislatura se rebeló, obligando al
poderoso dictador dar marcha atrás (John
Lynch [13]). Por lo demás Rosas habrá
entrado pronto en razones pues era el más grande terrateniente del país.
Cabe
ahora hacerse otra pregunta: Si el propietario no vende ni arrienda el terreno
de su propiedad ¿alcanza a gozar de los
beneficios de la renta fundiaria?
A
primera vista pareciera que no es así.
Sin embargo, corresponde hacer algunas aclaraciones. En primer lugar, es verdad
que no obtiene ningún beneficio en dinero si nunca vende ni arrienda. Pero si
el propietario usa de la parcela desarrollando sobre ella su trabajo, tiene un
beneficio: no tiene que pagar -
por el uso de esa parcela - el mayor
valor de la renta fundiaria. Si bien es claro que esa tierra valdrá cada
vez más por obra del crecimiento de la renta, el propietario no sufrirá los
impactos de ese crecimiento. Solo en sus especulaciones contables calculará
estos valores para apreciar la rentabilidad de su negocio. Es decir: revaluando
para sí el crecimiento del valor del inmueble. En consecuencia aumentará sus
costos en la medida que el mercado lo permita. En este caso con la venta de la
mercadería recibirá un plus extra
beneficio: lo equivalente a la apropiación de la renta del suelo cobrada
a los consumidores en el precio. Es muy frecuente ver en el centro de las
grandes ciudades, que quien es dueño
puede vender sus productos a precios inferiores a los que lo hace la
competencia que paga alquileres. Como así también se puede ver como el
alquiler, en poco tiempo, arrastra a la quiebra a los jóvenes y entusiastas
emprendedores en los más diversos rubros, en especial, en el comercio, pues
este tipo de negocio tiene que instalarse en lugares adonde concurre mucha
gente, o sea en sitios donde la tierra es más cara. La legión de jóvenes e
incluso no tan jóvenes con “negocios en
la vereda”, desde la miriada de vendedores ambulantes hasta las extensas ferias
de artesanías y muchos “puestos”, en plazas y lugares de paseo público, son
sido causados por la imposibilidad de pagar el alquiler (Héctor R. Sandler
[19])
Este
beneficio comercial de ser propietario, dicho sea de paso, es una de las
razones de la persistente tendencia a ser propietario del inmueble, aunque ésto
le signifique, en un primer momento un fuerte desembolso de dinero. Ésto es un
despilfarro, pues bien podría
aplicárselo a mejorar sus instalaciones o al giro del negocio comercial. Se prefiere hacer ese gasto (que es capital
financiero congelado, tan necesario para el giro empresarial) para no correr el
riesgo que importa la locación y en cambio aprovechar los beneficios que
importa apropiarse de la renta del suelo. Esta tendencia es contraria a la
movilidad que debe privar en una economía social e importa, como hemos dicho,
un despilfarro al que tienden productores y comerciantes por causa del sistema.
Las
empresas constructoras de edificios con su misma acción suelen provocar la
“crisis de la construcción”. El asunto se vio con claridad cada vez que se
recurrió a la construcción como motor de la economía. La construcción masiva de
viviendas o caminos lleva a un inmediato aumento del valor de las tierras. Las
empresas dedicadas a esa actividad, cada vez que construyen nuevos edificios en
serie, ven pronto disminuir sus ganancias, pues los terrenos que deben adquirir
para poder seguir con su actividad han subido de precio. En los años 1960 el
gran impulso dado a la construcción bajo el gobierno de Frondizi, terminó en
fenomenales quiebras de las empresas constructoras. Estos efectos son también inconvientes para la marcha normal de la economía general. Como la renta fundiaria, resultado del
desarrollo social, sigue creciendo inexorablemente, no son pocos los empresarios que luego de años
de trabajo y sacrificio -en el campo o en la ciudad- advierten que con la venta del inmueble pueden ganar en
un instante mucho más de lo que han ganado en décadas de sufrido trabajo. Se
genera y propaga un desánimo empresarial. Producir deja de ser interesante. Una
prueba pública de la ventaja de ser propietario sobre la de ser industrial la
hemos tenido a la vista hace poco. Una
antigua empresa de molienda (Molinos Morixe) cayó en convocatoria de
acreedores. Pese a la aceptación de su oferta de pago con quitas y plazos, sus
deudas no podían ser pagadas con la
producción. En cambio pudieron ser solventadas gracias al precio del terreno
dónde estaban las instalaciones de la fábrica. Una manzana, comprada a
principio de siglo por una monedas, a través del tiempo se valorizó a tal punto
que con su venta o traspaso se pagaron las cuentas. El terreno estaba tal cual
hacia un siglo; la única diferencia es que
a su alrededor se había construido el elegante barrio de Caballito.
Enorme
cantidad de gente en plena juventud ingreso a la vida económica con ímpetu
empresario; pero el sistema los
convirtió en especuladores del suelo. ¿Qué enseñanzas pueden extraer las nuevas generaciones, savia
renovadora de la economía, de esta lección práctica de sus mayores? La lección
es tan simple como dañina para la sociedad y sus miembros: que hay mejores
formas de enriquecerse que trabajar, fabricar o comerciar lo que la gente
necesita. Lamentablemente sin una capa de emprendedores entusiastas ninguna
economía social puede ser poderosa y sin un vigoroso orden económico un país
vive en constante estado de postración.
En
síntesis: la renta fundiaria es creada por toda la comunidad; pero por obra
de nuestro ordenamiento jurídico tiene
como destino beneficiar a quien es propietario del suelo. El beneficio se percibe
en el momento de vender la parcela; durante el tiempo por la que ha sido
arrendada o durante el tiempo en que la usa. Como la falta de uso de la tierra
no causa desapoderamiento ni trae otras consecuencias negativas, el derecho de
propiedad también sirve como una caja de ahorros para su propietario. Esta
consecuencia ocurre dentro de un
organismo que se llama sociedad. Así como un solo órgano enfermo tiene efectos
catabólicos para todo el organismo, esa mala conjunción entre la ley y la
propiedad, lleva a la ruina social.
Efectos de la apropiación de la renta fundiaria por
lo particulares
El
destino privado de la renta fundiaria de origen público causa tantos males que puede ser considerado como un cáncer que
corroe nuestra sociedad. La afirmación puede parecer patética: pero es apenas
una pálida imagen de la realidad. En el estado actual puede afirmarse que sin
una corrección de aquel destino será imposible la solución de la mayoría de los
problemas económicos que nos afligen, individuales y colectivos.
Pero
hay efectos peores que el malestar
económico. La apropiación de la renta fundiaria por los particulares no solo
arruina al orden económico. Impone maniobras
de salvamento a todos los individuos, se trate de empresarios,
productores, comerciantes, profesionales, activos o jubilados, pero sobretodo a
los trabajadores asalariados y a la
juventud que año tras año ingresa a la actividad social adulta. Esas maniobras de salvamento trastocan
todos los valores espirituales necesarios para una vida civilizada. A
consecuencia de esta inversión de los valores, decaen la vida política, el
derecho e incluso los órdenes más
excelsos de la vida humana: religión, arte y ciencia. En medio de esta general decadencia de lo
espiritual , no puede asombrar que la vida social se deshumanice y la actividad
económica en lugar de favorecer la cooperación sea fuente de cerril egoísmo. No
solo domina una visión estrecha y burdamente materialista sino que, además, aparecen pústulas sociales como el
vandalismo, la delincuencia, la mendicidad profesional, y la corrupción en todos los niveles de la
sociedad, particularmente en la esfera de lo público.
