sábado, 8 de septiembre de 2018

RAÍCES ECONÓMICAS DE LA DECADENCIA ARGENTINA



Los estudiosos extranjeros suelen observar con una mayor objetividad los problemas internos de nuestra sociedad.  Los nacionales,  por los sentimientos, pasiones e intereses causantes de esos problemas o afectados por sus efectos, puede tener dificultad para mantener una  objetividad semejante. Por ello nos parece oportuno  iniciar estas reflexiones sobre el caso argentino con las observaciones e interrogantes formulados sobre nuestro país por un autor de reconocido prestigio internacional , en especial en por el examen de nuestra  realidad contemporánea.
A modo de reflexión ha escrito  Joseph S. Tulchin:

“El explosivo crecimiento que la Argentina experimentó en los cincuenta años posteriores a 1860 es uno de los casos de mayor éxito que se inscriben en la historia de las economías capitalistas. No se re­gistra ninguna otra economía cuyo crecimiento haya sido tan impor­tante y tan rápido. El único caso comparable es el de los Estados Uni­dos.
La economía norteamericana fue de mayor magnitud tanto al comienzo como al final de su más rápido crecimiento. Pero, de acuer­do con las mediciones tradicionales del crecimiento - aquéllas que se centran en las proporciones o porcentajes de cambio  el caso de la economía argentina registró valores mucho más elevados que el de la norteamericana y ha sido objeto de numerosos estudios.
Lo fascinante del caso argentino no radica sólo en su asombroso, éxito inicial, sino también en el hecho de su clasificación como tierra de colonización relativamente reciente y como economía de expor­tación. Este último factor ha proporcionado la base para establecer comparaciones con otros países de reciente colonización, especial­mente los Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. La mayoría de estas comparaciones, al menos aquellas que datan de 1960 en adelante, han resultado desfavorables para la Argentina, pues se han centrado en el prolongado estancamiento de su economía en la última mitad del siglo.
Producto de las comparaciones, ha prolife­rado una extensa bibliografía mediante la cual se intenta responder a la pregunta,: "¿Qué se hizo mal?". O, extendiendo el acertado aforis­mo de W. W. Rostow, ¿por qué la Argentina se estrelló después de despegar? [24].

La cuestión de la tierra y el derrumbe argentino

            El modelo de crecimiento orgullosamente pregonado por la oligarquía  en realidad presentaba dos graves falencias en la base misma del orden económico: el modo de acceder jurídicamente al uso de la tierra y el privilegio otorgado por ley a los dueños del suelo para hacerse con el creciente valor de la tierra.

La ley de Enfiteusis de la Revolución de Mayo fue utilizada por  federales y unitarios tras el derrocamiento de Rivadavia  in fraude legis” de modo que unos pocos acapararan toda la tierra del territorio patrio por entonces disponible. Ella fue derogada tres décadas después  (el 16 de septiembre de 1857) , entre otras razones , por ser considerada “comunista” (sic) (Bartolomé Mitre [14], p.17).  Poco después el derecho de propiedad sobre la tierra quedó regulado por el Código Civil , redactado por Vélez Sarsfield y aprobado a libro cerrado ambas cámaras del Congreso Nacional. El derecho de propiedad sobre la tierra y su renta fue confundido el derecho sobre las cosas producidas por el hombre  y sus derivados y de esta manera  regulado por leyes por completo contrarias a  la  visión,  progresista de los hombre de Mayo.   Un mero vistazo a las señales  dejadas por el propio autor del código Civil  basta para convencerse de ello. No debe olvidarse que esta decisión tomada para el original Código Civil ha perdurado a través del tiempo y subsiste en el actual.
Contra el revolucionario principio de Mayo según el cual la tierra no podía ser vendida ni comprada (Andrés Lamas [12] y tras la aplicación in fraude legis  de la Ley de Enfiteusis argentina desde el derrocamiento de Rivadavia hasta    su derogación en 1857, mediante el articulado del Libro III del Código Civil de 1870,  la “tierra”,  la superficie territorial argentina, susceptible de ser fragmentada en “lotes”  , paso ser tratada como un bien in comercio.  Esla legislación borró de la conciencia social argentina la necesidad – para un orden social ajustado a la Constitucion 1853/60 – la necesidad  del  diferente trato legal que debe darse al territorio  (la “tierra”) de las cosas producidas por el hombre. La “tierra” es  la  base para la vida y desarrollo de la sociedad humana como un todo y la de sus miembros, los seres humanos como individuos.  El Código Civil votado a libro cerrado en 1869 canceló  los innovadores principios de orden social que procuraba establecer el  derecho patrio antes citado. Tras burlarse en su aplicación a la Ley de Enfiteusis argentina (1828 en adelante), se ignoraron luego  los principios establecidos por la Constitución 1853/60, pues el Código Civil estableció como principio de orden para el acceso y aprovechamiento del territorio “el derecho puro de los romanos”. Lo afirma categóricamente Velez  en el Párrafo 5° de la nota al art. 2503 del C.Civil. No ignoraba Velez la materia sobre la cual estaba legislando. Habia sido “hombre de Mayo” y Secretario en el Congreso que aprobara la Ley de Enfiteusis argentina. Sin embargo, atendiendo a la “fuerza de las cosas” en los 1869 , tras reconocer el profundo sentido social que debiera tener el “derecho de propiedad” sobre la tierra, legisla estableciendo al “puro derecho romano” de propiedad sobre la tierra.
Con la aceptación del derecho romano no solo se consolidaba la apropiación de tierra cometida por algunos pocos  sino que se echaron las bases para un orden social distinto al diseñado por la Constitucion. Un orden que como en la Antigua Roma habría de ser asediado de modo constante por conflictos sociales, latentes y abiertos.  Las correctas palabras del autor del  Código según las cuales la propiedad “debía definirse mejor en sus relaciones económicas: el derecho a gozar del fruto de su trabajo, el derecho de trabajar y de ejercer sus facultades como cada uno lo encuentre mejor” (art.2506  , 2° párrafo de la nota) repiten el “pensamiento de la Revolución de Mayo” , el necesario  para asegurar la paz social, la prosperidad general  para nosotros y  “para todos los hombres del mundo que quieran habitar el territorio argentino” (Prembulo CN). Pero ese ideal fue reemplazado por otro mediante una legislación  defensora de  los intereses de los propietarios de tierras entonces existentes. Se sostuvo en el Codigo Civil  que era más conveniente aceptar el “derecho puro de los romanos” (Parrafo quinto, nota al art.2503).  Fue esta legislación la causa raíz por la que a pesar que  contábamos con un vasto territorio generosamente dotado, siguiera este  groseramente despoblado, Los efectos en la actualidad son horribles.   El 90% de nuestra escasa población vive en grado de “hacinamiento” en reducidas superficies; casi un 10 por ciento de nuestra población no logra aplicarse al trabajo;  alrededor de 13 millones viven en condiciones de “pobreza”  y que a partir de los 1950 unos 3 millones de argentinos hayan emigrado para radicarse en el exterior. Una horrible distorsión demográfica.
No son las condiciones que la Naturaleza ofrece en nuestro vasto territorio. A lo largo de su dimension continental disponemos de mas de  2,6 millones de km2. Tampoco son las condiciones naturales y culturales de la mayoría de su población actual. Nuestro desarreglo demografico  se lo suele atribuir  a las más diferentes. Sin embargo pocos, si es que algunos, prestan atención al ordenamiento legal. Al derecho positivo establecido para acceder a la tierra y el dictado para dotar de recursos monetarios al gobierno, los impuestos.  

Sufrimos un mecanismo legal por el cual  los hombres sin otro recurso para vivir que su capacidad para trabajar , no pueden acceder  a la tierra – rural y urbana – por su alto costo en el mercado. Si la ley permite que los  dueños  de cada palmo de tierra se queden para sí con el aumento de su valor de mercado, se genera un orden económico en el que escasean los sitios donde vivir y donde trabajar. La tierra físicamente existe desde luego, pero no aparece como “tierra” accesible para la mayoría de las familias.  El régimen legal ha dificultado su adquisición para quienes viven de su trabajo, pues la ha convertido de “don de Dios” en la base del peor negocio especulativo, nidal de todo tipo de “malsana especulación”.  La tierra en lugar de estar a disposición del trabajo y disponible para la inversión del capital real es objeto de “comercialiación”. En el año 1967 Jacinto Oddone escribió que no más del 1% de nuestra  población era  dueña de más del 95% de las tierras de toda clase ( La burguesía terrateniente argentina, Ediciones Libera, Buenos Aires, 1967). Hoy la situación es peor, pues la población se ha duplicado, más no la tierra ofrecida en el mercado.  La “cotidiana” aparición de nuevas “villas miseria” es la más clara y contundente prueba bruta de lo que afirmo.
         
Causa asombro que sean ojos extranjeros los que denuncien lo que está a la vista de todo aquel que quiera ver. Esta ceguera general, proviene, en parte, de los intereses y las ideologías que , de propósito o de rebote , mantienen en pie tan inhumana situación, cuyos efectos se aprecia en la emergencia (en la Capital, sus alrededores o en las grandes ciudades) de miles de villas miserias, de casas tomadas y de hoteles clandestinos. Miles de familias cuya fuente de recursos es la limosna y su hábitat la plaza pública. Descontada la densidad de Buenos Aires (unos 15.000 h/km2 y el Gran Buenos Aires con unos 4.500 h/km2), la densidad media del resto del país apenas alcanza a 5 h/km2. Pero es solo la media, pues en verdad hay  provincias que a pesar que por sus recursos territoriales equivalen a países enteros, su densidad no llega a 2 h/km2. Para colmo la mayoría de población vive del empleo público o de “planes de subsistencia”. Si bien los intereses creados obran para impedir se corra el velo que oculta la causa de tales dislates, tal ignorancia y desvarío hay que rastrearlos en el contenido de los planes de estudio, en todos los grados de la enseñanza, especialmente  en la carreras de economía y derecho, que tanta influencia tienen en la formulación de diagnósticos y adopción de políticas de gobierno.  De hecho, salvo excepciones individuales que no pesan en la formación del conocimiento dominante, solo en obras extranjeras se encuentran pensamientos como el siguiente:
“El proceso de colonización de la pampa ya estaba bien avanzado antes de que el gobierno intentara corregir la tendencia  hacia la  concentración de propiedades y tenencia, sancionando leyes cuyo objetivo consistía en la creación de un patrón jef­fersoniano de tenencia de la tierra.  Las leyes fueron tardías y nunca recibieron respaldo. En la época del centenario, los estudios oficiales realizados por el Ministerio de Agricultura confirmaban lo qué ya se sabía: que la tierra más productiva de la pampa era aquella que estaba en manos de relativamente pocos dueños y que existía en todo el país una amplia clase de arrendatarios que trabajaban en condiciones miserables y quienes tenían poca o ninguna esperanza de lograr alguna vez   tener su propia tierra. El patrón de tenencia de la tierra era tal que la organización de la producción permitía la maximización de las ga­nancias de los dueños de la tierra sin que ello necesariamente implicara el aumento de la producción o el beneficio para el bien común , ni por cierto  la presencia de una iniciativa empresarial innovado­ra.  Como respuesta a estos estudios se señaló de forma acomodati­cia que aun cuando los hechos presentados pudieran ser precisos y aunque fuera lamentable que no se hubieran logrado los objetivos originales, el gran éxito del modelo de desarrollo era tan evidente que realmente no convenía preocupar a la sociedad por estos resultados  y  que los estudios no debían tornarse como consejeros de la perfección. Los defectos del modelo de crecimiento eran tan evidentes en la ciudad como en el campo y se destacaban tan claramente en los informes oficiales como en el Congreso, la prensa y en una larga serie de trabajos de análisis social. La respuesta habitual profesaba que el "prob1ema social" - como se denominaba a estas dificultades -  era el resultado de influencias extranjeras nefastas, que se habla permitido un tipo equivocado de inmigración y que el hacinamiento y otras evi­dencias de desigualdad social serían eliminadas a su debido tiempo junto con las influencias antisociales del cuerpo político para conceder tiempo al maravilloso y restablecedor proceso de crecimiento que aumentaría la riqueza nacional para resolver el prob1ema social. Cualquiera que pensara de otra manera era antinacionalista. La vasta mayoría aceptaba la idea de que la exportación de carne, granos, lana y cueros garantizaría el futuro dorado del país [Tulchin, J.A, p.79 y siguientes]

Lo que sigue es un nuevo  intento de quien esto escribe para estimular a los estudiosos y a los preocupados por los problemas sociales de la Argentina y América Latina , a abocarse al examen de la principal causa de carácter legal que los genera. Esta perspectiva, si bien fuera bastante conocida alrededor del primer centenario, ha sido olvidada por académicos, políticos, dirigentes sociales y la gente del común. Una niebla intelectual cubre ésta causa y, en consecuencia, la opinión pública  yerra al pronunciar sobre los problemas que aqueja a la sociedad.

La  renta fundiaria crece sin cesar

         Cualquiera sea el régimen legal que se establezca para que los hombres de una sociedad accedan al espacio económico ( denominado “tierra” por el Economistas Clásicos) , en tanto y en cuanto la población aumente, la inversión de capital se incremente y el desarrollo social en la amplia expresión del término se multiplique,  se producirá un efecto inevitable: el valor de ese espacio económico (que apreciable en “moneda” es su “precio de mercado” ) crecerá en proporción a aquellos crecimientos. La causa primera es económica. El espacio económico o territorio nacional es un dato finito, inextensible e irreproducible. Sobre él debe cumplirse toda la actividad. No sólo la económica sino toda la actividad individual y social de un pueblo. Además ese espacio es el reservorio de todos los recursos materiales y energéticos que demanda la actividad económica.
         Del suelo y sobre el suelo, con el esfuerzo individual y colectivo, son creados  los valores de riqueza (valores de producción y valores de consumo ) que los hombres necesitan para vivir y desarrollarse. Limitado “factor económico” desde su origen, la “tierra”   es así  cada vez más escasa , por el crecimiento de la población, las necesidades de inversión y la multiplicación de la actividad individual. Incurren en error grave quienes creen que con el progreso tecnológico la importancia de la tierra disminuye. Es un caso de “ilusión óptica social”, desgraciadamente dominante por el fulgor del logarítmico crecimiento científico , tecnológico y de la producción. Es justo al revés. Cada invento, cada descubrimiento científico y creación técnica, bajo la apariencia que nos liberamos de viejas ataduras a la “tierra”, ésta se nos vuelve “más escasa”.
         Dada la creciente y compleja  división del trabajo dentro de una sociedad no todos necesitan - para producir  y para trabajar - acceder al espacio de modo directo; pero todos lo necesitan por igual  para residir (modo directo); y todos de modos indirectos  requieren de él beneficiándose con cosas, bienes y servicios que solo son posibles con aprovechamiento de espacio . En parte lo necesitan para residir. Pero de manera fundamental para saciar sus necesidades con valores de producción , lo producido. Y toda cosa producida por el hombre es tierra manufacturada , la que ha llegado, por decirlo así, a nuestra mesa diaria a través de variados caminos  (usando) del espacio. 
Somos todos, sin excepción alguna, consumidores directos e indirectos de tierra. De manera que el espacio económico de un pueblo de ninguna manera es cuestión de los hombres del campo o de la ciudad; de los trabajadores industriales o de cuello blanco; de los ancianos o de los niños; de varones en la chacra o de las mujeres en el hogar. Contar con él y el modo de lograrlo es un radical problema de todos. Sin embargo, paradójicamente, es la cuestión menos tratada por académicos, intelectuales, dirigentes sociales ,  políticos y hombres de gobierno. Es posible que por ser un hecho tan general resulte invisible para el hombre de hoy. La peor consecuencia de esta falta de vivencia sobre la importancia del espacio para la forma del orden social y con éste la posibilidad de realizar nuestras vidas  nuestras vidas, ha sido el dictado de un caótico derecho positivo. 
Un impropio modo de ordenar jurídicamente el uso directo e indirecto  del espacio económico argentino ha determinado desde los comienzos de nuestra Organización nacional (y determina hoy)  la mayoría de nuestros problemas sociales. Que muchos hombres del mundo no puedan poblar nuestro vacío país y que no pocos hijos de nuestra patria emigren en busca de mejores horizontes (según Juan C. Zuccotti 10 de cada 100 argentinos viven en el exterior [25]). Tienen un origen en el sistema actual de propiedad en conjunción con el sistema de recursos del Estado.
         Por la misma razón que el valor del espacio crece con la población, la inversión y el desarrollo, los espacios económicos vacíos- por la causa que fuere- tienen menor valor que los más poblados. Cualquiera por su propia experiencia sabe del mayor valor del espacio en la Capital Federal con otro semejante en cualquier ciudad del interior. Sabe también que en el centro de cualquiera de esas ciudades el espacio cuesta más que en la periferia, y en ésta  más que en el campo abierto.  También sabe que en igualdad de condiciones naturales  tienen mayor valor los terrenos mejor ubicados, de más fácil acceso o más cercanos a los centros de producción y consumo. Una hectárea en el centro de la Capital Federal  demandaría una cifra con muchos más ceros de los que habitualmente estamos acostumbrados a manejar para calcular el precio de una hectárea agrícola en las mejores zonas  del país.
En estudios recientes realizados durante los años 1998 y 1999 se ha medido el valor de toda la superficie de la Capital Federal (200 km2) y el gradiente de valorización entre medición y medición, con estos resultados: Jul/98, u$s 109.000 millones; dic/98 u$s 111.477 millones ( +2.2%) ; Mayo/99 u$s 115.077 millones ( + 4.6%); a julio de 1999 rondaría los 118.000 millones. Esto equivale a decir que el valor de la tierra ha crecido en un año alrededor de ¡ 9.000 millones de dólares!
Cuando Juan de Garay hizo la traza de la ciudad y repartió los lotes, no valían nada. Ya en 1605, un solar en el barrio del Cabildo ( hoy la Plaza de Mayo)  el mismo predio valía unos $300 y en 1750, en el barrio San Miguel (en alguna medida "las afueras") una  casa costaba unos $ 1800 (Juan Agustín García [27] ). 

Quien produce la renta fundiaria

El mayor valor del espacio, según el lugar del país y según la época que se considere, no es hechura de su ocupante individual, sea propietario, inquilino, arrendatario o usurpador. Es el producto del quehacer social. Toda vez que este mayor valor del espacio se manifiesta como un rédito de la tierra, ha sido denominado renta fundiaria (Achilles Loria, La Rendita Fundiaria)
         El espacio económico nacional - esto es, el espacio sobre el cual nuestros antepasados han desplegado, los actuales habitantes despliegan y nuestros descendientes deberán seguir desplegando su actividad, es el territorio argentino. La renta fundiaria se extiende como un manto sobre toda esa superficie, y midiendo el valor en cada punto se podría trazar una peculiar orografía. A diferencia de la natural, que es permanentes, la orografía de la renta fundiaria varía tanto como varía su agente productor: el desarrollo social. Si levantáramos la planimetría de la renta fundiaria construiríamos el mapa orográfico de la renta fundiaria nacional. Algunos pocos  picos serían tan bajos como las sierras y corresponderían  a las principales ciudades del interior. Sus laderas descenderían en cada periferia abruptamente para convertirse  en la prolongada meseta de la zona pampeana. Deprimidos valles correspondientes a la mayoría de los terrenos que integran el resto del país. Pero en un punto, al borde del Río de la Plata, la línea se elevaría logarítmicamente hacia arriba: valor del suelo correspondiente al Gran Buenos Aires. Esta malformación llamaría poderosamente la atención. En una superficie apenas del 0.1% del territorio patrio, se asienta más del 40% de la población y tiene lugar el 90% de la actividad financiera y cultural del país. Su valor frisa los 120.000 millones de dólares, suma  equivalente a la deuda externa.
         La unidad de este manto pondría en evidencia la continuidad sin cortes de todo el espacio económico nacional y su renta fundiaria, a la vez que pondría de manifiesto la carencia de fundamento, desde el punto de vista económico, de la costumbre de dividir la superficie argentina en tierra rural y urbana. Esta diferenciación -que existe y es útil para otros fines - carece de interés en relación con el problema de la renta fundiaria y el orden social. Por el contrario, enturbia la visión del problema y ha conducido a pésimas soluciones.[3]
         Dos aspectos sobresalientes caracterizan la renta fundiaria: a)  ella no depende de la actividad de un determinado propietario en particular y b) ella existe  en función de la actividad cooperativa de la sociedad como grupo comunitario. Un terreno en el centro de la ciudad no vale un céntimo menos por el hecho de que el propietario nunca haya hecho nada en él; su valor estará dado por la cota de valor de la tierra para la zona en que la parcela se encuentre. A la inversa, todo esfuerzo que haga el propietario, no aumentará su valor rentístico en un solo centavo.
         La renta fundiaria se acumula sobre cada parcela integrante del espacio económico bajo la presión de  las demandas de la sociedad, la que para satisfacer sus necesidades debe invertir sus fuerzas de trabajo y sus capitales reales sobre aquel espacio. En la ciencia económica fue inicialmente apreciada como una renta diferencial en el sentido de que una misma cantidad de trabajo y capital invertido sobre dos parcelas distintas de tierra, si dan rendimientos diferentes, la diferencia es propia de la condición de cada parcela (así los fisiócratas franceses y David Ricardo, Principios de economía política [ 34]). Esta condición puede derivar de causas endógenas (calidad natural del terreno,  como describió Francois Quesnay ) o exógenas, si devienen de su ubicación dentro de  un espacio mayor,  como lo señalaron Heinrich von Thünen, Alred Weber entre otros August Lösch [35]

Renta fundiaria y precio del suelo

En un sistema como el nuestro, en que la tierra es susceptible de ser vendida y comprada, la renta fundiaria puede con mucha aproximación ser medida por el precio real de mercado; es decir, por la cantidad de moneda que el comprador está dispuesto  a dar contra el traspaso del título conteniendo el derecho real de propiedad sobre la parcela. Sin embargo el precio debe ser distinguido de la renta fundiaria. El valor de la renta fundiaria puede ser medido en dinero, lo que da su precio;   pero  una moneda pervertida por la inflación no permite medir con acierto la renta a través del precio. En segundo lugar, aun en casos de moneda sana, el acaparamiento de tierras produce una falsa renta fundiaria, pues los elevados precios  de las pocas tierras que están efectivamente en comercio se desinflarían si las acaparadas, entraran al mercado (Fernando A. Scornik, [36]). Obsérvese que las acaparadas, en tanto excluidas del comercio, no tienen precio, pero sí tienen el valor llamado renta fundiaria. En países en que esa compraventa estuviese prohibida, caso de sistemas colectivistas, la renta fundiaria no dejaría de existir, aunque -en este caso- no podría ser medida por el precio ni por tanto conocida.
         La demanda determina la existencia y valor de la renta fundiaria sobre cada parcela del espacio; pero en ciertas circunstancias cuando la demanda de tierra se incrementa no solo por la necesidad económica sino por la pretensión de proteger el valor del dinero (inflación), como acabamos de anticipar suele generarse la “falsa renta”, que se incorpora al precio de compraventa sin que este refleje, en consecuencia, la efectiva renta fundiaria. La falsa renta - sin embargo- obstaculiza tal cual y a veces peor que la renta verdadera el acceso de trabajadores e inversores por lo que su tratamiento práctico no debe ser distinto.