Estas
pústulas, cuando aparecen a la luz,
causan estupor primero y rencor después.
Cierto es que también convocan a la solidaridad para con algunos de los
más castigados. Pero a decir verdad podría decirse que el crecimiento de
organizaciones y conductas solidarias es directamente proporcional a la
ausencia de una sana organización de la economía social. Por otra parte se
trata siempre de un socorro parcial: millares inteligencias frustradas,
millones de emigrados, no reciben ningún beneficio de la solidaridad. Se pasa
por alto que es justo el orden económico el único lugar en que los hombres
pueden ejercer la efectiva fraternidad que exige la condición humana. Ni el
orden cultural ni el orden
político-jurídico para existir exigen de la fraternidad como ejercicio. Las
distintas actividades que se cumplen en el orden cultural requieren en modo
principal de la libertad del individuo
para desarrollar su personalidad; el orden político-juridico demanda la practica de la igualdad. Solo la
economía social exige para existir la cooperación entre los hombres. Esta
cooperación puede lograrse y de hecho se ha logrado y se logra aun hoy, por la fuerza, es decir de manera forzada.
Pero éste tipo de economía no sirve a la
sociedad ni al desarrollo de la persona. Una
economía sana debe apuntalarse en la fraternidad, porque la actividad económica
sólo se da con la de los hombres entre sí. (Rudolf Steiner [17]).
Para
colmo, la falta de conocimiento sobre la
causa originaria, hace que muchos demanden una firme actitud de las autoridades e incluso una franca represión
para acabar con abundancia de mendigos, cargosos vendedores ambulantes, usurpadores de viviendas, perturbadores
piqueteros, corrupción en el manejos de los subsidios sociales, etc. No dejan
de tener razón cuando sostienen que no son propios de una sana vida social
tales hechos. Pero olvidan que la
Argentina ha vivido muy dolorosamente el fracaso de las
soluciones de fuerza. Lo que debiera llamar la atención es que ahora esta
viviendo el doloroso fracaso de su opuesto: la democracia reinstalada en
1983. Aunque parezca absurdo aquellos males
son indiferentes al orden político que se instale y a quienes ocupen los cargos
que ofrece. Clara señal que la causa originaria de tantos males ha de estar en
algún punto menos visible del jurídico. Menos visible no tanto porque esté
oculto, sino por no tener preparada la visión para verlo (Héctor Sandler [20])
La
privatización de la renta fundiaria rebaja los salarios y los intereses
El
peor efecto de la privatización de renta fundiaria es que rebaja constantemente
los salarios de los trabajadores, sea de la clase que fueren.
En
una investigación de Roberto Cortés Conde, analizando la causa de la expansión
agropecuaria en los años que corren desde 1890 y 1910, dice textualmente: La expansión de la población rural hacia
zonas cada vez mas alejadas se realizó a instancia de dos factores: el continuo
agregado de población en el país que se iba encontrando con mejores tierras ya
ocupadas, y por otro lado a los mayores
beneficios que prometían la tierras nuevas por ser más baratas.
Esta
frase señala un fenómeno económico olvidado entre nuestros estudiosos y
estadistas: las tierras de campo baratas -eso ocurre siempre con las nuevas-
cuya renta fundiaria es baja cuando no nula, permite mayores beneficios en la explotación, o sea a la empresa
agraria. De igual importancia es lo que agrega Cortés Conde: Ello (los mayores beneficios) justificó que se
abonaran salarios más altos en las zonas más alejadas, a pesar que allí se
pagaran menores precios por los cereales.
El hecho es
suficientemente importante e ilustrativo de lo que nos ocupa, y merece ser
examinado con alguna detención, toda vez que, a primera vista, pareciera
imposible que con precio más bajo para
el cereal los beneficios fueran mayores y también -correlativamente- los salarios. Sin embargo, ésto es
producto de una ley lógica, que la experiencia corrobora y que los actuales
pensadores ignoran. Esa experiencia argentina, relacionada por Cortés Conde,
debiera gravarse a fuego en la mente de todos los que se preocupan por la
suerte del campo. A la luz de esa experiencia, de ninguna manera la caída de
los precios de la producción agrícola es primera causa del malestar agrario. El
examen de la situación debe comenzar por revisar el orden interno en cuanto no
permite producir, pese a la feracidad de las tierras, a precios competitivos en
el mercado mundial. Cierto que el “proteccionismo” norteamericano y europeos son
una barrera también. Pero su causa es justo el mal sistema del régimen de la
tierra en ambas regiones.
La producción económica de bienes - más
allá de las complejidades económicas que impone la siempre creciente división
social del trabajo y de la sofisticación que exige la técnica moderna - es
fundamentalmente la aplicación de
trabajo humano a la tierra
auxiliado con bienes de capital real.
Podemos graficar este pensamiento con una sencilla fórmula, en la que P es la
producción o riqueza, T es el trabajo, C el capital real y N la naturaleza o
tierra, del siguiente modo:
P = T+C+N
Para
que el flujo producción / consumo conocido por "actividad económica"
o "proceso económico" sea continuo, la producción P (totalidad de
cosas producidas) debe ser repartida entre quienes, según el ordenamiento jurídico, son los dueños de cada uno de los
tres factores de la producción. Una parte a los trabajadores (tomado él
termino en el más amplio sentido, es decir como aportadores de trabajo intelectual y físico, desde el peón hasta
el director de la empresa productiva ); otra parte los dueños
del capital real (cosas físicas
producidas por los hombres en procesos anteriores) y finalmente una tercera
parte a los dueños de la naturaleza, tierra o espacio económico. Manejamos
una hipótesis gruesa, en la que
no hay dinero (valores de obligación)
que represente a las cosas producidas a fin de mostrar claramente la anomalía
principal de nuestro orden económico por causa del ordenamiento jurídico.
Si
a cada una de las partes le damos los nombres corrientes , la producción P
debiera repartirse en tres partes; a) Salarios,
o alícuota parte correspondiente a los aportadores de trabajo; b) Intereses o alícuota parte
correspondiente a los aportadores de capital y c) Renta fundiaria o alícuota parte correspondiente a los dueños de
la tierra. La distribución de la
producción puede representarse mediante esta ecuación:
(1) P = S+I+RF
Esta ecuación nos permite
afirmar lo siguiente:
(2) P-RF = S+I
La
ecuación (2) leída literalmente expresa:
"La
cantidad de cosas producidas (P) menos la cantidad de cosas producidas
entregadas al propietario del suelo (RF) es igual a la cantidad de cosas
entregadas a los trabajadores (S) más lo entregado a los inversores de capital
(I).
Si
la cantidad de cosas que se le entrega al propietario aumenta, disminuye lo que
resta para trabajadores e inversores. En el punto de la curva en que todo P sea
entregado a los dueños del suelo, nada quedaría para repartir entre los
trabajadores e inversores. Allá en donde las circunstancias eximan de entregar
algo a los dueños del suelo (frontera
de tierras libres) , el total producido P se reparte exclusivamente entre los
trabajadores e inversores de capital. Ese punto se llama punto de máximos ingresos para el trabajo y el capital.