¿Quién es el beneficiario de la renta fundiaria en nuestro país?

          Con la vista puesta en el problema de constituir un orden económico justo y auto sustentable, hay una pregunta central en torno a esta importante cuestión  de la renta fundiaria. Toda vez que ella no es una cosa material, sino un valor de obligación (algo que debe pagar el que pretende usar la tierra), cabe preguntarse ¿quien es el beneficiario de ese crédito generado por el orden legal existente?
          Al establecer el Código Civil la comerciabilidad de las parcelas del  espacio territorial (salvo específicas excepciones como lagos, ríos, etc. (art. 2340 y correlativos) , identifica el suelo  con las mercaderías, esto es con las  cosas producidas por el hombre o sea valores de producción. Por lo tanto de acuerdo al Código Civil el propietario del suelo goza para sí del mayor valor que éste adquiera;  o sea, se apropia de la renta fundiaria. A esto lo llamamos privatización de la renta fundiaria.
          La apropiación por parte del propietario de la renta fundiaria se produce de modo principal por alguna de estas dos vías: el contrato de venta o el contrato de locación. En cualquiera de ambos negocios jurídicos siempre nos referimos sólo al espacio, es decir, el terreno libre de mejoras. Las mejoras son riqueza, cosas producidas por el hombre.
         En el primer supuesto - la venta- el propietario transfiere el título que contiene derecho real de propiedad, contra lo cual recibe un precio. Este precio con las salvedades antes efectuadas,  es la renta fundiaria capitalizada sobre la parcela al momento de la venta. En el supuesto de la locación, el propietario solo constituye en favor del inquilino un derecho personal de uso sobre la cosa, por lo cual recibe un alquiler. Este alquiler es un tanto por ciento de la renta fundiaria capitalizada.  El propietario considera al “valor del terreno” como un capital, y cobra el alquiler como el "interés" de ese capital. En ambos supuestos el propietario es beneficiario del mayor valor del terreno, o sea de la renta fundiaria acumulados por obra del trabajo social.
La renta fundiaria depende de la variable desarrollo social: el general del país, el especial de la región o particular de la zona en que está enclavada la parcela. El  propietario, según la velocidad de ese desarrollo y la intensidad de inversión de capital y trabajo ajenos,  puede tener modestos o extraordinarios ingresos sin necesidad que haya hecho el más mínimo esfuerzo. La conjunción de la facultad jurídica de poder vender y arrendar -comercialización del espacio-  con el constante incremento de la renta fundiaria por el desarrollo social, alientan el negocio conocido como especulación en tierras. Mediante la privatización de la renta fundiaria se han amasado las fantásticas fortunas que algunas familias detentaron a fines del pasado siglo y comienzos del presente. Fortunas inmensas que han dejado rastros en la ciudad, como el viejo Palacio San Martín, la actual embajada del Brasil, o el palacio que sirve de sede al arzobispado de Buenos Aires. Todas  casas de familias particulares.

Múltiple contenido del derecho real de propiedad del suelo

Esto pone de manifiesto que en los hechos el derecho real de propiedad -entendido en principio como el derecho por parte del titular a acceder y usar de la cosa- permite algo más que el ejercicio de estas potestades. Tiene como añadido el poder embolsar para sí el producto social conocido como renta fundiaria. Una firma porteña, de acreditada fama, ha resumido en pocas palabras esta realidad argentina. Su titular, dedicado al negocio inmobiliario, ha adquirido un saber que, lamentablemente, carecen muchos técnicos. En el salón destinado al público, como paternal consejo de hombre experimentado -casi como un proverbio-, sobre una gran franja heráldica figura en vistosas letras esta frase:  El mejor negocio de la Tierra es la tierra misma. Esta frase es fruto de una experiencia nacional. Se atribuye a la señora de Alvear este aforismo: “Hay dos clases de gente: los locos y los cuerdos. En Argentina los cuerdos son los que conservan sus tierras y compran nuevas; los locos los que las venden” (J. Huret [10]).  El pensamiento seria más completo si dijera: así sucede en todos aquellos países cuyo ordenamiento legal permite a los propietarios del suelo aumentar sus ingresos a costa del trabajo y la inversión de los demás habitantes.
         El pensamiento de la inmobiliaria de nuestro ejemplo y de la señora de Alvear (si es verdad que lo dijera ella) es cierto por varias razones. Es el mejor negocio porque, el  derecho real de propiedad posibilita no solo el uso y goce del suelo, sino además embolsar de una vez la renta fundiaria  en caso de venta, o en forma continua en caso de locación. Habrá negocios que lo igualen, pero no que lo superen. En segundo lugar es un negocio de ganancias in crescendo , pues como la renta fundiaria crece a través del tiempo por el desarrollo social impulsado por el aumento de población, el avance tecnológico y la inversión,  solo hay que echarle tiempo al tiempo. Finalmente, es el más seguro. Respecto de los valores de producción  -cosas hechas por el hombre- la ventaja es evidente, pues estas cosas  sufren por los avances de la ciencia, la tecnología, las modas y la competencia. Las cosas creadas por el hombre, no son eternas, no conservan su utilidad inicial  y dejan de ser apetecibles por los consumidores por las más variadas y a veces caprichosas razones. ¡Cuán distinta es la suerte del suelo! Por aumento de la población, por mayores demandas de la inversión, por el incremento exponencial de las necesidades humanas impulsadas por el deseo de mayor bienestar de un mayor número e incluso  por la tendencia al consumismo, es constante la demanda de tierra. Pero se trata de un bien no creado ni creable por el hombre, finito e irreproducible. No  hay hombre que pueda vivir sin tierra, sea que la consuma directa o indirectamente . Ella es la  base del derecho a la vida, razón por la que  su valor no decrece con el tiempo,  sino que aumentará hasta que la humanidad desaparezca de la faz de la Tierra. De esto se ha ido adquiriendo conciencia de soslayo, por causa de la polución ambiental, las crisis del petróleo o lo que es peor,  la amenaza de la falta de agua potable. Sin embargo en lugar de revelarse a la inteligencia humana la necesidad de abordar el problema que plantea el Código Civil, ha nacido la especialidad del “ambientalismo” y el derecho ambiental. Esta fragmentación de la realidad da resultados paradójicos : los ambientalistas suelen sufrir por ballenas o pingüinos empetrolados,  pero no atisban la conexión de estas catástrofes con otra bastante mayor: la mendicidad, los niños de la calle, los emigrados, los homeless y otras llagas de la moderna sociedad argentina.  La seguridad del negocio especulativo existe donde la especulación está legalmente permitida. En ordenamientos como el nuestro, ni la expropiación por razones de utilidad pública mella esa seguridad. Cuando se dicta una ley de expropiación, no es un comprador individual sino toda la sociedad la habrá de pagar la renta fundiaria al propietario particular. Uno de los fenómenos jurídicos más absurdos de la jurisprudencia: obligar a  la sociedad entera a pagar al propietario la renta que ella generó. 

Renta fundiaria y locación

Ni que decir de la locación. El precio que el inquilino paga por el alquiler, considerado provisionalmente como un interés que percibe el propietario por la renta fundiaria acumulada sobre la parcela, tiene que crecer a través del tiempo. Ningún bien de riqueza (valor de producción) puede dar tan fantástico resultado para su dueño. Los bienes de riqueza -creados por el hombre- tienen defectos notorios frente al espacio. En primer lugar, se gastan. En segundo lugar, el desarrollo tecnológico tiende a hacerlos despreciables. Cuando aparece el automóvil se decreta la desaparición del carruaje a caballos. En tercer lugar, la capacidad creativa del hombre es tan formidable que muchos otros hombres pueden hacer lo mismo; es decir, el propietario de bienes de riqueza sufre los efectos de la competencia. Ninguna de estas anomalías padece quien arrienda espacio económico. De manera que el negocio locativo podría ser considerado el mejor negocio de rentabilidad constante,  si no fuera que por el sistema tiende a arruinarse a sí mismo. En efecto, la suba de alquileres va excluyendo inquilinos con capacidad de demanda efectiva. Los excluidos forman la legión de villeros, piqueteros y gente si hogar alguno que pululan alrededor y dentro de las ciudades. En su conjunto parecen repetir el asedio de los bárbaros contra la antigua Roma.

Acciones, monedas, títulos y titulo de propiedad

Mucha gente tiene clavados sus ojos en la valorización o desvalorización de su dinero, de las divisas, de las acciones de empresas y de los títulos de la deuda pública. En ocasiones se invierte en estos valores de obligación y se obtienen estupendas ganancias. Si bien tiene este negocio una fisonomía especulativa, lo cierto que aquella ganancia es incierta y no pocas veces en la Argentina, ha motivado la ruina de tales “inversores en papeles”. Todos éstos y otros títulos no tienen nada que hacer – considerando el punto seguridad – en comparación con el titulo de propiedad sobre la tierra.  Muy pocos, si es que hay alguno, son los que han reparado que este titulo es un título más. Es decir, un valor de obligación. La diferencia con todos los demás es que, asegurada por ley la apropiación particular de la renta del suelo, estos títulos no se “derrumban”, a pesar que en medio de la crisis los precios del suelo bajen. “Ladrillos son ladrillos” suelen decir los viejos agentes de inmobiliarias conocedores de cierta verdad, aunque fallan en el nombre: no son los ladrillos los que conservan el valor del título de propiedad. Es la tierra. Haya o no ladrillos sobre ella. 
La condición de ser el título de propiedad inmobiliario un valor de obligación, lo asimila a la moneda. No es corriente, pero se puede pagar total o parcialmente una deuda transfiriendo ese título de propiedad a favor del acreedor. Si se contemplan las cosas sin prejuicio de especialista y se recuerda que la tierra aumenta constantemente de valor, se ve claro que el titulo de propiedad es una “moneda” que no solo conserva su valor sino que se “aprecia” en forma lenta pero constante. Pero por lento que sea el incremento de su valor con relación a los otros títulos, incluyendo la moneda legal, todos ellos – en relación con él – se irán “depreciando”. Cuando este proceso de apreciación unilateral del titulo de propiedad sea acelerado por algún vasto plan de construcción, de obra publica o privada, o por la simple reactivación general de la economía , ocurre el conocido “boom inmobiliario” que remata, indefectiblemente (en el actual sistema legal) en una “crisis” financiera y económica, cayendo la economía en recesión. Tal es el caso del Japón a partir de la crisis ocurrida luego de su “boom inmobiliario” hace unos diez años atrás.   (Joseph Stiglitz [22])

La privatización de la renta es obra del sistema       

Es necesario subrayar marcadamente  que el extraordinario negocio que el propietario hace -sea en el caso de venta o locación -  no es efecto  del designio de los titulares del derecho de propiedad. Ocurre a expensas de su voluntad,  causado por un ordenamiento jurídico determinado.  Es indispensable hacer esta observación, porque hay teorías que por descuido o falta de precisión atribuyen los pingües beneficios de los propietarios a un plan por ellos pensado.  Desde luego que el negocio de la especulación con el suelo lo hace mucha gente de modo bien consciente. Tal es el caso del financista internacional G. Soros que a fines de los 1990 viajo a Buenos Aires para comprar cuatro manzanas en un barrio de la Capital por la suma de 2,800.000 dólares, para venderlas pocos meses después en casi 11 millones de igual moneda. Es decir, que se alzó con una ganancia de casi 8 millones de dólares en un año con solo poner un par de firmas. Pero esta especulación si bien  ocurre por el “ojo de aguila” de  los especuladores, solo son posibles porque el sistema jurídico la hace viable. Si el mal solo se atribuye a la moral del especulador, jamás se alcanzará a comprender el problema y mucho menos a resolverlo. Por el contrario, un mal diagnóstico ha conducido a gobiernos bien intencionados a tomar medidas de las  que se puede decir , viendo los resultados generales , que el remedio fue peor  que la enfermedad (Carlos P. Carranza [3]).
Atribuir los malos efectos al “sistema” no significa ignorar que los intereses creados por ese sistema oponen  resistencia, en ocasiones una férrea resistencia , a los cambios para poner fin a ese modo de obtener ganancias sin trabajar. El ejemplo más notable entre nosotros, poco conocido, sucedió durante la dictadura de Rosas. Sabido es que la Sala de Representantes, la legislatura de su gobierno, no solo le era afín sino que en ocasiones llegaba a la obsecuencia. Sin embargo cuando Rosas, bajo la presión de ciertos apremios financieros en 1838 presentó un proyecto de ley para aumentar el canon enfitéutico, la legislatura se rebeló, obligando al poderoso dictador dar marcha atrás  (John Lynch [13]). Por  lo demás Rosas habrá entrado pronto en razones pues era el más grande terrateniente del país.
Cabe ahora hacerse otra pregunta: Si el propietario no vende ni arrienda el terreno de su propiedad ¿alcanza a gozar de los  beneficios de la renta fundiaria? 
A primera vista pareciera  que no es así. Sin embargo, corresponde hacer algunas aclaraciones. En primer lugar, es verdad que no obtiene ningún beneficio en dinero si nunca vende ni arrienda. Pero si el propietario usa de la parcela desarrollando sobre ella su trabajo, tiene un beneficio: no tiene que pagar - por el uso de esa parcela - el mayor valor de la renta fundiaria. Si bien es claro que esa tierra valdrá cada vez más por obra del crecimiento de la renta, el propietario no sufrirá los impactos de ese crecimiento. Solo en sus especulaciones contables calculará estos valores para apreciar la rentabilidad de su negocio. Es decir: revaluando para sí el crecimiento del valor del inmueble. En consecuencia aumentará sus costos en la medida que el mercado lo permita. En este caso con la venta de la mercadería recibirá un plus extra beneficio: lo equivalente a la apropiación de la renta del suelo cobrada a los consumidores en el precio. Es muy frecuente ver en el centro de las grandes ciudades, que quien es dueño  puede vender sus productos a precios inferiores a los que lo hace la competencia que paga alquileres. Como así también se puede ver como el alquiler, en poco tiempo, arrastra a la quiebra a los jóvenes y entusiastas emprendedores en los más diversos rubros, en especial, en el comercio, pues este tipo de negocio tiene que instalarse en lugares adonde concurre mucha gente, o sea en sitios donde la tierra es más cara. La legión de jóvenes e incluso no tan jóvenes con  “negocios en la vereda”, desde la miriada de vendedores ambulantes hasta las extensas ferias de artesanías y muchos “puestos”, en plazas y lugares de paseo público, son sido causados por la imposibilidad de pagar el alquiler (Héctor R. Sandler [19])
         Este beneficio comercial de ser propietario, dicho sea de paso, es una de las razones de la persistente tendencia a ser propietario del inmueble, aunque ésto le signifique, en un primer momento un fuerte desembolso de dinero. Ésto es un despilfarro, pues  bien podría aplicárselo a mejorar sus instalaciones o al giro del negocio comercial.  Se prefiere hacer ese gasto (que es capital financiero congelado, tan necesario para el giro empresarial) para no correr el riesgo que importa la locación y en cambio aprovechar los beneficios que importa apropiarse de la renta del suelo. Esta tendencia es contraria a la movilidad que debe privar en una economía social e importa, como hemos dicho, un despilfarro al que tienden productores y comerciantes por causa del sistema.
Las empresas constructoras de edificios con su misma acción suelen provocar la “crisis de la construcción”. El asunto se vio con claridad cada vez que se recurrió a la construcción como motor de la economía. La construcción masiva de viviendas o caminos lleva a un inmediato aumento del valor de las tierras. Las empresas dedicadas a esa actividad, cada vez que construyen nuevos edificios en serie, ven pronto disminuir sus ganancias, pues los terrenos que deben adquirir para poder seguir con su actividad han subido de precio. En los años 1960 el gran impulso dado a la construcción bajo el gobierno de Frondizi, terminó en fenomenales quiebras de las empresas constructoras.  Estos efectos son también  inconvientes para la marcha normal de la  economía general.  Como la renta fundiaria, resultado del desarrollo social, sigue creciendo inexorablemente, no  son pocos los empresarios que luego de años de trabajo y sacrificio -en el campo o en la ciudad- advierten  que con la venta del inmueble pueden ganar en un instante mucho más de lo que han ganado en décadas de sufrido trabajo. Se genera y propaga un desánimo empresarial. Producir deja de ser interesante. Una prueba pública de la ventaja de ser propietario sobre la de ser industrial la hemos tenido a la vista hace poco.  Una antigua empresa de molienda (Molinos Morixe) cayó en convocatoria de acreedores. Pese a la aceptación de su oferta de pago con quitas y plazos, sus deudas no podían  ser pagadas con la producción. En cambio pudieron ser solventadas gracias al precio del terreno dónde estaban las instalaciones de la fábrica. Una manzana, comprada a principio de siglo por una monedas, a través del tiempo se valorizó a tal punto que con su venta o traspaso se pagaron las cuentas. El terreno estaba tal cual hacia un siglo; la única diferencia es que  a su alrededor se había construido el elegante barrio de Caballito.
Enorme cantidad de gente en plena juventud ingreso a la vida económica con ímpetu empresario;  pero el sistema los convirtió en especuladores del suelo. ¿Qué enseñanzas  pueden extraer las nuevas generaciones, savia renovadora de la economía, de esta lección práctica de sus mayores? La lección es tan simple como dañina para la sociedad y sus miembros: que hay mejores formas de enriquecerse que trabajar, fabricar o comerciar lo que la gente necesita. Lamentablemente sin una capa de emprendedores entusiastas ninguna economía social puede ser poderosa y sin un vigoroso orden económico un país vive en constante estado de postración.
En síntesis: la renta fundiaria es creada por toda la comunidad; pero por obra de  nuestro ordenamiento jurídico tiene como destino beneficiar a quien es propietario del suelo. El beneficio se percibe en el momento de vender la parcela; durante el tiempo por la que ha sido arrendada o durante el tiempo en que la usa. Como la falta de uso de la tierra no causa desapoderamiento ni trae otras consecuencias negativas, el derecho de propiedad también sirve como una caja de ahorros para su propietario. Esta consecuencia ocurre  dentro de un organismo que se llama sociedad. Así como un solo órgano enfermo tiene efectos catabólicos para todo el organismo, esa mala conjunción entre la ley y la propiedad, lleva a la ruina social.

Efectos  de la apropiación de la renta fundiaria por lo particulares

El destino privado de la renta fundiaria de origen público causa tantos males que  puede ser considerado como un cáncer que corroe nuestra sociedad. La afirmación puede parecer patética: pero es apenas una pálida imagen de la realidad. En el estado actual puede afirmarse que sin una corrección de aquel destino será imposible la solución de la mayoría de los problemas económicos que nos afligen, individuales y colectivos.
Pero hay efectos  peores que el malestar económico. La apropiación de la renta fundiaria por los particulares no solo arruina al orden económico. Impone maniobras de salvamento a todos los individuos, se trate de empresarios, productores, comerciantes, profesionales, activos o jubilados, pero sobretodo a los  trabajadores asalariados y a la juventud que año tras año ingresa a la actividad social adulta.  Esas maniobras de salvamento trastocan  todos los valores espirituales necesarios para una vida civilizada. A consecuencia de esta inversión de los valores, decaen la vida política, el derecho e incluso  los órdenes más excelsos de la vida humana: religión, arte y ciencia.  En medio de esta general decadencia de lo espiritual , no puede asombrar que la vida social se deshumanice y la actividad económica en lugar de favorecer la cooperación sea fuente de cerril egoísmo. No solo domina una visión estrecha y burdamente materialista  sino que, además,   aparecen pústulas sociales como el vandalismo, la delincuencia, la mendicidad profesional,  y la corrupción en todos los niveles de la sociedad, particularmente en la esfera de lo público.
Estas pústulas,  cuando aparecen a la luz, causan estupor primero y rencor después.  Cierto es que también convocan a la solidaridad para con algunos de los más castigados. Pero a decir verdad podría decirse que el crecimiento de organizaciones y conductas solidarias es directamente proporcional a la ausencia de una sana organización de la economía social. Por otra parte se trata siempre de un socorro parcial: millares inteligencias frustradas, millones de emigrados, no reciben ningún beneficio de la solidaridad. Se pasa por alto que es justo el orden económico el único lugar en que los hombres pueden ejercer la efectiva fraternidad que exige la condición humana. Ni el orden cultural  ni el orden político-jurídico para existir exigen de la fraternidad como ejercicio. Las distintas actividades que se cumplen en el orden cultural requieren en modo principal de la libertad del individuo para desarrollar su personalidad; el orden político-juridico demanda la practica de la igualdad. Solo la economía social exige para existir la cooperación entre los hombres. Esta cooperación puede lograrse y de hecho se ha logrado y se logra aun hoy,  por la fuerza, es decir de manera forzada. Pero éste tipo de economía  no sirve a la sociedad ni al desarrollo de la persona. Una economía sana debe apuntalarse en la fraternidad, porque la actividad económica sólo se da con la de los hombres entre sí. (Rudolf Steiner [17]).
Para colmo, la  falta de conocimiento sobre la causa originaria, hace que muchos demanden una firme actitud de las autoridades e incluso una franca represión para acabar con abundancia de mendigos, cargosos vendedores ambulantes,  usurpadores de viviendas, perturbadores piqueteros, corrupción en el manejos de los subsidios sociales, etc. No dejan de tener razón cuando sostienen que no son propios de una sana vida social tales hechos. Pero olvidan que la Argentina ha vivido muy dolorosamente el fracaso de las soluciones de fuerza. Lo que debiera llamar la atención es que ahora esta viviendo el doloroso fracaso de su opuesto: la democracia reinstalada en 1983.  Aunque parezca absurdo aquellos males son indiferentes al orden político que se instale y a quienes ocupen los cargos que ofrece. Clara señal que la causa originaria de tantos males ha de estar en algún punto menos visible del jurídico. Menos visible no tanto porque esté oculto, sino por no tener preparada la visión para verlo (Héctor Sandler [20])