Esta
ecuación explica lo que llamara la
atención a Cortés Conde. En la historia
argentina en el caso de tierras muy baratas, es decir de escaso o nulo valor de
la renta fundiaria, los ingresos (llamados por él beneficios) tenían que ser
altos. La baratura del suelo permitía pagar salarios más elevados a pesar que
el precio de venta del grano era inferior al de producido en otros lugares del
mundo. La cosecha de esos sitios extranjeros tenían mayores precios, pero los
beneficios eran menores, porque la renta fundiaria de esas tierras era mayor y
los dueños absorbían gran parte del producto. Esto sucede aun hoy. Si el
Mercado Común Europeo y los EEUU cierran las puertas a los productos agrarios
argentinos mediante el proteccionismo aduanero,
es porque pese a nuestro defectuoso sistema, aun siguen siendo los
nuestros más baratos. Y si en ambos mercados el Estado debe subsidiar a los
productores agrarios, es porque los propietarios del suelo embolsan gran parte
de la renta fundiaria, a punto tal que de no ser subsidiados, los precios para
el consumidor interno se irían por las nubes. Sea esto dicho al pasar para
recordar que tampoco es bueno el sistema actual de propiedad de la tierra
vigente en los EEUU y en Europa.
La
formula (2) revela otro hecho muy importante,
desvirtuado por los slogans políticos. Contra lo que habitualmente se
sostiene no hay una contradicción
necesaria entre el trabajo y el capital, sino de ambos con la renta fundiaria.
Debe
advertirse, además, que del trabajo de Cortés Conde surge que esos salarios eran superiores a los que se pagaban en
otras zonas muy productivas del mundo y más adelantadas que nuestro país.
En efecto, los años tomados en cuenta por el historiador nombrado fueron
aquellos de la masiva inmigración a la Argentina proveniente de países de ultramar;
entre los que se encontraban España, Italia, Austria, Prusia, Francia, Polonia,
etcétera. Ninguno de estos países podían ser considerados subdesarrollados en el sentido en que
actualmente se usa el término. Cualquiera de ellos contaba con una cultura
milenaria y de algunos habíamos obtenido nuestro propio acervo cultural.
España, entre otros, seguía siendo un país imperial y hasta un siglo atrás ella
gobernaba gran parte del mundo. Sin embargo, sus habitantes no dudaron en
abandonar aquellas “cunas de la
cultura occidental”, sin que
pudieran retenerlos el hecho de que sus patrias fueran orgullo de la civilización. Rompiendo con ancestrales raíces,
con lazos familiares, viajando hacia lo desconocido, muchas veces en
condiciones infrahumanas, prefirieron venir a poblar nuestro país. La razón es
sencilla: allá formaban parte del ejercito de trabajadores de reserva; aquí
esperaban ser hombres libres. Es decir vivir de su trabajo con mayor bienestar.
Las
tierras baratas invitan a poblar el país
No
puede omitirse con ligereza este hecho fundamental: un país nuevo como el nuestro, saliendo de
guerras externas e internas , aun en lucha contra el indio, sin capitales
reales y con falta total de lo que hoy se llamaría infraestructura y confort,
se constituyó en un formidable polo de
atracción para todos los pueblos del
mundo. El trabajo altamente más
retribuido que en sus respectivos países, fue el imán que los trajo a nuestra
tierra.
Se
dirá: es que en aquellos países la
población era excesiva y los trabajadores abundantes, mientras que en el nuestro era escasa la mano
de obra. De acuerdo. ¿Pero abundancia y escasez en relación a qué? Si se dice
que en relación al territorio - como dimensión geográfica- la afirmación carece
de valor. Es innegable que esa relación sigue mostrando hoy en día nuestro país
está todavía absolutamente vacío. En más
de 2,7 millones de kilómetros cuadrados - tomando como dato la densidad
de cualquiera de aquellos países suministradores de población- la Argentina debiera tener
entre 200 y 600 millones de habitantes. Con solo 36 millones actualmente la
inmigración no debiera haber cesado, sobretodo teniendo en cuenta que
"sobra" gente en la mayoría de los países del mundo, incluyendo Europa.
Pero
si en lugar de considerar la dimensión geográfica tenemos en cuenta los valores económicos de la tierra, entonces
otra es la conclusión. Teniendo en cuenta este factor puede decirse que
efectivamente las condiciones han
cambiado radicalmente comparadas con las de aquella época. La vertiginosa
valorización del espacio argentino, por la presencia masiva de nuevas
poblaciones e inversión de capitales reales, conforme a la fórmula indicada al
comienzo, generó desde el vamos la tendencia a
frenar el ingreso de trabajadores
e inversores. El freno se aplicó
automáticamente por causa de la autorizada apropiación de la renta del suelo
por los propietarios con más el sistema de impuestos creado para solventar los
gastos del Estado.
El
desorden lo causa el ordenamiento jurídico
Al
no implantarse como recurso principal del Estado el sistema de recaudación de
la renta fundiaria (idea, central de la Enfiteusis de Mayo) la
tierra se convirtió en objeto de especulación. El Estado forzosamente hubo de
recurrir a uno de los más antiguos inventos en esta materia: los
impuestos. Haciendo uso del poder
legislativo el Estado produce actos
confiscatorios de lo que es propiedad de los particulares por causa de su
trabajo.
Hoy
los salarios reales de los trabajadores están tan deprimidos que son inferiores
a la mayoría de los países desarrollados del mundo, en condiciones comparativas
semejantes al nuestro. Los valores del suelo han seguido creciendo a la par de
la carga impositiva. En consecuencia el trabajo esta sujetado entre dos
zapatas: por abajo el creciente valor de la tierra; por encima el peso de los
crecientes impuestos.
Dando la espalda al problema del destino de
la renta fundiaria y sus consecuencias, trabajadores e inversores de capital,
empresarios y asalariados, están condenados a enfrentarse como perros y gatos,
en vana lucha para disputar sobre el remanente de la producción. No habrá
sindicatos ni ligas patronales que puedan evitar ésto. Los contendientes
ignorantes de la causa que los enfrenta, en lugar de usar su poder democrático
para darle justa solución y lograr establecer la cooperación que la economía
exige, buscan celebrar por separado
alianzas con el gobierno político para lograr por la fuerza mejorar su
lastimosa situación. Unos logran imponer mediante leyes laborales algunas
mejoras sectoriales que la economía general acaba por destruir. Los otros
buscan de mil modos lograr leyes de privilegio
para no pagar impuestos y, si es posible, lograr una posición monopólica
en el mercado interno o incluso en el mercado regional si este se establece.
Los gobiernos ignorantes también de la cuestión central, no alcanzan a
resolverla. Según las circunstancias y las personas los gobiernos argentinos se
bambolean entre un irresponsable populismo o un insensible ajuste del cinturón de los
ciudadanos.
Esta
debilidad intrínseca convierte al país en campo orégano para explotadores multinacionales. Con su
base económica en regiones menos deteriorantes,
usan de su fuerza financiera para
manipular gobiernos , la enseñanza superior y la opinión pública y finalmente
para hacer aquí negocios que no podrían hacer en sus países de origen.