La privatización de la renta fundiaria rebaja los salarios y los intereses

El peor efecto de la privatización de renta fundiaria es que rebaja constantemente los salarios de los trabajadores, sea de la clase que fueren.
         En una investigación de Roberto Cortés Conde, analizando la causa de la expansión agropecuaria en los años que corren desde 1890 y 1910, dice textualmente: La expansión de la población rural hacia zonas cada vez mas alejadas se realizó a instancia de dos factores: el continuo agregado de población en el país que se iba encontrando con mejores tierras ya ocupadas, y por otro lado  a los mayores beneficios que prometían la tierras nuevas por ser más baratas.
Esta frase señala un fenómeno económico olvidado entre nuestros estudiosos y estadistas: las tierras de campo baratas -eso ocurre siempre con las nuevas- cuya renta fundiaria es baja cuando no nula, permite mayores beneficios en la explotación, o sea a la empresa agraria. De igual importancia es lo que agrega Cortés Conde: Ello (los mayores beneficios) justificó que se abonaran salarios más altos en las zonas más alejadas, a pesar que allí se pagaran menores precios por los cereales.
         El hecho es suficientemente importante e ilustrativo de lo que nos ocupa, y merece ser examinado con alguna detención, toda vez que, a primera vista, pareciera imposible que con precio más bajo para el cereal los beneficios fueran mayores y también -correlativamente- los salarios. Sin embargo, ésto es producto de una ley lógica, que la experiencia corrobora y que los actuales pensadores ignoran. Esa experiencia argentina, relacionada por Cortés Conde, debiera gravarse a fuego en la mente de todos los que se preocupan por la suerte del campo. A la luz de esa experiencia, de ninguna manera la caída de los precios de la producción agrícola es primera causa del malestar agrario. El examen de la situación debe comenzar por revisar el orden interno en cuanto no permite producir, pese a la feracidad de las tierras, a precios competitivos en el mercado mundial. Cierto que el “proteccionismo” norteamericano y europeos son una barrera también. Pero su causa es justo el mal sistema del régimen de la tierra en ambas regiones.
    La producción económica de bienes - más allá de las complejidades económicas que impone la siempre creciente división social del trabajo y de la sofisticación que exige la técnica moderna - es fundamentalmente la aplicación de trabajo humano a la tierra auxiliado con bienes de capital real. Podemos graficar este pensamiento con una sencilla fórmula, en la que P es la producción o riqueza, T es el trabajo, C el capital real y N la naturaleza o tierra, del siguiente modo:

                                                    P = T+C+N

         Para que el flujo producción / consumo conocido por "actividad económica" o "proceso económico" sea continuo, la producción P (totalidad de cosas producidas) debe ser repartida entre quienes,  según el ordenamiento jurídico,  son los dueños de cada uno de los  tres factores de la producción. Una parte a los trabajadores (tomado él termino en el más amplio sentido, es decir como aportadores de trabajo intelectual y físico, desde el peón hasta el director de la empresa productiva ); otra parte  los dueños del capital real  (cosas físicas producidas por los hombres en procesos anteriores) y finalmente una tercera parte  a los dueños de la naturaleza, tierra o espacio económico. Manejamos una hipótesis gruesa, en la que no hay dinero (valores de obligación) que represente a las cosas producidas a fin de mostrar claramente la anomalía principal de nuestro orden económico por causa del ordenamiento jurídico.
         Si a cada una de las partes le damos los nombres corrientes , la producción P debiera repartirse en tres partes; a) Salarios, o alícuota parte correspondiente a los aportadores de trabajo; b) Intereses o alícuota parte correspondiente a los aportadores de capital y c) Renta fundiaria o alícuota parte correspondiente a los dueños de la tierra.  La distribución de la producción puede representarse mediante esta ecuación:

(1)    P = S+I+RF
         Esta ecuación nos permite afirmar lo siguiente:

(2)   P-RF = S+I

         La ecuación (2) leída literalmente expresa:
"La cantidad de cosas producidas (P) menos la cantidad de cosas producidas entregadas al propietario del suelo (RF) es igual a la cantidad de cosas entregadas a los trabajadores (S) más lo entregado a los inversores de capital (I).
Si la cantidad de cosas que se le entrega al propietario aumenta, disminuye lo que resta para trabajadores e inversores. En el punto de la curva en que todo P sea entregado a los dueños del suelo, nada quedaría para repartir entre los trabajadores e inversores. Allá en donde las circunstancias eximan de entregar algo a los dueños del suelo (frontera de tierras libres) , el total producido P  se reparte exclusivamente entre los trabajadores e inversores de capital. Ese punto se llama punto de máximos ingresos para el trabajo y el capital.

Esta ecuación  explica lo que llamara la atención a Cortés Conde.  En la historia argentina en el caso de tierras muy baratas, es decir de escaso o nulo valor de la renta fundiaria, los ingresos (llamados por él beneficios) tenían que ser altos. La baratura del suelo permitía pagar salarios más elevados a pesar que el precio de venta del grano era inferior al de producido en otros lugares del mundo. La cosecha de esos sitios extranjeros tenían mayores precios, pero los beneficios eran menores, porque la renta fundiaria de esas tierras era mayor y los dueños absorbían gran parte del producto. Esto sucede aun hoy. Si el Mercado Común Europeo y los EEUU cierran las puertas a los productos agrarios argentinos mediante el proteccionismo aduanero,  es porque pese a nuestro defectuoso sistema, aun siguen siendo los nuestros más baratos. Y si en ambos mercados el Estado debe subsidiar a los productores agrarios, es porque los propietarios del suelo embolsan gran parte de la renta fundiaria, a punto tal que de no ser subsidiados, los precios para el consumidor interno se irían por las nubes. Sea esto dicho al pasar para recordar que tampoco es bueno el sistema actual de propiedad de la tierra vigente en los EEUU y en Europa.
La formula (2) revela otro hecho muy importante,  desvirtuado por los slogans políticos. Contra lo que habitualmente se sostiene  no hay una contradicción necesaria entre el trabajo y el capital, sino de ambos con la renta fundiaria.
         Debe advertirse, además, que del trabajo de Cortés Conde surge que esos salarios eran superiores a los que se pagaban en otras zonas muy productivas del mundo y más adelantadas que nuestro país. En efecto, los años tomados en cuenta por el historiador nombrado fueron aquellos de la masiva inmigración a la Argentina proveniente de países de ultramar; entre los que se encontraban España, Italia, Austria, Prusia, Francia, Polonia, etcétera. Ninguno de estos países podían ser considerados subdesarrollados en el sentido en que actualmente se usa el término. Cualquiera de ellos contaba con una cultura milenaria y de algunos habíamos obtenido nuestro propio acervo cultural. España, entre otros, seguía siendo un país imperial y hasta un siglo atrás ella gobernaba gran parte del mundo. Sin embargo, sus habitantes no dudaron en abandonar aquellas “cunas de la cultura occidental”,  sin que pudieran retenerlos el hecho de que sus patrias fueran orgullo de la civilización. Rompiendo con ancestrales raíces, con lazos familiares, viajando hacia lo desconocido, muchas veces en condiciones infrahumanas, prefirieron venir a poblar nuestro país. La razón es sencilla: allá formaban parte del ejercito de trabajadores de reserva; aquí esperaban ser hombres libres. Es decir vivir de su trabajo con mayor bienestar.
La Argentina de entonces como todos los países nuevos, con tierras abundantes y baratas, brindaba la posibilidad de más altos salarios que aquellos viejos y desarrollados, incluyendo la poderosa potencia imperial Inglaterra.

Las tierras baratas invitan a poblar el país


         No puede omitirse con ligereza este hecho fundamental:  un país nuevo como el nuestro, saliendo de guerras externas e internas , aun en lucha contra el indio, sin capitales reales y con falta total de lo que hoy se llamaría infraestructura y confort, se constituyó en un formidable polo de atracción para todos los pueblos  del mundo.  El trabajo altamente más retribuido que en sus respectivos países, fue el imán que los trajo a nuestra tierra.
Se dirá: es que en aquellos  países la población era excesiva y los trabajadores abundantes,  mientras que en el nuestro era escasa la mano de obra. De acuerdo. ¿Pero abundancia y escasez en relación a qué? Si se dice que en relación al territorio - como dimensión geográfica- la afirmación carece de valor. Es innegable que esa relación sigue mostrando hoy en día nuestro país está todavía absolutamente vacío. En más  de 2,7 millones de kilómetros cuadrados - tomando como dato la densidad de cualquiera de aquellos países suministradores de población- la Argentina debiera tener entre 200 y 600 millones de habitantes. Con solo 36 millones actualmente la inmigración no debiera haber cesado, sobretodo teniendo en cuenta que "sobra" gente en la mayoría de los países del mundo, incluyendo  Europa.  
         Pero si en lugar de considerar la dimensión geográfica tenemos en cuenta los valores económicos de la tierra, entonces otra es la conclusión. Teniendo en cuenta este factor puede decirse que efectivamente  las condiciones han cambiado radicalmente comparadas con las de aquella época. La vertiginosa valorización del espacio argentino, por la presencia masiva de nuevas poblaciones e inversión de capitales reales, conforme a la fórmula indicada al comienzo, generó desde el vamos la tendencia a  frenar el ingreso de  trabajadores e inversores. El freno se aplicó automáticamente por causa de la autorizada apropiación de la renta del suelo por los propietarios con más el sistema de impuestos creado para solventar los gastos del Estado.

El desorden lo causa el ordenamiento jurídico


Al no implantarse como recurso principal del Estado el sistema de recaudación de la renta fundiaria  (idea, central de la Enfiteusis de Mayo) la tierra se convirtió en objeto de especulación. El Estado forzosamente hubo de recurrir a uno de los más antiguos inventos en esta materia: los impuestos.  Haciendo uso del poder legislativo el Estado produce  actos confiscatorios de lo que es propiedad de los particulares por causa de su trabajo.  
         Hoy los salarios reales de los trabajadores están tan deprimidos que son inferiores a la mayoría de los países desarrollados del mundo, en condiciones comparativas semejantes al nuestro. Los valores del suelo han seguido creciendo a la par de la carga impositiva. En consecuencia el trabajo esta sujetado entre dos zapatas: por abajo el creciente valor de la tierra; por encima el peso de los crecientes impuestos.  
  Dando la espalda al problema del destino de la renta fundiaria y sus consecuencias, trabajadores e inversores de capital, empresarios y asalariados, están condenados a enfrentarse como perros y gatos, en vana lucha para disputar sobre el remanente de la producción. No habrá sindicatos ni ligas patronales que puedan evitar ésto. Los contendientes ignorantes de la causa que los enfrenta, en lugar de usar su poder democrático para darle justa solución y lograr establecer la cooperación que la economía exige, buscan celebrar por separado  alianzas con el gobierno político para lograr por la fuerza mejorar su lastimosa situación. Unos logran imponer mediante leyes laborales algunas mejoras sectoriales que la economía general acaba por destruir. Los otros buscan de mil modos lograr leyes de privilegio  para no pagar impuestos y, si es posible, lograr una posición monopólica en el mercado interno o incluso en el mercado regional si este se establece. Los gobiernos ignorantes también de la cuestión central, no alcanzan a resolverla. Según las circunstancias y las personas los gobiernos argentinos se bambolean entre  un irresponsable populismo o un insensible ajuste del cinturón de los ciudadanos.
Esta debilidad intrínseca convierte al país en campo orégano para explotadores multinacionales. Con su base económica en regiones menos deteriorantes,  usan de su fuerza financiera  para manipular gobiernos , la enseñanza superior y la opinión pública y finalmente para hacer aquí negocios que no podrían hacer en sus países de origen.


La apropiación privada de la renta fundiaria arruina la sociedad


         Cuando el espacio económico argentino estuvo totalmente ocupado en términos jurídicos, luego de las primeras corrientes inmigratorias y la llegada de grandes capitales reales, facilitado por la baratura del suelo, se produjo un gigantesco crecimiento de la producción. Pero este crecimiento de población trabajadora y de capitales reales, además de aumentar la producción para el consumo interno y la exportación, causó un inmediato aumento de la renta fundiaria. Cada población que se instalaba, cada colonia que se implantaba, cada ferrocarril que se trazaba, cada ciudad que se ensanchaba, producía un fantástico crecimiento de los valores de la tierra. Esto despertó la preocupación de algunos argentinos que veían en este forjar rápidas y gigantescas fortunas algo irregular, que a la corta o a la larga habría de costar muy caro al país.
         Suele sostenerse que como la Argentina organizó su producción para el mercado externo, exclusivamente, lo cual es relativamente falso, pues de otro modo hubiera sido imposible dar abasto a los millones de seres que se instalaron en el país. No obstante las condiciones descriptas habrían de construir un tipo de país “fabricante para el mercado internacional”. Ya en 1900 la Argentina pisaba fuerte en el mercado mundial de productos agrarios, lo cual no significa que su sociedad toda haya disfrutado de esa posición.  No es sorprendente entonces que al producirse la quiebra del mercado internacional, primero en 1914, pero substancialmente a partir del crack de 1929, nuestro país quedara con un orden económico privado de su sentido fundamental. Por esta razón se suele fijar el mojón de la detención del proceso de crecimiento argentino en 1930. Sin embargo si pensamos en los efectos del encarecimiento del espacio económico a fines del siglo XIX,  hay que sospechar que el sobrante de mano de obra, una caída de los salarios y los réditos de la inversión y consecuentemente una detención del desarrollo, debió producirse mucho antes.
Por empezar no puede pasarse por alto que hubo una gran crisis en 1873 causada por una especulación que “se dirigió principalmente sobre la propiedad raíz, elevando su precio fabulosamente” ( Jose Panettieri [15]). Le siguió la nombrada crisis de 1890 en la que la especulación inmobiliaria  no fue ajena (José Panettieri [16]) .  Pero por otra parte hay estudios importantes que revelan que la crisis empezó mucho antes que en 1930. Alejandro  E. Bunge, en 1923 descubría quince años de paralización anteriores a la fecha de estudio: Con ser notable entonces  el crecimiento de la población el de los factores económicos lo superaba en casi cuatro veces. Es decir que al principio de 1860 por cada habitante que se incorporaba, la producción se multiplicaba por cuatro. En cambio, agrega, en estos últimos quince años se crece el equivalente de la población, lo cual representa una paralización efectiva. Bunge descubría que la paralización efectiva había comenzado a ocurrir quince años antes a la primera guerra mundial. La fijaba alrededor de los años 1907/1908, al filo del Centenario. ¿Qué es lo que había reducido tan manifiestamente el rendimiento de la población y de los capitales?
Los capitales no habían dejado de llegar y mucho menos los inmigrantes. Pero rendían cada vez menos.  El costo económico de la tierra - por obra de la renta fundiaria- estaba produciendo sus funestos efectos. En 1907 estalla una huelga de inquilinos en la Capital motivado por el elevado precio de los alquileres ( Juan Suriano [23]). En pocos años más (1912), en el campo, se oiría el Grito de Alcorta. Una masiva rebelión de arrendatarios de chacras en la provincia de Santa Fe asfixiados por los altos precios de los arrendamientos que cobraban los propietarios (Plácido Grela [8]).
No mucho después el país sufriría la huelga de los trabajadores industriales de los talleres Vasena en la Capital, con la sangrienta represión recordada como la Semana Trágica ( 1919). Los  trabajadores urbanos  sobraban cada vez más en el país. Apenas comenzada la década de los 1920, acontecen los dramáticos hechos descriptos por Osvaldo Bayer en su saga sobre la rebelión de los trabajadores laneros en la Patagonia que terminó con el fusilamiento de la mayoría de ellos. En 1923, Las huelgas azucareras de Tucumán (Daniel Santamaría [21])
¿Es serio afirmar que la crisis argentina comenzó por la crisis mundial de 1929? Cierto es que con la caída vertical de la exportación habrían de caer los principales ingresos del tesoro nacional consistentes en derechos aduaneros, de los cuales – dicho sea de paso  - se apropió definitivamente en desmedro de las provincias  por la reforma de la Constitución en 1866 (Isidoro Ruiz Moreno [18]). Pero la postración argentina había comenzado medio siglo antes, cuando el alud de inmigrantes y la enorme inversión de capitales , posible gracias a la incorporación de millones de hectáreas tras la campaña al desierto comandada por Roca. El país se engrandeció territorialmente en más de 15.000 leguas cuadradas. Una legua cuadrada son 1600 hectáreas,  lo que equivale decir que el territorio se agrandó en alrededor de 24 millones de hectáreas. Entre el acaparamiento y la colonización no podía dejar de producirse el "boom" de los valores inmobiliarios. Valores que no son riqueza - como hemos visto - sino créditos que la gente debía  pagar para acceder al suelo por compra o alquiler. No se alcanza a comprender éstos efectos sin, al menos, dar un vistazo a la próspera Argentina de 1910.

Efectos de la especulación del suelo al fin del siglo XIX


La increíble ola especulativa en tierras y sus efectos al filo del Centenario  puede apreciar en el colorido aguafuerte del francés Jules Huret que nos visitara para ese entonces. Unos pocos párrafos reflejan que existiendo el mismo derecho y similitud de situaciones, el mal continúa.
Para apreciar una ciudad como Buenos Aires, narra el cronista, hay que saber que en 1870 no tenía más que 175.000 habitantes mientras hoy tiene 1 millón 300.000. Las anécdotas más comunes y el fondo de toda conversación, se refieren a las fortunas hechas en diez años, a los emigrantes de ayer, hoy millonarios, a las vastas regiones que están por desmontar...a los terrenos a adquirir a 20 pesos la hectárea y que valdrán 200 dentro de cuatro años. Al perspicaz cronista no se le escapa lo que está pasando: Casi todas las grandes fortunas tienen, en efecto, su origen en el mayor valor de los terrenos...A la hora actual los que mas pronto se enriquecen no son los industriales, sino los propietarios, los especuladores y los bancos. Es tan cierto que un comerciante enriquecido por el negocio , se apresura a comprar tierras. Si es listo , en muy pocos años dobla o triplica su fortuna [10](p. 577/578).
Pero el festín no es para todos: Los barrios obreros están formados por casas miserables... que se llaman en la Argentina conventillos... tugurios oscuros y sin aire que son las habitaciones. Lo verdaderamente escandaloso es el alquiler que pagan los 50 infelices que viven en tales antros [10](p.137).
Sin embargo hay gente pobre que está peor. En esta ciudad que progresa desde hace treinta años, aun quedan por hacer muchas cosas. El barrio de San Cristóbal , llamado barrio de las Ranas , es un vestigio persistente del Buenos Aires de antaño. Allí se refugian los miserables refractarios a la asistencia pública, los libertarios que prefieren la miseria y la independencia ...La arquitectura de sus viviendas  es el "estilo lata de petróleo" ...El Trust del Standard Oil ha proporcionado casi todos los materiales...(p.78).  Se ve a toda esa población compuesta de rufianes y prostitutas sentados a las puertas de sus casuchas tomando mate y alrededor de ellos montañas de inmundicias y basuras que los carros van a vaciar allí incesantemente [10](p.79). 
Contrafuerte de una ciudad en la que a pocas cuadras, en la Plaza San Martín , aparece como un barrio de suntuosas moradas de la gente rica de Buenos Aires , de la aristocracia como dicen aquí: hoteles de los Alvear, Bary, Anchorena, Cobo, Casares, Unzué, Quintana y Pereyra.  [10](p.89).

         Al aprovechar la tierra como objeto de comercio y no recaudar la renta del suelo el  derecho de propiedad, se transforma en un mecanismo para vivir del trabajo ajeno. Nos ilustra sobre este fenómeno el señor Huret narrando el caso de quien fuera  Vicepresidente de la República Victorino de la Plaza. Compró al Estado 20 leguas de terreno al Sur de la provincia de Buenos Aires a 2000 francos. Después marchó a Inglaterra donde permaneció algunos años. Durante su ausencia se empezaron a cultivar las tierras vecinas y se construyeron algunos ferrocarriles. Cuando volvió a la Argentina se le ofreció 150.000 francos por cada legua. Los agricultores italianos y los capitalistas ingleses habían trabajado para él [10](p.580)
Hemos transcripto las investigaciones de Bunge y las constataciones de un visitante extranjero, pues desde la investigación y desde el testimonio dan cuenta del cáncer que corroe a la sociedad argentina desde la organización nacional.