La
apropiación privada de la renta fundiaria arruina la sociedad
Cuando
el espacio económico argentino estuvo totalmente ocupado en términos jurídicos,
luego de las primeras corrientes inmigratorias y la llegada de grandes capitales
reales, facilitado por la baratura del suelo, se produjo un gigantesco
crecimiento de la producción. Pero este crecimiento de población trabajadora y
de capitales reales, además de aumentar la producción para el consumo interno y
la exportación, causó un inmediato
aumento de la renta fundiaria. Cada población que se instalaba, cada
colonia que se implantaba, cada ferrocarril que se trazaba, cada ciudad que se
ensanchaba, producía un fantástico crecimiento de los valores de la tierra.
Esto despertó la preocupación de algunos argentinos que veían en este forjar
rápidas y gigantescas fortunas algo irregular, que a la corta o a la larga
habría de costar muy caro al país.
Suele
sostenerse que como la
Argentina organizó su producción para el mercado externo,
exclusivamente, lo cual es relativamente falso, pues de otro modo hubiera sido
imposible dar abasto a los millones de seres que se instalaron en el país. No
obstante las condiciones descriptas habrían de construir un tipo de país
“fabricante para el mercado internacional”. Ya en 1900 la Argentina pisaba fuerte
en el mercado mundial de productos agrarios, lo cual no significa que su
sociedad toda haya disfrutado de esa posición.
No es sorprendente entonces que al producirse la quiebra del mercado internacional,
primero en 1914, pero substancialmente a partir del crack de 1929, nuestro país quedara con un orden económico
privado de su sentido fundamental. Por esta razón se suele fijar el mojón de la
detención del proceso de crecimiento argentino en 1930. Sin embargo si pensamos
en los efectos del encarecimiento del espacio económico a fines del siglo
XIX, hay que sospechar que el sobrante
de mano de obra, una caída de los salarios y los réditos de la inversión y
consecuentemente una detención del desarrollo, debió producirse mucho antes.
Por
empezar no puede pasarse por alto que hubo una gran crisis en 1873 causada por
una especulación que “se dirigió principalmente sobre la propiedad raíz,
elevando su precio fabulosamente”
( Jose Panettieri [15]). Le siguió la nombrada crisis de 1890 en la que
la especulación inmobiliaria no fue
ajena (José Panettieri [16]) . Pero por
otra parte hay estudios importantes que revelan que la crisis empezó mucho
antes que en 1930. Alejandro E. Bunge,
en 1923 descubría quince años de paralización anteriores a la fecha de estudio:
Con ser notable entonces el crecimiento de la población el de los
factores económicos lo superaba en casi cuatro veces. Es decir que al
principio de 1860 por cada habitante que se incorporaba, la producción se
multiplicaba por cuatro. En cambio, agrega, en estos últimos quince años se crece el equivalente de la población,
lo cual representa una paralización efectiva. Bunge descubría que la
paralización efectiva había comenzado a ocurrir quince años antes a la primera
guerra mundial. La fijaba alrededor de los años 1907/1908, al filo del Centenario.
¿Qué es lo que había reducido tan manifiestamente el rendimiento de la
población y de los capitales?
Los
capitales no habían dejado de llegar y mucho menos los inmigrantes. Pero
rendían cada vez menos. El costo
económico de la tierra - por obra de la renta fundiaria- estaba produciendo sus
funestos efectos. En 1907 estalla una huelga de inquilinos en la Capital motivado por el
elevado precio de los alquileres ( Juan Suriano [23]). En pocos años más
(1912), en el campo, se oiría el Grito
de Alcorta. Una masiva rebelión de arrendatarios de chacras en la
provincia de Santa Fe asfixiados por los altos precios de los arrendamientos
que cobraban los propietarios (Plácido Grela [8]).
No
mucho después el país sufriría la huelga de los trabajadores industriales de
los talleres Vasena en la
Capital , con la sangrienta represión recordada como la Semana Trágica ( 1919). Los trabajadores urbanos sobraban cada vez más en el país. Apenas
comenzada la década de los 1920, acontecen los dramáticos hechos descriptos por
Osvaldo Bayer en su saga sobre la rebelión de los trabajadores laneros en la Patagonia que terminó
con el fusilamiento de la mayoría de ellos. En 1923, Las huelgas azucareras de Tucumán (Daniel Santamaría [21])
¿Es serio afirmar que la crisis argentina
comenzó por la crisis mundial de 1929? Cierto es que con la caída vertical de
la exportación habrían de caer los principales ingresos del tesoro nacional consistentes
en derechos aduaneros, de los cuales – dicho sea de paso - se apropió definitivamente en desmedro de
las provincias por la reforma de la Constitución en 1866
(Isidoro Ruiz Moreno [18]). Pero la postración argentina había comenzado medio
siglo antes, cuando el alud de inmigrantes y la enorme inversión de capitales ,
posible gracias a la incorporación de millones de hectáreas tras la campaña al
desierto comandada por Roca. El país se engrandeció territorialmente en más de
15.000 leguas cuadradas. Una legua cuadrada son 1600 hectáreas , lo que equivale decir que el territorio se
agrandó en alrededor de 24 millones de hectáreas. Entre el acaparamiento y la
colonización no podía dejar de producirse el "boom" de los valores
inmobiliarios. Valores que no son riqueza - como hemos visto - sino créditos
que la gente debía pagar para acceder al
suelo por compra o alquiler. No se alcanza a comprender éstos efectos sin, al
menos, dar un vistazo a la próspera Argentina de 1910.
Efectos
de la especulación del suelo al fin del siglo XIX
La
increíble ola especulativa en tierras y sus efectos al filo del Centenario puede apreciar en el colorido aguafuerte del
francés Jules Huret que nos visitara para ese entonces. Unos pocos párrafos
reflejan que existiendo el mismo derecho y similitud de situaciones, el mal
continúa.
Para
apreciar una ciudad como Buenos Aires, narra el cronista, hay que saber que en
1870 no tenía más que 175.000 habitantes mientras hoy tiene 1 millón 300.000.
Las anécdotas más comunes y el fondo de toda conversación, se refieren a las
fortunas hechas en diez años, a los emigrantes de ayer, hoy millonarios, a las
vastas regiones que están por desmontar...a los terrenos a adquirir a 20 pesos
la hectárea y que valdrán 200 dentro de cuatro años. Al perspicaz cronista no
se le escapa lo que está pasando: Casi todas las grandes fortunas tienen, en
efecto, su origen en el mayor valor de los terrenos...A la hora actual los que
mas pronto se enriquecen no son los industriales, sino los propietarios, los especuladores
y los bancos. Es tan cierto que un comerciante enriquecido por el negocio , se
apresura a comprar tierras. Si es listo , en muy pocos años dobla o triplica su
fortuna [10](p. 577/578).
Pero
el festín no es para todos: Los barrios obreros están formados por casas
miserables... que se llaman en la
Argentina conventillos... tugurios oscuros y sin aire que son
las habitaciones. Lo verdaderamente escandaloso es el alquiler que pagan los 50
infelices que viven en tales antros [10](p.137).
Sin
embargo hay gente pobre que está peor. En esta ciudad que progresa desde hace
treinta años, aun quedan por hacer muchas cosas. El barrio de San Cristóbal ,
llamado barrio de las Ranas , es un vestigio persistente del Buenos Aires de
antaño. Allí se refugian los miserables refractarios a la asistencia pública,
los libertarios que prefieren la miseria y la independencia ...La arquitectura
de sus viviendas es el "estilo lata
de petróleo" ...El Trust del Standard Oil ha proporcionado casi todos los
materiales...(p.78). Se ve a toda esa
población compuesta de rufianes y prostitutas sentados a las puertas de sus
casuchas tomando mate y alrededor de ellos montañas de inmundicias y basuras
que los carros van a vaciar allí incesantemente [10](p.79).
Contrafuerte
de una ciudad en la que a pocas cuadras, en la Plaza San Martín ,
aparece como un barrio de suntuosas moradas de la gente rica de Buenos Aires ,
de la aristocracia como dicen aquí: hoteles de los Alvear, Bary, Anchorena,
Cobo, Casares, Unzué, Quintana y Pereyra.
[10](p.89).
Al aprovechar la tierra como objeto de
comercio y no recaudar la renta del suelo el
derecho de propiedad, se transforma en un mecanismo para vivir del
trabajo ajeno. Nos ilustra sobre este fenómeno el señor Huret narrando el caso
de quien fuera Vicepresidente de la República Victorino
de la Plaza. Compró
al Estado 20 leguas de terreno al Sur de la provincia de Buenos Aires a 2000
francos. Después marchó a Inglaterra donde permaneció algunos años. Durante su
ausencia se empezaron a cultivar las tierras vecinas y se construyeron algunos
ferrocarriles. Cuando volvió a la
Argentina se le ofreció 150.000 francos por cada legua. Los
agricultores italianos y los capitalistas ingleses habían trabajado para él
[10](p.580)
Hemos
transcripto las investigaciones de Bunge y las constataciones de un visitante
extranjero, pues desde la investigación y desde el testimonio dan cuenta del
cáncer que corroe a la sociedad argentina desde la organización nacional.
La
privatización de la renta fundiaria genera sistemas violentos
La
privatización de la renta fundiaria no solo achica los ingresos de trabajadores
e inversores y torna escaso el espacio económico por causa de su mayor valor y
su acaparamiento, sino que por vía de efectos
derivados produce hondas transformaciones económicas, sociales y
políticas que tienden a independizarse y a obrar como causas autónomas en la
configuración del orden social.
Se
produce un excedente de trabajadores que no pueden aportar su capacidad al
proceso productivo. Las nuevas generaciones o las nuevas oleadas inmigratorias
de trabajadores encuentran que tampoco pueden acceder fácilmente al espacio. La
inmigración cesa. Pero las fuerzas vitales que gobiernan al comportamiento
humano determinan que sigan viniendo nuevos seres a este mundo y a pesar que la tasa de natalidad se reduzca
drásticamente, al tiempo que aumenta la de los abortos y la mortandad infantil,
el saldo neto de crecimiento vegetativo alcanza al 1% anual. Sobre una población
de 36 millones significa que cada año unos 360.000 niños se incorporan a
nuestra población, que por la diversidad de sexos, en dos décadas formarán
alrededor de 150.000 hogares. Por mínima que sea esta tasa , dada la barrera
que constituye la renta fundiaria, ese modesto crecimiento es una fuerza
tremenda, que a semejanza de la ley de Boyle-Mariotte, fijo el volumen (espacio
económicamente alcanzable) , provocará una elevación de la presión social
(conflictos latentes) que causará no pocos estallidos en el orden
(manifestaciones y choques violentos).
El
capital real carece también de nuevas oportunidades de inversión y sus ingresos
disminuyen lo mismo que los salarios de
los trabajadores. Es partir de entonces que rápidamente operan fuerzas
tendientes a asegurar la sobrevivencia de los miembros de la sociedad
asfixiados por el sistema. Cambia notoriamente la estructura de la sociedad: de
una sociedad razonablemente abierta se pasa a una cada vez más cerrada; sus
miembros no encuentran horizontes para desarrollarse según sus naturales inclinaciones.
El fenómeno de poder comienza a
dominar en todas y cada una de las relaciones sociales. Los más perspicaces
pronto advierten que solo una suficiente concentración
de poder en sus manos , el goce de privilegios especiales, el dominio monopólico del mercado y si es posible el apoderamiento del aparato del Estado
, por sí o por elementos afines , puede asegurarles ingresos que les permitan
llevar sus planes y vivir a tono con las formas más refinadas de la
civilización de su tiempo.
Respetando
el sistema de la apropiación privada de la renta fundiaria, las empresas y el
capital tienden a tener un poder monopólico en su campo de actuación; a igual
que los trabajadores asalariados , con
la diferencia que la organización de estos últimos suele ser más lenta y a
veces deben sobreponerse a la represión
de los gobiernos. Respetando la privatización de la renta fundiaria los
beneficios del empresario se logran a costa de los trabajadores; el capital en
su forma de capital financiero es escurridizo. Como el recorte recae sobre el
salario de los trabajadores, éstos entran en conflicto abierto con los
empresarios y los capitalistas en general, pues en ellos visualizan la fuente
de su malestar. Por lo demás carecen de una teoría capaz de exponerles la raíz
inmobiliaria del conflicto.
Los
trabajadores no distinguen entre empresario, inversor de capital y capitales en
posición monopólica y quien lucra con la renta fundiaria. Muchas veces se trata
de las mismas personas ejerciendo esos diferentes roles. La explotación de los trabajadores
asalariados se manifiesta en la caída de sus ingresos lo que se da
sobretodo cuando la desocupación emerge como la peor amenaza que asecha.
La
relación laboral que debiera ser de cooperación, pasa a ser latente y
permanentemente conflictiva. La cosa empeora cuando una concepción del mundo tipo "amigo /
enemigo" se instala en la sociedad. Por el lado de los afortunados, se
crean ideologías que confirman su propia superioridad, justificando enormes
ingresos, miles de veces superiores a
los de los infelices incapaces de salir de pobres. En cuanto a éstos también se
forman prejuicios deletéreos para un orden social de cooperación. Se alcanza el
colmo cuando en cada campo adversario se
llega a pensar cuánto mejor estaría en el país sin “los otros”, aquellos
visualizados como el enemigo nato.
Tales prejuicios por malos o
erróneos que fueren son pensamientos operativos que condicionan la realidad. Al
fin de un relativo largo proceso las clases enfrentadas quedan constituidas en
la realidad social (sobre el pensamiento como conformador de la realidad, David
Bohm [1]) .
Por
el lado de los trabajadores asalariados, que es la mayoría de la
población, se generan muchísimas
deformaciones. El peor es el repudio al
trabajo como instrumento para ganarse el pan. Una sorda antipatía para con los
empresarios en general domina en el animo de la mayoría de los
trabajadores, aun cuando lo consideren
un "dador de trabajo". Esta
antipatía latente es como una herida mal
cerrada que en cualquier instante puede infectarse, lo que hace de la relación
laboral así constituida algo conflictivo por naturaleza, hecho que mina
lentamente a la economía social. Otro efecto es la creencia por parte de los
asalariados - creencia que se propaga por toda la sociedad - que el trabajo con
el cual uno se gana la vida, debe ser "dado" por alguien. No es
extraño que los trabajadores se forjen la ilusión de que el Estado es el más
importante "dador de trabajo". Esto tiene funestas consecuencias no
solo en la economía sino en el estilo
que toma el orden político y la degradación de la moral social. La sorda
hostilidad de los trabajadores comunes contra todo aquel que desempeñe el rol
de empresario es un mal ambiente moral,
muy poco propicio para que se desarrolle una vigorosa juventud
empresaria, indispensable para
establecer una economía de mercado auto sostenido. No puede dejarse de citar
una general esperanza puesta en otro título: “el diploma”, obtenido tras cursar
largos estudios, no cumplidos para saber, sino para obtener una mejor
oportunidad para vivir.