La privatización de la renta fundiaria genera sistemas violentos


La privatización de la renta fundiaria no solo achica los ingresos de trabajadores e inversores y torna escaso el espacio económico por causa de su mayor valor y su acaparamiento, sino que por vía de efectos derivados produce hondas transformaciones económicas, sociales y políticas que tienden a independizarse y a obrar como causas autónomas en la configuración del orden social.
         Se produce un excedente de trabajadores que no pueden aportar su capacidad al proceso productivo. Las nuevas generaciones o las nuevas oleadas inmigratorias de trabajadores encuentran que tampoco pueden acceder fácilmente al espacio. La inmigración cesa. Pero las fuerzas vitales que gobiernan al comportamiento humano determinan que sigan viniendo nuevos seres a este mundo  y a pesar que la tasa de natalidad se reduzca drásticamente, al tiempo que aumenta la de los abortos y la mortandad infantil, el saldo neto de crecimiento vegetativo alcanza al 1% anual. Sobre una población de 36 millones significa que cada año unos 360.000 niños se incorporan a nuestra población, que por la diversidad de sexos, en dos décadas formarán alrededor de 150.000 hogares. Por mínima que sea esta tasa , dada la barrera que constituye la renta fundiaria, ese modesto crecimiento es una fuerza tremenda, que a semejanza de la ley de Boyle-Mariotte, fijo el volumen (espacio económicamente alcanzable) , provocará una elevación de la presión social (conflictos latentes) que causará no pocos estallidos en el orden (manifestaciones y choques violentos).
         El capital real carece también de nuevas oportunidades de inversión y sus ingresos disminuyen lo  mismo que los salarios de los trabajadores. Es partir de entonces que rápidamente operan fuerzas tendientes a asegurar la sobrevivencia de los miembros de la sociedad asfixiados por el sistema. Cambia notoriamente la estructura de la sociedad: de una sociedad razonablemente abierta se pasa a una cada vez más cerrada; sus miembros no encuentran horizontes para desarrollarse según sus naturales inclinaciones. El fenómeno de poder comienza a dominar en todas y cada una de las relaciones sociales. Los más perspicaces pronto advierten que solo una suficiente concentración de poder en sus manos , el goce de privilegios especiales, el dominio monopólico del mercado y si es posible el apoderamiento del aparato del Estado , por sí o por elementos afines , puede asegurarles ingresos que les permitan llevar sus planes y vivir a tono con las formas más refinadas de la civilización de su tiempo.
Respetando el sistema de la apropiación privada de la renta fundiaria, las empresas y el capital tienden a tener un poder monopólico en su campo de actuación; a igual que los  trabajadores asalariados , con la diferencia que la organización de estos últimos suele ser más lenta y a veces deben sobreponerse  a la represión de los gobiernos. Respetando la privatización de la renta fundiaria los beneficios del empresario se logran a costa de los trabajadores; el capital en su forma de capital financiero es escurridizo. Como el recorte recae sobre el salario de los trabajadores, éstos entran en conflicto abierto con los empresarios y los capitalistas en general, pues en ellos visualizan la fuente de su malestar. Por lo demás carecen de una teoría capaz de exponerles la raíz inmobiliaria del conflicto.
Los trabajadores no distinguen entre empresario, inversor de capital y capitales en posición monopólica y quien lucra con la renta fundiaria. Muchas veces se trata de las mismas personas ejerciendo esos diferentes roles.  La explotación de los trabajadores asalariados se manifiesta en la caída de sus ingresos  lo que se da  sobretodo cuando la desocupación emerge como la peor amenaza que asecha.
La relación laboral que debiera ser de cooperación, pasa a ser latente y permanentemente conflictiva. La cosa empeora cuando una  concepción del mundo tipo "amigo / enemigo" se instala en la sociedad. Por el lado de los afortunados, se crean ideologías que confirman su propia superioridad, justificando enormes ingresos,  miles de veces superiores a los de los infelices incapaces de salir de pobres. En cuanto a éstos también se forman prejuicios deletéreos para un orden social de cooperación. Se alcanza el colmo cuando en cada campo adversario se  llega a pensar cuánto mejor estaría en el país sin “los otros”, aquellos visualizados como el enemigo nato.  Tales  prejuicios por malos o erróneos que fueren son pensamientos operativos que condicionan la realidad. Al fin de un relativo largo proceso las clases enfrentadas quedan constituidas en la realidad social (sobre el pensamiento como conformador de la realidad, David Bohm [1]) .
         Por el lado de los trabajadores asalariados, que es la mayoría de la población,  se generan muchísimas deformaciones.  El peor es el repudio al trabajo como instrumento para ganarse el pan. Una sorda antipatía para con los empresarios en general domina en el animo de la mayoría de los trabajadores,  aun cuando lo consideren un "dador de trabajo".  Esta antipatía latente  es como una herida mal cerrada que en cualquier instante puede infectarse, lo que hace de la relación laboral así constituida algo conflictivo por naturaleza, hecho que mina lentamente a la economía social. Otro efecto es la creencia por parte de los asalariados - creencia que se propaga por toda la sociedad - que el trabajo con el cual uno se gana la vida, debe ser "dado" por alguien. No es extraño que los trabajadores se forjen la ilusión de que el Estado es el más importante "dador de trabajo". Esto tiene funestas consecuencias no solo  en la economía sino en el estilo que toma el orden político y la degradación de la moral social. La sorda hostilidad de los trabajadores comunes contra todo aquel que desempeñe el rol de empresario es un mal ambiente moral,  muy poco propicio para que se desarrolle una vigorosa juventud empresaria,  indispensable para establecer una economía de mercado auto sostenido. No puede dejarse de citar una general esperanza puesta en otro título: “el diploma”, obtenido tras cursar largos estudios, no cumplidos para saber, sino para obtener una mejor oportunidad para vivir.

Erróneas teorías provocan profundos conflictos sociales


Es importante destacar estos  efectos derivados del bloqueo del espacio, porque en el supuesto que se adoptaran nuevas leyes para que éste sea accesible, ellas no serán suficientes para el cambio en tanto subsistan aquellos sentimientos afincados en la sociedad desde hace más de un siglo. Habrá que apelar a una  educación específica para lograr un saneamiento espiritual que permita a todos visualizar por igual la perversidad que implica el apoderamiento privado de la renta fundiaria y los requisitos de conocimiento y de conducta para estructurar un nuevo orden. En verdad, tras un siglo de perverso sistema no basta con cambiarlo. Tienen razón quienes dicen que “sin la creación de una conciencia ciudadana, la Argentina podría sufrir un derrumbe peor” (Monseñor Carmelo Giaquinta, Presidente de la Comisión Episcopal Pastoral, La Nación, octubre 8,2003, p.6 [26])
          Los trabajadores asalariados desde un comienzo  se organizaron y constituyeron  en sindicatos y centrales obreras con el objetivo de gozar de un poder equivalente al de los capitalistas y empresarios con el fin de mejorar sus salarios y condiciones de trabajo. Reacción explicable si se tiene en cuenta las relaciones violentas que se han ido conformando por causa del acaparamiento de tierras y la apropiación privada de la renta fundiara . Son estos actos extremadamente violentos. Basta con imaginar la violencia estructural  que se establecería  si alguien pudiera monopolizar el aire que respiramos para vendérnoslo en el mercado ( Ian Lambert [11] y Fred Harrison [9]). Pero lo grave es que muy pocos, si alguno, tiene conciencia que las relaciones violentas entre capitalistas y empresarios por un lado y trabajadores asalariados por el otro tienen origen en el sistema de propiedad inmobiliaria. ¿Quién piensa en la relación que existe entre la creciente violencia en la sociedad argentina (asesinatos, robos, secuestros y corrupción) y en el sistema de propiedad del suelo?. Nadie conoce el siguiente pensamiento científico:
“¿De dónde vendrán los nuevos bárbaros? ¡Pasad por los barrios miserables de las grandes ciudades, y desde ahora podréis ver sus hordas amontonadas! ¿Cómo morirá la ciencia? ¡Los hombres dejarán de leer y con los libros encenderán o los convertirán en cartuchos!. (Henry George, [32]) 
 El enfrentamiento empresarial / sindical se debió a la progresiva concreción de hechos dañinos que ambas partes se infligieron (y a aun se causan), pero mucho más por las visiones erróneas sobre las causas profundas del conflicto. Ninguna de ellas, sobretodo en los sectores urbanos, tuvo en cuenta la cuestión del acaparamiento de la tierra, la apropiación privada de la renta fundiaria y la expoliación impositiva del Estado.  En sus visiones erradas jugó un papel importante la teoría económica a la que apelaba como un catecismo cada una de las partes. Los empresarios e inversores de capital explicaban la economía, en una  primera etapa,  desde el punto de vista de la Riqueza de las Naciones de Adam Smith (1853/1945), y en una segunda, desde la perspectiva neoliberal iniciada por Alfred Marshall y cultivada por los economistas norteamericanos (M. Gaffney-
F. Harrison, [7]) , todos los cuales se caracterizan  por  ignorar, menospreciar o ignorar por completo las cuestiones de la tierra, la renta del suelo y los impuestos (Así Peter Schumpeter [29]).   Los trabajadores argentinos por su lado, en un una primera etapa (1890/1945) veían las cosas desde el punto de vista de la teoría de de Carlos Marx, y en la siguiente, a partir de l945, desde el punto de vista de los discursos y hechos del presidente y líder Juan D. Perón, quienes a su modo también daban por sentado “a priori” el enfrentamiento entre el capital y el trabajo, solo que Perón sostenía que podían ser conciliados mediante la férrea acción del Estado convertido en el tercer vértice de un triángulo.  Para ambas posiciones  aquellas tres cuestiones (el acaparamiento de tierra, la apropiación privada de la renta del suelo y la exacción impositiva del Estado), no eran operativas.
¿Con tales concepciones de la vida social, cómo esperar que se lleve adelante un cambio que ponga fin al desorden crónico y una paz social en que la cooperación humana - aprovechando los ingentes recursos naturales de nuestro territorio - pueda dar sus frutos?

Aumenta la producción y la brecha entre ricos y pobres

          En términos absolutos por razones tecnológicas, científicas y de refinamiento de las instituciones,  la riqueza producida ha crecido  a través del tiempo, lo que traduce en mayor capital disponible y en la medida que las circunstancias favorezcan el empleo de trabajadores y capital, crece el bienestar general. Pero en tanto subsista la trilogía "acaparamiento de tierras-privatización de renta fundiaria- impuestos", el crecimiento de los salarios de los trabajadores no es correlativo al crecimiento de la riqueza. La vigencia de las fórmulas expuestas más arriba (1) y (2) muestra que la alícuota parte de los trabajadores e inversores es  cercenada por la apropiación privada de la renta fundiaria en cada tramo del proceso de producción.  De modo que un aumento general de la producción no importa, de suyo, un aumento proporcional -como correspondería en otras condiciones- de los salarios de los trabajadores e inversores de capital en cuanto agentes de ese incremento de riqueza; pero sí un mayor incremento de los ingresos de quienes se apropian de riqueza que no contribuyeron a forjar mediante distintos recursos.
         En  primer lugar por apropiarse de la renta del suelo; pero también por gozar de monopolios, privilegios y posiciones preferenciales de toda clase generadas dentro  la distorsionada organización de la sociedad que permite la apropiación privada del la renta fundiaria.   Dada la complejidad de la organización de la sociedad humana es imposible determinar individualmente con exactitud si cada uno recibe lo que le corresponde en función de lo que aporta con su trabajo o capital a la producción de riqueza. Sin embargo, tomando los grandes conjuntos, si el producto bruto per cápita de la sociedad crece  y en lugar de un mejoramiento general de la vida de todos, lo que aparece es una franja de gente opulenta distanciada de otra mucho mayor de gente trabajadora pero menesterosa, hay que sospechar la existencia de  alguna estructura del orden que impone esa crónica injusta distribución de la riqueza. 
         Importa poner en claro esta realidad si se aspira a  contar con un propio  mercado de consumo. Un reducido número de propietarios de todo el territorio nacional , beneficiario de la renta fundiaria que sobre él se acumula, por mucho que consuma no es un mercado interno dinamizador de la economía. Pueden forjar una clase económica y políticamente poderosa; pero no alcanza para constituir un mercado de consumo nacional al que se destinen  los productos que puede  producir  el país. Por mas que aquella clase opulenta hiciese ingentes consumos, el resto de la población -numéricamente mucho mas importante-, con sus salarios deprimidos, conforman  un mercado consumidor interno de escaso poder adquisitivo. En consecuencia el aparato productivo se volcará a  mercados externos, haciendo de la Argentina un país substancialmente exportador. Este sesgo ha dominado y domina hoy en la historia argentina.
Esta marca cultural, de fundamento material, es tan honda, que los sueños de crecimiento de la Argentina están siempre atados a la exportación de bienes, como si fuese Hong Kong u otro puerto semejante. En verdad, un país con una ciudad puerto habitada a razón de 15.700 personas por kilómetro cuadrado y la mitad de su población total concentrada en la estrecha franja de corre de Buenos Aires a Rosario, con una enorme capacidad de producción dada la feracidad de sus tierras , pero prácticamente vacías de gente , tiene que depender de la exportación. No es un país,  es un puerto.
El daltonismo visual sobre este asunto es propio de todos los países latinoamericanos con la única excepción, según algunos, de Costa Rica, distinguida en el continente por un aceptable reparto de la tierra (James Busey [2]). En el afán de exportar lo que sus propios pueblos no pueden consumir, cada país latinoamericano "cree que es más verde el pasto del otro lado de la frontera"  y a resulta de ello sus diplomacias trabajan a fondo para forjar mercados arbitrarios como el MERCOSUR. Para estos constructores de mercados regionales parece no tener importancia alguna que en Brasil deambulen 20 millones de hambrientos sin tierra, que en Argentina un tercio de su población esté ubicada por debajo del nivel de pobreza extrema, que la mitad de la población del Uruguay se haya diseminado por el mundo y que en Paraguay pululen tanto los latifundios como los empobrecidos. Se comprende que industrias nacidas y protegidas en países bajo tan inhóspitas condiciones busquen con verdadera desesperación la protección de los Estados para poder colocar sus productos. Lo que no se alcanza a comprender es la no percepción de la realidad que acabo de describir, hecha pública por la Iglesia en importantes documentos difundidos en países con amplia mayoría de católicos (así, El reto de la Reforma Agraria, producido por el Pontificio Consejo de Paz y Justicia, Enero de 1998 [28]) . Es este otro hecho que prueba que la carencia de una teoría acertada no deja ver la realidad.