Erróneas
teorías provocan profundos conflictos sociales
Es
importante destacar estos efectos
derivados del bloqueo del espacio, porque en el supuesto que se adoptaran
nuevas leyes para que éste sea accesible, ellas no serán suficientes para el
cambio en tanto subsistan aquellos sentimientos afincados en la sociedad desde
hace más de un siglo. Habrá que apelar a una
educación específica para lograr un saneamiento espiritual que permita a
todos visualizar por igual la perversidad que implica el apoderamiento privado
de la renta fundiaria y los requisitos de conocimiento y de conducta para
estructurar un nuevo orden. En verdad, tras un siglo de perverso sistema no
basta con cambiarlo. Tienen razón quienes dicen que “sin la creación de una
conciencia ciudadana, la
Argentina podría sufrir un derrumbe peor” (Monseñor Carmelo
Giaquinta, Presidente de la Comisión Episcopal Pastoral, La Nación , octubre 8,2003, p.6
[26])
Los trabajadores asalariados desde un comienzo se organizaron y constituyeron en sindicatos y centrales obreras con el
objetivo de gozar de un poder equivalente al de los capitalistas y empresarios
con el fin de mejorar sus salarios y condiciones de trabajo. Reacción
explicable si se tiene en cuenta las relaciones violentas que se han ido
conformando por causa del acaparamiento de tierras y la apropiación privada de
la renta fundiara . Son estos actos
extremadamente violentos. Basta con imaginar la violencia
estructural que se establecería si alguien pudiera monopolizar el aire que
respiramos para vendérnoslo en el mercado ( Ian Lambert [11] y Fred Harrison
[9]). Pero lo grave es que muy pocos, si alguno, tiene conciencia que las
relaciones violentas entre capitalistas y empresarios por un lado y
trabajadores asalariados por el otro tienen origen en el sistema de propiedad
inmobiliaria. ¿Quién piensa en la relación que existe entre la creciente
violencia en la sociedad argentina (asesinatos, robos, secuestros y corrupción)
y en el sistema de propiedad del suelo?. Nadie conoce el siguiente pensamiento
científico:
“¿De dónde vendrán los
nuevos bárbaros? ¡Pasad por los barrios miserables de las grandes ciudades, y
desde ahora podréis ver sus hordas amontonadas! ¿Cómo morirá la ciencia? ¡Los
hombres dejarán de leer y con los libros encenderán o los convertirán en
cartuchos!. (Henry George, [32])
El enfrentamiento empresarial / sindical se
debió a la progresiva concreción de hechos dañinos que ambas partes se
infligieron (y a aun se causan), pero mucho más por las visiones erróneas sobre
las causas profundas del conflicto. Ninguna de ellas, sobretodo en los sectores
urbanos, tuvo en cuenta la cuestión del acaparamiento
de la tierra, la apropiación
privada de la renta fundiaria y la expoliación impositiva del Estado. En sus visiones erradas jugó un papel
importante la teoría económica a la que apelaba como un catecismo cada una de
las partes. Los empresarios e inversores de capital explicaban la economía, en
una primera etapa, desde el punto de vista de la Riqueza de las Naciones de Adam Smith
(1853/1945), y en una segunda, desde la perspectiva neoliberal iniciada por Alfred Marshall y cultivada por los
economistas norteamericanos (M. Gaffney-
F. Harrison, [7]) , todos los cuales se caracterizan por ignorar, menospreciar o ignorar por completo las cuestiones de la tierra, la renta del suelo y los impuestos (Así Peter Schumpeter [29]). Los trabajadores argentinos por su lado, en un una primera etapa (1890/1945) veían las cosas desde el punto de vista de la teoría de de Carlos Marx, y en la siguiente, a partir de l945, desde el punto de vista de los discursos y hechos del presidente y líder Juan D. Perón, quienes a su modo también daban por sentado “a priori” el enfrentamiento entre el capital y el trabajo, solo que Perón sostenía que podían ser conciliados mediante la férrea acción del Estado convertido en el tercer vértice de un triángulo. Para ambas posiciones aquellas tres cuestiones (el acaparamiento de tierra, la apropiación privada de la renta del suelo y la exacción impositiva del Estado), no eran operativas.
F. Harrison, [7]) , todos los cuales se caracterizan por ignorar, menospreciar o ignorar por completo las cuestiones de la tierra, la renta del suelo y los impuestos (Así Peter Schumpeter [29]). Los trabajadores argentinos por su lado, en un una primera etapa (1890/1945) veían las cosas desde el punto de vista de la teoría de de Carlos Marx, y en la siguiente, a partir de l945, desde el punto de vista de los discursos y hechos del presidente y líder Juan D. Perón, quienes a su modo también daban por sentado “a priori” el enfrentamiento entre el capital y el trabajo, solo que Perón sostenía que podían ser conciliados mediante la férrea acción del Estado convertido en el tercer vértice de un triángulo. Para ambas posiciones aquellas tres cuestiones (el acaparamiento de tierra, la apropiación privada de la renta del suelo y la exacción impositiva del Estado), no eran operativas.
¿Con
tales concepciones de la vida social, cómo esperar que se lleve adelante un
cambio que ponga fin al desorden crónico y una paz social en que la cooperación
humana - aprovechando los ingentes recursos naturales de nuestro territorio -
pueda dar sus frutos?
Aumenta la producción y la brecha entre ricos y pobres
En términos absolutos por razones
tecnológicas, científicas y de refinamiento de las instituciones, la riqueza producida ha crecido a través del tiempo, lo que traduce en mayor
capital disponible y en la medida que las circunstancias favorezcan el empleo
de trabajadores y capital, crece el bienestar general. Pero en tanto subsista
la trilogía "acaparamiento de tierras-privatización de renta fundiaria-
impuestos", el crecimiento de los salarios de los trabajadores no es
correlativo al crecimiento de la riqueza. La vigencia de las fórmulas expuestas
más arriba (1) y (2) muestra que la alícuota parte de los trabajadores e inversores
es cercenada por la apropiación privada
de la renta fundiaria en cada tramo del proceso de producción. De modo que un aumento general de la
producción no importa, de suyo, un aumento proporcional -como correspondería en
otras condiciones- de los salarios de los trabajadores e inversores de capital
en cuanto agentes de ese incremento de riqueza; pero sí un mayor incremento de
los ingresos de quienes se apropian de riqueza que no contribuyeron a forjar
mediante distintos recursos.
En primer lugar por apropiarse de la renta del
suelo; pero también por gozar de monopolios, privilegios y posiciones
preferenciales de toda clase generadas dentro
la distorsionada organización de la sociedad que permite la apropiación
privada del la renta fundiaria. Dada la
complejidad de la organización de la sociedad humana es imposible determinar
individualmente con exactitud si cada uno recibe lo que le corresponde en
función de lo que aporta con su trabajo o capital a la producción de riqueza.