Recaudación de la renta fundiaria o impuestos


         Hasta el año 1930, pese a periódicas dificultades, el Estado nacional argentino afrontaba el gasto público en forma principal con los impuestos a la exportación e importación. Era la lógica de un país escasamente poblado pero gran productor de mercaderías con demanda mundial. Esto se puede presentar de otra manera: los compradores extranjeros con las tarifas arancelarias que pagaban al comprar contribuían a sostener el gasto público en importante proporción. Se explica entonces que en el interior del país no solo los terratenientes se embolsaran la renta fundiaria sino que la población en general pagara pocos impuestos. Pero alrededor de 1930  el mercado mundial , por razones  propias razones de cada país, y la crisis financiera mundial , redujo mucho la demanda de productos argentinos. Las exportaciones se redujeron entre 1928 y 1933 en cerca de la mitad en cuanto a valores y los mismo sucedió con las importaciones (Jaime Fuchs, [6] p.234).
         El Estado nacional quedó sin recursos suficientes. La crisis mundial no fue la causante del ruinoso derrotero de la economía argentina posterior; pero agravó las consecuencias perversas de la estructura acaparamiento de tierra / privatización de la renta fundiaria. El gobierno frente a la crisis financiera  tenía que elegir entre dos caminos: comenzar a recaudar la renta fundiaria y de ese modo hacerse de los recursos por vía legítima (tal como la habían proyectado el presidente Roque Saenz Peña [30] en 1912 y el diputado Carlos Rodríguez [31] en 1919), lo que al mismo tiempo comenzaría a reordenar la estructura socio económica del país,  o en lugar de ello proteger a los particulares beneficiarios de la renta fundiaria optando  para hacerse de recursos mediante impuestos a la producción, al trabajo y la inversión y al consumo. 
Por la naturaleza del gobierno de entonces, derivado de un golpe militar conservador, vinculado a las familias que formaban el núcleo terrateniente originario, eligió el segundo de los caminos: la creación de impuestos a todas las actividades económicas. Esto significo lisa y llanamente estaquear la economía social argentina, pues desde el primer “impuesto a las rentas” hasta los actuales Impuestos al Valor Agregado, Impuesto a las Ganancias y el Impuesto a los Ingresos Brutos – núcleo del financiamiento llamado “genuino”- con más la miríada de otros que de  continuo se inventan para satisfacer un lastimoso gasto público, el Estado se ha convertido en un asaltante del producto del trabajo y la inversión real. No puede salir de una situación miserable  un país gobernado por un principio que en pocas palabras dice: “Trabaja y perecerás”. La apropiación privada de la renta del suelo más los impuestos se encargan de ejecutar ésta sentencia.
Desde 1943 hasta mediados de los 1950  hubo un cambio gigantesco del orden económico argentino que habría de repercutir en las otras esferas de la vida social. Los gobiernos militares de 1943 y en especial el democrático de masas que le siguió, deseoso de poner en vigencia de una vez por todas una sociedad justa, prácticamente no dejo cosa por cambiar. Pero aquí cabe reproducir las palabras finales de Alexis de Tocqueville en Antiguo Régimen y Revolución: “La revolución francesa cambió  todo, incluso hasta los nombres de los meses y el calendario, todo, salvo lo peor del antiguo régimen”. El gobierno de la época que hablamos también cambió casi todo en el país, incluyendo la Constitución Nacional en 1949. Cambio todo , salvo lo peor del antiguo régimen: el sistema de acceso al suelo, la privatización  de la renta fundiaria y el mantenimiento del sistema de impuestos, agregando para colmo como método la emisión monetaria sin correlato en la producción.

La actual economía real hace de la democracia un decorado virtual


         Desde el derrocamiento por la fuerza de un gobierno popular como el peronismo, en el ambiente internacional enrarecido por la guerra fría, la historia argentina entra en una especie de convulsión epiléptica: años de falsa estabilidad, años de conflictos abiertos y sangrientos, años de pseudo pacificación mediante una férrea dictadura primero (1966-1973)  y una tiranía genocida desde 1976 a 1983. Casi por desfallecimiento, retornó a la democracia. El entusiasmo por la democracia en 1983 fue casi indescriptible y su impulso, aunque amenguado, perdura hasta nuestros días. Muy amortiguado en cuanto a las esperanzas en los resultados que de ella se pueden tener. Al cumplirse sus 25 años de vigencia el balance que se puede y debe hacer hiere a los corazones más nobles de un preocupante escepticismo (32).
El escepticismo se justifica , a juicio de la gente en general , porque tiene la sensación que más allá de la retórica política y de los sesudas teorías de los especialistas en economía, “la Argentina sigue igual”. Se habla de aquella etapa luminosa de los 1860 con que iniciamos este trabajo, como un milagro que no se ha de repetir. Así expresamente la expuso con habilidad y destreza   Humberto “Cacho” Costantini en su obra de teatro “!Chau Pericles!”[5]. Narra allí que Pericles, Platón, Aristóteles, son la Grecia luminosa. Nadie lo duda.  Pero  también es verdad – según Costantini – que el griego actual, distribuidor de golosinas, nada tiene que ver con ellos. La Argentina de los 1860, ¿fue también un milagro como la antigua Grecia? ¿No es por lo tanto repetible?
         Puede ser que nuestro poeta haya sido ganado también por el escepticismo, aunque nuca dejara de amarla entrañablemente.  Pero si se ama a la Argentina y se desea de plena buena fé que ella se recupere para sí y para el mundo,  en el grado que todos una vez esperaban con absoluta seguridad, de una cosa  habrá que estar convencido : que tal recuperación es imposible si no se aborda serena y razonablemente la cuestión de la renta fundiaria.
Los argentinos debemos tomar conciencia – desde los alumnos de la escuela primaria a los más conspicuos intelectuales -  que la renta fundiaria es el bien público por excelencia.  Es el tesoro público. Si se recauda la renta del suelo, se han de  eliminar los impuestos que traban al trabajo y la inversión. La tierra barata, laborada  por manos gringas y sin sufrir el castigo de impuestos al trabajo, fueron las palancas que abrieron las puertas para el inicial milagro argentino. Para que se repita este formidable empuje, solo hay que derogar gran parte de la actual “maraña legislativa” y sustiutuirla por sistema de pocas acertadas leyes. Cumplido esto, todo nos será dado.  
Bibliografía
[1]      David Bohm, La totalidad y el orden, Kairós, 1998, Barcelona
[2]      James Busey, Latin American Political Guide, Robert Schalkenbach Foundation, 1985, New York
[3]      Carlos Carranza, Reforma agraria en América, Caudal, 1966, Buenos Aires-Argentina
[4]      Congreso de la Nación, Código Civil de la República Argentina, 1865, Buenos Aires-Argentina
[5]      Humberto Costantini, Chau Pericles, Galerna, 1986, Buenos Aires-Argentina
[6]      Jaime Fuchs, Argentina su desarrollo capitalista, Cartago, 1965, Buenos Aires-Argentina       
[7]      Mason Gaffney / Fred Harrison, The Corruption of Economics, Shepheard Walwyn, 1994, Gran Bretaña 
[8]      Placido Grela, El grito de Alcorta. Historia de la rebelión campesina de 1912, Tierra Nuestra, 1958, Rosario-Argentina
[9]      Fred Harrison, Metaman and the sacred Miney Scam, The Othila Essay, 1997, Gran Bretaña 
[10]    Jules Huret, De Buenos Aires al Gran Chaco, C. 1910, París
[11]    Ian Lambert, The Time Will Come When They Will Sell you Even Your Rain, paper 23 July, 1997
[12]    Andrés Lamas, La legislación agraria de Bernardino Rivadavia, s/e, 1933, Buenos Aires-Argentina
[13]    John Lynch, Juan Manuel de Rosas, EMECE, 1984, Buenos Aires-Argentina
[14]    Bartolomé Mitre, Arengas parlamentarias, Jackson, 1945,
Buenos Aires-Argentina                 
[15]    José Panettieri, La Crisis de 1873, Centro Editor de América Latina T. 17, 1984, Buenos Aires-Argentina
[16]    José Panettieri, La Crisis de 1890, Centro Editor de América Latina T. 20, 1984, Buenos Aires-Argentina
[17]    Rudolf Steiner, El nuevo orden social, Kier,
1983, Buenos Aires-Argentina
[18]    Isidoro Ruiz Moreno, La reforma constitucional de 1866, Macchi, 1983, Buenos Aires-Argentina
[19]    Héctor Raúl Sandler, Alquileres e inflación, JUS, 1977, D.F. México
[20]    Héctor Raúl Sandler, Ponencia: La educación superior y los problemas sociales, ver en este congreso        
[21]    Daniel Santamaría, Las huelgas azucareras de Tucumán, Centro Editor de América Latina T. 26, 1984, Buenos Aires-Argentina
[22]    Joseph Stiglitz, Los Felices 90. La semilla de la destrucción, Taurus, 2003, Argentina   
[23]    Juan Suriano, La Huelga de, Centro Editor de América Latina T. 2, 1984, Buenos Aires-Argentina
[24]    Joseph Tulchin, La Argentina  y los EE. UU. Historia de una desconfianza, Planeta, 1990, Buenos Aires- Argentina
[25]    Juan Carlos Zuccotti, La emigración argentina, Plus Ultra, 1987, Buenos Aires-Argentina
[26]    Monseñor Carmelo Giaquinta, Presidente de la Comisión Episcopal Pastoral, La Nación, octubre 8,2003, p.6
[27]    Juan Agustín García, Obras Completas La ciudad Indiana p.283, Antonio Zamora, 1955, Buenos Aires-Argentina
[28]    El reto de la Reforma Agraria, producido por el Pontificio Consejo de Paz y Justicia, Enero de 1998
[29]    Schumpeter Joseph, Historia del análisis económico, Ariel, 1952
[30]    Roque Saenz Peña, Proyecto de ley, Junio 28 de 1912, reunión N°14 sesión ordinaria, Cámara de Diputados, Congreso Nacional
[31]    Carlos Rodríguez Proyecto de ley, Julio 16 de 1919, reunión N°22 sesión ordinaria, Cámara de Diputados, Congreso Nacional
[32]    Este escrito es anterior a la Crisis del 2001. Sin embargo, las “formaciones económicas” estructurales tratadas no han cambiado, a pesar  de ruidosos  accidentes sociales y las conductas de cada gobierno. La estructura legal/económica descripta se mantuvo bajo  las presidencias de de la  Rua, Duhalde, Nestor Kirchner, Cristina F. de Kirchner y del actual del presidente Mauricio Macri. El orden economico real (institucional y oculto) sigue incluyendo en la propiedad sobre la tierra a la  renta pública; los crecientes impuestos a la producción y el consumo crecen sin cesar y el gigantismo estatal y la inflación, sobreviven a todos los opuestos cambios. El desafio permanece: hay que legislar para establecer un orden económico ajustado a la Constitución nacional. Ver de H. y G. Sandler Progreso economico con justicia social.Más recursos públicos con menos impuestos, PROSA, Buenos Aires, 2016.



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