Sin embargo, tomando los grandes conjuntos, si el producto bruto per cápita de la sociedad crece y en lugar de un mejoramiento general de la
vida de todos, lo que aparece es una franja de gente opulenta distanciada de
otra mucho mayor de gente trabajadora pero menesterosa, hay que sospechar la
existencia de alguna estructura del orden que impone esa
crónica injusta distribución de la riqueza.
Importa poner en claro esta realidad si
se aspira a contar con un propio mercado de consumo. Un reducido número de
propietarios de todo el territorio nacional , beneficiario de la renta
fundiaria que sobre él se acumula, por mucho que consuma no es un mercado
interno dinamizador de la economía. Pueden forjar una clase económica y
políticamente poderosa; pero no alcanza para constituir un mercado de consumo
nacional al que se destinen los
productos que puede producir el país. Por mas que aquella clase opulenta
hiciese ingentes consumos, el resto de la población -numéricamente mucho mas
importante-, con sus salarios deprimidos, conforman un mercado consumidor interno de escaso poder
adquisitivo. En consecuencia el aparato productivo se volcará a mercados externos, haciendo de la Argentina un país
substancialmente exportador. Este sesgo ha dominado y domina hoy en la historia
argentina.
Esta
marca cultural, de fundamento material, es tan honda, que los sueños de
crecimiento de la Argentina
están siempre atados a la exportación de bienes, como si fuese Hong Kong u otro
puerto semejante. En verdad, un país con una ciudad puerto habitada a razón de
15.700 personas por kilómetro cuadrado y la mitad de su población total
concentrada en la estrecha franja de corre de Buenos Aires a Rosario, con una
enorme capacidad de producción dada la feracidad de sus tierras , pero
prácticamente vacías de gente , tiene que depender de la exportación. No es un
país, es un puerto.
El
daltonismo visual sobre este asunto es propio de todos los países
latinoamericanos con la única excepción, según algunos, de Costa Rica,
distinguida en el continente por un aceptable reparto de la tierra (James Busey
[2]). En el afán de exportar lo que sus propios pueblos no pueden consumir,
cada país latinoamericano "cree que es más verde el pasto del otro lado de
la frontera" y a resulta de ello
sus diplomacias trabajan a fondo para forjar mercados arbitrarios como el
MERCOSUR. Para estos constructores de mercados regionales parece no tener
importancia alguna que en Brasil deambulen 20 millones de hambrientos sin
tierra, que en Argentina un tercio de su población esté ubicada por debajo del
nivel de pobreza extrema, que la mitad de la población del Uruguay se haya
diseminado por el mundo y que en Paraguay pululen tanto los latifundios como
los empobrecidos. Se comprende que industrias nacidas y protegidas en países
bajo tan inhóspitas condiciones busquen con verdadera desesperación la
protección de los Estados para poder colocar sus productos. Lo que no se
alcanza a comprender es la no percepción de la realidad que acabo de describir,
hecha pública por la Iglesia
en importantes documentos difundidos en países con amplia mayoría de católicos
(así, El reto de la Reforma Agraria ,
producido por el Pontificio Consejo de Paz y Justicia, Enero de 1998 [28]) . Es
este otro hecho que prueba que la carencia de una teoría acertada no deja ver
la realidad.
Recaudación
de la renta fundiaria o impuestos
Hasta el año 1930, pese a periódicas
dificultades, el Estado nacional argentino afrontaba el gasto público en forma
principal con los impuestos a la exportación e importación. Era la lógica de un
país escasamente poblado pero gran productor de mercaderías con demanda
mundial. Esto se puede presentar de otra manera: los compradores extranjeros con las tarifas arancelarias que pagaban al
comprar contribuían a sostener el gasto público en importante proporción.
Se explica entonces que en el interior del país no solo los terratenientes se
embolsaran la renta fundiaria sino que la población en general pagara pocos
impuestos. Pero alrededor de 1930 el
mercado mundial , por razones propias
razones de cada país, y la crisis financiera mundial , redujo mucho la demanda
de productos argentinos. Las
exportaciones se redujeron entre 1928 y 1933 en cerca de la mitad en cuanto a
valores y los mismo sucedió con las importaciones (Jaime Fuchs, [6]
p.234).
El
Estado nacional quedó sin recursos suficientes. La crisis mundial no fue la
causante del ruinoso derrotero de la economía argentina posterior; pero agravó
las consecuencias perversas de la estructura acaparamiento de tierra /
privatización de la renta fundiaria. El gobierno frente a la crisis
financiera tenía que elegir entre dos
caminos: comenzar a recaudar la renta
fundiaria y de ese modo hacerse de los recursos por vía legítima (tal
como la habían proyectado el presidente Roque Saenz Peña [30] en 1912 y el
diputado Carlos Rodríguez [31] en 1919), lo que al mismo tiempo comenzaría a
reordenar la estructura socio económica del país, o en lugar de ello proteger a los
particulares beneficiarios de la renta fundiaria optando para hacerse
de recursos mediante impuestos a la producción, al trabajo y la inversión y al
consumo.
Por
la naturaleza del gobierno de entonces, derivado de un golpe militar
conservador, vinculado a las familias que formaban el núcleo terrateniente
originario, eligió el segundo de los caminos: la creación de impuestos a todas las actividades económicas.
Esto significo lisa y llanamente estaquear la economía social argentina, pues
desde el primer “impuesto a las rentas” hasta los actuales Impuestos al Valor
Agregado, Impuesto a las Ganancias y el Impuesto a los Ingresos Brutos – núcleo
del financiamiento llamado “genuino”- con más la miríada de otros que de continuo se inventan para satisfacer un
lastimoso gasto público, el Estado se ha convertido en un asaltante del
producto del trabajo y la inversión real. No puede salir de una situación
miserable un país gobernado por un
principio que en pocas palabras dice: “Trabaja y perecerás”. La apropiación
privada de la renta del suelo más los impuestos se encargan de ejecutar ésta
sentencia.
Desde
1943 hasta mediados de los 1950 hubo un
cambio gigantesco del orden económico argentino que habría de repercutir en las
otras esferas de la vida social. Los gobiernos militares de 1943 y en especial
el democrático de masas que le siguió, deseoso de poner en vigencia de una vez
por todas una sociedad justa, prácticamente no dejo cosa por cambiar. Pero aquí
cabe reproducir las palabras finales de Alexis de Tocqueville en Antiguo
Régimen y Revolución: “La revolución francesa cambió todo, incluso hasta los nombres de los meses
y el calendario, todo, salvo lo peor del antiguo régimen”. El gobierno de la época que hablamos
también cambió casi todo en el país, incluyendo la Constitución Nacional
en 1949. Cambio todo , salvo lo peor del antiguo régimen: el sistema de acceso
al suelo, la privatización de la renta
fundiaria y el mantenimiento del sistema de impuestos, agregando para colmo
como método la emisión monetaria sin correlato en la producción.
La
actual economía real hace de la democracia un decorado virtual
Desde el derrocamiento por la fuerza de
un gobierno popular como el peronismo, en el ambiente internacional enrarecido
por la guerra fría, la historia argentina entra en una especie de convulsión
epiléptica: años de falsa estabilidad, años de conflictos abiertos y
sangrientos, años de pseudo pacificación mediante una férrea dictadura primero
(1966-1973) y una tiranía genocida desde
1976 a
1983. Casi por desfallecimiento, retornó a la democracia. El entusiasmo por la
democracia en 1983 fue casi indescriptible y su impulso, aunque amenguado,
perdura hasta nuestros días. Muy amortiguado en cuanto a las esperanzas en los
resultados que de ella se pueden tener. Al cumplirse sus 25 años de vigencia el
balance que se puede y debe hacer hiere a los corazones más nobles de un
preocupante escepticismo (32).
El
escepticismo se justifica , a juicio de la gente en general , porque tiene la
sensación que más allá de la retórica política y de los sesudas teorías de los
especialistas en economía, “la
Argentina sigue igual”. Se habla de aquella etapa luminosa de
los 1860 con que iniciamos este trabajo, como un milagro que no se ha de
repetir. Así expresamente la expuso con habilidad y destreza Humberto “Cacho” Costantini en su obra de
teatro “!Chau Pericles!”[5]. Narra
allí que Pericles, Platón, Aristóteles, son la Grecia luminosa. Nadie lo
duda. Pero también es verdad – según Costantini – que el
griego actual, distribuidor de golosinas, nada tiene que ver con ellos. La Argentina de los 1860,
¿fue también un milagro como la antigua Grecia? ¿No es por lo tanto repetible?
Puede ser que nuestro poeta haya sido
ganado también por el escepticismo, aunque nuca dejara de amarla entrañablemente.
Pero si se ama a la Argentina y se desea de
plena buena fé que ella se recupere para sí y para el mundo, en el grado que todos una vez esperaban con
absoluta seguridad, de una cosa habrá
que estar convencido : que tal recuperación es imposible si no se aborda serena
y razonablemente la cuestión de la renta fundiaria.
Los
argentinos debemos tomar conciencia – desde los alumnos de la escuela primaria a
los más conspicuos intelectuales - que la
renta fundiaria es el bien público por excelencia. Es el tesoro público. Si se recauda la renta
del suelo, se han de eliminar los
impuestos que traban al trabajo y la inversión. La tierra barata, laborada por manos gringas y sin sufrir el castigo de impuestos
al trabajo, fueron las palancas que abrieron las puertas para el inicial
milagro argentino. Para que se repita este formidable empuje, solo hay que derogar
gran parte de la actual “maraña legislativa” y sustiutuirla por sistema de
pocas acertadas leyes. Cumplido esto, todo nos será dado.
Bibliografía
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1998, Barcelona
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1966, Buenos Aires-Argentina
[4] Congreso de la Nación , Código Civil de la República Argentina ,
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[5] Humberto Costantini,
Chau Pericles, Galerna, 1986,
Buenos Aires-Argentina
[6] Jaime Fuchs, Argentina su desarrollo capitalista,
Cartago, 1965, Buenos Aires-Argentina
[7]
Mason Gaffney / Fred Harrison, The Corruption of Economics, Shepheard
Walwyn, 1994, Gran Bretaña
[8] Placido Grela, El grito de Alcorta. Historia de la rebelión
campesina de 1912, Tierra Nuestra, 1958, Rosario-Argentina
[9]
Fred Harrison, Metaman and the sacred Miney Scam,
The Othila Essay, 1997, Gran Bretaña
[10] Jules Huret, De Buenos Aires al Gran Chaco, C.
1910, París
[11]
Ian Lambert, The Time Will Come When They Will Sell you Even Your Rain, paper
23 July, 1997
[12] Andrés Lamas, La legislación agraria de Bernardino
Rivadavia, s/e, 1933, Buenos Aires-Argentina
[13] John Lynch, Juan Manuel de Rosas, EMECE, 1984,
Buenos Aires-Argentina
[14] Bartolomé Mitre, Arengas parlamentarias, Jackson,
1945,
Buenos Aires-Argentina
Buenos Aires-Argentina
[15] José Panettieri, La
Crisis de
1873, Centro Editor de América Latina T. 17, 1984, Buenos
Aires-Argentina
[16] José Panettieri, La
Crisis de
1890, Centro Editor de América Latina T. 20, 1984, Buenos
Aires-Argentina
[17] Rudolf Steiner, El nuevo orden social, Kier,
1983, Buenos Aires-Argentina
1983, Buenos Aires-Argentina
[18] Isidoro Ruiz Moreno,
La reforma constitucional de 1866,
Macchi, 1983, Buenos Aires-Argentina
[19] Héctor Raúl Sandler,
Alquileres e inflación, JUS,
1977, D.F. México
[20] Héctor Raúl Sandler,
Ponencia: La educación superior y los problemas sociales, ver en este congreso
[21] Daniel Santamaría, Las huelgas azucareras de Tucumán,
Centro Editor de América Latina T. 26, 1984, Buenos Aires-Argentina
[22] Joseph Stiglitz, Los Felices 90. La semilla de la destrucción,
Taurus, 2003, Argentina
[23] Juan Suriano, La
Huelga de,
Centro Editor de América Latina T. 2, 1984, Buenos Aires-Argentina
[24] Joseph Tulchin, La
Argentina y los EE. UU. Historia de una desconfianza,
Planeta, 1990, Buenos Aires- Argentina
[25] Juan Carlos
Zuccotti, La emigración argentina,
Plus Ultra, 1987, Buenos Aires-Argentina
[26] Monseñor Carmelo
Giaquinta, Presidente de la Comisión Episcopal Pastoral, La Nación , octubre 8,2003, p.6
[27] Juan Agustín García,
Obras Completas La ciudad Indiana
p.283, Antonio Zamora, 1955, Buenos Aires-Argentina
[28] El reto de la
Reforma Agraria , producido por el
Pontificio Consejo de Paz y Justicia, Enero de 1998
[29] Schumpeter Joseph, Historia del análisis económico, Ariel,
1952
[30]
Roque Saenz Peña, Proyecto de ley, Junio 28 de 1912,
reunión N°14 sesión ordinaria, Cámara de Diputados, Congreso Nacional
[31] Carlos Rodríguez
Proyecto de ley, Julio 16 de 1919, reunión N°22 sesión ordinaria, Cámara de
Diputados, Congreso Nacional
[32] Este escrito es anterior
a la Crisis del 2001. Sin embargo, las “formaciones económicas” estructurales
tratadas no han cambiado, a pesar de
ruidosos accidentes sociales y las
conductas de cada gobierno. La estructura
legal/económica descripta se mantuvo bajo las presidencias de de la Rua, Duhalde, Nestor Kirchner, Cristina F. de
Kirchner y del actual del presidente Mauricio Macri. El orden economico real (institucional
y oculto) sigue incluyendo en la propiedad sobre la tierra a la renta pública; los crecientes impuestos a la
producción y el consumo crecen sin cesar y el gigantismo estatal y la inflación,
sobreviven a todos los opuestos cambios. El
desafio permanece: hay que legislar para establecer un orden económico ajustado
a la Constitución nacional. Ver de H. y G. Sandler Progreso economico con justicia social.Más recursos públicos con menos
impuestos, PROSA, Buenos Aires, 2016.
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